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Crónica del aguante (peruano)

Guerrear, cantar hasta la afonía, putear fuerte y claro. ¿Qué es el aguante para los argentinos? Para el historiador peruano, Jaime Pulgar Vidal fue mantenerse sereno, soportando el racismo y la xenofobia de la barra de Independiente, en un partido ante Alianza Lima, en Matute. Aunque las barras de Boca Juniors y River Plate han prometido en las redes un pacto de no agresión, recordemos qué parte de La Bombonera le tocará a la barra peruana.

Parecía un tipo cualquiera, de alguna barra de fútbol alegre y bullanguera. No parecía diferente a los demás. Talla promedio, cabello oscuro, piel, sí, como todos los seres humanos. Cantaba y hacía cantar al resto. Tal vez en eso destacaba. Parecía el líder de una barra cualquiera en un estadio de noche. En una esquina de una tribuna enrejada, el tipo iba y venía, como león enjaulado.

Las banderas rojas se entremezclaban con colores grises, rubios, castaños, negros y blancos; los cabellos de todos los allí presentes y claro, los míos, que ya ni color tienen porque no existen. En el campo jugaban dos equipos de fútbol, pero el espectáculo lo daba esa barra que sabe lo que es levantar copas. Copas llenas de triunfo y de licor.

El grito de gol dio paso a un momento inolvidable. No fue un gran gol; es más, sé que no fue un gran gol porque me lo contaron y luego lo vi en las noticias. Lo único que alcancé a notar en el estadio fue a una mujer que no superaba los 40 en edad, pero que largamente superaba los 120 en cintura. Obesa, rubia, maquillada en exceso; con un polo rojo y con unos dientes que denotaban su adicción a la nicotina. Su grito de gol fue estentóreo. Su gesto no era de alegría, como bien hubiera podido serlo. Su expresión era de satisfacción. Luego supe que llegando al estadio había anticipado al autor del primer tanto de su equipo y había acertado.

La imagen de la mujer ocupó todo mi campo de visión. Con sus ojos muy abiertos. Con sus brazos recogidos. Con sus puños cerrados. Estaba sentado unos cinco metros detrás de ella y estaba en medio de una humareda que olía a yerba y, sin embargo, la alcancé a ver y desde allí no se ha ido de mi memoria.

ALEJANDRO PAGNI/AFP/GETTY IMAGES

Entre tanto, aquel tipo cualquiera, en una noche cualquiera, se subió a una de las rejas y se sobó la entrepierna, mostrándosela a la barra rival. No hubiera sido necesario que lo hiciera. Todo parecía ir en paz. Pero él debía mostrarle a los suyos que era el líder, el jefe, el de más aguante; más, incluso, que la mujer obesa. Los rivales reaccionaron y le arrojaron de todo. Él soportó estoicamente. La policía llegó y entre cuatro lo bajaron de la malla metálica y lo hicieron a un lado, pero no se lo llevaron. Él, más bien, volteó hacia su público, cual matador que exige oreja y rabo.

La historia bien podría terminar aquí. Mi cuñado y mi sobrino, argentinos ellos, hinchas de Independiente, estaban en el estadio de Matute y solicitaron mi compañía. Allí estaba yo para prevenirlos de cualquier agresión que pudiesen sufrir de parte de la barra local. Pero ellos no parecían preocupados. El preocupado era yo. Nadie en ese pedacito de tribuna había notado mi acento peruano. La bulla, los gritos, la yerba, la obesa, el tipo cualquiera hacían que pasase desapercibido.

Hasta que llegó el final del partido y el triunfo del ‘Rojo’ sobre Alianza Lima. Mientras esperábamos poder salir del estadio, me iban contando que aquel tipo cualquiera era ‘Bebote’, el líder de la barra de Independiente. Me niego a llamarla brava. Delincuencial sería el adjetivo más apropiado. En el estadio hizo su espectáculo acostumbrado. Aquel con el que les dice a los suyos que aún es el macho alfa. Que a nadie se le ocurra desafiarlo. Que es el del aguante.

“El aguante funciona como un sistema de honra y prestigio (Alabarces, 2004; Garriga Zucal, 2005; Moreira, 2005) vinculado indefectiblemente a los enfrentamientos físicos. Los participantes que afrontan el desafío de la lucha corporal demostrando bravura, valentía y coraje son reconocidos y respetados por sus pares como hinchas aguantadores. Así, la hinchada es el colectivo que congrega a los que tienen aguante, a los aguantadores o ‘picantes’. Para estos hinchas, las acciones violentas, lejos de ser rechazadas y penalizadas, son acciones legítimas, deseadas y buscadas que funcionan como signos de reconocimiento y distinción, hacia dentro y fuera del grupo de pertenencia, en la definición de los estatus internos y en relación con las posiciones que ocupan el resto de los espectadores del mismo equipo”.

Mientras no quisiera demostrar su aguante conmigo, todo bien. Pero para salir de Matute a la policía no se le ocurrió nada mejor que hacernos subir a todos a tres buses contratados para trasladar a la barra visitante. Mi cuñado, mi sobrino y yo nos sentamos en los asientos de adelante. Lo más llamativo es que el fondo ya estaba lleno. Ingenuo yo, me dije qué extraños estos tipos que prefieren sentarse junto a las llantas traseras. Mi ingenuidad se acabó con el olor del cigarrillo y la yerba. Los asientos de adelante eran para los viejitos hinchas del ‘Rojo’ y, por lo de viejito, yo casi encajaba a la perfección. Me arrimé hacia la ventana, me pegué lo más que pude a ella para tratar de ver entre las cortinas cerradas. El bus se fue llenando y al lado mío se sentó uno que parecía saberse la historia de cada ‘pibe’ del ‘Rojo’ que había jugado aquel 31 de mayo de 2017 ante Alianza por la Copa Sudamericana.

