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Males del fútbol, males del alma

A raíz del intenso debate sobre religiosidad, propiciado por la reciente visita de Francisco a Latinoamérica, Sudor rescata del archivo un artículo de David Barba sobre los “pecados capitales” del fútbol –un entramado cada vez más mediático y menos deportivo–, que han convertido al deporte rey en una religión depauperada y sin rumbo. En esta pretendida iglesia de pasión tribunera, los feligreses ya no cuentan, los futbolistas se han convertido en objetos de consumo, y muchos de los clubes, en multinacionales apátridas. Si no hay salvación para el fútbol, ¿habrá salvación en el fútbol?

Dicen que el fútbol es la religión contemporánea, con un poder laico –O Rei Pelé–, un D10s autocrucificado –Maradona–, un espíritu santo –la FIFA–, profetas agoreros –árbitros, jueces de línea– y, por supuesto, unos hinchas que se comportan como devotos feligreses. También existe una nutrida literatura de análisis (Juan Villoro, Manuel Vázquez Montalbán, Nick Hornby, Christian Bromberger y un largo etcétera) sobre las pasiones de un deporte que ha sustituido la liturgia del fair play por el culto a Mammón, el dios bíblico del dinero.

Y es que los textos sagrados del fútbol son cada vez más abundantes y parecen transmitir un mismo mensaje de fondo contra la reinante herejía mercantil: “No podéis servir a Dios y a Mammón” (Mateo, 6:24). De una u otra manera, los autores citados se han acercado a los males básicos del mundo del balón con una actitud crítica y, a grandes rasgos, describen los principales pecados de un entramado cada vez más mediático, empresarial y menos deportivo. Desde la inocencia antropológica del que bosteza ante el marcador, las líneas que siguen pretenden describir esos pecados capitales que hacen del deporte rey una religión depauperada que perdió el rumbo, entendiendo aquí la cita de Mateo como la incompatibilidad entre el espíritu del juego –la esencia del fútbol sería el fair play– y el oscurecimiento esencial derivado de un espectáculo mediático globalizado, desalmado y mercenario.

En la tradición del estudio de las pasiones humanas que abarca desde Evagrio Póntico hasta el Dr. Claudio Naranjo (de quien es profundamente deudor este artículo)[1], se entiende que el concepto de pecado (etimológicamente, distancia de error entre la flecha y el blanco), tal como lo acepta la cristiandad, no es sino una distorsión maniquea del sentido original del término pasión, que en origen significa sufrir. Sufre aquel que se sienta en la grada a seguir a su equipo; sufre también, aunque ni siquiera se aperciba de ello, el que pudiendo seguir la senda del oráculo de Apolo (“conócete a ti mismo”) se entrega a actividades llamadas a oscurecernos o distraernos de esa mirada interior esencial que nos despierta. En este sentido, el fútbol ha devenido, más que nunca, un pasatiempo. Dice el Dr. Naranjo que los males del mundo no son sino el reflejo ampliado de los males del alma; como es arriba, es abajo[2].

También, me parece, los males del fútbol son un reflejo de las pasiones personales, hasta el punto que, como escribe Juan Villoro en Dios es redondo, “en el fútbol se produce una concentración de lacras de la sociedad”. La primera y más extendida no es otra que el mamoneo.

El fanatismo por el fútbol ha estado fuertemente emparentado con la fe católica en los países latinoamericanos, llegando, incluso, a constituir una nueva forma de creencia popular. MIGUEL SCHINCARIOL/AFP/GETTY IMAGES

Vanitas vanitatis”: fútbol mercantil y culto a Mammón

En tiempos del rey Pelé, el fútbol era un espectáculo casi artesanal, la telegenia brillaba por su ausencia y las canchas andaban escasas de millonarios en calzón corto. A pesar de sus 1.300 goles, el mismísimo Arantes do Nascimento fracasó en muchos negocios y apenas logró hacer de su nombre una garantía publicitaria, como se da por descontado en ídolos contemporáneos como lo fuera el glamoroso David Beckham, el más rico según Forbes [NdE, actualización: Cristiano Ronaldo fue el futbolista con más ingresos en 2017: 93 millones de dólares entre su salario y sus ingresos por endosos comerciales.]

