Chile, Perú y Argentina jugarán la última fecha de las eliminatorias, codeándose, atorados en una puerta. Lo indica la realidad, y la historia. La ficción tiene sus licencias. Como Lusers (2015), película protagonizada por Carlos Alcántara, en el 2015, donde estos tres hijos de la Patria grande que es Latinoamérica unen fuerzas para llegar al Mundial de Brasil 2014. Sugerencia: léala con un pisco al lado. O mejor: un vodka.
Las vidas de un peruano que huye de una mafia que lo quiere asesinar, un chileno cuyo matrimonio parece haber llegado a su fin y un argentino que tiene que manejar un taxi quince horas al día para pagar la pensión de su hijo se entrecruzan en Lusers, un film del género “bro trip”, ambientado en 2014 durante el mundial de Brasil.
Aníbal (Felipe Izquierdo) ha ganado dos entradas para la final del torneo, pero su esposa no lo acompañará ya que ha pensado en pedirle el divorcio. Con un boleto extra disponible, el profesor chileno y el taxista Rolo (Pablo Granados) pactan atravesar Sudamérica para asistir juntos al partido. En su camino hacia Río de Janeiro, se les unirá Edgar (Carlos Alcántara), quien está escapando de un sicario tras ser acusado por un crimen que no cometió. Los tres recorrerán territorios inhóspitos y se encontrarán con estrafalarios personajes (incluyendo unos piratas del Amazonas y una tribu que pareciera sacada de Ace Ventura 2, aquella comedia en la que un caníbal de África hace un peinado con cachos al ‘diablo blanco’ Jim Carrey) hasta que, por fin, llegan al Maracaná para asistir al Argentina-Alemania.
El debut cinematográfico del chileno Ticoy Rodríguez busca proponer que los países sudamericanos, archirrivales entre sí cuando se enfrentan en una cancha de fútbol, pueden en realidad profesarse amor fraternal. A lo largo de Lusers, se hacen constantes referencias al nacionalismo de cada patria: se presentan los infaltables debates sobre el origen y la calidad del pisco, los límites territoriales entre naciones, y la ‘correcta’ pronunciación de coloquialismos (el ‘huevón’ frente al ‘hueon’).
Sin embargo, a pesar de la conflictiva relación entre sus países, Rolo, Edgar y Aníbal concuerdan en que el mejor pisco “es el que se bebe entre amigos” y proclaman “Aguante, Argentina”, “Vamos, Perú” y “Vamos, Chile, mierda”, respectivamente, en uno de los momentos más críticos de su travesía. Hacia el final del film, el taxista argentino y el profesor chileno deciden vender sus entradas y terminan viendo el Argentina-Alemania con su ‘broder’ peruano en un bar cerca del estadio Maracaná. Segundos después, el propio Pablo Granados canta “Una amistad sin fronteras” (“‘Los amigos se cuentan con los dedos de una mano’, me dijo mi padre poco antes de partir”) como música de fondo que acompaña los créditos.
Esta fraternidad entre vecinos, no obstante, es solo aparente. En primer lugar, Aníbal es retratado como un ‘hueon’ bonachón: su mujer, su familia política, sus estudiantes, sus colegas y sus propios compatriotas no lo respetan. En esta disparatada odisea latinoamericana, es quien hace el mayor ridículo cuando los amigos se enfrentan a unos indígenas en un partidito de fútbol que pierden por 7-0, pues tiene que limpiar un inodoro lleno de excremento en un barco pirata en medio del Amazonas, y por accidente le prende fuego a su camisa, (en una escena que recuerda el humor de Mi pobre angelito). Es, por último, el único personaje cuya sexualidad es cuestionada tanto explícita como implícitamente (se pone muy ‘cariñoso’ con sus amigos en una fiesta en medio de la selva y luego ellos se mofan de que le guste Brad Pitt, por ejemplo). Aníbal es acaso el perdedor entre los perdedores.
En contraste, Edgar es representado como un voraz semental que va dejando amantes en cada ciudad, puerto y pueblo que visita, sin importar la raza o la clase social de sus conquistas. Un don Juan metrosexual y posmoderno que busca placer en los brazos de una limeña clasemediera, una pirata brasileña, y una especie de princesa indígena que viste rabo y plumas.
Asimismo, hacia la mitad de la película lo muerde una serpiente venenosa; la única forma de salvarle la vida es succionarle el veneno mediante una fellatio. Ante las dudas de Rolo y Aníbal, una mujer de otra aldea indígena (Claudia Portocarrero) muy dispuesta a sacrificarse por el bien del macho alfa lleva a cabo la curación. Tras volver en sí, Edgar mira a sus dos compañeros de viaje y les dice: “¡Qué susto! Creí que era uno de ustedes”.
Como vemos, Lusers ofrece representaciones contradictorias: por un lado, se basa en la idea de que tres hombres de nacionalidades históricamente enfrentadas pueden volverse íntimos amigos; por otro lado, mientras que se enfatiza la ultramasculinidad del personaje peruano, el chileno es continuamente degradado, lo que nos lleva a cuestionar hasta qué punto estos personajes pueden ser “primos entre pares”.
Pero la película también pone en tela de juicio uno de los más poderosos mitos de nuestro continente: la imagen del macho latino. Ser unos perdedores (y no el hecho de pertenecer a tres naciones distintas unidas por la pasión por el fútbol) es la única forma en que los tres protagonistas están en verdaderas condiciones de igualdad: Edgar es un gigoló desenfrenado, en efecto, pero no es el jefe de la mafia para la que trabaja; por el contrario, es un subordinado de una mujer con gran poder (Gaby Espino). Aníbal tiene problemas matrimoniales, nadie lo respeta en la escuela donde trabaja y, por momentos, se especula sobre su heterosexualidad como ya he mencionado líneas arriba. Finalmente, Rolo es un hombre que se ha separado, no tiene la custodia de su hijo y debe ‘cachuelearse’ como taxista para subsistir.
Como se ve, el carácter perdedor de los tres personajes se halla en el hecho de que no encarnan al típico pater familias de intachable masculinidad y saludable economía. De hecho, en una revelación clave pero estereotípica, Edgar confiesa que la careta del macho insaciable se desvanece cuando llega a casa y se enfrenta a su soledad. Los tres forman, en realidad, un grupo de “lusers” apasionados por el fútbol cuyo vínculo se estrecha mediante canciones románticas de Eros Ramazzotti.
A pesar de su humor fácil y sus estereotipos de etnia, género y nacionalidad, que nadie se sorprenda si en el 2018 nos encontramos con una secuela en nuestras pantallas. En primer lugar, un Lusers 2 tiene sentido por su asegurado éxito comercial: cuarenta mil peruanos asistieron al estreno de Lusers y, quince días después, más de medio millón ya la habían visto. Pero sobre todo porque entre Chile, Perú y Argentina (precisamente las tres selecciones protagonistas de la película de Ticoy Rodríguez), solo dos irán al Mundial de Rusia el próximo año.
¿Se imaginan a Edgar, Aníbal y Rolo bebiendo vodka Smirnoff en su peregrinaje hacia el Estadio Olímpico Luzhniki en Moscú, rodeados por unos hooligans rusos con tatuajes de Lenin y unas despampanantes rubias soviéticas que únicamente saben decir “da” y “Dostoievsky”? Cosas más extrañas hemos visto en nuestros cines.♦