Después de varios años la Fórmula 1 recuperó el brillo de sus mejores tiempos. El periodista y escritor Miguel Sánchez Flores plantea que el duelo que protagonizaron en esta temporada Max Verstappen y Lewis Hamilton tuvo los ingredientes de las mejores narrativas literarias. La victoria del neerlandés parece sacada de una novela de suspenso.
Cinco vueltas antes del final todo parecía estar a favor de Lewis Hamilton quien manejaba tranquilo con más de diez segundos de ventaja sobre Max Verstappen. El rumbo de la carrera que se disputaba en el en el circuito de Yas Marina, Emiratos Árabes, parecía presagiar otro final consagratorio para el inglés. Sería su octavo campeonato y de esa manera se convertiría en el piloto con más campeonatos de todos los tiempos por delante de los siete de la leyenda Michael Schumacher.
Sin embargo, esto es Fórmula 1 y Nicolas Latifi de Williams –puesto 17 de 21 y quien nada tenía que ver con el campeonato– perdió el control de su auto y se estrelló con una pared de seguridad. El accidente obligó a todos los corredores a bajar la velocidad detrás del carro de seguridad, limpió la pista de rezagados para Verstappen y puso codo a codo a los dos aspirantes para las últimas vueltas. Quedaban solo cinco y la pregunta era si la pista se liberaría para correr a toda velocidad una o dos vueltas más. El neerlandés no desaprovechó la oportunidad: velozmente entró a pits para cambiar a los neumáticos más rápidos. Mercedes, más conservador, decidió esperar a que el campeonato concluya con el safety car. Felizmente eso no pasó. El trabajo de remoción del Williams fue rápido y concluyó apenas una vuelta antes del final. Había poco margen para el milagro. Y este ocurrió. A pocos segundos del final, en la curva 5, Verstappen pudo superar a Hamilton en una maniobra que quedará fijada para la historia de la F1 y, con ello, logró su primer campeonato mundial. Final soñada para una temporada de infarto que rompió con la aburrida monotonía que deslució a la máxima competencia de automovilismo durante los últimos años.
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Luego de varias temporadas para el bostezo, la F1 volvió este 2021 con la emoción de antaño. A la cita final, en Abu Dhabi, llegaban empatados con 369.5 puntos el multicampeón Lewis Hamilton de Mercedes y Max Versatappen, el joven aspirante de Red Bull que, por fin, pudo saborear el champagne de la victoria. Por sus características, y pese a la tecnología cada vez más imbatible, la temporada de este año más que una carrera de autos pareció hasta los segundos finales una excelente obra de ficción.
LA F1 COMO FICCIÓN
Precisamente por ello siempre me ha gustado la Fórmula 1. Siento que la competencia reúne los mejores elementos de las excelentes narraciones literarias. No solo el diseño de los autos lo vinculan con una pieza perfecta, también el desarrollo multi-cámara de las transmisiones actuales nos permite estar ubicados en distintos puntos de vista como aquel narrador omnisciente de la ficción que todo lo controla y todo lo ve. Además, al igual que en todo buen relato de ficción en la F1 siempre hay un espacio para lo impredecible (y también para la tragedia). Y las carreras, pese a todo y a las enormes ventajas de los motores de algunos equipos, solo se deciden al cruzar la meta como pasó hoy.
Tal como señala la teoría literaria clásica: en un relato de ficción debe existir un inicio prometedor, un conflicto y un desenlace siempre latente (y, a veces, inesperado). Todo eso lo hemos tenido este año en la F1: un arranque retador de Red Bull, un conflicto siempre al límite entre el veterano Hamilton y el joven Verstappen y un desenlace que, luego de 22 carreras, decantó para el de Países Bajos quien, pese a la potencia del motor Mercedes de Hamilton, supo resistir, escabullirse y también volar con los dientes apretados cuando fue necesario.
