Cada año, en junio, los logos de diversas marcas, organizaciones y clubes deportivos se tiñen de los colores del arcoíris. Esto parecería indicar que el reconocimiento de derechos y la inclusión son cada día más amplios. ¿Se trata de un real compromiso con la comunidad LGTBIQ+ históricamente excluida o una estrategia para atraer a más clientes o seguidores? ¿Responsabilidad social o rainbow washing? ¿Cómo se manifiesta este fenómeno en el ámbito deportivo? María José Castro intenta encontrar las respuestas a estas preguntas.
En el plano deportivo observamos y vivimos aquello que nos preocupa como sociedad. En el 2021 parecía que se respiraba inclusión y diversidad (al menos eso se sentía en las redes sociales), pero en el 2022 hemos sido testigos del silencio de diversos clubes de fútbol, entre ellos Alianza Lima, Universitario de Deportes y la propia Federación Peruana de Fútbol (FPF) frente a la conmemoración del Día Internacional del Orgullo LGBT. De abrazar el arcoíris, a los colores de siempre. ¿Por qué este silencio?
En junio del 2022, en nuestro país la representación de personas LGTBIQ+ sigue generando polémica como pudo observarse en el cartel que publicara Cineplanet a la entrada de las salas donde se proyectaba la película Lightyear. Como en la cinta aparece una pareja de dos mujeres dándose un beso se advertía: “Te informamos que la película “LIGHTYEAR” tiene escenas con ideología de género”. Así como los héroes del cine, los deportistas también son referentes y las acciones u omisiones de sus clubes son importantes para poner en agenda las dificultades o la discriminación que se viven a partir de la diversidad sexual.
Así como en el cine, en el fútbol también se piensa en los espectadores y quizás la situación en la que están algunos clubes, además de la reciente derrota en el repechaje mundialista, hayan generado que este año quieran tener un perfil bajo frente al tema y no meterse en problemas. Lamentablemente pensar en la inclusión y que todas las personas tengan los mismos derechos genera discrepancias a nivel político y también en los hinchas, pero ¿por qué no hacer del deporte un espacio de referencia y reflexión? ¿Por qué callar frente a la exclusión? ¿No es el deporte un ámbito en el que se busca que haya una competencia entre iguales? ¿No se dice que en la cancha todos valemos lo mismo?
Si bien en el fútbol masculino peruano los colores del arcoíris no han aparecido este junio que acaba de pasar, es importante recordar algunos referentes internacionales que han planteado clara y abiertamente su identidad. Thomas Hitzlsperger, exseleccionado alemán entre 2004 y 2010, comentaba en un nota recogida en La República: “Hablo de mi homosexualidad porque quiero impulsar la discusión sobre este tema en el deporte profesional”. O el australiano Andy Bremman, que hace tres años se pronunció: “Si mis amigos no podían aceptar esta parte integral de mí, si el futbol ya no me quería, entonces yo tampoco los quería en mi vida”, mencionó en ESPN.
La FIFA y el orgullo
Si nos acercamos a la FIFA este año, en su página web y redes sociales ha manifestado su apoyo a la comunidad. “La Copa Mundial de la FIFA Catar 2022 será una celebración de la unidad y la diversidad –una unión de personas de todo tipo y condición– sin importar la raza, el origen étnico, la religión, la edad, la discapacidad, las características sexuales, la orientación sexual, la identidad de género ni la expresión de género: todo el mundo será bienvenido”.
¿Cómo será esto posible en Qatar? Como planteamos hace algunos meses, Nasser Al-Khater, presidente de la comisión organizadora del Mundial Qatar 2022, “pidió” a los homosexuales evitar las muestras de afecto en público si asisten al torneo deportivo. “Están mal vistas y eso vale para todos”, dijo. ¿Se puede apoyar una causa y al mismo tiempo organizar un evento mundial que no reconoce la causa que apoyas?¿Cuán abierto es el fútbol masculino al tema? Josh Cavallo, por ejemplo, es un futbolista australiano que podría ir al Mundial y ha planteado públicamente su homosexualidad. ¿Resultará seguro para él estar en el evento más importante de su carrera en un país que considera su orientación un delito?
