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¿La mesa debe jugar?

El caso del ecuatoriano Byron Castillo ha agudizado una polémica interminable: ¿es válido ganar un partido —o incluso una clasificación al Mundial— con un reclamo de ‘secretaría’? ¿Por qué lo aprobamos cuando nos beneficia y lo consideramos abyecto cuando lo hace el rival? El experto en derecho deportivo, Jaime Talledo De Lama, hace una necesaria reflexión sobre la “judicialización del fútbol” desatada en los últimos años.

El fútbol es la “dinámica de lo impensado”, decía el gran periodista deportivo argentino Dante Panzeri. En un partido de fútbol se puede ir de la risa al llanto en menos de dos minutos (pregúntenle al Pep Guardiola), pasar de la heroicidad a la villanía sin solución de continuidad, ya sea para ser recordado por haber marcado seis (¡seis!) goles en un partido de Copa Libertadores o por haberle regalado un gol al Madrid (¡al Madrid!) en una final de Champions League. En ese sentido, este bendito juego sí que parece ser la dinámica de lo impensado. El mismo Panzeri decía también que “…el fútbol es arte de engaño…”. Y vaya que puede llegar a serlo.

No nos referimos al engaño del que hablaba el exdirector de El Gráfico, al dribling endiablado, al “hacer como que entras por un lado y sales por el otro”, que explica (y practicaba con exquisitez) el “Diamante” Uribe. Nos referimos más bien a esa otra acepción de la palabra engaño: a la manipulación interesada, al fraude, a la estafa, sin ser jurídicamente rigurosos.

TAMBIÉN LEE: Prisioneros del TAS, un informe sobre la judicialización del fútbol peruano

Aceptemos algo que, no por obvio, es reconocido conscientemente: el fútbol (organizado) no es solamente el partido que veremos en el estadio o en la televisión, o el que escuchamos por radio en la combi de regreso a casa, testigo de nuestra angustia, vergüenza o, en el mejor de los casos, alegría, esperanza y euforia. Un partido de fútbol, enmarcado en alguna competencia reconocida, es también la preparación previa, el fichaje de último minuto antes de cerrarse el libro de pases, el número de jugadores extranjeros en cancha, la imposibilidad de que tu estrella juegue ese partido porque está suspendido por acumulación de tarjetas amarillas, un estadio vacío y mudo por una pandemia, la salvación del descenso por la falta de prolijidad del contrario, una mordida al rival y el contrato imposible por falta de “documentos en regla”…

Como ocurre en toda actividad humana, el fútbol también necesita reglas de convivencia y competencia. Por ejemplo, ¿qué sería del fútbol si siempre el poderoso gana todo a golpe de chequera? Para salvaguardar la integridad de la competencia, el fútbol organizado se ha dotado de reglas y mecanismos que pretenden dar a todos la mínima esperanza de ganar… Así es el fútbol. Disfrutamos más cuando David le gana a Goliat, gracias, precisamente, a esas reglas.

FAVORECIDOS POR LA MESA

Pero somos una sociedad tan humana como la contradicción (Miguel Ríos dixit), y hacemos gala de una bipolaridad muy patriótica, de una justicia selectiva e interesada. Todos celebramos el reclamo de la Asociación de Fútbol de Chile durante las clasificatorias sudamericanas para el mundial de Rusia 2018, y el posterior fallo del TAS que nos ayudó a clasificar. De igual manera, el hincha aliancista celebró —aún cuando haya sido con gozo culpable— haber salido de la zona de descenso de la Liga 1 del 2020, redimiéndose con el campeonato del año siguiente. Los hinchas ajenos, por el contrario, defendían la sacralidad del resultado obtenido en la cancha, contra las tretas y “leguleyadas” de algún avispado colega nuestro que vio, en las faltas ajenas, el salvavidas para no ahogarse en la deshonra.

No es casualidad que en las últimas temporadas, el descenso y ascenso en nuestro fútbol profesional de Primera División, haya sido decidido por el TAS. Tuvimos ocasión de conversar ampliamente sobre el tema, desde el punto de vista jurídico deportivo, con el buen Martín Esposto, en el canal de YouTube Enfoque Derecho, y coincidíamos en que hay algo más allá de un mero “accidente o descuido dirigencial” detrás de estas situaciones. La propia Federación Peruana de Fútbol se ha visto envuelta en litigios que también han terminado en el TAS, con sendos reveses manifestados en laudos a los que ya se intenta “sacarles la vuelta”, todo muy peruvian, muy criollo, muy chicha.

A todo nivel, en el Perú de nuestros amores, la elusión de la regla es eso: la regla. El camino del orden, que persigue la norma, puede resultarnos tortuoso y tardío. Queremos las cosas “para hoy”, sin importar cómo ese “para hoy” se consiga. No es patrimonio exclusivo de nuestros políticos (de clase o advenedizos), el saltarse los controles, las salvaguardas y las prohibiciones, a punta de testaferro o de soborno puro y duro. El “aceite”, para que los engranajes giren en el sentido deseado por el interés propio, es aceite sagrado y bendecido; mientras que el que usa el otro, para conseguir lo mismo, es aceite sucio y corrompido. En el ámbito futbolístico y, en general, en el deportivo, nos pasa tres cuartos de lo mismo, y creo que no podía ser de otra manera. Operari sequitur esse, reza la máxima aristotélica. El obrar sigue al ser: si me beneficia, es bueno y defendible, si no me beneficia, es absolutamente cuestionable y tramposo.

