Camila Zapata, periodista de DirecTV, reflexiona sobre los casos de acoso sexual y abuso de poder que se han dado en equipos de fútbol femenino de diferentes lugares del mundo y que recientemente han salido a la luz.
Cuando en 2017 apareció el movimiento Me Too, el reflejo de un recuerdo escondido en los vacíos de mi memoria me enfrentó. Tenía nueve años cuando entrenaba cinco horas al día en la Villa Deportiva Nacional buscando ingresar a la Selección Peruana de Gimnasia Artística.
Daniel, el entrenador principal de Menores, me llamaba Blanca Nieves. Era muy cortés y divertido. El favorito de los papás y mamás por su codiciable carisma y manejo de grupo. Pero cuando yo lo veía, pensaba en sus sucias manos dibujándose en mi uniforme mientras hacía un aspa de molino y en sus dedos colocando papel higiénico entre mi malla y mis partes íntimas. Yo sufría mientras esbozaba perfección con las líneas de mi cuerpo para no tener que repetir el ejercicio.
Un día, renuncié y mi hermano me preguntó porqué no quería volver a los entrenamientos. Yo no sabía cómo expresar una situación que tampoco entendía muy bien. Entonces, viví en silencio hasta hoy.
Tal parece que todas tenemos una historia. En Venezuela, hace algunas semanas, 24 jugadoras de la selección vinotinto de fútbol denunciaron al ex entrenador Kenneth Zseremeta por abuso sexual, acoso psicológico y homofobia. Una de ellas había sido abusada sexualmente desde los catorce años. Días después, el representante legal del director técnico aseguró que se declaraba inocente hasta que se pruebe lo contrario y que desestimaba los delitos de los que se le acusan “por tratarse de una denuncia con contenido difamatorio y antideportivo”.
Paralelamente en Estados Unidos, el portal The Athletic, destapó en octubre pasado los comportamientos del ex entrenador Paul Riley del North Carolina Courage, equipo de la Liga Nacional de Fútbol Femenino (NWSL, según sus siglas en inglés). Riley cometió actos de acoso y coerción sexual contra varias jugadoras. Seleccionadas nacionales como Megan Rapinoe y Heather O’Reilly se solidarizaron con las víctimas y fueron enfáticas contra la NWSL.
Por su parte, en septiembre de este año, dos seleccionadas peruanas renunciaron a la concentración un día antes de viajar a Ecuador para jugar un partido amistoso. Una vez más, la sombra del deporte femenino y la convivencia con acciones protervas y perversas volvía a aparecer en la agenda. Al entrenador Doriva Bueno se le acusaba de haber cometido graves faltas éticas que atentaban contra ellas y el grupo. El técnico, lejos de asumir una posición autocrítica, criticó a las jugadoras a través de declaraciones a la prensa: “es una pena su comportamiento, no pensaron ni un poco en el fútbol femenino pese a que yo les abrí las puertas de la Selección”. Más adelante, se conoció que el brasileño mantenía una relación sentimental con una jugadora del equipo.
Lo más crítico del asunto vino después. Muchas jugadoras se manifestaron a través de sus redes sociales defendiendo al entrenador, el cual finalmente fue retirado de su cargo por la Federación Peruana de Fútbol tras concluir un proceso investigatorio. Entiendo la respuesta de las futbolistas aferrándose a una situación límite: tiene que ver con nuestro pasado. En el deporte femenino hemos crecido por años entre la precariedad y el abandono. Hemos normalizado lo caótico y abrazado lo más mínimamente decente para evitar volver a quedarnos desamparadas.
Cuando el proceso de denuncia se hace más largo y más lento es porque ha sido más duro, pero cuando despertamos y aceptamos que fuimos víctimas estamos finalmente asumiendo la responsabilidad de alzar la voz por las que vienen, por las niñas y adolescentes. Para que no se repita.
Buena nota .. para informar lo que muchos ni idea teníamos y para hacer reflexionar sobre el daño que puede hacer el acoso en todo ámbito … esperemos que ayude a mejorar