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La gloria mundialista desde la otra orilla del país

El relato oficial del Perú, incluso el que tiene que ver con el fútbol, se sigue construyendo desde Lima y el resto de zonas urbanas. Porque mientras los grandes medios glorifican al hincha apasionado y citadino, en el mundo rural la realidad es otra. ¿Cómo se vivió la clasificación a Rusia 2018 en las comunidades originarias ubicadas en medio de la espesura del Datem del Marañón? ¿Cuánta de esa euforia patriotera, sucedánea del orgullo nacional, marca la vida de esos peruanos, ajenos a los beneficios del crecimiento macroeconómico?

La semana que Perú jugaba el repechaje al Mundial frente a una débil –futbolísticamente hablando– Nueva Zelanda, viajé a la selva peruana para realizar un trabajo junto a un funcionario del Ministerio de Cultura. Partí de Lima a Iquitos, continué de Iquitos a Nauta y de ahí hacia San Lorenzo, capital de la provincia del Datem del Marañón, en Loreto. El último tramo me obligaría a estar sentado aproximadamente doce horas en un rápido, una embarcación larga que funciona con dos motores de 250 caballos de fuerza y que transporta entre 25 a 30 pasajeros hacia distintas localidades de la selva. A muchas de ellas solo se llega navegando ríos o en avionetas. Es un viaje agotador.

Tres días antes del primer partido del repechaje, llegué a San Lorenzo a las 9 de la noche del 7 de noviembre. A pesar de ser la capital de la provincia del Datem del Marañón, solo hay energía eléctrica de 6 a 7 de la mañana y de 6:30 a 10:30 de la noche. La fuente de esta energía es un motor electrógeno para toda la comunidad. En San Lorenzo quien puede financiarse motores propios y mantenerlos, tiene luz cuando desee.

La pequeña capital tiene comercios por toda la plaza, hoteles, hostales, discotecas, bares, un mercado, un puerto desde donde salen y llegan productos incluso desde Iquitos, un pequeño aeropuerto donde dos empresas aéreas dominan el transporte, farmacias, bodegas, restaurantes, señal de telefonía celular, señal de televisión por cable aunque lamentablemente la mayor parte del tiempo solo llega la señal de América Televisión (Canal 4), así que las personas están muy enteradas de lo que pasa en una pequeña parte de Lima. También hay una sede del Banco de la Nación inaugurada por Alan García, una comisaría y, claro, un local municipal donde el alcalde ausente, como lo llaman, nunca está. Según dicen los pobladores y vecinos, el alcalde tiene una cómoda propiedad en Iquitos. Sí, la misma historia de ser autoridad de un lugar y vivir en otro. Eso pasa en el Perú mundialista.

San Lorenzo, provincia del Datem del Marañón, tiene una población de no más de siete mil habitantes. RALP LEÓN ARIAS

Estas circunstancias hacen de San Lorenzo un lugar óptimo para que la fiebre futbolera del mundial y el patriotismo eufórico crezcan gracias a los triunfos de la Selección nacional y al bombardeo de los programas noticiosos de la televisión hablando de esto. Por ello, muchos locales comerciales tenían camisetas blanquirrojas expuestas para la venta, la gente comentaba los dos partidos de la Selección por el repechaje y por las tardes algunos niños jugaban a imaginar ser los Orejas Flores y Cuevitas del futuro.

Aquí esperé dos días a que el tiempo y la disponibilidad de los transportes me permitieran acompañar al funcionario público del Ministerio de Cultura. Nuestro trabajo consistió en recorrer once comunidades originarias y dos centros poblados de la cuenca del río Morona. En las comunidades debía sistematizar los talleres de información que brindó mi compañero de viaje, sobre servicios que el Estado lleva a las comunidades a través de las Plataformas de Acción Social desde el año 2015.1

Muchas de las comunidades de la selva del Perú viven en lo que la mirada capitalista llama “situación de pobreza o extrema pobreza”. Es decir, manejan mensualmente menos de 176 soles por persona, cantidad mínima de dinero que debes tener para que el Estado no te considere pobre extremo. La verdad es que aunque recibas un sol más de esa cantidad, igual la necesidad muchas veces es mayor a lo que puede cubrir ese criterio macroeconómico, tanto si vives en las comunidades de selva como en cualquier otra comunidad del país.

