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Cazulo, entre pelotas y libros

En el planeta fútbol, de declaraciones y preguntas consabidas, el uruguayo Jorge Cazulo es un lunar barbudo. Coautor, junto a 24 futbolistas, del libro de cuentos Pelota de papel (Planeta, 2016), el ídolo de Sporting Cristal nos cuenta su gusto por la lectura. ¿Se puede leer a Benedetti y pegar patadas?   

El primer libro que llegó a los ojos de Jorge Cazulo, como un presagio, fue Jorgito el futbolista. Él lo supo más tarde, como suele suceder con los presagios. No sería, sin embargo, ese libro un acercamiento al fútbol, sino a los libros.

En Uruguay jugó en Peñarol, Plaza Colonia, Miramar Misiones, Bella Vista, Deportivo Maldonado, Rampla Juniors, Defensor Sporting, Nacional y Racing. Ancló en el Perú en 2010 para jugar en la Universidad César Vallejo. Actualmente es jugador del Sporting Cristal. Con este club fue elegido mejor centrocampista (2012), mejor futbolista extranjero, mejor futbolista del año (2012) y mejor futbolista extranjero (2013, 2014). De gran despliegue, voraz en la marca y en la lectura, se animó a escribir y publicó ‘Ángel para un final’, uno de los cuentos más destacados de Pelota de papel (Editorial Planeta, 2016). Su vida ha pasado entre libros y fútbol, como jugando.

—¿Cuál es tu relación con los libros?

—En mi casa siempre hubo libros. Mi madre siempre me orientó en esa dirección: leer. No me acuerdo del primer día que fui a entrenar a algún club, pero no me olvido de Jorgito el futbolista. Me lo regaló ella. Yo tendría unos cinco años. Mi madre me leía y ahora yo le leo a mi hija, Isabela, de cuatro años. Al principio lo hice para repetir un momento lindo que me había sucedido y ahora es como un momento muy fuerte que disfrutamos mucho; yo disfruto que ella espere ese momento, aunque últimamente dejamos los cuentos y pasamos a los títeres, funciones que le hago antes de dormir, armando la historia entre los dos, interactuando. La lectura y los títeres son como rememorar cosas que me hacían bien y que la mayoría de los niños de ahora no viven.

“Siempre soñé un estadio lleno, estaba seguro de que llegaría. Me armaba los partidos en la cabeza y en el porchecito de mi casa con forma de arco y, como buen uruguayo, ganábamos dos a uno sobre la hora con gol mío”. [NDA: Fue en Maldonado donde creció y de donde se siente, aunque nació en Minas]

—¿Y siguió tu madre regalándote libros?

—Nunca dejó de hacerlo, yo era grandecito y los primeros libros de poesía que leí me los regaló ella: La vida ese paréntesis y El amor, las mujeres y la vida, los dos de Benedetti. Fue el primer acercamiento a la literatura. Algunos de sus poemas los entendí, otros los interpreté de grande cuando fui conociendo la historia, las cosas que pasaron, como Hombre preso que mira a su hijo, que es muy potente e intenso. Me gusta esa potencia que Benedetti logra en la simpleza, en lo cotidiano, tal vez sin tanta belleza en las palabras. Sus poemas son los que más guardo en la memoria, los que sé de memoria. Esa batalla me acompaña siempre…

¿Cómo compaginar

la aniquiladora

idea de la muerte

con ese incontenible

afán de vida?

¿Cómo acoplar el horror

ante la nada que vendrá

con la invasora alegría

del amor provisional

y verdadero?

¿Cómo desactivar la lápida

con el sembradío?

¿la guadaña

con el clavel?

¿será que el hombre es eso?

¿esa batalla?

Después seguí buceando y descubriendo a otros. Borges me gusta mucho y hasta la música me entra por lo que dice, por la poesía que puede haber en las letras. Por eso disfruto a Silvio Rodríguez, por ejemplo, o a Sabina. El concierto A dos voces de (Daniel) Viglietti y (Mario) Benedetti me parece extraordinario.

