Cada vez son mayores los cuestionamientos al sistema patriarcal que condena a la mujer a una situación de dominio y debilidad. En relación al fútbol –y a la literatura que se ha escrito sobre él–, la realidad no parece muy diferente en el Perú. Tres de las últimas novelas sobre el tema, escritas por Phillip Butters (Muerte súbita, 2006), Ernesto Ferrini (La tristeza de los burros, 2006) y Santiago Roncagliolo (La pena máxima, 2014), limitan el rol femenino o lo estereotipan. Es cierto, se han dado avances, como una mayor presencia en los estadios y una participación más democrática, pero la raíz sigue siendo la misma: el machismo soterrado. En tiempos de #NiUnaMenos y de un vigoroso movimiento feminista, solo cabe una frase: Cherchez la femme.
Julio Ramón Ribeyro utilizó al fútbol como tema central en un cuento que apareció en la cuarta parte de La palabra del mudo hacia 1992: “Atiguibas”. En este relato, el narrador rememora ciertas tardes de su infancia, cuando iba al viejo estadio de la calle José Díaz desde muy temprano para ver los vespertinos partidos amistosos entre cuadros peruanos y rivales internacionales. Como hasta el día de hoy, las tribunas populares se transformaban en un comedor público: los espectadores comían, bebían y fumaban lo que les ofrecían vendedores ambulantes (en ese entonces, se podía consumir desde anticuchos hasta botellas de cerveza, pasando por las tradicionales empanadas y módicos cigarrillos).
Asistían al Estadio Nacional solo espectadores y no espectadoras. Como remarca la voz del narrador acerca de la sociedad peruana a finales de los años treinta e inicios de los cuarenta, “en esa época no iban mujeres al estadio. El fútbol era sólo cosa de machos”.
Ocho décadas más tarde, centenares de mujeres asisten a un espectáculo deportivo en nuestro país cada fin de semana, y el número llega a los miles cuando juega la Selección peruana, tal como lo demuestran los centenares de selfies subidos a Facebook, Twitter e Instagram en cada fecha de las Eliminatorias al mundial.
Sin embargo, es lamentable que esta aparente expansión del rol femenino en el fútbol de nuestra patriarcal sociedad esté relacionado solo a un consumo pasivo y no a otras áreas más activas como la práctica, la escritura literaria y el análisis. Nuestra selección femenina nunca ha clasificado a un Mundial, no ha ganado un partido oficial desde 2006 y cayó hace unos meses 12-0 en un amistoso ante Chile. La ficción futbolística en el Perú sigue siendo un terreno eminentemente masculino.
Ilustres escritoras como Blanca Varela y Giovanna Pollarolo le dedicaron a la pelotita algún texto poético mas nunca un libro completo. En la televisión, en la radio y en los periódicos, la voz que narra, comenta y analiza lo que acontece en una cancha de fútbol es predominantemente la de un hombre.
Centrémonos en el ámbito literario y tomemos como muestra las tres novelas peruanas contemporáneas más comerciales que usan al fútbol como eje principal de sus tramas: Muerte súbita (Phillip Butters, 2006), La tristeza de los burros (Ernesto Ferrini, 2006) y La pena máxima (Santiago Roncagliolo, 2014). Las tres han sido publicadas por editoriales transnacionales de renombre y gran valor comercial (Aguilar, Planeta y Alfaguara, respectivamente); no obstante, ninguna ha sido escrita por una mujer.
Por otra parte, los protagonistas de estas tres novelas son sujetos masculinos. Muerte súbita narra la historia de Rodrigo Soriano y el “Gringo” Sergio (ficcionalizaciones de Norberto Solano y Claudio Pizarro), así como sus ascensos y caídas en un corrupto mundillo futbolero liderado por los dirigentes Arturo “el Gordo” Perales y Paco Sondrio (personificaciones literarias de Alfredo González y Francisco Lombardi).
En La tristeza de los burros, el exfutbolista croata Tomislav Sakic viaja a San Pedro de Casta en busca de cumplir su primera misión como agente de jugadores: convencer al petiso y talentoso Julián Tito de que abandone su pueblo natal para volverse profesional y triunfar en Europa.
Por último, en La pena máxima, el asistente de archivo del Poder Judicial, Félix Chacaltana Saldívar, descubre los espeluznantes horrores que se esconden detrás del Mundial de fútbol en Argentina 1978 mientras investiga el asesinato de su mejor amigo, Joaquín Calvo. Como puede verse, la mujer no tiene un rol protagónico en ninguno de estos ejemplos. La única excepción sería acaso Susana Aranda, amante de Joaquín Calvo y esposa del almirante naval Héctor Carmona, pero, además de ser representada como una damisela desprotegida en busca de un héroe que la defienda y como objeto de deseo de dos hombres en el texto de Roncagliolo (tres si incluimos al propio Chacaltana), este personaje femenino muere hacia la mitad de la novela.
La muerte de un sujeto femenino en La pena máxima nos lleva a un último punto: en estos tres textos, las mujeres son personajes secundarios (o acaso terciarios por su falta de relevancia en la trama) que no escapan a representaciones estereotipadas de su género. En la trama sobre la investigación que conduce Félix Chacaltana, las otras dos mujeres que aparecen furtivamente son la madre y la novia del asistente del archivo. La madre se nos presenta como una viuda sobreprotectora apegada a la religión y que odia el fútbol:
—Fútbol —protestó la madre—. Ayer no había en misa ni un solo hombre. Todos estaban viendo algún partido. Un horror.