En las comunidades originarias mayormente no cuentan con luz (solo las familias que pueden, tienen motores electrógenos) ni otros servicios. Eso sí, en casi todas hay escuelas ya sea solo de primaria o inicial, ambas o escuelas multigrados en la mayoría de casos. La labor de profesoras y profesores es muy dura en las comunidades originarias. El país les tiene una gran deuda. Mucho de su pundonor por enseñar, si se llevara a las canchas, sin duda nos hubiera clasificado antes al Mundial. Ellas y ellos también celebraron la clasificación.

Las comunidades del río Morona cuentan con escuelas públicas multigrados en la mayoría de casos. RALP LEÓN ARIAS

Ante esta situación, no tenía esperanza de ver el segundo partido del repechaje y era probable que me enteraría dos o tres días después del resultado. Mi emoción se apagaba con la desilusión de esa certeza.

Partimos el día 10 de noviembre de San Lorenzo, surcando el río Marañón, hasta la desembocadura del río Morona. Desde ahí continuamos hacia el Centro Poblado de Puerto Alegría, capital del distrito del Morona, provincia aún del Datem del Marañón. Más pequeño que San Lorenzo, Puerto Alegría tiene condiciones muy parecida a San Lorenzo: luz de 6 a 12 de la noche, algunos hospedajes, restaurantes, un puerto para comercializar, servicio de televisión satelital, señal de telefonía celular, un puesto de salud, colegios con los tres niveles educativos; pero eso sí, ahí no está ni el local municipal ni el alcalde. Misma historia, alcalde del distrito que vive en otro lado.

En Puerto Alegría los televisores estaban llenos de periodistas con camisetas rojiblancas, y todos con las diferentes canciones, de fondo, dedicadas a la Selección mientras informaban lo que pasaba en el estadio de Wellington a dos horas entes del partido ante Nueva Zelanda. Gente miraba y conversaba. En la orilla del río, varios jóvenes se bañaban con sus shorts después de la pichanga de la tarde. Los bares empezaban a subir el volumen de los televisores y algunas personas compraban cerveza para llevar a casa y acompañar así el partido desde esta parte de la selva que también se sentía muy peruana con la repetida frase de que “Cuando juega el Perú, juegan todos”.

La mayor parte de las comunidades originarias viven en “extrema pobreza”, según lo criterios macroeconómicos. RALP LEÓN ARIAS

Tengo 36 años. Sí. La misma cantidad de años que tardó mi Selección nacional de fútbol en regresar a competir en Mundial. Como yo, miles en mi generación nacieron a la luz de la última clasificación de Perú a una Copa del Mundo, allá por 1981.

Mi historia es igual a la de muchos y muchas que celebraron eufóricamente la clasificación a Rusia 2018 en Lima. También soy hijo de una inmigrante ancashina que trabajó hasta el cansancio para hacernos estudiar a mis cuatro hermanas y a mí. Soy limeño, vecino y poblador –por si acaso– del distrito de San Martín de Porres, con estudios universitarios y con estabilidad económica, a pesar de pertenecer a la gran masa de profesionales que somos lo que se conoce como free lance. Es decir, haciendo un balance de mi posición en la sociedad, soy, como muchos en mi generación, un ciudadano privilegiado. No al nivel de los dueños ocultos del país, pero de que tengo privilegios, los tengo.

El día que llegamos a Puerto Alegría estaba emocionado porque al menos podría ver el primer partido del repechaje. Además, porque en esta localidad, donde mucha gente se considera mestiza, parecía que era verdad aquello que tanto nos venden en los grandes medios de comunicación los periodistas sin más reflexión que la que les puede dar su euforia: El fútbol es un gran agente para la unión de todos los peruanos. Todo el Perú unido en una sola voz. Feliz por la posibilidad de ver ese partido, me contagié con algunos pobladores de esa emoción mientras cenaba en un restaurante. “Si desea, puede venir a ver el partido aquí, la gente va a venir”, me dijo el dueño y yo emocionado no rechacé la oferta.

