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Una de las grandes virtudes del deporte estadounidense es el alto nivel de cuidado que se destina para que los espectadores vivan la mejor experiencia posible. La periodista Pamela Acosta Rodríguez cuenta en este testimonio cómo el espectáculo con el que se encontró en el Madison Square Garden la convirtió en una seguidora de la NBA.

No soy una persona de deportes, ni de verlos ni de jugarlos. Pero sí soy una persona de espectáculos, por eso cuando vi por primera vez un partido de basquet de la NBA en vivo, simplemente me enamoré. Recuerdo la fecha exacta, 8 de marzo del 2013, durante unas vacaciones en Nueva York. El invierno no terminaba y hacía mucho frío. Nuestro hospedaje estaba justo al frente del Madison Square Garden en donde iban a jugar los New York Knicks contra los Utah Jazz. Jaime, mi novio, es fan de los neoyorkinos, pero las entradas estaban carísimas y nosotros viajábamos con un presupuesto establecido.

Ya estábamos resignados (Jaime, más que yo, a decir verdad); sin embargo, a último minuto encontramos una web de reventa de entradas y conseguimos comprar dos asientos. Pagamos por ellas casi trescientos dólares, la ubicación era malísima, pero eran nuestras.

Si bien las compramos por Internet, había que imprimir los tickets, y ya faltaban pocos minutos para que empezara el partido. Corrimos lo más rápido que pudimos a la sala de computadoras del hotel, nos encontramos con una pareja de argentinos que esperaban hacer lo mismo que nosotros, imprimir sus entradas. Una vez que tuvimos nuestros tickets en la mano, cruzamos la calle como perseguidos por el diablo para no perdernos el inicio del juego.


El Madison Square Garden (MSG) –también conocido como el Palacio de las Tres Mentiras porque no es un jardín, no es un cuadrado y no está en la calle Madison– me impresionó no solo por su tamaño, sino por lo bien ordenado y limpio que estaba. Hasta ese momento, mi única experiencia en un estadio había sido uno en Lima al que había que subir por las escaleras tapándose la nariz para aguantar el olor a orines (no diré su nombre para no ofender a nadie, además ya debe haber mejorado). Sin embargo, el MSG era prácticamente un centro comercial, con tiendas y locales de comida de toda clase, desde hamburguesas hasta sushi. Y sí, tranquilamente podías comprar una cerveza para acompañar tu partido.

La cancha también me impresionó. A pesar de que nuestros asientos estaban bien arriba, se podía ver claramente todo. Además, unas enormes pantallas al medio te proporcionaban los detalles. A nuestro alrededor habían familias enteras con niños, parejas, grupos de amigos, casi todos con las camisetas de sus jugadores favoritos.

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El juego no había empezado aún, pero la gente ya se estaba divirtiendo. Fue en ese momento en que me di cuenta de que estaba a punto de presenciar más que un simple partido de basquet, se trataba de una magnífica puesta en escena diseñada de inicio a fin para mantener al público entretenido. Nada de eso se veía en la televisión. Había que estar ahí, en vivo.

Unos animados conductores nos dieron la bienvenida a los espectadores contándonos que esa iba a ser una Noche Latina, un homenaje que la NBA hace a las comunidades de origen hispano desde el año 2006, por lo que había mucha música en español, salsa principalmente, y las camisetas de los jugadores estaban también traducidas a nuestro idioma. De esa manera The New York Knicks pasaron a llamarse Los Knicks de Nueva York.

Las cámaras de la transmisión previa también jugaban mucho con el público, buscando a los asistentes más emocionados para poncharlos. Todos a nuestro alrededor se levantaban con los brazos en alto, saltando en sus asientos, bailando, algunos con pancartas para hacerse notar, y cuando finalmente una cámara los encontraba, estallaban de felicidad, como haber cumplido un sueño. Las bailarinas con sus
coreografías también distraían a los asistentes y algunos pocos elegidos tenían la oportunidad de hacer una canasta por un premio en dólares.

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Mientras tanto, en la cancha un grupo de muchachos y muchachas lanzaban camisetas a las tribunas. “Jamás llegarán hasta donde estamos”, pensaba yo. Sin embargo, a medida que avanzaba el juego, y en cada una de las pausas, estos mismos muchachos incrementaban el poder de sus lanzamientos. Ya no usaban sus brazos sino unas pistolas de aire con las que alcanzaban alturas superiores ¿Sería suficiente para llegar hasta la cazuela en la que nos encontrábamos? Pues no, por eso en el último cuarto se aparecieron con un pequeño tanque y una bazuca con la que lanzaron las camisetas hasta lo más alto y así nadie se quedó fuera de la diversión.


El partido fue un show aparte. La rapidez del juego, los movimientos de los jugadores, la manera vertiginosa en la que el marcador podía cambiar de un momento a otro. No había forma de quitar la mirada de la cancha porque en cualquier momento podía pasar algo interesante. Los saltos en la zona pintada, los triples, los libres, el reloj con los 24 segundos acabándose, la pelota en el aire a punto de entrar y la bocina anunciando que todo terminó. Esa noche los Knicks ganaron 113 a 84 a los Jazz, y todos salieron felices hacia la tienda oficial del equipo a renovar su parafernalia deportiva. Yo también.

UNA NUEVA SEGUIDORA

Decir que desde entonces soy una fiel amante del basquet sería una mentira tan grande como la del MSG, pero ahora los partidos me son menos indiferentes que antes. Si los encuentro en mi zapping por canales deportivos, me quedo a verlos, sobre todo si juegan los Knicks, los Clippers o los Warriors, equipos que se han vuelto algo así como mis favoritos. Ya me sé los nombres de algunos jugadores y sus trayectorias, como James Harden, Trae Young, Stephen Curry, Boban Marjanovic, LeBron James y Giannis Antetokounmpo, y cada vez que tenemos la oportunidad de viajar a Estados Unidos con Jaime, procuramos ver un partido de la NBA.

Hace unos años tuvimos la oportunidad de ver a los Clippers contra los San Antonio Spurs en el ex Staples Center, hoy Crypto Arena en Los Ángeles; y a inicios de mes estuvimos en San Francisco, en el Chase Center, para ver a los Warriors enfrentarse a los Orlando Magic. Ese día Curry pudo haberse convertido en el máximo tripletero de la historia de la NBA, pero si bien el partido acabó con un triunfo de los Warriors con un marcador de 126 a 95, al chef todavía le faltaba una veintena de tiros más para romper la marca de Ray Allen, cosa que hizo días después frente a los Knicks en Nueva York.

No obstante, considero que hay una lección aquí de la que otros deportes podrían sacar provecho, porque al menos en mi caso la experiencia de verlo en vivo, junto a una organización de calidad, una infraestructura atractiva y segura, así como un entorno familiar favorable a lo deportivo, han hecho que el basquet tenga un lugar especial en mi corazón, junto al boxeo, pero esa es otra historia. ~

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