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El peso de la camiseta

Hay selecciones que imponen respeto con solo mostrar sus colores, como Brasil o Argentina. Eso basta. A Perú le costó años y trabajo darle un significado intangible que ahora los rivales también ven: a esta selección se la respeta en la cancha. Kike La Hoz teoriza sobre lo que vale una camiseta, en un partido que será recordado por el olvido del utilero ecuatoriano y la confirmación del retorno de la 20 peruana. Una camiseta a veces puede hacer la diferencia.

¿Cuánto pesa realmente una camiseta? Un diseñador textil diría que entre 100 y 150 gramos. El operario de una lavandería, un poco más, según cuánto se haya sudado. Pero un consumado tribunero afirmaría, sin que le tiemble un solo músculo de la cara, que eso solo podría determinarse en el momento más crítico de un partido. Un partido crucial, definitorio. Cuando el orden del mundo, predecible y rutinario, apegado al libreto de la lógica, logra hacerse añicos a causa de esa fuerza repentina y demoledora que algunos podrían llamar experiencia; otros, estirpe y los más místicos, aura.

Sin duda, hay camisetas de equipos y selecciones que pesan más que otras. Camisetas con números simbólicos que pueden aplastar a defensas enteras. Camisetas reservadas para unos pocos elegidos. Y camisetas graníticas que solo pueden ser sostenidas por seres sobrenaturales. Y para eso solo basta recordar a Messi con la 10 del Barcelona expuesta al mundo entero como recién sacada del centrifugado. O la verdeamarela de Brasil, aquel delicado mecanismo cromático, tan poderoso como sutil, capaz de resumir en un solo golpe de vista toda una historia victoriosa e infundir terror. Un verdadero terror.

Claro que se puede ganar con el peso de la camiseta. O a veces también con la devoción que se tiene por ella. Y esos dos tópicos, usuales en las portadas deportivas del día siguiente, no dejan de ser certeros por más simplista que parezcan. Siguen siendo capaces de explicar las razones intangibles de un resultado aparentemente sorpresivo. Y me perdonarán lo largo de esta introducción, pero si seguimos creyendo que el fútbol solo se define con cálculos probabilísticos, índices de rendimiento y variables matemáticas, estamos olvidando por completo la esencia falible, caótica y enigmática de los seres humanos. El peso de los simbolismos que entraña el fútbol. Y la dimensión psicológica y espiritual del juego. 

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La selección adquirió otro peso simbólico con Ricardo Gareca. FPF

Eso que hace posible que el utilero de la selección ecuatoriana, Richar Buitrón, con más de veinte años alisando y despachando camisetas, olvide la de Diego Palacios en el camerino y propicie que Perú juegue con un hombre de más por un par de minutos, los necesarios para que Edison Flores, un héroe caído en desgracia en los últimos meses, vuelva a ser el hombre de los goles decisivos y nos recuerde a través de un micrófono periodístico lo bipolares que somos con nuestras querencias. “Ahora sí quieren hablar conmigo, ¿no?”, le dijo a todo el Perú encarnado en un reportero televisivo a la salida del campo del Metropolitano de Barranquilla, y, por si alguno no se enteró, aprovechó el gol ante Ecuador para gritarnos toda su rabia contenida. Así hemos aprendido a querernos. A los gritos. A los reproches. Sino que lo diga Christian Cueva.

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La camiseta de Edison Flores pesa. Qué duda cabe. Esa 20 luminosa que a los más veteranos hace tener breves raptos de nostalgia. Quizá no sea Sotil, es cierto, pero cuando esa 20 se asoma en el área todos sabemos que pueden pasar cosas. Como también sabemos que la camiseta de esta selección peruana pesa más que la de Chemo o la de Markarián, con el perdón de los que se sacrificaron honestamente en esos dos periodos. Y por eso Valera, el llamado a tomar la posta de Guerrero y Lapadula, sabía que la única manera de formar parte de esta selección y de romper ese ajedrez ecuatoriano era pegando duro sobre la mesa. Y dio tres golpes (tres intentos por ganar un balón aparentemente perdido) que despertaron a Advíncula de su apatía y lograron que echara uno de los mejores centros que se le recuerden. Valera entró sabiendo que defiende a una selección que no se da por vencida nunca. Que puede ser superada, muchas veces, pero que jamás renunciará a seguir luchando. Así no quede nada por lo que luchar.

Y ese quizá sea el mayor legado de Gareca después de siete años al frente de la selección: el peso de sus palabras. La capacidad de repetir un discurso cuantas veces sea necesario para convencer a sus discípulos. La persuasión de alguien que supo como futbolista lograr que una camiseta como la argentina pese. La prédica honesta de un hombre de fe. 

Son los detalles los que inclinan la historia, dirán algunos. Los cambios de Gareca en el momento justo, el inoportuno olvido de la camiseta en el vestuario ecuatoriano, el error de Callens empezando el partido o las agallas de Valera para no dar ninguna por perdida. Los detalles hacen la diferencia, es innegable. Pero detrás de esos detalles está el peso de las convicciones, la mística de un país, la decisión de ceder o rebelarse.

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Edison Flores confirmó que aparece en los momentos decisivos. FPF

Si el valor monetario de este equipo tuviera que ponerse en una balanza, es probable que la mayoría de las selecciones sudamericanas nos supere por varias toneladas. El peso de la selección de Gareca, a solo dos fechas del final de la eliminatorias, solo puede calcularse bajo otro sistema de medición: uno que sopese lo colectivo y esa conmovedora capacidad de entregar la vida por lo que el líder y el resto de compañeros defiende. Desde ese punto de vista, el empate ante Ecuador es la confirmación de un rasgo prototípico de una selección a la que no le sobra nada. Batalladora y solidaria. Eso que la sabiduría del hincha curtido de la calle podría resumir con la frase “Este equipo es pura camiseta”.

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Pero, claro, nada está dicho. Toca ir a Montevideo a ver si somos capaces de alcanzar el cuarto cupo directo o si solo estamos preparados para ganarle en casa a Paraguay y alistarnos para el incierto repechaje. ¿Nos podría ir peor? Quién sabe. Pero si somos coherentes con la camiseta que defendemos, seguro alcanzará para estar en Qatar. De todos modos, la cuota de sufrimiento está garantizada. El destino de la selección peruana parece haber sido escrito por Delia Fiallo. Y no ha dejado de ser así ni con Gareca en el banco. Porque si tiempo atrás el melodrama era producto de una ilusión ciega y masoquista, ahora el melodrama se basa en una ilusión validada en los números: la cercanía de una clasificación nos pone sensibles, es natural. Tan peruano. Nacimos para ganar con lo justo. Escondiendo nuestras carencias individuales y estructurales como sociedad bajo un manto de sudor. Como el emolientero que tiene que levantarse a las cuatro de la mañana, como la maestra con dos trabajos para llegar a fin de mes.

Lo dice el evangelio según Gareca: “Somos una selección que puede ganar o perder con cualquiera”. La diferencia tal vez esté en 100 gramos de tela. ~

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En principio, hay una enorme figura, un ídolo, que resalta en la historia del club aliancista y que tuvo ascendencia china: Jorge Koochoi Sarmiento, quien jugó con la blanquiazul los años 1918, 1919, 1927, 1928, 1931, 1932, 1933 y 1934, y que levantó ocho veces la copa nacional, llegando a ser capitán del equipo y un referente dentro y fuera de las canchas.
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