Pelé llegó al final de su carrera en 1977, justo antes del boom del “fútbol-marketing”, los fichajes estelares y los derechos de retransmisión millonarios. Pocos años antes, el agente español Pepe Gordo acabó con su incipiente fortuna a través de una serie de inversiones arriesgadas. En vez de denunciarlo, Pelé lo nombró padrino de su primera boda.[3] Víctima del fraude, O Rei no perdía ocasión de denunciar los males de la corrupción en Brasil, se permitió el lujo de negarse a anunciar cigarrillos y alcohol, reivindicó a los meninos da rua y ofreció su amable rostro a la ONU como embajador de buena voluntad en muchas causas justas. Con ello, se ganó una noble fama. Hoy, después de anunciar Viagra (y de insistir públicamente en que no la necesita), Pelé se ha convertido en el rostro de Nomis, una marca suiza de calzado deportivo; entre sus negocios, existe una cadena de cafeterías de la marca Pelé en Brasil, una posible película biográfica e incluso planes para un videojuego. Todo ello, sometido a las dudas que para el mercado genera el poder de convicción publicitaria del viejo as. “En pocas palabras, ¿querrá un niño de nueve años de España comprar zapatos de fútbol de Pelé o de Lionel Messi?[4]

El propio Messi es el jugador mejor pagado por un club. Aunque en sus inicios no lucía los calzoncillos Armani de Beckham [NdE, actualización: a partir del 2016 empezó a vestir de forma pública prendas del diseñador italiano], el argentino logró disparar las ventas de la línea masculina de la firma de lencería Lody. Un futbolista exitoso debe ser muy consciente de su papel como marca. El diseñador Giorgio Armani asegura que “los futbolistas son los nuevos líderes del estilo. A diferencia de las estrellas del cine o de la música, ellos combinan disciplina mental y física, lo que los convierte en auténticos héroes”. Pero, como modelos sociales, estos héroes del fútbol más bien destacan por sus gustos caros, su escasa formación cultural y su débil compromiso con la justicia social, así se presten a participar en campañas contra la droga o el hambre que parecen diseñadas para cultivar una imagen pública más amable. Son el culmen de la personalidad mercantil. Y también de las relaciones personales mercantilizadas. Máxime, cuando la mayoría de los astros del balón siguen a pies juntillas el modelo de reproducción que los biólogos conocen como “apareamiento concordante”: si usted se apellida March o Koplowitz, tiene bastantes posibilidades de acabar desposado con un Gómez-Acebo o un Valls-Taberner; si se llama David Beckham, no será raro que lleve al altar a una Spice Girl: el mundo de los ricos está organizado de manera que sólo se encuentren con otros ricos.[5]

Conscientes de su “capital corporal”, los futbolistas se han tornado una pieza clave para nuestra cultura de la avidez y la insatisfacción, que produce sujetos deseantes (consumidores) a la vez que promueve la creación de ídolos deseados (consumidos). De paso, la glorificación del futbolista como modelo social significa el ensalzamiento de un mundo intolerante con la fragilidad, pero revestido de un eros filogay tanto en la estética de los jugadores como en la ética homoparental del vestuario; el fútbol es un mundo sexualmente homófobo –como prueban las casi inexistentes salidas del armario–, pero a la vez cultiva una estética marica. Toda una pirueta cognitiva donde lo que más importa, en todos los sentidos, es la imagen: vanitas vanitatis.

En resumidas cuentas, el fútbol y los futbolistas se han convertido a sí mismos en objeto de consumo. O, más bien, en experiencia de consumo. En nuestra sociedad de mercado, “nada proporciona un gran placer –sostiene José Antonio Marina–, y la única solución es encadenar múltiples y veloces placeres”.[6] El negocio del fútbol lo logra como ninguna otra cosa. Añade el filósofo que la nueva economía se caracteriza no por ofrecer objetos, sino experiencias sometidas al régimen veloz del capricho, pues “el mercado no puede detenerse y necesita el combustible de la insatisfacción para funcionar”, hasta el punto de que la agencia de tendencias Trendwatching ha acuñado el neologismo transumer para definir a “aquellos consumidores que no buscan la posesión, sino la experiencia”.[7] No podría hacerse una descripción más exacta de un hincha de hoy en día y de su refinado mamoneo.