“Me fui probarme con unos amigos del barrio Tassano a Peñarol de Maldonado, tenía cinco años y jugué tres años en la categoría de ocho. A los diez me fui, porque nunca ganábamos y un día llorando, después de perder, le dije a mamá que quería cambiarme de equipo. Un emblemático técnico, Pablo Dorelo, me llevo al Uru, donde fui campeón por primera vez”.

—¿De dónde viene lo de escribir?

—Me gusta más leer que escribir, aunque creo que todos en algún momento escribimos algo que termina en la papelera o perdido por ahí. Alguna cosita empecé a escribir cuando estaba solo en Montevideo, lejos del barrio, de los amigos. Asocio la escritura con la soledad, cuando tenés más tiempo para pensar, para plantearte cosas. Y ahora no es que estoy permanentemente escribiendo, pero siempre anoto alguna idea que se me viene para después, algún día, desarrollarla. Pero generalmente escribo para mí y después lo tiro.

“A los dieciséis me fui a la inferiores de Peñarol. De vivir en mi casa a hacerlo con veinte botijas [NDA: Equivalente a “chibolos”] más que perseguían el sueño de jugar en primera. La capital te absorbe, es otro ritmo; extrañaba, extrañaba a mis amigos, a mi vieja. Estaba el ‘Cebollita’ Rodríguez que era muy querido, tendría unos trece años. Le recordaba la fecha de los cumpleaños de nosotros a su madre y ella nos mandaba tortas desde Juan Lacaze [NDA: Ciudad a 150 kilómetros de Montevideo, ubicada en el departamento de Colonia]. Él era el más chico y se preocupaba por nosotros. Lo que hablaba de su madurez, gran gurí [NDA: Niño o chico en lengua guaraní]. Estábamos con Alcoba, Bueno, Bizera, Leal…”.

—¿Cómo fue el proceso del cuento que escribiste para Pelota de papel?

—Tenía la idea en la cabeza, pero fue mutando. Ya tengo 35 años, la mayoría de mis compañeros ya no juegan y quería contar la parte fea de esta profesión, la otra parte que es la más común, la que menos se sabe. No sé si la palabra es fracaso, pero el que no pudo realizarse con lo que le gustaba hacer, y decir: “tengo algo de dinero ahora, puedo retirarme y dedicarme a otras cosas con tranquilidad”. Conozco a muchos que dejaron de jugar un domingo, y el lunes en lugar de buscar su nombre en las páginas de deportes del diario, buscaban trabajo en los clasificados. He vivido de cerca esas depresiones que me han chocado. Sobre eso escribí, pero cambié el final. No era justo que se metiera un tiro en la cabeza, así que maté al bicho, pero fue medio sufrido. Yo trato de hacer las cosas lo más perfectas posibles y me costó, algo que tenía que disfrutar se terminó transformando en una soga que me apretaba cada vez más. No sabía si encajaba en el libro. Pucha, esto es una puñalada pensé, pero después de haber leído a tantos escritores uruguayos, me dije: “Parece que todos estamos marcados, por esa matriz, por lo gris, lo opaco, el sufrimiento, la negación, como una especie de incapacidad para ser felices”. Algunos de los personajes de ese cuento son producto de mi paso por Miramar Misiones, una banda preciosa, donde jugué con ‘Palito’ Pereira, el ‘Papelito’ Fernández y Agustín Lucas, que fogoneó el libro.

“En Rampla (2007) hicimos una campaña histórica, quedamos segundos, era una linda banda, un equipazo. Yo venía de una época muy convulsionada en Peñarol, y rompí la burbuja: el sueño no era un cuento de hadas. Cambié mi actitud, dejé de pensar en consagrarme en el equipo soñado para pelearla todos los días. Si no sostenés el día a día no podés soñar más allá. Recuerdo a gente mayor, grande, llorando de alegría en el alambrado, hinchas que hacían colecta para pagarnos. De ahí fui a Defensor (2008) y salí campeón”.

—Hablando de escribir, ¿cómo te llevás con las redes sociales? ¿Las usás?

