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Esa copa que se mira a lo lejos

El sol pintaba los rostros de sus elegidos. Los retazos oscuros, que dejaba a su glorioso paso, solamente enaltecían a los protagonistas. Entre ellos andaba una criatura del tamaño de un recién nacido, acurrucada en los robustos brazos del ‘Pelusa’. El ‘Cabezón’ solo atinó a besarle en la frente. Los veintidós jugadores formaron una ordenada fila en señal de respeto. Hasta los dirigentes, y casi la totalidad del comando técnico, estaban admirados por el dorado trofeo. El ‘Narigón’, aún caliente por los dos goles en contra, tomaba una prudente distancia de la Copa del Mundo.

Algún osado hincha argentino le había arrebatado a Oscar ‘Cabezón’ Ruggeri la manga derecha de su camiseta albiceleste. El defensa de Argentina, lejos de enfadarse, presenció eufórico cómo las gradas del Azteca, recinto que albergó más cotejos mundialistas en toda la historia, eran la suma de miles de latidos y gritos desesperados motivados por alcanzar la gloria eterna. Esta vez, lejos de su localía. Ya antes los mexicanos habían sido testigos privilegiados de los túneles, sombreros y chanfles de Edson Arantes Do Nascimemto, O Rei Pelé, en México 70. Dieciséis años después volvieron a obtener la sede mundialista con la firme convicción de ganarla. Pero, en el cierre del torneo, el lente fotográfico solo esperaba por Maradona, el Capitán Pelusa en la melodía cantada por la banda de reggae Los Cafres. No estaba llamado a ser un monarca sin corona, los anales vaticinaban la hazaña máxima.

Treinta y dos años después de aquella jornada épica, los recuerdos se vuelven cada vez más valetudinarios, las mismas anécdotas estiradas al límite, escuchadas por los hijos de los hijos de quienes presenciaron a la veintidós coronarse campeón en el terruño de Hugo Sánchez. Ni una milonga gaucha puede edulcorar tal tragedia sureña. Ante este insólito escenario, Diego Armando Maradona pone al conocimiento público su obra México 86. Así ganamos la Copa (Debate, 2016). Desde el saque, entendemos las pretensiones del astro argentino. Que las nuevas generaciones, sobre todo si nacen en tierras borgianas, tomen como referencia sus experiencias para ser empleadas, tal vez por su relevo histórico, el culé Lionel Messi, o sean objeto de estudio e introducidas en el cartapacio de un digno dirigente.

En sus páginas se desmenuzan los primeros roces de grupo que impedían tener una idea global de juego. Era común ver a los argentinos, en la previa a la cita mundialista, empatar o perder la totalidad de sus partidos amistosos. Rivales como Junior de Barranquilla, en una tarde magistral del peruano Julio César Uribe, le dijeron a Maradona que, en dicha ocasión, no sería el dueño del balón. Carlos Salvador Bilardo, médico y estratega albiceleste, era un incomprendido en sus extensas peroratas de tres horas. Nadie concebía su filosofía futbolística.

También se relata el conflicto en torno al cintillo de capitán. El indicado era Daniel ‘Káiser’ Pasarella, considerado por el ranking de la FIFA el tercer mejor defensa central de la historia. Al mismo tiempo, uno de los artífices intelectuales de la primera estrella de la Albiceleste, el único campeón de Argentina 78 dentro del plantel. Tal precepto nunca pesó en las cavilaciones de Bilardo. Para el ‘Narigón’, Maradona era titular y capitán por antonomasia. Al saber su juicio, el ‘Káiser’ sintió desfallecer. Adujo problemas estomacales. Nunca más jugó por Argentina. Al lío interno se sumó el rechazo popular generalizado por los medios periodísticos. Consideraban que, al tener una compleja clasificación contra Perú, eran fijos candidatos al fracaso. Irascibles al trabajo de Bilardo, se añadió el aborrecimiento al popular ‘Pelusa’ por su discreto accionar en España 82.

El eterno ‘10’ argentino dirige sus palabras con la sencillez del potrero. Describe, con mucha fascinación en los detalles, los goles mundialistas en México, como si un steadycam acompañara sus relatos. Aprovecha para realizar varios mea culpa. El primero destinado a los jóvenes, previniéndolos de los peligros del consumo de drogas. Tal vez, cuenta con añoranza, hubiera sido un mejor futbolista y persona. El segundo está dirigido a su pésimo desenvolvimiento como entrenador de Argentina en Sudáfrica 2010. Además, reconoce al extinto presidente de la Asociación de Fútbol Argentino (AFA), Julio Grondona, como el culpable directo del subcampeonato de Italia 90 y de su inoperancia en Estados Unidos 94 cuando le detectaron el doping positivo por efedrina, componente alcaloide empleado para el tratamiento del asma.

En el ‘Pelusa’, el talento debía estar hilvanado con estricto entrenamiento. No era suficiente su exquisita pegada con la zurda. Por ello era sometido al máximo rigor en los gimnasios. Casi al final de sus páginas, exhorta a la ‘Pulga’ Messi a desprenderse del Barcelona y empezar el adiestramiento con miras a Rusia 2018. El llamado estuvo a tiempo, pero al parecer la ‘Pulga’ no atinó al consejo. ©

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