La elección de Jorge Bergoglio como el Papa Francisco I, en marzo del 2013, dio pie a una serie de referencias futbolística, que vinculaban a Lionel Messi a un origen divino. JUAN MABROMATA/AFP/GETTY IMAGES

La idiocia del fútbol: gregarismo, anomia y desapego

Por si alguien supone que la experiencia del consumo es, después de todo, una experiencia libre y no gregaria, habrá que recordar que las marcas se han vuelto expertas en la gestación de estrategias para “fidelizar”. Y, para fieles, nada mejor que los hinchas: Manuel Vázquez Montalbán opinaba que los estrategas de las marcas deportivas “se las ingenian para renovar cada año sus diseños y sus insignias para que los forofos tengan que cambiar de vestuario fetiche cada temporada”; los jugadores “ya no fichan sólo por un club y por lo tanto por una afición, sino también por una marca deportiva”. Tanto es así, que “el día en que a una de estas poderosas multinacionales se le ocurra poner su distintivo en la bragueta de los calzones, ya verán como los jugadores no se protegerán las partes con las manos en el momento de ponerse de barrera ante un tiro directo.[8]

La globalización ha convertido a los antaño venerados canteranos en sinónimo de clubes pobres. ¿A quién admirar hoy?, ¿a un legionario extranjero en calzones –por usar la terminología empleada por Montalbán– que cambia de club a golpe de talonario? Con una pobreza identitaria cada vez más acusada, ser hincha hoy se ha convertido en una forma gregaria de disolución, una experiencia de oscurecimiento óntico que ni siquiera provee ya de raíces. El fútbol de mi infancia permitía la identidad, pero en el tiempo de los imitadores de los Harlem Globe Trotters[9], la identidad a través del fútbol se convierte en un chiste de mal gusto sobre los daños colaterales de la globalización.

Desde la década de los ochenta –y especialmente en los noventa– el fútbol mundial se ha rendido a la Ley Bosman. La homogeneización es abrumadora, tanto en el juego como en la calle: ya es frecuente ver a un bagdadí con la camiseta de Lionel Messi, o a un camerunés con la de Cristiano Ronaldo [NdE, actualización: originalmente se citaba a Raúl y Ronaldinho]. En la época de la identidad líquida, vale identificarse con cualquier cosa, pertenezca a tu mundo cognitivo o te sea completamente ajena. Así las cosas, los feligreses ya no cuentan en esta iglesia: “La llenan, pero el poder condicionante del dinero pasa por las exclusivas de televisión y la publicidad”. Los empresarios que dirigen los clubes contratan jugadores “para satisfacer el afán consumista de las masas, y los entrenadores diseñan estrategias y piden jugadores que se adecuen al esquema previo”[10], mientras los hinchas no varían un ápice la pasión por los colores: un reptil jamás varía el camino aprendido entre dos puntos, así haya una ruta más fácil; un hincha nunca abandona a su equipo, así se haya convertido en una multinacional apátrida.

Para colmo, la anomia galopa detrás del hincha: cuando un espectador es de un equipo, ese ser puede llegar a convertirse en la máxima expresión del ser que muchas personas van a experimentar en sus vidas. Naturalmente, cada uno es libre de hacer con su tiempo lo que quiera. Pero el tiempo libre fue considerado por la tradición como un tiempo dedicado a la realización personal y a la dicha de entregarse a los otros. Lo contrario consistía en ser un idiota, al menos en el sentido griego: idiotes era aquel que no se ocupaba de los asuntos públicos, sino únicamente de sus intereses privados.