Toda comunidad tiene una escuela, un pequeño puerto y dos arcos de madera para jugar al fútbol. RALP LEÓN ARIAS

Compañeros que también llegaron a San Lorenzo para otra actividad me contaron luego que ahí se había colocado un ecran en la plaza principal y que la mayoría de la población había compartido ese momento. Era verdad. En un país donde el odio por el que no piensa igual parece institucionalizado desde el Congreso mismo, donde dominan la homofobia, el patriarcado, la exclusión y el racismo, el futbol abría un camino para que muchos peruanos y peruanas dejen las diferencias y se abracen. En Lima era así, por eso debería ser así en todo el Perú, ¿no? Esa era la reflexión de muchos en la capital. Al menos en San Lorenzo y en Puerto Alegría parecía ocurrir eso. ¿Pero en verdad era así?

Al día siguiente, y angustiado porque no le pudimos ganar a Nueva Zelanda pudiendo hacerlo, continué la travesía y el trabajo que me llevó a la selva peruana. No sin antes comentar, mientras desayunaba en el mismo restaurante donde cené un día antes, las ideas que nos dejó el partido con algunos pobladores/vecinos.

Nuestra pequeña embarcación era un bote largo protegido por un techo de plástico templado y ventanas, con asientos muy cómodos como aquellos que se encuentran en el primer piso de los buses interprovinciales de Lima. Este bote avanzaba con un motor de 65 caballos de fuerza. Esa fue nuestra casa durante los 10 días que tomaría el recorrido por las comunidades. En muchas de ellas nos quedamos a dormir en los locales de las escuelas o en las casas de las autoridades comunales. A la hora de pasar la noche, la carpa era el refugio perfecto contra insectos nocturnos que aprovechan en sangrarte apenas pueden.

El principal medio de transporte en la selva peruana suele ser un bote con un motor de mediana potencia. RALP LEÓN ARIAS

Mientras visitábamos comunidad tras comunidad, con el pasar de los días, confirmaba lo que ya había vivido en anteriores trabajos que realicé: los comuneros y comuneras reciben a sus visitantes abriéndoles las puertas de su hogar, siempre invitan masato –bebida fermentada hecha a base de yuca– y conversan el tiempo que crean necesario para escuchar, y, si está en su posibilidad, facilitar el trabajo de los que llegan. Comuneros y comuneras, a diferencia de muchos pobladores de las ciudades –donde incluso violan a voluntarias que van a hacer censos– valoran que representantes del Estado lleguen a la comunidad, pero al mismo tiempo están atentos de que lo que ofrecen como servicio se cumpla. Si no es así, jamás vuelven a abrir las puertas. Esto evidentemente no sucede en todas las comunidades, pero sí es una práctica que en muchas es generalizada, incluso en la situación de exclusión en la que viven.

Las comunidades viven de la pesca, la caza, la agricultura, y cuando pueden y tienen dinero, comercializan con el centro poblado más cercano sus productos. Pero la mayoría de veces no tienen para navegar grandes distancias, pues ello implica invertir para comprar gasolina y hacer funcionar los motores de sus peque peques2. Muchos profesores y profesoras, a pesar del bajo sueldo que reciben, deben pagar su combustible para llevar las notas de los semestres a San Lorenzo y registrarlas en el sistema de la Unidad de Gestión Educativa Local (UGEL). Esta situación también hace que cuando se presentan problemas de salud, que los conocimientos tradicionales no pueden atender, les sea muy difícil llevar a sus pacientes a algún centro de salud. Son pocas las personas que pueden darse ese “lujo” en el Perú mundialista de hoy.

En cada comunidad a las que llegábamos, noté que algunas familias tenían la posibilidad de tener conexión de televisión satelital y motor electrógeno para tener luz algunas horas del día, sobre todo al anochecer. Muy pocas, por cierto. Entonces, en las comunidades donde encontraba familias que tenían televisión siempre preguntaba: “¿Vieron el partido? ¿Qué les pareció?” Algunos señores y jóvenes respondían que sí, sonriendo. “¡Cómo no ganamos!”, decían unos, “Paolo ya no juega, ¿no?”, comentaban otros, sobre la ausencia del capitán del equipo debido a la suspensión provisional impuesta por la FIFA. Pero habían muchos otros que me iban despertando una idea, que confirmaría después, con frases como estas: “Ganó Perú en el deporte, ¿no?”, “¿Aún no?”, “No vimos, tarde era”.