JUAN MABROMATA/AFP/GETTY IMAGES

Todo el espacio se fue llenando, pero el bus no partía. Mis temores iban en aumento y se confirmaron cuando ‘Bebote’ y la mujer obesa subieron al bus. “No hay asiento para una dama”, gritó ella y el de mi lado, todo un caballero, se levantó de inmediato. Mi cuñado y mi sobrino voltearon a mirar mi expresión. La ventana era muy pequeña. Suerte que estaba pegado a ella porque cuando la dama se sentó, recibí un golpe en mi pierna izquierda. “Disculpe, eh”. No hay problema, le respondí. Y a partir de allí lo único que escuché fue xenofobia.

“Ay, qué feo ser bostero boliviano
Vivir en una villa por ahí
La hermana revolea la cartera
La vieja chupa pijas por ahí.

Bostero, bostero, bostero
Bostero no lo pienses más,
Andate a vivir a Bolivia
Toda tu familia está allá”.

La mujer y algunos otros entonaban el cántico con el que insultan a bolivianos en los estadios argentinos. Claro que para la dama y los otros, el insulto era para los de Boca, los bosteros. Las barras no solo alientan, son discriminadoras, racistas y xenófobas. La alusión a lo sexual también es aquí importante: un verdadero hombre, un macho, según la concepción nativa, es quien “le rompe el culo al rival”.

Por eso los hinchas cantan: “le vamos a romper el culo” o “chúpanos bien la pija”. Puto, entonces, es aquel que es poseído o dominado en esta relación. Elisabeth Badinter (1994) indica que ser hombre pasa por no ser femenino, no ser homosexual, no ser dócil ni sumiso. Para los hinchas ser hombre, un macho, tiene los mismos sentidos. Incluso, puede ser homosexual, pero en la relación debe tener el papel activo, ser el dominador. Para Badinter (1994, p. 165), la identidad masculina se asocia al hecho de poseer, tomar, penetrar, dominar y afirmarse si es necesario por la fuerza. La identidad femenina, al hecho de ser poseída, dócil, pasiva, sumisa.

Así que nuestra dama tiene aguante: no es dócil, pasiva, sumisa pero es femenina. Y mientras ella me pedía que descorriera las cortinas, lo cual hice, empezó a decir que recién se daba cuenta de que aquí en Lima muchos también eran negros.

“Llegando a Constitución
Hay un negro con grabador
Se peina como Gardel
Qué mierda podía ser
Es un hincha de Boca
Que está esperando el último tren”.

Estaba a punto de decirle un par de cosas a la dama aquella, pero mi sobrino, que me conoce, me lanzó una mirada como para que no dijese nada. Hay batallas que es mejor no pelear. Así que tuve que seguir soportando toda su basura xenófoba. Esta vez era contra bolivianos y paraguayos y, claro, también contra los de Boca.

“Son la mitad más uno
Son de Bolivia y Paraguay
Yo siempre me pregunto.
Che, negro sucio si te bañás
Boca qué asco te tengo
Lavate el culo con aguarrás”.

EITAN ABRAMOVICH/AFP/Getty Images

El bus seguía su marcha rumbo a Miraflores. La policía iba a nuestro lado protegiéndonos, tratando de evitar cualquier tipo de agresión. No se daba cuenta que la agresión venía desde adentro. Desde lo más profundo de sus complejos.

“Toda identidad es relacional; necesita de una otredad para definir el ‘nosotros’. Esta definición es posible solo a través de los mecanismos de distinción, de la muestra y exhibición del aguante. Las estrategias de distinción son contextuales y relacionales. Según cada contexto determinado y cada tipo de relación social se utilizan distintos mecanismos de diferenciación. En algunos casos es necesario ‘cagarse a piñas’ y en otros solo es preciso cantar una canción o relatar una pelea”, dice Alabarces.

¿A qué vino toda esta historia de la mujer obesa y ‘Bebote’? A que en La Bombonera los ‘otros’ seremos nosotros, o sea, la Selección peruana.

Y aunque algunos barristas de Boca y de River han dicho que respetarán nuestro himno y no nos insultarán, todo es posible. Líneas atrás dije que hay batallas que es mejor no pelear. Mejor nos vemos en la cancha. Solo espero que este ejercicio de periodismo psicoanalítico logré borrar de mi mente a aquella figura porque no hay mal que dure cien años ni cuerpo que lo aguante.♦

Referencias bibliográficas:
ALABARCES, P. Crónicas del aguante: fútbol, violencia y política. Buenos Aires: Capital Intelectual, 2004
ALABARCES, P., GARRIGA ZUCAL, J. MOREIRA M.V. El “Aguante” y las hinchadas argentinas: una relación violenta. En: Horizontes Antropológicos, Porto Alegre, año 14, N° 30, p. 113-136, jul. /dic. 2008
BADINTER, E. XY la identidad masculina. Barcelona: Norma, 1994
GARCÍA ZUCAL, J. Soy macho porque me la aguanto: etnografías de las prácticas violentas y la conformación de las identidades de género masculinas. En: ALABARCES, P. et. al. (Comp.) Hinchadas. Buenos Aires: Prometeo, 2005. p. 39 – 57
MOREIRA, M.V. Trofeos de guerra y hombres de honor. En: ALABARCES P. et. al. (Comp.) Hinchadas. Buenos Aires: Prometeo, 2005. p. 75 – 90

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