El fútbol identitario: falso amor y dependencia

Hablemos ahora de los modos estereotipados de expresión amorosa hacia los colores del club y de la dependencia de este estímulo que cronifica el infantilismo del hincha. De la tradición clásica que divide en tres las formas de amar –eros, ágape y filia–, quizá debiéramos comenzar por descartar el eros: no hay una erótica del fútbol, por mucho que algún trasnochado celebre las victorias de su equipo intentando despertar su vida conyugal del rigor mortis. La orientación natural hacia el placer que define al amor erótico o instintivo bien podría tener que ver con la práctica nuda del fútbol, jamás con su expectación pasiva en la grada o la tele. En El fútbol a sol y sombra, Eduardo Galeano asegura que “el gol es el orgasmo del fútbol”. Pero, “como el orgasmo, el gol es cada vez menos frecuente en la vida moderna”. “El gol, aunque sea un golecito, resulta siempre un goooooooooooool en la garganta de los relatores de radio” –¿tendrá algo que ver esta tendencia a la exageración, sospecho, con los desplazamientos masivos de prostitutas en cada mundial?–.

Descartemos también el amor ágape: la dimensión del amor maternal y emocional, basada en la ternura, la compasión y la receptividad, es incompatible con la industria del fútbol. Por supuesto, a veces pueden darse formas sucedáneas de ágape: Nick Hornby describe en el apasionado Fiebre en las gradas la relación tierna y edípica que mantiene desde niño con el Arsenal. Su equipo actúa como una gran madre en cuyo regazo superará el divorcio de sus padres, rechazará invitaciones a bodas de sus amigos para acudir a un partido o asimilará su primer fracaso amoroso a la pérdida de un fichaje estelar.

El antropólogo Christian Bromberger ha descrito felizmente el amplio catálogo –a su entender– de emociones y reacciones que genera el desarrollo aleatorio de un partido. Al menos, reconoce que estas convenciones dejan “poco espacio a la explosión errática de los afectos: aplausos para marcar la satisfacción, silbidos para manifestar la desaprobación, abrazos y saltos para demostrar la alegría después del gol, corte de manga [NdE: gesto procaz] para señalar el júbilo que genera un revés del adversario, una ‘ola’ para expresar el entusiasmo colectivo, las manos encima de la cabeza para expresar desilusión (…)”.[11]

La dimensión ritual del fútbol suele expresarse a menudo entre sus hinchas. Un ejemplo de eso es este partidario del Benfica durante un partido de la Europa League. PATRICIA DE MELO MOREIRA/AFP /GETTY IMAGES

Más allá de sucedáneos pasionales, resta concluir que el fútbol es una forma de amor admirativo o filia, supeditado a valores como la amistad, las ideologías, el respeto o la devoción espiritual. Este amor en consonancia con los valores paternos a veces experimenta una hiperinflación, característica fundamental del sistema patriarcal en que vivimos, que conduce a una aceptación acrítica de una autoridad tóxica o vengativa, y de un paternalismo castrador a todos los niveles, desde el policía psíquico interior o superego, hasta el pater familias represivo, pasando por todas las formas de autoritarismo político.[12] Esta filia inflacionada en el fútbol lo convierte en un espectáculo alérgico a la neutralidad: si no estás con mi equipo, estás contra mí.

El amor a la patria y las actitudes tribales también encuentran su raíz en la hiperinflación de filia. Demasiado a menudo, la política y el deporte confluyen para crear escenarios delirantes donde –a pesar de la citada política mercenaria de los clubes– el fútbol actúa como un sucedáneo de la guerra y de la defensa del honor nacional. En El mundo en un balón, una aproximación a la globalización a través del fútbol, Franklin Foer se confiesa seducido por la importante carga ideológica del Barça y su orientación liberal burguesa con tintes progresistas: “Europa tiene demasiados clubes con atroces pasados fascistas latentes en un presente xenófobo”. Ciertamente, “el museo del Barça contiene cuadros de Dalí y Miró”. Además, “de todos los clubes del planeta, el Barça es el único que no exhibe publicidad en su camiseta”.[13] Quienes sean inmunes a su encanto recordarán que el Barça ha sido uno de los arietes del tsunami especulativo que ha sacudido el urbanismo de Barcelona desde los años de la fiebre olímpica. Los inefables José Luis Núñez y Joan Gaspart ejercieron desde el club una suerte de presidencia paralela de Cataluña. El primero, acusado de soborno, vendió pisos tirados de precio a inspectores de Hacienda. El segundo descapitalizó el club después de una gestión ruinosa. Joan Laporta, acérrimo nacionalista que llegó al club con la promesa de acabar con las viejas prácticas, al menos no es constructor, pero demostró su nepotismo al catapultar a la directiva a su cuñado, el ultra Alejandro Echevarría, que finalmente tuvo que dimitir cuando se descubrió que era miembro de la Fundación Francisco Franco. Embarcado en la promoción de referendos de independencia que proliferan en Cataluña, Laporta considera que el arresto por corrupción de sus conmilitones Macià Alavedra y Lluís Prenafeta es “humillante” para Cataluña. Al fin y al cabo, les debe el favor, pues llegó a la presidencia del club en “una operación de carácter político-nacionalista, L’Elefant Blau, diseñada desde los despachos de la Generalitat gobernada entonces por CiU”.[14]