Comunidades como la de Nuevo San Martín reciben la visita de las PIAS, buques de la Marina con todos los servicios estatales inexistentes en la zona. RALP LEÓN ARIAS

El interés con el que muchos comuneros y comuneras iban comentando el tema futbolero días previos a ese 15 de noviembre del 2017, se limitaba a esos comentarios. No se sentía la euforia por la espera del segundo partido de la que hablaban en Lima o en las ciudades. La emoción estaba en otro ritmo, en otra frecuencia. No es que no les guste hacer deporte –frase equivalente al “pichanguear” o “pelotear”– en las comunidades de la cuenca del Morona. Les encanta. Toda comunidad tiene una escuela, un pequeño puerto y dos arcos de madera colocados a los extremos de un gran campo podado por ellos y ellas. Pero hay un ritmo distinto, otro imaginario emocional y, en todo caso, otra funcionalidad de lo que es el futbol en sus vidas. Durante los 36 años que esperamos la ansiada clasificación, estos peruanos y peruanas esperaban seguir manteniendo sanos su río y su selva, sus principales fuentes de alimento, transporte y vida. Al parecer eso les preocupa más que el alto delantero de Nueva Zelanda, Chris Wood, meta un gol en Lima. Las prioridades y los privilegios cambian.

También iba re-confirmando que en las comunidades no pueden vivir sin construir vínculos fuertes entre vecinos y vecinas. Y esto lleva a fortalecer la organización comunal. Es decir, la comunidad busca por tradición fortalecer su vida colectiva. Las mingas, trabajos en beneficio de toda la comunidad o para ayudar a construir la casa de alguien, la reciprocidad y la organización frente a alguna amenaza externa, son muestra de ello. Buscan la unidad sin necesidad de que la Selección nacional gane partidos. Si uno de los valores principales que resaltan en el equipo dirigido por el argentino Ricardo Gareca es este fortalecimiento del trabajo colectivo, parece increíble no haberlo visto durante 36 años cuando está y estuvo siempre presente en las comunidades originarias. Pero se explica cuando entendemos que en las ciudades, lo comunitario, la reciprocidad y la solidaridad pierden terreno frente al fomento de la competencia y el individualismo, banderas del capitalismo. Por ello resulta novedoso para muchos que la Selección ahora resalte valores que llevamos presente desde antes de la llegada de los españoles a América.

La vida en las comunidades del Morona va a otro ritmo. Eso se ve reflejado en la vinculación con el fútbol como parte de la construcción identitaria. RALP LEÓN ARIAS

Sin embargo, esto no garantiza la ausencia de problemas serios en las comunidades, como celos entre comuneros, envidias, violencia familiar o conflictos por pequeños terrenos, etcétera. Problemas que deben ser enfrentados y no invisibilizados solo por darse en comunidades indígenas.

Lo que más hizo temblar las bases de mi patrioterismo futbolero fue lo que viví el mismo día del segundo juego del repechaje. Llegamos a la comunidad shawi3 de Bancal. Mis acompañantes y yo buscábamos alguna casa con motor energético, televisor y conexión de televisión satelital. Encontramos una. Elton Fasanando de 26 años nos invitó a ver con ellos el partido ante Nueva Zelanda. Mi idea era que toda la comunidad, donde viven 147 personas, iba a estar pendiente y quizá no cabríamos en la pequeña casa.

Luego de descansar unas horas antes del partido, llegamos a casa de Elton cuando en la televisión se escuchaba el Himno Nacional del Perú. Para mi sorpresa en la casa estaban, a parte de la familia de Elton, ocho comuneros más (cuatro niños y cuatro adultos) y tres comuneras. La comunidad, fuera de la casa de Elton, a la hora del partido, estaba en silencio y en total oscuridad.

