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Negacionistas

Los antivacunas entran a la cancha

En las últimas semanas en Europa y EE.UU. han aumentado los casos de deportistas de élite que no quieren vacunarse. El periodista Isaac Risco recoge las historias de estrellas como Kimmich, Irving o Djokovic que se niegan al pinchazo y reflejan la situación de sociedades que, pese a que son las más avanzadas del mundo, viven nuevas olas de contagios

Joshua Kimmich es, sin lugar a dudas, el prototipo del futbolista alemán moderno. Exitoso, disciplinado y polivalente, talentoso aunque no genial, quizá porque lo maradoniano siempre ha sido más bien ajeno a las virtudes del fútbol teutón. Kimmich es un jugador de equipo, ancla cerebral y sólida en el mediocampo defensivo y, cuando se lo pide el ‘profe’, también un lateral de buen toque e incisivo como un punzón en el campo rival. Siempre fiable y un tipo sencillo, sin ínfulas de grandeza ni escapadas como las que suelen destruir las carreras de tantas promesas en tierras incas.

Pero Kimmich no es solo un modelo en la cancha. El jugador del Bayern Múnich y de la Mannschaft germana es además un referente público porque siempre ha demostrado que, para él, la fama y el éxito implican también la responsabilidad de intentar ser un ejemplo a seguir. O así, al menos, había sido hasta hace poco. Porque en su faceta más reciente, Kimmich ha hecho saltar por los aires su imagen de buen chico y confirma que es, en cierta forma, también un digno ejemplar de un tipo de ciudadano alemán que abunda por estos días: el escéptico de las vacunas.

NEGACIONISMO PÚBLICO

La carrera de Kimmich dio un vuelco en octubre, cuando reconoció en público que no se había vacunado porque temía efectos secundarios. “Tengo personalmente algunas dudas respecto a los efectos de largo plazo”, admitió ante las cámaras tras un partido de la Bundesliga. Con esas palabras, el Kimmich ídolo se volvió historia. Desde entonces, no le han dejado de llover críticas porque el país en el que se desarrolló la primera vacuna aprobada contra la covid-19 –el medicamento que comercializa Pfizer salió de los laboratorios de la biofarmacéutica germana Biontech– tiene un serio problema con negacionistas y escépticos. En Alemania, la tasa de vacunación es solo del 68% y no porque falten las vacunas, sino por aquellos que rechazan recibirlas. Por ello, Kimmich se ha convertido en blanco de una opinión pública molesta por una cuarta ola que está causando estragos en Alemania, a un ritmo de 40.000 nuevos contagios diarios.

Pero el caso de Kimmich no es el único que compromete a jugadores del Bayern Múnich. En noviembre pasado, el club alemán les rebajó el salario a Kimmich y a otros cuatro jugadores que también se negaban a vacunarse. Además del volante, se trata del celebrado delantero Serge Gnabry, de Eric Maxim Choupo-Moting, Michael Cuisance y del juvenil Jamal Musiala. Según medios alemanes, algunos de ellos ya se han vacunado o han cambiado de opinión, persuadidos probablemente por su cuenta bancaria, además de por la presión pública. Se especula que entre los que cambiaron de opinión está el propio Kimmich, que para peor suerte se contagió en los últimos días y está de baja médica.

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Uno de los problemas de fondo que revela el debate es justamente el de la función de modelo social de deportistas de élite como Kimmich. El año pasado, el volante había lanzado junto con uno de sus compañeros de equipo, Leon Goretzka, una campaña de donaciones para organizaciones caritativas en medio de la pandemia. Ante ello han surgido preguntas como: ¿A cuántos niños y jóvenes no habrá hecho dudar ahora el rubio mediocampista del Bayern? ¿Cuánto gente podría haber confirmado su escepticismo sobre la vacuna y la crisis sanitaria global por el ejemplo del futbolista? No hay estadísticas al respecto, pero es plausible que más de uno podría desdeñar la vacuna si un tipo exitoso, listo y supuestamente bien informado como Kimmich dice en público que no quiere ponérsela.

El escepticismo podría parecer incluso justificado dado que estos deportistas se ganan la vida con su cuerpo y prestan especial atención a asuntos de su salud. Pero el otro problema de fondo es, justamente, la información. O la falta de ella. “Seguro que Kimmich es un experto reconocido en asuntos de fútbol, pero no es un experto en asuntos de vacunación y de vacunas”, soltó el jefe de la comisión científica de expertos en Alemania, Thomas Mertens, antes de recordar que los estudios médicos descartan por ahora efectos secundarios a largo plazo y recomiendan encarecidamente la vacuna para doblegar al virus, también por solidaridad con los más débiles. Y la siempre aguda revista satírica “Der Postillon” vaticinó que el volante renunciará próximamente también a cabecear pelotas, si tanto le preocupan los posibles daños de largo plazo en su salud.