Mientras los directivos de clubes se dedican a hacer carrera a la amorosa sombra de los colores del club, “que nadie se extrañe si Armani o Adidas o Soros o el presidente del Bundesbank forman directamente sus escuadras y crean una superliga prescindiendo ya de una vez de aquella viscosa sentimentalidad que nos hizo amar a nuestro equipo como si fuera una patria”.[15] Montalbán escribió que no quería ni imaginar qué sucedería en el Barça cuando se retirara Guardiola, último bastión del canteranismo. Una de las jugadas más inteligentes de Laporta fue reinventarlo como gurú o psicoterapeuta de jugadores. Ágil propagandista de su afición lectora en un medio hostil, Guardiola permitió al Barça reeditar el epatante modelo de reciclaje intelectual de viejas glorias que ya cuajó en el Madrid con Jorge Valdano, no se diga que los futbolistas no leen.

Con el coacher Guardiola, la reedición cutre de la Guerra Civil baja en calorías a través de la rivalidad Real Madrid–Barça parece decantar la historia, de una vez por todas, a favor del “no pasarán”. En la primavera del 2010, el equipo merengue atravesaba horas bajas y no había dinero florentino que llenara el hueco dejado a la muerte del santo patrón del club: el general Francisco Franco, un fanático del equipo que hizo de sus triunfos una cuestión de Estado, y de sus rivales –especialmente del Barça– un objetivo a abatir. Como si no le bastara con sojuzgar y expoliar el país[16], Franco también sentía una extraña pasión por jugar a la quiniela –en la que por lo visto llegó a ganar cerca de tres mil pesetas.

Hooligans”: represión, autoritarismo y violencia

Platón consideraba que los tiranos eran individuos pulsionales, carcomidos por sus pasiones. Y algo ciertamente pulsional atufa en ciertos dictadorzuelos del mundo del balón como el finado Gil y Gil o como el coleante Berlusconi –pues es Don Silvio un Jesús Gil prosperado–. En ellos hallamos un modelo equiparable de presidente de club, caracterizado por el amor al dinero, crecido a la sombra de una corrupción galopante e inquietantemente bien relacionado con las cloacas del poder.

Un ejemplo extremo de la prosperidad que las actitudes mafiosas logran a veces en el fútbol es el culto al célebre criminal de guerra serbio Zeljko Raznatovic, alias Arkan, glorificado en Serbia, especialmente por los hinchas del Obilic, equipo que bajo su presidencia ganó el título de liga gracias a una política de constantes amenazas, agresiones e intimidación a jugadores rivales. El hooliganismo extremo de los Tigres de Arkan, que en los buenos tiempos del gánster no sólo constituyeron un grupo ultra, sino también carne para las filas paramilitares y una bien organizada red de control del mercado negro, es sólo el resultado de una política estatal –la del presidente Slobodan Milosevic– que toleró, incitó y se aprovechó de la violencia en el fútbol.