—No tengo, no me gustan. Las pocas veces que me acerqué vi un mundo muy destructivo y lleno de resentimiento o exhibicionistas de su felicidad. Estoy por fuera. Cosas importantes se desvirtúan o banalizan. Alguien dijo: “Dios tiene prestigio porque aparece poco”. Se aplica para el fútbol y para todo. Además hay cosas que uno piensa y dice en un momento en caliente y deben quedar donde se dijeron y en ese tiempo; cosas de las que después te arrepentís y que al quedar escritas te dejan preso y pueden volver años después cuando de repente ya no pensás lo mismo.

“De Defensor pasé a Nacional (2008), jugaba de volante, pero alternaba, no fui titular. Fue un momento dulce para el equipo, salimos campeones y llegamos a las semifinales de la Libertadores (2009). En esa época descubrí a Saramago [NDA: Cazulo es transferido a Nacional de Montevideo a mediados de agosto de 2008]”.

—Cambiando de tema, ¿qué te dejó el fútbol, qué te deja?

—Todo, como dijo Albert Camus. Aprendí que lo de ayer no sirve para hoy, a superar las frustraciones, a ser solidario, a que te importe lo que le pasa al otro, a que necesitás a los demás, a ser disciplinado. El que es mejor sobresale, pero es tan sabio el fútbol, que necesitás a otros; por más bueno que seas, necesitás a los demás para lograr el objetivo máximo: ser campeón.

“Después de pasar por la Universidad César Vallejo llegué en 2012 a Cristal, no sé por qué, pero caí bien, la gente me agarró un cariño especial. Empecé de volante y ahora juego de central. Es distinto, pero me adapté bien, pasa el tiempo, y vas perdiendo capacidad física, pero aumenta la capacidad mental, descifrás mejor el juego, sabés por dónde viene el peligro, por dónde iniciar la jugada. Paradójicamente encuentro disfrute en una posición sufrida, cerca del arco, donde no podés equivocarte”.

—Nunca jugaste en una selección uruguaya, ¿cómo te sentís respecto a eso?

—No miro para atrás, no tengo cuentas pendientes, todo lo que me ha pasado ha sido para dibujarme el camino y solo guardo lo bueno. No se dio y ya.

—¿Te planteás el retiro?

—Creo que me da para jugar hasta los 37 o 38 años y espero terminar en el Perú, ojalá en Cristal. Este país me ha dado mucho, y tal vez lo más grande: me dio una hija. Después espero seguir trabajando como técnico, si surge algo acá me quedo, sino regreso a Maldonado, a mis afectos, a la plaza Padre Domingo donde nos reuníamos con los pibes del barrio, cada uno con sus sueños. Salí de allí a los dieciséis años, y si entonces alguien me hubiera dicho que a los 35 iba a andar en la vuelta sin haber vivido desde entonces un año completo allá, no lo hubiera creído, pero así fue.

—¿Qué podés decirme de lo que has vivido?

—Veintiocho años después de haberme ido a probar a Peñarol en Maldonado, no puedo sentirme otra cosa que contento por poder vivir de lo que me gusta. Soy un privilegiado. Debe de ser terrible levantarte cada día a hacer algo que no te gusta. Nunca dudé de que estaba hecho para esto y siempre viví cada momento como único. Las cosas hay que hacerlas por amor, es la única manera de tener éxito. Tengo una compañera que me apoyó cuando la mano venía brava y tuve a mi madre. Lo que soy es lo que ella me inculcó, y lo que yo le inculco ciegamente a mi hija, la sensibilidad. No solamente que me importe lo que me pasa a mí, sino también mirar al costado, no pasar por la vida de largo, comprometerse… mi señora, mi hija, mi madre son las personas más importantes de mi vida.

Tres recuerdos de fútbol atesora Cazulo, el ‘Piqui’, en su memoria: su debut en la selección de baby fútbol de Maldonado, el gol de chalaca que le hizo a los poderosos del Barrio Norte cuando tenía ocho años jugando por el débil barrio Tassano, y su primer campeonato con Cristal dando la vuelta olímpica con Isabela en brazos.

Entonces, Jorgito no sabía que iba a ser futbolista.

*Texto publicado originalmente en la revista Túnel de Uruguay.

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