La evidencia terminó imponiéndose: el balón no entró, aunque nos pese, pero la polémica no se detiene. La narrativa del robo sufrida ante Uruguay es mucho más fuerte. El periodista Kike La Hoz, enviado especial a Montevideo, analiza qué se esconde detrás de esta postura y plantea algunas lecciones que debemos sacar del propio equipo de Gareca.
Apenas unos segundos antes de que Miguel Trauco enviara ese centro tramposo, que terminaría generando una de esas polémicas que se vuelven continentales y provocan insomnio e indigestión, ya tenía decidido el enfoque de esta columna. El resultado podía parecer injusto después de noventa minutos, pero tenía claro que quería concentrarme en otro detalle: la coherencia de la propuesta peruana. El nuevo sello de estos tiempos. Dando por hecho que los esfuerzos de boxeador herido no le alcanzarían a Perú para empatar en el Centenario, pensaba en que una vez más, al margen del resultado, Gareca nos confirmaba ser el mejor administrador que hayamos podido importar desde el primer gobierno de Alan García.
“Nos pusieron el partido muy incómodo. Nos costó tener el control”, me diría luego un colega uruguayo en la sala de prensa del estadio Centenario, con el sonido de las bombardas y la música de su celebración al Mundial de fondo. “Cada vez que queríamos atacar se abrían y cerraban como un acordeón. ¡Impresionante!”, me diría otro, aún ronco por los festejos. Con excepción de aquel partido de trámite inusual en el que le ganamos 3-1 a Uruguay en 2004, con Autuori en el banco, no recuerdo otro, en Montevideo, en el que hayamos logrado controlar el juego (o buena parte de él) y, sobre todo, el miedo escénico. Para ganarle a Uruguay hay que ganarle primero al Centenario, y aquí debo decir que los más de dos mil peruanos que asistieron hicieron su parte. Y en la cancha, el equipo jugó con la soltura de los que han hecho su tarea y saben cada pregunta del examen.
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Pero como esto no es una lección escolar, a veces hay descuidos que se pagan caro. El gol de De Arrascaeta nos movió la quijada cuando creíamos que manteniendo el buen ritmo de los golpes ganaríamos, a la larga, por puntos. Por varios momentos, la angustia fue uruguaya (Lapadula, incluso, pudo convertirse en el nuevo La Rosa), pero ya se sabe que en esto del fútbol hace falta más que insinuar. Nos lo puede contar muy bien Ecuador después de visitar Lima. Pocas veces, sin embargo, la derrota no echa al suelo el prestigio de un equipo. Más allá de la diplomacia habitual, fingida o zalamera, una de las cosas que más me llamó la atención de mis días en Montevideo fue el genuino respeto al equipo de Gareca y a esa reivindicación de un estilo rescatado de los archivos. Desde los colegas uruguayos, más pendientes de los sistemas y las estrategias, hasta el conserje del Centenario o el librero de una vieja librería cerca a la Rambla, todos podían presentir lo que iba a ocurrir la noche del jueves: ganarle a esta selección peruana costaría un Perú.
Pero todas estas ideas en mi cabeza se hicieron polvo cuando el arquero uruguayo Sergio Rochet decidió controlar el centro tramposo de Miguel Trauco. Un paso atrás dentro del arco. Dos. Y la tribuna peruana gritó gol más como un reclamo ancestral, que como un acto de felicidad. Lo mismo los periodistas peruanos en el palco de prensa. Las primeras imágenes, acabado el partido, mostraban lo que era evidente: una sola repetición no bastaba para determinar si la pelota había traspasado toda la línea. “No entró toda”, me aseguró un periodista uruguayo encargado de la transmisión televisiva. “Es un robo descarado”, prefería vociferar un comentarista de una radio peruana. La sospecha, por supuesto, había encontrado sustento a raíz de la cuestionable decisión del árbitro brasileño Anderson Daronco de no conceder lo que se concede en otras jugadas polémicas: la revisión de la jugada.
¿Pero acaso la jugada no había sido revisada adecuadamente por los oficiales del VAR? Era más sencillo presumir que no. Que todo estaba orquestado desde la Conmebol o incluso desde las casas de apuestas. Las teorías conspirativas se dispararon en toda Sudamérica (porque la indignación no solo era peruana) con la misma rapidez con la que se multiplicaron los memes de Rochet con los brazos del hombre goma, Rochet con una pelota gigante de Kiko o Rochet metido hasta el fondo del arco con pelota y todo. En la amargura de la derrota, era entendible dejarse llevar por la primera impresión. Creer que ese gol existió, que lo merecíamos. Al menos por unos segundos, y que nos lo robaron. Mientras Uruguay celebraba su clasificación, la hinchada peruana vomitaba toda su ira contra Daronco. “Hijo de puta”, se escuchó en el Centenario volcado ya a la euforia mundialista. La lluvia menuda en Montevideo daba para la última escena de una película desgarradora: hinchas peruanos caminando, a la salida del estadio, con la rabia atragantada. El país ya tenía nuevo enemigo público.
