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André Carrillo abraza a Gianluca Lapadula para celebrar su gol ante Bolivia. INTERVENCIÓN: KATTYA LÁZARO.

Abrazos contagiosos

Con más de la mitad del país vacunado, Perú enfrenta una nueva epidemia: la de los abrazos que habían sido postergados. Renzo Gómez Vega explora todo lo que nos sacude cuando celebramos un gol.

Hace dos años, cuando el mundo dejó de abrazarse, se pensó que el bicho también nos arrebataría esos segundos posteriores a la consumación de un gol en los que los hombres se ‘paletean’ sin pudor. Esos instantes sublimes donde los afectos se liberan y se manifiestan en masa —y en público.

El último jueves, la ‘Culebra’ Carrillo se enroscó en Gianluca Lapadula, en su primer gol por las Eliminatorias. Lo tomó del cuello y del vientre. Le susurró algo. Le olió el perfume. Y por poco hasta le muerde la oreja. Bondades, dicen los terapeutas, de abrazar por detrás. Ese abrazo inesperado que solo dan los amantes, los amigos o los cogoteros.

Carrillo personificó un clamor popular: abrazar a Lapadula, ese delantero de otras tierras que cayó del cielo cuando nos estábamos hundiendo. Se abraza a quien se desea, pero sobre todo a quien se quiere —y en quien se confía. En estos cincos partidos que nos faltan, allá arriba, en el área rival, no tenemos a nadie más que a él en este diluvio.

Un abrazo puede ser el final de una historia. O el reinicio. Es la primera goleada de la selección en las Eliminatorias. Es la primera vez en trece partidos que no nos comemos las uñas en el segundo tiempo. Si nos inyectamos una dosis de realidad tendríamos que admitir que fueron tres goles ante el más débil de Sudamérica. Si abrazamos una esperanza, pues seguimos con vida y con cierto brillo.

Se pensó que el fútbol iba a quedarse sin festejos y, por ende, sin abrazos. Se pensó que la humanidad no volvería a abrazarse. A abrazarse con intensidad y en silencio, como único lenguaje. Como lenguaje mudo del querer. Hemos dado demasiados abrazos, abrazándonos a nosotros mismos a través de pantallas. O través del vidrio de un hospital o un ataúd. Abrazos incompletos que no volveremos a dar. Abrazos que solo podremos completar en soledad.

Nos harán falta muchos abrazos en esta recta final. Abrazos de júbilo o consuelo. Abrazos para mantenernos en pie, como los que dan los boxeadores. Abrazos para seguir soñando, como el de la ‘Culebra’ Carrillo a Lapadula. Abrazos que contagien, simplemente, un poco de ilusión.

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