La matriz tenística del serbio Novak Djokovic, el número 2 del ranking ATP. ¿Cómo optar por el deporte blanco cuando bombardean tu ciudad?
“No iba a la escuela y aprovechaba para jugar al tenis por las mañanas”, contó Novak Djokovic en octubre pasado, frente a un muro acribillado, desde las montañas de Kopaonik en Serbia, vía Facebook Live. Dieciocho años antes, el Djokovic niño no deseaba juguetes. Su única ilusión era jugar un deporte que lo alejara del infierno de destrucción que vivió durante los meses de bombardeo que sufrió Serbia entre marzo y junio de 1999. No podía imaginarse entonces lo lejos que llegaría empuñando una raqueta.
Cuando habla, Novak mira a los ojos. Habla de Serbia con el mismo orgullo que cuando se refiere a su abuelo Vladimir, fallecido ya y referencia para él: “Es la persona que siempre me dijo que debía luchar”, ha dicho en más de una ocasión. Aunque Novak es conocido por haber sido hasta hace poco el número uno del ranking ATP y uno de los mejores jugadores de tenis de todos los tiempos, pocos saben que su mirada va más lejos. En cada partido busca conseguir lo que deseaba cuando niño, cuando él y su familia huían de las ráfagas que la OTAN lanzaba sobre las casas de su ciudad, y bajaban corriendo a ponerse a salvo decenas de escaleras abajo hacia un oscuro pasillo gris de hormigón desnudo: “Vivimos en el sótano de la casa de mi abuelo junto a mis padres, mis tíos y mis hermano durante casi tres meses. Nos despertábamos dos o tres veces cada noche por las explosiones”.
Años antes, en 1993, Novak Djokovic, con seis años, veía el tenis en la televisión por primera vez. Final de Wimbledon, y triunfo de Pete Sampras sobre Jim Courier. Desde entonces fue su sueño. Días después, Djokovic iba equipado con una heladerita, una raqueta de tenis, una toalla, agua, una banana, una camiseta extra y una muñequera a su primer día de entrenamiento con la que fue su descubridora y primera entrenadora, la también serbia Jelena Genčić. “Le dije: ‘Tu madre te ha equipado bien’. Me contestó enojado: ‘Fui yo. ¡Soy yo quien quiere jugar al tenis, no ella! Era extraordinario”, recuerda Genčić. Le enseñó cómo agarrar la raqueta, cómo correr y cómo enfrentarse a la pelota. Tres días después, lo mandó a buscar a sus padres: “Estaba convencida de que estaría entre los cinco mejores jugadores del mundo a los 17 años”. Entrenó durante los 78 días que duró el bombardeo de la OTAN junto a Jelena, quien se las ingeniaba para entrenar al pequeño en lugares como una piscina vacía, que hacía las veces de pista de cemento, o en sitios seguros de bombas y disparos. “Yo pensaba que no iban a bombardear dos veces en el mismo lugar -cuenta su exentrenadora-. Entonces, si caía una bomba sobre un puente del Danubio, buscábamos un gimnasio cerca para entrenar al día siguiente”. A la hermana de Jelena, en cambio, la encontró la fatalidad: murió en uno de los bombardeos, fruto de la onda expansiva que la estrelló contra una pared.
Durante los años que duró la Guerra de los Balcanes solo el azar, lo único que guía la vida y la muerte en cualquier guerra, quiso que él y su familia se salvaran. Como dijo el pintor alemán Franz Marc: “Si de esta guerra no surge ningún poeta ni música alguna, es que ya no los hay en absoluto”. Si bien Djokovic no es poeta ni músico, su tenis es digno de los mejores talentos de todos los tiempos, y la terrible guerra que marcó su carácter tuvo mucho que ver en ello. “La guerra es algo que no le deseo a nadie, es destrucción, es perder familias, perder a los seres queridos y el país atacado tarda muchísimos años en recuperarse. Después, uno siente las consecuencias de ello. Por eso, repito, el tenis fue una bendición en mi vida”, dijo en el 2013 a La Nación de Argentina.
El espíritu deportivo era compartido por su familia. Su padre Srdjan, esquiador profesional de origen serbio, deseaba que su primogénito fuera jugador de fútbol. Junto a su esposa Dijana, de origen croata, pusieron en marcha un restaurante de pizzas en las montañas de los Alpes. Djokovic tiene además dos hermanos menores: Marko y Djordje, que también son jugadores de tenis con aspiraciones profesionales.
La leyenda yugoslava y primera entrenadora de Nole, Jelena Genčić, declaró al ver jugar al joven Djokovic: “Este es el mayor talento que he visto desde Mónica Seles”. Genčić trabajó con Djoković durante seis años. A los 12, el joven tenista se trasladó a la academia de Pilic en Oberschleißheim, Alemania. Estuvo dos años ahí antes de regresar a Belgrado. A fines de 2005 empezaría a salir con Jelena Ristić, compañera del colegio y uno de los principales pilares de su vida. Ambos vivieron las mismas circunstancias de la guerra y la supervivencia, lo que la convierte en la única que puede comprender realmente a Djokovic y su pasión por la vida. Con estudios becados por méritos académicos en Economía, trabaja en la fundación creada por el tenista, una organización cuyos fondos están destinados a mejorar la situación de los niños más desfavorecidos de Serbia, y a la que fueron a ir a parar todos los regalos de su boda en julio de 2014.
