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Bolivia y la fantasía de las élites

La derrota con la blanquirroja ha vuelto a colocar a Bolivia en una posición incómoda en la tabla. Como ha sido la tendencia durante casi tres décadas,  Bolivia se aleja del sueño mundialista.   El analista político boliviano Pablo Mamani Ramírez plantea que la discriminación es la causa de la cadena de fracasos en las canchas.

En un artículo de 2016 publicado en el periódico Página Siete de La Paz nos preguntamos ¿por qué en el fútbol boliviano y en las selecciones nacionales hay tan pocos jugadores aymaraquechuas o guaraníes? Ahora retomamos la reflexión planteando las siguientes interrogantes: ¿Por qué el fútbol boliviano se centraliza en Santa Cruz? Si somos un país constituido por regiones y pueblos diversos, ¿por qué entonces nuestra selección no expresa esa dimensión sociológica e histórica del país? ¿Qué tiene que ocurrir para que aquello no sea una realidad social e institucional? Una y otra pregunta nos llevan a problematizar una realidad que le atañe a toda la sociedad boliviana y no solo a un reducido grupo de privilegiados.

La tesis que queremos plantear es que Bolivia sufre de factores estructurales que provocan que la selección de fútbol sea la negación del país. Esa ruptura explica el permanente fracaso de la llamada selección nacional en las eliminatorias mundialistas y de los clubes locales en campeonatos internacionales como Copa Libertadores de América o la Sudamericana. Por ello, tenemos que reconocer que es un asunto público, que le compete al Estado y que no será resuelto por la empresa privada que representa a la FIFA en nuestro país.

La selección boliviana está compuesta en su gran mayoría por futbolistas de piel más clara. Solo unos pocos provienen de sectores populares e indígenas. Esta realidad contrasta con el público que acude a los estadios. En casi todos los del occidente y del oriente del país, se puede ver a una hinchada morena e indígena. Esta contradicción termina siendo un problema porque no existe una sintonía entre la pasión que se vive en la sociedad y lo que se refleja en el gramado. Al no existir futbolistas aymaraquechuas o guaraníes y de sectores populares, a excepción de los yungas de La Paz o de Tarija, se produce esa ruptura. Los sistemas de dominación y explotación económica que han afectado históricamente a las regiones se refleja en el deporte rey. Los jugadores de estas regiones no tienen la oportunidad de demostrar su valía porque el balompié boliviano se organiza alrededor del racismo de las élites.

Por ello se requiere una gran democratización del fútbol. La mentalidad colonial se refleja en los dirigentes que privilegian a lo extranjero. Se insiste en traer directores técnicos de afuera y jugadores de latitudes lejanas que no se adaptan fácilmente a nuestro medio. Esta es una expresión fáctica de la mentalidad colonial. Los casos más sonados se han dado en el Bolívar de La Paz a principio de este año y de Oriente Petrolero de Santa Cruz en temporadas anteriores. Estos clubes siguieron apostando por lo extranjero y lo pagaron con malos resultados.

Marcelo Martins, cruceño e hijo de brasileño, es la gran figura de la selección boliviana. Para Mamani hay una predilección por jugadores de esa región del país que le quita oportunidades a los aymaraquechuas. SHUTTER.

Otro grupo social que interviene en el problema es el periodismo deportivo. Los narradores y comentaristas no tienen una visión crítica de las estructuras de dominación política y económica que afectan al fútbol. Se reducen a copiar de las categorías de análisis o las jergas de sus pares argentinos, brasileños o europeos y no advierten el desencuentro dicho arriba. A excepción de Sergio Apaza, no hay un relator deportivo que provenga de sector aymaraquechuas o guaraníes que hagan comentarios deportivos sobre el problema de la psicología del fútbol nacional.  Lo que ocurre es que comparten el pensamiento de la élite pese a que no forman parte de ella. En ese sentido, el periodismo deportivo es acrítico con los sistemas de dominación y explotación del indio.

EL SUEÑO DE LA REVOLUCIÓN

Por ello, nos preguntamos: ¿si la selección reflejara la piel morena, negra y blanco del pueblo no estaríamos presenciando una revolución social y futbolística? ¿No sería este el paso necesario para que Bolivia triunfe finalmente? Si esto fuera cierto entonces sería razonable plantear que el fútbol no solo le pertenece a los entes privados. Quedaría claro que es un asunto público, incluso estatal. Por ello, queda pendiente la acción del Estado plurinacional. Si bien se han dado intentos interesantes, hasta el momento han sido insuficientes. Evo Morales trató de empoderar al futbol juvenil pero solo en el Chapare. Estos programas no se realizaron en el resto del país, en lo que fue una contradicción con el discurso de la descolonización.  Probablemente, no se ha realizado un esfuerzo estructural porque la FIFA prohíbe que los gobiernos se interpongan en asuntos del fútbol. Esta es una muestra del racismo que ejercen los entes mundiales en Sudamérica.

Comparativamente, se puede observar cómo en países como Brasil, Venezuela y Ecuador sí existe una ligazón incesante entre la pasión social y lo que ocurre en el gramado. Esta sintonía perfecta es importante porque solo así el futbol puede extenderse por todo un país, en provincias, ciudades y barrios. La ruptura que se vive en Bolivia debe ser superada porque, como se observa y he podido vivirlo personalmente, el fútbol se juega en los ayllus, comunidades de todo el altiplano y los valles y las regiones subtropicales al igual que en la Amazonía boliviana. Se juega entre cuatro mil y quinientos metros sobre el nivel del mar. Bolivia es un país futbolero, pero vivimos una tragedia nacional porque se le niega la participación al pueblo. A excepción de uno que otro, los aymaraquechuas tienen negado el ingreso a la élite del balompié nacional, no pueden integrar la selección ni equipos como Bolívar, The Strongest, Wilstermann u Oriente Petrolero, los más populares del país.

Por ello hablar del fútbol en Bolivia es casi un asunto existencial. Cuando gana la ‘Verde’ es como si fuera el día de la liberación nacional y cuando pierde es la gran tragedia del año. Pero la derrota se vive con más dureza que la victoria. Los resultados adversos nos hacen vivir una drama permanente. Por ello, hay que preguntarse: ¿Por qué tendríamos que seguir viviendo la misma tragedia por los siglos de los siglos? ¿Por qué el fútbol boliviano suele fracasar? ¿No es hora de cambiar radicalmente a la selección verde para hacer de ese deporte una pasión que refleje la nación plurinacional y no un solo un espejismo esporádico? Sin duda llegara ese día. Pero hay que prepararlo.

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