Poco a poco, entre la madrugada de ayer y el amanecer de hoy, las evidencias empezaron a aclarar la polémica. Una toma lateral, mucho mejor ubicada que otra ligeramente inclinada, permitía ver que el balón no ingresó en su totalidad. ¿Faltaba 5%, 10%, 15%? Ejercicio para matemáticos y debate para destapar botellas hasta el infinito. Los audios de los oficiales del VAR y la revisión del mismo video, cuadro por cuadro, confirmaron lo mismo: el robo no era robo, pero la narrativa ya estaba instalada. La portada del diario Líbero tituló “Nos cogotearon”, con una imagen manipulada que estuvo circulando en las redes sociales; la página Son datos no opiniones posteó que los miembros de la terna arbitral brasileña “son unos hijos de puta”; el periodista argentino Jorge Barraza (ex jefe de prensa de la Conmebol) se sumó a la teoría del error premeditado con un video que da la impresión de que el balón ingresa; e incluso Paolo Guerrero exigió la cabeza de los responsables a partir de una captura del gol trucada. A la página Momo Uruguay, uno de esos territorios virtuales en el que la hermandad uruguaya y peruana se ha ido consolidando en los últimos años, no le quedó más remedio que aclarar que Uruguay no tuvo nada que ver con la decisión arbitral.
En el calor del partido, es imposible no dejarnos arrastrar por impresiones. La pasión por el fútbol tiene este componente. Hasta Cueva y Callens se entregaron sin poner muchos reparos. Además, como me dijo un amigo después de ver la repetición más de diez veces, “nos han robado tanto, que uno ya duda”. Pero es responsabilidad de los medios validar los hechos. Confrontar nuestras opiniones con la realidad. Evitar alimentar narrativas alternativas que se instalen como verdades paralelas. Impedir que se tejan teorías conspirativas basadas en la superstición. Algo que no hizo un productor televisivo que aduce que un fotograma no fue revisado, cuando basta ver, por uno mismo, el video entero de los oficiales del VAR, para comprobar que la continuidad del video no se corta nunca. Pero, por supuesto, es mucho más conveniente tomar ciertos elementos de la realidad, presentarlos de manera arbitraria, para así confirmar nuestros peores temores. Nuestros miedos más primitivos.
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No me extraña que a estas horas en el Perú, después de ver toda la evidencia, aún existan algunos abrazados a la teoría del “nos robaron”. Son como el tuitero que escribió “¿Te indigna que el árbitro no haya ido al VAR a confirmar si fue gol? Ya, así nos sentimos nosotros cuando se negaron a ver los planillones y las firmas a pesar de tener legítimas dudas”. Esto, evidentemente, no quiere decir que jamás hayamos sufrido decisiones injustas o que el uso del VAR no merezca ajustes. Lo crucial, en este caso, es recordar que el peso de los hechos debe ser lo que rija siempre el debate público. Solo así se evitará seguir abonando en ese histórico victimismo que ha acompañado al fútbol peruano en las últimas décadas. Si una lección nos viene dejando el largo proceso con Gareca es que debemos sacudirnos de los viejos esquemas que nos estancaron a nivel deportivo y social.
Por supuesto, existen reclamos justos por los que debemos seguir gritando que “nos robaron”. Víctimas de la violencia política y del machismo sistémico a las cuales debemos defender e impedir que se les revictimice. Injusticias perpetradas contra los más débiles para favorecer a los más poderosos, tantas veces impunes. Pero cada vez que en el fútbol o el deporte (espacios no menos importantes) nos toque denunciar que “nos robaron”, lo haremos con la certeza de los hechos y las evidencias. Mientras tanto sigamos la lección de una selección que nos ha enseñado tanto en los últimos años: la lucha nunca se acaba. ~
UNA COSA ES HABLAR Y OTRA MUY DISTINTA EN SUSTENTAR CON MEDIOS PROBATORIOS Y EN EL ARTICULO NO HAY UN SOLO GRAFICO QUE DEMUESTRE LO QUE HABLA Y ESCRIBE…