El serbio ha obtenido 30 títulos y 43 finales en torneos ATP Masters 1000, lo que lo ubica primero en el historial. Son doce las victorias que lo posicionan cuarto en la lista de jugadores que más torneos individuales de Grand Slam han ganado (Abierto de Australia en seis ocasiones, Campeonato de Wimbledon en tres, Abierto de Estados Unidos en dos y el Torneo de Roland Garros recientemente en el 2016). ‘Nole’ es un volcán en la pista pero reflexivo fuera de ella. En la actualidad vive en Montecarlo, y gracias a su espíritu luchador ha conseguido un increíble currículum con 29 años de edad que muchos jugadores desearían. Su superficie favorita son las canchas duras, aunque se considera a sí mismo como un jugador de todoterreno. Su mejor golpe es el revés paralelo sobre la línea. Es el primer tenista serbio que gana un título de Grand Slam y que llega a ser número 1 del mundo, convirtiéndolo en merecido embajador de su país.
Pero si hay algo que lo caracteriza y diferencia, además de su talento y sus victorias, es su carácter alegre y carismático que le hace ser un imán para sus admiradores. Sus imitaciones cómicas de otros compañeros del circuito de la ATP, que empezaron a registrarse desde 2007 en YouTube, alcanzan más de cinco millones de visitas, como las realizadas a Rafael Nadal y Maria Sharapova. Sus actuaciones son más cómplices de lo que parece, pues mantiene amistad con prácticamente todos sus compañeros de profesión, ganándose el mote de “The Djoker”. En ocasiones los espectadores esperan ansiosos una de sus imitaciones, como en el partido de exhibición Djokovic vs Nadal de noviembre de 2013 en Argentina. ‘Nole’ sorprendió en el intermedio, imitando los movimientos de Will Smith en la película Men in Black. Smith, desde las gradas, compartió el jocoso baile.
Pero ese ritmo de victorias y humor en sus actuaciones son difíciles de mantener. En 2012 algunos cuestionaron a Nole por arrastrar problemas personales. “Definitivamente tiene problemas, tanto con el cuerpo como con la mente, pero se las arregló en el pasado para superar problemas similares y lo volverá a hacer. Novak es su mejor analista”, señaló Jelena Genčić en agosto de ese año. Se le achacaron cambios de humor, rabietas en la pista y una repentina bajada de nivel. “Algo hizo click en mi cabeza. Las cosas fuera de pista no me estaban ayudando a centrarme. Tenía que encontrar la mejor solución posible y tratar de volver a la pista centrado y como un auténtico campeón”. Y lo consiguió.
Desde finales del pasado 2016 se escucha el nombre de Pepe Imaz (español de Logroño, nacido en 1974), como nuevo entrenador del serbio. Más que entrenador, es una especie de guía espiritual que ha ayudado a la transformación de uno de los jugadores más volcánicos del circuito tenístico en un hombre tranquilo, que abraza después de la derrota. El extenista, que trabaja en Marbella junto a Marko (hermano de Novak) bajo el lema “amor y paz”, es considerado uno de los responsables de que Boris Becker haya dejado de ser el entrenador de Djokovic. Puede que su aparición se trate de una reconducción anímica de Nole ante sus últimas derrotas o la búsqueda de una nueva fuente de energía positiva para seguir en el altísimo nivel que le caracteriza. Becker lo simplifica: solo necesita entrenar más.
Lo cierto es que la mente juega un papel fundamental en el rendimiento y nivel de un tenista, y no hay que olvidar que Djokovic proviene de un país en el que sus conciudadanos tienen los más altos niveles de Clonazepam en su dieta, en el que las lesiones de la guerra aún perduran en sus mentes. Existen testimonios de víctimas supervivientes de las grandes guerras que dicen que los sonidos de destrucción les acompañan por siempre.
Novak Djokovic nació el 22 de mayo de 1987 en Belgrado, cuatro años antes de la desintegración de la antigua Yugoslavia, en medio de una tensión religiosa y étnica entre serbios, por un lado, y croatas, bosnios y albaneses, por otro. Sobrevivió a los bombardeos de la Operación Fuerza Aliada de la OTAN, que se sucedieron entre el 24 de marzo y el 11 de junio de 1999. Todo como consecuencia de la Guerra de Kosovo.
Desde entonces, cada uno de sus actos muestra la gratitud que siente por la vida. Sus sueños lo llevaron a darle un sentido a lo padecido: “Lo positivo de la guerra, si es que puede haber algo positivo, es que mucha gente se une y encuentra la fortaleza para superar cualquier cosa que los haya desafiado”. Novak sigue colaborando en labores de ayuda a sus compatriotas y en 2012 ganó el premio del Humanitario Arthur Ashe por su trabajo como embajador de Unicef y por la fundación que lleva su nombre.
Alguna vez fue uno de esos niños de la Guerra de los Balcanes que no celebró su cumpleaños y que temblaba con cada estallido de bomba en Belgrado. Vio y sufrió lo peor que puede vivir el hombre. Pero Djokovic deja claro en cada victoria, en cada trofeo, en cada imitación cómica que nada, nada volverá a arrebatarle la sonrisa.