“Hacer deporte” es parte fundamental entre los pueblos originarios, pero supone otra forma de aproximación a la idea de orgullo nacional. RALP LEÓN ARIAS

Durante la transmisión, yo era el más eufórico. Los demás se emocionaban y comentaban, pero era evidente que no se respiraba la euforia que tanto nos han querido convencer que existe en el corazón de todos los peruanos sin excepción. Llegó el gol de Jefferson Farfán, gritado fuerte por todos, pero al querer buscar un abrazo con el hermano desconocido y sellar esa unión que solo el fútbol, dicen, puede lograr en el país, me encontré con comuneros sonrientes, aplaudiendo sentados, pero ninguno respondió a mi búsqueda. La alegría se expresa de otro modo a veces. Apenado, me senté a seguir disfrutando. Ya en el segundo gol mi celebración se adaptó a la de los presentes. ¿Alegría? Sí, claro. ¿Gritos emocionados? También, por supuesto. ¿Sentimiento y orgullo nacional igual para todos…? No creo.

Recordé a un compañero de la Dirección Desconcentrada de Cultura de Iquitos cuando le comentaba mi expectativa de ver, de paso, cómo vivían las comunidades indígenas de la cuenca del río Morona los partidos de la Selección. “No creas que entienden el sentido de nación u orgullo como nosotros a través del fútbol…”, me dijo. Quizá por ello, al día siguiente del partido, cuando le pregunté a Máximo, un comunero muy amable que había conocido en la víspera, por qué no había ido a ver el partido a casa de Julio, me respondiera sonriente: “Muy tarde, quería descansar. Pero ganamos, ¿no?”

En las comunidades originarias, excluidas de los mayores beneficios del crecimiento macroeconómico capitalista, comuneros y comuneras, niños, niñas o adultos, todos los días se juegan su clasificación. Parecen no necesitar que la Selección les enseñe esfuerzo y trabajo colectivo. Y esa euforia y ese orgullo nacional, que dicen en los medios de Lima que no escapan a ningún peruano, parece que no es importante en ellos. A pesar de sus problemas y limitaciones, para muchos –lamentablemente no todos– sus motivos de orgullo son otros. Por ejemplo, sentirse parte de un pueblo originario. Son también felices de compartir en comunidad, hacer deporte los fines de semana y jugar en el río como lo hacían sus papás y mamás. Así practican la unidad desde tiempos inmemoriales.

El relación respetuosa con el entorno es uno de los pilares fundamentales de los pueblos originarios. RALP LEÓN ARIAS

Quizá por eso, al vivir esta experiencia, pienso en ese abrazo que se dieron los asistentes en el Estadio Nacional al finalizar el partido entre Perú y Nueva Zelanda. Pienso que ese día un empresario minero o petrolero y un indígena de la selva o de la sierra se habrán abrazado gritando el gol de Farfán. Al día siguiente, cuando ese empresario intentara despojar de su territorio al comunero indígena, que podría ser Máximo o Elton, y éste luchara por defenderse, se olvidarían del abrazo futbolero y el empresario volvería a llamarlo atrasado, ignorante, terrorista. El gol de Farfán habría sido tan solo una anécdota.♦

NOTAS:

Plataformas Itinerantes de Acción Social – PIAS es una estrategia del Estado Peruano para llevar servicios de salud, registro de identidad, programas sociales, entre otros, a comunidades amazónicas que por cuestiones geográficas y económicas no pueden dirigirse a localidades que cuenten con hospitales, oficinas de registro civil, etcétera. Las PIAS son buques piloteados por la Marina de Guerra del Perú

Pequeños botes de madera que todas las familias en las comunidades tienen y que les sirve de medio de transporte. Funcionan con motores de 5 caballos de fuerza mayormente, pero muchos los hacen navegar a remo.

3 El pueblo shawi es también conocido como chayahuita. Según un relato shawi, los hombres y mujeres de este pueblo se formaron a partir del maní crudo, o chawa-huita, en la lengua originaria. No obstante, para referirse a sí mismos, los miembros de este pueblo han empleado también las palabras ‘campo piyapi’, que significan ‘nuestra gente’, o simplemente piyapi que significa ‘gente’. Al igual que la lengua shiwilu, la lengua shawi pertenece a la familia lingüística Cahuapana. Por su ubicación geográfica y su tradición histórica, este pueblo ha sido asociado a los pueblos shiwilu y muniche. El pueblo shawi vive principalmente en los departamentos de Loreto y San Martín. Según datos obtenidos por el Ministerio de Cultura, la población de las comunidades shawi se estima en 25,239 personas. En: Base de datos de Pueblos Indígenas u Originarios. Ministerio de Cultura. http://bdpi.cultura.gob.pe/pueblo/shawi

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