Tradicionalmente, existía la percepción de que la violencia hooligan del día del partido era tolerable como un mal menor que canalizaba las iras contenidas por la olla a presión social. Esta percepción comenzó a cambiar especialmente después de la tragedia del estadio de Heysel, en 1985, donde 39 aficionados murieron y 600 resultaron heridos cuando un numeroso grupo de hooligans del Liverpool se abalanzó sobre los hinchas de la Juventus. En aquel momento, estaban en auge los grupos de hooligans ingleses que, “al amparo del anonimato que proporcionan las masas de aficionados de los estadios de fútbol, aprovechaban para consumir grandes cantidades de alcohol y promover ideas violentas, exhibir símbolos neonazis y realizar actos de vandalismo (…).”[17]

El 29 de mayo de 1985, en medio de la disputa por la Copa de Europa de 84/85 entre Juventus y Liverpool en el estadio Heysel de Bruselas, ocurrió una de las mayores tragedias del fútbol mundial. MAJA MORITZ/BONGARTS/GETTY IMAGES

Con el impulso a la globalización de los años siguientes, la politización violenta de muchos hooligans se ha hecho más evidente. La simbología laica de los ultras, llena de esvásticas, cruces célticas y fascios, mitifica y resacraliza el pasado bajo un deseo común de autoritarismo extremo y de odio al diferente, en un cóctel de aparente violencia gratuita con raíces en una sociedad represiva con la instintividad y las emociones no adecuadas, incapaz de contactar con su eros, sometida a un autoritarismo normativo que se transmite de padres a hijos; y a la vez, incapaz de evitar la venganza antisistema de los caracteres antisociales. De ser cierta la aseveración de Freud –para vivir en civilización, “es inevitable limitar la vida sexual”–, más nos valdría volver a cazar mamuts, si no los hubiéramos extinguido.

Narcisismo, corrupción y actitud “light”

Aún está fresco el espeluznante (y esta vez involuntario) show mediático del “gánster-clown” de la política italiana. Con la cara ensangrentada, el Narciso deshojado se pregunta: “¿por qué me odian tanto?”. No hace mucho, alardeaba de “cojones” ante la prensa, la izquierda y los jueces, al tiempo que preparaba una megaley de inmunidad que le evitara otra vez su biotopo natural: la cárcel. Ahora expresidente del Milán, Il Cavaliere ha sabido utilizar como nadie el fútbol como trampolín político, especialmente gracias a una agresiva política comercial que incluye la omnipresencia de mujeres de bandera en todo aquello que emprende, la facultad de crear espectáculo permanentemente, la compra y silenciamiento de la prensa hostil y el reparto de comisiones. Cuando se lanzó a la política en 1994, creó un partido político a medida de la hinchada, con un nombre copiado de un lema futbolístico: “Forza Italia”.

En España, las presidencias de clubes también han sido un reducto de millonarios, concretamente de empresarios del ladrillo. Desde la relativa impunidad que ofrece el puesto, muchos se han dedicado a consolidar entramados de connivencias financieras, urbanísticas y especulativas que han sido el motor de la burbuja económica española de la última década. Acabaríamos antes citando a los pocos que no están bajo sospecha de corrupción: a los ya citados Núñez, Gaspart y Gil y Gil habría que añadir, por méritos propios, a Florentino Pérez y sus antecesores, Ramón Calderón y Lorenzo Sanz, este último detenido en dos ocasiones por sendos delitos de estafa y contrabando.

El periodista Albert Castillón afirma que el dinero del fútbol “es la eterna investigación pendiente de nuestros jueces estrella”. El blanqueo de millones, las cajas B y el desfile de corruptos de todo pelaje han estado a la orden del día en la otrora Liga BBVA y ahora llamada Liga Santander (rebautizada inevitablemente con el nombre de un banco) [NdE: datos actualizados]. “Ningún presidente de ningún equipo de fútbol español cobra oficialmente sueldo alguno por ocupar su cargo. Tienen otros beneficios”. Lo raro es que ningún equipo español figure entre la lista de los más de doscientos partidos amañados por las apuestas en las ligas europeas, en una red que sólo ha salpicado a unos pocos jugadores españoles. “Aquí se roba en silencio y con permiso de la autoridad. Ya se sabe que cuando Jesús Gil murió sólo tenía 854 euros en sus cuentas”.[18]

