El título conseguido por Alianza Lima el domingo pasado se convirtió en un acto de reivindicación para los hinchas blanquiazules debido al descenso sufrido el año anterior. El escritor Martín Roldán Ruiz transmite el vendaval de emociones que vivieron los barristas del club de La Victoria en una crónica que emociona hasta las lágrimas.
“Amor, hace un año lloraba en tu hombro de tristeza, hoy estoy llorando en la tribuna, pero de Alegría”. Fue el primer mensaje que le mandé a Andrea, mi pareja, apenas pitaron el final del partido que proclamaba campeón a Alianza Lima. Estas lágrimas borraban las que habían caído un año antes, sobre su hombro, exactamente el mismo día, a la misma hora, en el mismo estadio y con el mismo árbitro.
La sensación del momento era que todo había dado vueltas. Parecía que los ciclos se acomodaban y volvían a poner todo en su lugar. Alianza ahora estaba en lo más alto, después de haber estado abajo. Estamos alegres después de haber pasado por la pena.
Aunque no los percibamos, el concepto de la historia se enmarca dentro de una línea de tiempo en la cual se desarrollan un conflicto y al final una redención. Y en esta historia sí que nos hemos redimido. Habíamos empezado mal. Se suponía que íbamos a hacer del 2020 el año que haría olvidar lo perdido el 2018 y 2019. Pero los escándalos extradeportivos comenzaron a llenarnos de titulares periodísticos, mucho antes que empezara el campeonato. Ya el hincha lo sospechaba, pero la dirigencia no, que varias de las contrataciones iban a dar que hablar, pero no por sus goles o su entrega. Creyeron y confiaron, y se les escaparon de las manos.
TAMBIÉN LEE: De la tragedia a la gloria
Parecía chiste al principio, pero la realidad nos dio una cachetada cuando Alianza Universidad de Huánuco nos volteó el partido en la primera fecha o cuando ganamos con un penal al modesto Atlético Grau. Las alarmas nos pusieron alertas cuando perdimos el Clásico y se fue Pablo Bengoechea. Aún me resuenan sus palabras de despedida: “Alianza necesita otro entrenador, que llegue con otro discurso porque el mío ya no se escucha”. Y en vez de otro entrenador, llegó el coronavirus.
A mí y un grupo de hinchas nos agarró en Buenos Aires justo para el partido de Copa Libertadores contra Racing. Primero nos cerraron el estadio, porque se jugó sin público, y luego la frontera. Entonces la incertidumbre de volver a ver a la familia, a los amigos, se convirtió en una necesidad. Y volver a la tribuna y alentar a Alianza, un albur que no tenía ninguna posibilidad de convertirse en realidad a corto plazo.
Aunque la reanudación del campeonato en agosto del 2020 nos brindó una alegría de ver al equipo en la cancha, ya que no podíamos asistir a las tribunas, cada fecha se convirtió en una tortura por los malos resultados. Acompañado de los miedos por el virus que nos acechaba afuera.
Cada día nos enterábamos de algún amigo o familiar contagiado, sin saber si le iba a afectar moderadamente o si iba a entrar en UCI. Esa sigla que tanto miedo nos daba, junto a los miedos que se iban sumando, con cada punto que perdíamos entre empates y derrotas.
Pandemia y falta de actitud llevaron al equipo a cuidados intensivos, a la espera de alguna vacuna que nunca llegó. Como las clínicas privadas que negaban atención si no contabas con cincuenta mil soles para darte la atención adecuada, aquellos jugadores no sintieron el peso de llevar la camiseta de Alianza Lima. Y no la sudaron como para no descender. Lo diría Leao: “Nos dimos cuenta que la actitud no se negocia”. Es decir, cargaban un paciente Covid al que no le pusieron lo que tenían que ponerle para salvarlo.
TAMBIÉN LEE: La tarde que volvimos a ser felices
El descenso puso a prueba a la hinchada. A pesar de la resolución del TAS, estábamos preparados para jugar la Segunda. Llegaron los que tenían que llegar. Los que sabían el significado de la camiseta y a donde debían llevarla. Volver a primera o pelear el campeonato. Y nadie daba un medio por ellos. Los periodistas hablaban de un plantel que aspiraba a quedar en media tabla. Se equivocaron.