El caso de Kimmich es un síntoma que refleja el estado actual de la sociedad germana, uno en el que tiene que bregar con la desinformación. Una tara que se extiende a otros dos países germanoparlantes (Austria y Suiza) que de acuerdo una estadística publicada recientemente tienen las tasas más bajas de vacunación de Europa occidental. La explicación de este fenómeno tiende a ser cultural. Por estos días, en el país germano se debate sobre la influencia nociva de corrientes de pensamiento como la antroposofía de Rudolf Steiner, padre intelectual de las escuelas Waldorf. La pedagogía Waldorf es reacia a las vacunas por su conocida querencia por lo espiritual. El culto a lo esotérico suele ser una constante de las marchas antivacunas germanas, además del fervor por las teorías conspirativas sobre los planes perversos de Bill Gates y el rol de salvador del mundo de Donald Trump.

Kimmich, desde luego, no es un terraplanista ni un negacionista de la pandemia, pero su caso demuestra que él mismo es un buen ejemplo del ciudadano promedio alemán. Alguien expuesto a la desinformación en tiempos convulsos.

DESDE IRVING HASTA DJOKOVIC

Pero Alemania no es el único país que tiene deportistas que se han unido al movimiento antivacunas. Por ejemplo, tenemos el caso de estrellas de Estados Unidos, un país con problemas mucho mayores con escépticos y donde vacunarse se ha convertido en una absurda disputa política. Y es que el trumpismo y su cohorte ideológica han conseguido asentar la narrativa de que no vacunarse es un acto de libertad, uno de los principios sacrosantos del ideario nacional del país norteamericano.

Kyrie Irving es una de las estrellas de la NBA que se niega a vacunarse. Por su negativa no ha podido debutar en esta temporada. NEWYORKDAILYNEWS.

Independientemente de simpatías políticas, la NBA se ha convertido así en un reducto de antivacunas con unos sesenta casos de opositores confesos. El más emblemático es el de Kyrie Irving, el base de los Brooklyn Nets, que ha hecho un credo de su negativa a aplicarse el pinchazo, y asegura no tener miedo a perder parte de su salario. “No se trata de dinero, sino solo de la libertad de lo que quiero hacer”, dice el astro de los Nets, que ha esgrimido incluso argumentos delirantes como que las vacunas son parte de un plan satánico contra la población afrodescendiente.

También el fútbol americano tiene sus representantes. A inicios de noviembre pasado, Aaron Packer, el mariscal de campo de los Green Bay Packers, también reconoció públicamente que no se ha vacunado. La estrella de la NFL señaló no ser antivacunas y planteó que ha aceptado el pinchazo porque es alérgico a los componentes. Según el quaterback, ha encontrado un protocolo de inmunización a largo plazo que lo protege a él y a sus compañeros. Lo cierto es que desde entonces se ha vuelto un héroe para los antivacunas.

Sin embargo, el problema es global y por ahora parece estar presente sobre todo en países ricos o en las élites deportivas. El número uno del tenis mundial, el serbio Novak Djokovic, es conocido por su rechazo a la vacuna y aún no ha dejado claro si estará en enero en el Abierto de Australia, un país que exige la vacunación para los viajeros que entren a su territorio. Y seguimos contando.

Volviendo a Alemania, se ha dicho que la exitosa refundación del fútbol germano a partir de 2006 se debió en parte al hecho de que la federación consiguió nutrirse de la nueva realidad social del país para armar la selección. Que el ingrediente sumado de los hijos de los inmigrantes –los Mesut Özil, los Sami Khedira, los Jérôme Boateng, los Ilkay Gündogan– le dio una nueva personalidad al otrora tosco balompié teutón, que lucía agotado y obsoleto a comienzos de siglo. No sabemos aún si esto impactará en la evolución de los próximos años, pero por ahora sí podemos constatar que la nueva realidad germana de pandemia también se refleja en la cancha, incluso en caso como el del hasta hace poco modélico y cerebral Joshua Kimmich. Los escépticos, en estos días, también pueblan la medular del Bayern. ~

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