Rainbow-washing
¿Por qué apoyar a la comunidad? ¿Por qué hacerlo en junio específicamente? La noche del 28 de junio de 1969, una operación policial en el bar Stonewall de Nueva York inició una serie de protestas que visibilizaron las demandas de la comunidad LGTBIQA+, y a partir de ello, desde 1970 se iniciaron las marchas y manifestaciones, por lo que todo junio empezó a ser reconocido como el Mes del Orgullo. Como plantea el escritor Edmund White, en declaraciones recogidas por Infobae, “en Stonewall se formó una comunidad y una ideología. Antes no había orgullo; sólo miedo gay, soledad gay y desconfianza gay y odio a uno mismo gay”.
Pese a los avances en materia de derechos, en estos cincuenta y tres años muchas empresas e instituciones han visto en junio la oportunidad para plantear públicamente su apoyo a este colectivo, pero, como plantea Caro Black Tam, psicólogx social, dramaturgx y actualmente parte del equipo de Planeamiento Estratégico en Wunderman Thompson Perú, “tanto las empresas como las marcas que representan deberían tener la responsabilidad de contratar, valorar y visibilizar el trabajo de las personas LGBTIQA+ todos los días del año y no solamente durante el Mes del Orgullo”. “A nivel publicitario, tenemos muchas oportunidades para retratar narrativas diversas y no desde los estereotipos, tener acciones significativas cuyos propósitos se centren en las personas y no solo en las ganancias monetarias. Es muy común que, durante el Mes del Orgullo, aparezcan instituciones que quieran tener testimonios de personas LGBTIQA+ para sus campañas sin retribuirles económicamente (esto suele ser definido como “tokenizar”). Creería saludable cuestionar las prácticas, modelos y formas de trabajar para crear entornos realmente inclusivos y sostenibles en el tiempo”, añade.
Sería pertinente preguntarnos: ¿Qué significa realmente apoyar al colectivo? ¿Ponerse el color de una bandera implica comprometerse con una causa?
Quizás la respuesta a esta última pregunta esté en el rainbow-washing que, como plantea Black Tam, “beneficia a las empresas económicamente (para impulsar algún producto o servicio determinado, por ejemplo) y a nivel de imagen corporativa (interna y externa)”. Se trata de una forma muy fácil de “subirse al carro” temporalmente sin tener acciones que impacten positiva y significativamente en la comunidad LGBTIQA+ en el día a día o alivie alguna de sus demandas. Muchas veces estas mismas empresas que ponen un logo arcoíris (y que en julio vuelve al “logo regular”) subvaloran a los talentos de la diversidad de género y sexual, lo cual se refleja en sus pagos, en ambientes laborales nada seguros o que no les permitan expresarse libremente.
La clave parece estar en los beneficios que se puedan generar luego de una acción. Si los espectadores quieren diversidad, ponemos una bandera; pero si el Congreso plantea el enfoque de género del currículo educativo, pues se guarda silencio para no tener problemas o discusiones entre los aficionados porque para algunos el deporte no se relaciona con temas político. ¿No es justamente el deporte un espacio en el que se debería fomentar la igualdad y el respeto a la diversidad?
Dejar los colores en la forma y abrazarlos en el fondo, como sentencia Black Tam. “Existen acciones muy puntuales pero significativas que podemos poner en práctica, como presentarnos mencionando nuestros pronombres así seamos personas cisgénero (personas que se identifican con el sexo asignado al nacer). De esa forma, podemos darnos la oportunidad de reconocer identidades fuera del binarismo de género y crear un ambiente más seguro y libre”.
El verdadero compromiso con la comunidad no se ve con ponerse o quitarse los colores en las redes sociales, sino con acciones. Como todo en la vida. Que el Mes del Orgullo no sea solo una campaña de marketing, sino una oportunidad de cambio. ¿Quién se anima a ponerse la bandera de manera permanente en el deporte? ~
Felicitaciones, artículo muy completo y exacto.