Entonces se formó un equipo. Se olvidaron los nombrecitos, las estrellitas. A Farfán lo acusaron de llegar con esa famita. Pero no. Dijo que llegaba para pelear el campeonato y se integró como un obrero más. Y a pesar de la eliminación de la Copa Bicentenario por un equipo de Segunda, que nos volvió a encender los miedos de un año atrás, se aprendió y se supo avanzar de a pocos y volvimos a creer que sí podíamos. Que mañana, cuando amaneciera, olvidaríamos esa noche oscura del 2020 cuando descendimos a los infiernos para resucitar al tercer día.
Yo sentí que podíamos llegar cuando ganamos el Clásico con un jugador menos, con gol de un canterano y en el último minuto. Un gol de puro huevos. Desde el gran pase de Moyano, la proyección en cara al arco de Mora, el centro que le mandó a Barco, su cabezazo para que rebote en el travesaño, y la actitud del mismo Moyano que vino desde atrás para aventarse de cabeza en busca de esa bola que había quedado bombeada. Gol y a disfrutar de la vieja costumbre de ganar los Clásicos. Una sonrisa que necesitábamos en medio de la pandemia.
Si bien se formó un equipo, con la mano del profesor Bustos, para los hinchas ha sido Pablo Miguez la voz de mando que faltaba cuando se necesitaba empujar al equipo. “Con la Cotorra no descendíamos”, he escuchado muchas veces. Pero eso es pasado ya, porque con Miguez hemos campeonado.
Por las dos únicas derrotas en el año contra Cristal, sabíamos que iba a ser difícil porque ellos practicaban el mejor futbol del campeonato. Por eso fuimos al Nacional con esa fe que es parte de la identidad de Alianza. Se sentía raro estar otra vez en un ambiente de tribuna. Desde las colas, la llegada de los hinchas. Una sensación de alegría por volver que hasta agradecías al policía que te recordaba llevar dos mascarillas, el DNI, la entrada o que tu botella de agua no podía ingresar.
TAMBIÉN LEE: Campeones desde el cielo
Los cánticos en Sur matizaban los saludos y abrazos con los tribuneros de siempre, los mismos que hace un año te decían las ganas de estar en las gradas para inyectarles un poco de ánimo a esos jugadores del 2020. Pero no, ahora estábamos en otro año, con otro equipo y de nuevo en una final. No para jugarla sino para ganarla. Un gol bastó. Dos partidos que eran dos tiempos y la garganta que no dejaba de empujar, de reafirmar un idilio que se fortaleció cuando nos vieron abajo y que ahora que estamos arriba, es de hoy y para siempre.
Y si hoy escribo sin voz, pues valió la pena. Fue por aquellos que no llegaron, por los que se llevó el maldito virus. Porque esas lágrimas, abrazados con los hermanos tribuneros que conocí hace muchos campeonatos, han borrado las lágrimas del 2020. ¿Saben por qué? Porque hoy somos campeones. Porque nunca nos habíamos ido. ~
[ILUSTRACIÓN: Lester Salhuana. Síguelo en Twitter @lester_pa y en Instagram @lestersalhuana]
Excelente reseña que me emocionó hasta sentir escalofríos y ganas de llorar, porque ser aliancista de verdad es más que un sentimiento, gracias por el artículo.
Gracias a ti, Miguel, por leernos. Te invitamos a revisar el resto de nuestro contenido. Puedes encontrar más notas sobre Alianza, pero también sobre otros temas y disciplinas. ??????
Grande Martin, Grande Alianza… El sentir y la emoción de la hinchada más grande del Perú en estás líneas
PARA MI QUERÍDO HIJO, DAVID-MARTÍN, QUE DESDE HACE 38 AÑOS NO LO VEO, NI TENGO NOTICIAS DE ÉL. TU PADRE, MARTÍN.