—Pero todos están más felices —se alegró Cecilia—. Eso me gusta.
Cecilia, como se ve, tiene una visión más positiva y jovial sobre el balompié; sin embargo, esta perspectiva solo toma en cuenta la felicidad masculina y no su propio goce. No resulta extraño, por ello, que a lo largo de la novela, ella se defina a sí misma a través de su relación con el protagonista: ella no es un personaje independiente y con agencia propia; ella aspira a ser y finalmente es la novia de Félix Chacaltana.
La única mujer con cierta agencia en la corrupta sociedad que retrata Butters es una vedette de la farándula limeña: Mónica Cerruti. No obstante, ella es representada como una bomba sexual que busca seducir a Soriano para obtener beneficios económicos y una vía de ascenso social. Con respecto a este punto, Muerte súbita presenta una mirada ultraconservadora: tanto el jugador de origen humilde que no sabe controlar su fama, así como la mujer que desea ascender socialmente aferrándose a los billetes del pelotero, mueren en un absurdo accidente automovilístico al final de la novela. De esta forma, los personajes de clases bajas que osan intentar escapar de su rango social mueren de forma trágica antes de que sus planes de desmedida ambición puedan dar frutos.
Cerruti, además, es la única mujer que conversa sobre fútbol con un sujeto masculino en la novela, pero no para mostrar sus conocimientos técnicos mediante la exposición de las diferencias entre un 4-3-3 y un 4-2-3-1, sino para hablar sobre la inicua cantidad de dinero que se puede ganar gracias al “negocio” del balón. Las otras mujeres con roles secundarios son presentadas bajo el paradigma del sujeto femenino débil, carente de agencia, que toma decisiones de forma irracional y que necesitan a un hombre para definirse a sí mismas (son siempre las madres, las hermanas, las novias, las esposas de un futbolista).
Finalmente, en La tristeza de los burros, apenas aparecen personajes femeninos. Uno de los primeros es la hermana de Julián Tito, Merceditas, quien es descrita como una mujer andina ignorante (“la muy tonta”, “parece zonza”), supersticiosa y con escasos conocimientos futbolísticos. Se afirma incluso con sorna que es hincha del Unión Minas, “porque los dos vienen del cerro”.
Sakic, por su parte, mantiene una relación a distancia con una española, Inés, a quien apenas conocemos mediante sus conversaciones telefónicas con el exfutbolista y los recuerdos de cuando vivían juntos. Es decir, accedemos a su identidad mediante un hombre a semejanza de lo que sucede en Muerte súbita.
Hacia el final de la novela, conocemos a Susan, una educadísima “dama de compañía” argentina que el protagonista contacta para solucionar la depresión por la que atraviesa Tito durante su primera temporada en el Torino italiano. Susan revela que ése no es su verdadero nombre y que lo ha tomado de una célebre novela peruana: Un mundo para Julius. Al final de su reunión con el exfutbolista croata, le recomienda leer más libros y le aconseja comenzar con Jorge Luis Borges. Luego de que ella abandona el dúplex de Sakic, este se dice a sí mismo: “Qué puta más zorra, que además de puta me sale con consejos culturales… este mundo se ha quedado sin vergüenza”. Susan no volverá a aparecer en el texto, por lo que, ante el lector, su rol queda restringido a establecer un negocio con un hombre para dar placer a otro.
Mientras que en Argentina los relatos de 14 escritoras fueron incluidos en Las dueñas de la pelota. Cuentos de fútbol escritos por mujeres (2014), en el Perú una mano basta y acaso sobra para contar el número de mujeres que ha publicado algún texto de ficción sobre el deporte más popular en todo el mundo. El problema no radica únicamente en la nimia cantidad de narradoras que se han inspirado en el fútbol sino, y sobre todo, en el tratamiento que se da a la mujer incluso en los textos literarios más divulgados comercialmente.
Alguien podría preguntarse: ¿Por qué tanto escándalo?
¿Por qué tanto escándalo que, en las tres novelas peruanas contemporáneas citadas líneas arriba, ninguna mujer sea protagonista? ¿Por qué tanto escándalo por la muerte de una prostituta arribista o un personaje femenino cuyo papel es poner de buen ánimo a los hombres? ¿Por qué tanto escándalo por una joven cuyo interés en el fútbol es ignorado por ser andina? ¿Por qué tanto escándalo por el hecho de que, en estas tres ficciones, todas las mujeres se definan a través de sus relaciones con un sujeto masculino y ninguna tenga una opinión informada acerca del juego?
En este punto, ni siquiera es necesario analizar las maniqueas representaciones de miembros de la comunidad LGBTQ o su flagrante ausencia en estos textos pues, en nuestra burbuja patriarcal, estas se toman casi por descontado. Es justo y necesario hacer tanto ruido como sea posible porque estas imágenes sobre la mujer deberían ser cuestionadas y, sin embargo, son tomadas como algo “normal” en nuestra sociedad. En “Atiguibas”, Ribeyro describió el mundo machista del fútbol peruano en la primera mitad del siglo pasado, pero pareciera que, en realidad, estuviera retratando al Perú en pleno 2017.
Composición de imagen principal: Fernando Cortés