En América Latina, el dinero del fútbol aún es más oscuro. Brasil, uno de los reinos mundiales de la corrupción, llama cartolas [NdE: forma peyprativa de llamar a los dirigentes] a la multitud de sinvergüenzas que encuentran refugio en las directivas de los clubes. El propio João Havelange, expresidente de la FIFA, fue un cartola que llegó a lo más alto. Otro caso sonado es el de Eurico Miranda, director del Vasco da Gama, que saqueó las cuentas del club para pagar su candidatura a diputado. “Necesitado de dinero, el Vasco comenzó a abarrotar de aficionados el São Januário en los grandes partidos. En el último encuentro del año 2000, la directiva del Vasco dejó entrar a 12.000 espectadores más de lo que permitía el aforo”.[19] Hubo 168 muertos, pero Eurico Miranda se negó a suspender el partido.

En 1994, el nuevo presidente de Brasil, Fernando Henrique Cardoso, nombró a Pelé ministro de Deportes. O Rei trató de meter en vereda a Ricardo Teixeira, presidente de la CBF y cartola entre cartolas, un trepa que hizo carrera al abrigo de su suegro, el todopoderoso Havelange. No es que Pelé hubiera tenido antes una actitud contraria a los poderosos; jamás se opuso a la utilización propagandística que la dictadura brasileña hizo de su imagen, e incluso trabó amistad con Henry Kissinger.[20] Sin embargo, su resolución contra la corrupción en el fútbol fue una agradable sorpresa. Poco después también sorprendió, pero negativamente, su cambio de bando: en febrero de 2001, Teixeira y Pelé celebraron una repentina rueda de prensa para anunciar, entre abrazos de reconciliación, su “pacto para salvar el fútbol brasileño”. O Rei se quedó desnudo.

La Iglesia Maradoniana “La Mano de Dios” fue fundada en 1998 en los suburbios de Rosario. ALEJANDRO PAGNI/AFP/GETTY IMAGES

Una forma de espiritualidad depauperada

Si, visto lo visto, no hay salvación para el fútbol, ¿habrá salvación en el fútbol? Dice el antropólogo Bromberger que este deporte “se diferencia de una religión por el hecho de que no aporta ningún mensaje sobre la salvación”. ¡Craso error! En Fútbol: una religión en busca de un dios, Montalbán lo define como “una nueva religión laica organizada para beneficio de las multinacionales y las televisiones”, con un claro contenido ritual. Así que el fútbol es una religión salvífica al menos para el accionariado. No obstante, Bromberger nos pide que usemos la palabra ritual con mucha cautela.[21] Y tiene razón: el fútbol no es un ritual, como no lo es un mitin político o un concierto de Madonna. Como mucho, podríamos decir que el fútbol es un ritual depauperado.

Para rituales vigorosos, ya tenemos a la Iglesia maradoniana: un culto al dios viviente del fútbol que goza de una creciente afluencia de fieles en Argentina. Maradona tiene el dudoso honor de concitar personalmente muchas de las pasiones o pecados descritos en este artículo: exitismo, millonaritis, drogodependencia, tendencias autoritarias, amistades peligrosas como Castro o Menem, chulería barata, ausencia absoluta de fair play y fraudulencia galopante (recuerden si no “la mano de Dios” del mundial 86). Sin embargo, cae simpático. Y los fieles de la Iglesia maradoniana lo adoran y dicen que vivimos en el año 49 después de Diego. Sus máximos sacerdotes oficiaron los primeros casamientos en un estadio de fútbol. Su Biblia, el libro Yo soy el Diego de la gente, se ha convertido en un best seller biográfico cuya publicación precedió al estreno del programa de televisión Maradona Show.

Algunos de los doce mandamientos de la Iglesia maradoniana rezan sugerencias para la salvación del hincha tan concretas como el noveno –“llevar Diego como segundo nombre y ponérselo a tus hijos”– o el undécimo –“a los que no creen, que la chupen”. Ya saben: en este mundo redondo, quien no se salva es porque no cree en las pelotas de D10s. (“Y si no la quieren creer –reza el duodécimo mandamiento–, ¡que la sigan chupando!”).♦

Licencia de Creative Commons
Este obra está bajo una licencia de Creative Commons Reconocimiento-NoComercial 2.5 España.