Pese a los grandes avances e implementos tecnológicos de los últimos años (los motores cada vez más potentes e inalcanzables), en la Fórmula 1 siempre queda algo que no se controla como lo demostró el campeonato de este año. El clima (la lluvia o el calor extremo), una pinchadura, una llanta atascada en pits, un accidente de uno de los coleros e incluso el error humano son factores que, a pesar de la cada vez más infalible tecnología automovilística, mantiene siempre en los espectadores la tensión del resultado incluso hasta milésimas antes de cruzar la bandera a cuadros. En eso también se parece a un buen relato literario, en tanto contiene siempre el aliento por el desenlace.
Como diría Cortázar sobre el cuento clásico, este se configura sobre todo, a partir de la intensidad y la tensión. Y como agregaría Ribeyro en dichos relatos, los personajes siempre deben tomar decisiones que ponen en juego su destino. Algo de eso siempre estuvo presenta en la F1 de este 2021: intensidad, tensión y, evidentemente, también locura de quienes doblan curvas o adelantan a velocidades que superan los 200 kilómetros por hora. Algo de eso, por ejemplo, estuvo presente en aquel choque en el circuito de Monza que terminó con el auto de Verstappen por encima del Mercedes de Hamilton. La escena rozó la tragedia y, nuevamente, la tecnología (el alerón de protección) salvó la vida del multicampeón en una maniobra que sintetizaba bien la pugna por el campeonato mundial.
UN RELATO REPETITIVO
La emoción de este año llega justo cuando pensábamos que aquella emoción latente por el qué-pasará de la F1 no volvería más. Pese a aquella tensión aún perenne, y a todos los intentos por hacerla más competitiva, las últimas temporadas no admitían muchas sorpresas. Los cuatro campeonatos de Sebastian Vettel con un superior Red Bull (2010-2013) y los últimos ocho años de Mercedes (con siete títulos para Hamilton y uno para Nico Rosberg) desanimaban a quienes esperábamos siempre las fechas de los fines semana añorando volver a ver las grandes batallas de Piquet, Senna, Mansell, Prost o Schumacher. Por el contrario, el relato se volvió monótono y predecible. Se convirtió costumbre ver siempre a Hamilton muy por delante de todos, liderando las carreas sin contratiempos. El año pasado, por ejemplo, el piloto inglés campeonó faltando cuatro fechas e incluso su contagio de Covid-19 nunca puso en discusión su liderazgo.
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En los últimos años la competencia se computarizó más que nunca y, pese a los grandes pilotos que aún existen –Vettel, Alonso, Raikkonen, Pérez, Bottas, Leclerc y más–, el resultado parecía pre-digitado desde antes. Más que la pericia del conductor –que aún se necesita– se nos hizo costumbre ver a los autos plateados de Mercedes siempre primeros que todos. De pronto, como en una mala narración, la trama se volvió previsible y los espacios de lo inesperado menos usuales. Precisamente por ello este campeonato de Verstappen sabe a renovación y a festejo. Porque recupera aquella dimensión de la F1 que parecía ya perdida.
Este año ha sido singular también porque, a diferencia de los últimos siete en los que Mercedes rodó sin contrincantes, la escudería Red Bull se le acercó nuevamente en rendimiento. Y por varias carreras resistió, obligando incluso al equipo alemán a cambiar la unidad de potencia antes del GP de Interlagos en Brasil. La decisión que le costó a Hamilton salir último (y terminar segundo), pareció nuevamente decirnos que solo importa la tecnología y desanimó. Todo parecía definirse en la tecnología y no en el manejo. Sin embargo, resistió Max Verstappen, el nuevo campeón de Países Bajos que batalló –no exento de claroscuros, como todo buen personaje literario– hasta el límite como el gran protagonista de este año. El joven piloto de Red Bull parece sintetizar aquella estirpe del campeón, quien incluso con un coche de (apenas) menor rendimiento ha sabido dar pelea y hacer mucho más entretenido el campeonato de Fórmula 1 que languidecía, pero que de pronto este año recuperó su esencia de gran ficción narrativa.