EL CASO BYRON CASTILLO

El debate acerca de la legitimidad o ilegitimidad del reclamo deportivo, y de la obtención de un beneficio “en mesa”, no es nuevo; pero en los últimos años se nos ha vuelto muy familiar. Últimamente, por ejemplo, nos roba un poco de atención un lío “de secretaría”, como dicen en Chile, que en realidad debería sernos ajeno, pero que nos ha puesto en alerta por la posibilidad de que su resolución involucre a nuestra Selección Absoluta de fútbol masculino de alguna manera, que no se avisora clara, si ese fuera el caso. Como me dijo mi amigo y periodista, Gustavo Peralta: “Fuimos al Mundial así, no tendríamos por qué hacer muecas por eso”, refiriéndose a la posibilidad de que FIFA (y quizá el TAS), modifiquen la tabla final de la Eliminatoria Sudamericana a Qatar 2022.

Creo que no hay que sonrojarse por echar mano de este recuerdo, o denostar al que reclama lo que podría ser un legítimo derecho. Claro, la perversión de eso, sería acostumbrarse tanto a resolver lo deportivo en un escritorio. Que el mismo deporte termine desvirtuándose, que el resultado deportivo siempre sea discutible por togas y birretes. Las reglas de la competencia son también parte del juego; incumplirlas conscientemente, o por sistema, no puede ser premiado. No sería justo, no sería deportivo, aunque defender la deportividad implique actuar fuera de la cancha.

Por supuesto que preferimos, siempre, que prevalezca aquello que se ganó en la cancha; pero eso que se ganó en la cancha puede haber sido mal habido. ¿Las reglas de la competición no son también parte del deporte? ¿Un partido ganado por un equipo que cuenta con jugadores (en cancha) cuya nacionalidad no es la que dicen tener, ha sido ganado en igualdad de condiciones, ha respetado la integridad de la competencia? ¿Un deportista que utiliza sustancias prohibidas para mejorar su rendimiento y ganar debe mantener su victoria lograda en cancha mientras no se le descubra, o es que su victoria es, en sí misma, una estafa también al público seguidor de ese deporte? ¿Qué tiene que decir al respecto, la ética, la razón práctica? Finalmente, en el deporte, como en la vida: ¿existe realmente una forma correcta de actuar, y otra incorrecta?

Nuestro fútbol es también reflejo de nuestra sociedad. Somos muy hábiles, emprendedores, alegres, decididos, luchadores. Podemos ser realmente solidarios ante causas de gran valía; y quizá por eso es que también podemos llegar al repechaje y seguir soñando. Sin embargo, y aunque nos sonroje, también podemos ser egoístas, abusivos, convenidos, irrespetuosos, y un largo etcétera. Nótese que todo eso, lo bueno y lo malo, no son más —ni menos— que vicios y virtudes.

Soy un convencido de que el deporte es un medio de realización personal, y que para muchas personas puede ser también su medio de realización profesional. Y también creo que el fútbol puede ser una gran escuela de virtudes. Una persona muy sabia me dijo una vez que, para conocer mejor a alguien, debía verlo jugar al fútbol, pues allí puedes darte cuenta si es capaz de ser solidario y empujar al equipo, o si, por el contrario, prefiere “chupar bola” y no darte un pase aunque tu posición sea tan buena que te baste soplar el balón para anotar.

Añadiría que, para eso, para que el fútbol sea de verdad una escuela de virtudes, hacen falta buenos profesores. Y no, no se trata de pedirle a Ñol Solano que nos enseñe a todos cómo manejar el tobillo con la precisión que él tenía. Creo que se trata de una labor más cercana que la que podría dar una estrella de fútbol; más importante y más urgente. Decíamos que se trata de virtudes y defectos; de hábitos, en suma. Eso se llama educación. Educación, no instrucción; ni es lo mismo, ni es igual. Esa que te dan tus padres, quizá enseñándote que no reclames al árbitro cuando el balón salió del campo y al último que le tocó fue a ti. Pequeñas cosas que harán la diferencia.

Luego, podemos discutir incansablemente sobre fútbol. Si se equivocó tal o cual, si el cambio debía ser antes o después, si tenemos nivel o no, si el haber llegado al repechaje por segunda vez consecutiva es o no reflejo de nuestro nivel futbolístico, etcétera. Como decía un profesor de filosofía, “el fútbol es un tema inagotable”, y eso es estupendo, porque nos gusta tanto que siempre tendremos de qué hablar. Calificar a una asociación, federación, club, hincha, deportista o aficionado porque apoya o no un “reclamo en mesa”; denostar esos hechos cuando son ajenos, pero justificarlos y defenderlos cuando son propios, no resulta ni coherente, ni leal… Ya ni siquiera con los demás, sino con uno mismo.

TAMBIÉN LEE: Vivir en repechaje, un informe sobre la campaña de Perú

Las reglas que buscan facilitar la competencia deportiva son también parte del deporte. Defenderlas cuando son vulneradas y reclamar tu propio posible derecho es lo mínimo que se puede hacer, para también así salvaguardar el resultado en cancha, porque incluso lo ganado en cancha puede haber sido obtenido de mala manera. No nos rasguemos las vestiduras si eso pasa, y más bien busquemos educar para respetar las reglas. Ser un ciudadano cumplidor de las normas de convivencia es lo mínimo que se nos puede exigir.

Para la bola, pisa el balón, levanta la cabeza y mira bien hacia dónde vas a dar el pase. Nuestra sociedad y nuestro deporte (incluido nuestro fútbol) son reflejo de lo que somos. No pidamos más mientras no aportemos a esa ansiada mejora y profesionalización. Desde donde nos toque, jugando o dejando la garganta en la tribuna. ~

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