¿Quién era realmente Diego Armando Maradona? La escritora y psicóloga Yanina Safirsztein amaga una respuesta a partir de la entrevista que el D10S se hizo a sí mismo en su programa de televisión. El ensayo completo y otros dedicados a analizar su figura se encuentran en Todo Diego es político, libro que ya puedes adquirir en la Tienda Sudor.
Tengo, gano, busco, voy, / rompo todo lo que soy.
—Wos (“Melón Vino”, Canguro, 2019)
Yo es Otro.
— Arthur Rimbaud (Cartas del vidente, 1873)
Ahora bien, sigamos el hilo de la letra, que es siempre la pista para quien se proponga descifrar cualquier enigma. Al escuchar “Armando” y “Maradona”, toda persona con el oído un poco afinado podrá notar el sonido casi idéntico que producen esas palabras al ser pronunciadas. Es que Armando tiene todas las letras de Maradona. Una es el anagrama de la otra, solamente le falta una a, carencia que se resuelve ubicándola en el medio de las dos palabras: Armando a Maradona.
Así, no resulta difícil advertir que en su nombre ya se anticipaba la tarea que el Diego tendría que realizar: su nombre era una consigna. Diego iba a tener que armar a Maradona durante toda su vida. Y en ese intento que resulta imposible de concluir, para él y también para todos nosotros, se han hecho a lo largo del tiempo y a lo ancho del mundo una infinidad de entrevistas, libros y documentales con el objetivo de comprender quién es ese hombre aparentemente tan conocido, tan completo y tan absoluto, pero que, ante cada nueva pieza que emerge, se vuelve más indescifrable.
La máxima expresión de ese intento, que llevó hasta el límite el ejercicio de la tercera persona, ocurrió con el Diego como protagonista en La noche del 10, programa que condujo en la televisión argentina durante el año 2005, cuando anunció que se entrevistaría a sí mismo. Probablemente no haya otra entrevista mejor, ninguna con el tono más justo y más amoroso. El Maradona-conductor anuncia al invitado, y el Maradona-invitado entra caminando al estudio de televisión como si estuviera saliendo del túnel de una cancha de fútbol. La cámara realiza una toma aérea del abrazo entre ambos. Parece que fuera Dios el que observa. Y aunque la escena es delirante, porque todos los espectadores sabemos que se trata de un truco de imágenes, no resulta nada improbable que haya dos Maradona, sentados y conversando, uno enfrente del otro.
En el intercambio no habrá solo palabras, porque los dioses conversan también con sus gestos. El anfitrión mira a los ojos de su invitado, lo escudriña, muestra el esfuerzo que realiza por comprenderlo. Ese otro Diego le despierta una intriga inmensa al conductor, que con inocencia le pregunta si hay algo de lo que se arrepienta en su vida. “Nos arrepentimos de no haber disfrutado del crecimiento de las nenas y de no haber podido dar el 100% en el fútbol. Nos drogábamos, no dormíamos, nos consumíamos y después teníamos que salir a la cancha”, responde, frontal, el otro Diez.
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Maradona pregunta en singular. Maradona responde en plural. Un plural con el que nos cuenta que el Diego son todos los Diegos, todas las partes, todas las piezas del rompecabezas. En esa mesa están sentados miles de Maradona, sus rostros más diversos, todas sus versiones; como en esos espejos que, enfrentados, se multiplican hasta el infinito y parecen viajar desde el futuro hasta el pasado. Todos los Diegos que caben en un mismo cuerpo y que, por esa misma razón, resulta imposible atraparlos. Incluso para el que en un estudio de televisión toma la voz cantante y vuelve sobre su otro yo-invitado para saber cuándo se dio cuenta de que era el mejor del mundo: “No me podés preguntar eso, Diego, si vos sabés que siempre pensamos lo mismo. Siempre pensamos que fuimos los mejores”.
La entrevista avanza con un Maradona conductor pidiéndole algunas definiciones a su entrevistado. “¿Nuestros viejos?” y ahora la respuesta llega en singular “Le pido a Dios que me los conserve por muchísimo tiempo más. Porque quiero recuperar los besos que no les di durante mucho tiempo”. El ping-pong continúa: “¿Claudia?”, “El amor de mi vida”, responde el Diez. Y le da lugar a la última pregunta: “¿Mis hijas?” —hasta ese momento, referencia exclusiva a Dalma y Gianinna—, y el Diego-invitado define como “Lo mejor. Todos los amores de toda mi vida resumidos en dos joyas que me dio la vida. Lo más grande”.
A esta altura de la entrevista, el lenguaje tal como lo conocemos, las categorías yo-vos-nosotros, la ilusoria unidad del yo, cualquier lógica sobre la existencia humana, todo vuela por los aires. Ya no se sabe quién pregunta ni quién responde, la confusión es total, pero, nuevamente, todo eso parece posible en el universo maradoniano.
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Finalmente, la entrevista termina con las palabras más dulces que un Diego le puede decir a otro. “Quiero agradecerte por haber venido, haberte prestado a todas las inquietudes de la gente. Yo sabía que ibas a decir la verdad, porque te conozco perfectamente, sé quien sos. Yo sé quien sos”. A lo que el invitado responde: “Para mí, Diego, ha sido un placer estar con vos, de verdad, hablamos de todo. Gracias, te quiero mucho y cuando me necesites, acá estoy. Un beso grande. Nos vemos y si no nos vemos, nos sentimos”.
EL NOMBRE PROPIO
Yo he de quedar en Borges, no en mí (si es que alguien soy).
—Jorge Luis Borges (“Borges y yo”, El hacedor, 1960)
Retomando la idea de que cada quien tiene el trabajo de hacerse un nombre propio, uno que verdaderamente lo represente y sea distinto del que le fue dado por otros, Maradona se hizo un nombre con su cuerpo y con su juego. Por eso, el nombre que mejor lo representa es un número. El único número que llevó en todas las camisetas a lo largo de su carrera como jugador de fútbol. Número sagrado para las matemáticas, la máxima calificación que alguien puede obtener por su desempeño, el número perfecto que Maradona convirtió en su firma: Diego (10). La que nos cuenta, finalmente, que ese es el nombre que él se estuvo armando durante toda su vida.
En el 10 entran todos. Desde el pibe de Fiorito haciendo jueguito en el potrero hasta el último director técnico de Gimnasia y Esgrima La Plata. Entran el marido de la Claudia, el papá de la Dalma y la Gianinna, el amigo de Fidel. Entra el 10 al que le cortaron las piernas, pero también el que siguió caminando, al que no se le escapa ninguna tortuga. Entran, también, todos los Diegos que aún nos faltan conocer y hasta el Diego menos pensado, el insólito, el que percibe cada uno de nosotros y es nuestro, bien propio. Y, sobre todas las cosas, entra el Diego en tercera persona, el de la donación más absoluta y generosa.