[*] Este artículo se publicó originalmente en METROPOLIS, Revista de información y pensamiento urbanos. Núm. 78, 2010, en el especial “Fútbol: la metáfora perfecta de nuestro tiempo”. Algunos datos y referencias fueron actualizados o reemplazados para favorecer una mejor contextualización de la lectura. En ningún caso se alteró el sentido de los argumentos expuestos. El texto original se puede leer aquí: http://lameva.barcelona.cat/bcnmetropolis/arxiu/es/page4da1.html?id=23&ui=375

Notas:

1 El Dr. Naranjo es el creador de la psicología de los eneatipos –desarrollo, compleción y adaptación a la psicología contemporánea del antiguo sistema del eneagrama–, una caracterología holística que describe nueve tipos de personalidad humana basados en las pasiones dominantes del ego.

2 Cf. en Naranjo, C.: El eneagrama de la sociedad. Males del mundo, males del alma. Ediciones La Llave. Vitoria, 2000. Todos los intertítulos de este artículo se basan en la descripción del Dr. Naranjo de nueve enfermedades sociales, asociadas al ego de cada una de las nueve personalidades básicas que describe la psicología de los eneatipos. Estos nueve males sociales son, según la clasificación del Dr. Naranjo: el autoritarismo, el mercantilismo, la inercia del statu quo, la represión, la violencia y la explotación, la dependencia, lo asocial y la anomia, la corrupción y la actitud light, y el falso amor. Para una profundización en el tema se hace necesaria la lectura del volumen citado.

3 Foer, Franklin: El mundo en un balón. Cómo entender la globalización a través del fútbol. Debate. Madrid, 2004. Pág. 110.

4 Futterman, Matthew: “Pelé hace un nuevo intento por triunfar en los negocios”. The Wall Street Journal, WSJ Americas, 22/07/2009. http://online.wsj.com/article/SB124822185820870413.html

5 Cf. en Conniff, Richard: Historia natural de los ricos. Taurus. Madrid, 2002.

6 Marina, José Antonio: Las arquitecturas del deseo. Una investigación sobre los placeres del espíritu. Anagrama. Barcelona, 2007. Pág. 24.

7 Ibíd. Pág. 25.

8 Vázquez Montalbán, Manuel: “Liga de traficantes”, El País, 01/09/1998.

9 Vázquez Montalbán, M.: “Selección holandesa – Harlem Globe Trotters”, El País, 19/09/1998. Citado en http://www.vespito.net/mvm/madbar.html

10 Vázquez Montalbán, M.: “Fútbol: otra droga de diseño”, El País, 28/8/1997. Citado en http://www.vespito.net/mvm/liga9798.html

11 Bromberger, Christian: “El hinchismo como espectáculo total: una puesta en escena codificada y paródica”, en http://www.efdeportes.com/efd36/ident.htm

12 Cf. en Naranjo, C.: Sanar la civilización. Ediciones La Llave. Vitoria, 2009.

13 Foer, F. Pág. 168.

14 http://comunicacion.e-noticies.es/enric-sopena-siente-repugnancia-por-laporta-34901.html

15 Vázquez Montalbán, M.: “Selección holandesa – Harlem Globe Trotters”.

16 Cf. Sánchez Soler, Mariano: Los Franco, S.A. Oberon. Madrid, 2003.

17 Wikipedia: “Tragedia de Heysel”, http://es.wikipedia.org/wiki/Tragedia_de_Heysel

18 Castillón, Albert: “Fútbol y circo”, La Vanguardia, 30/11/2009.

19 Foer, F. Pág. 105-106.

20 Foer, F. Pág. 116-117.

21 Bromberger, Ch.: “Las multitudes deportivas: analogía entre rituales deportivos y religiosos”. En: http://www.efdeportes.com/efd29/ritual.htm

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