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Sport Boys yugoslavos

Jugar para vivir

Tres años después de acabada la Segunda Guerra Mundial, el 10 de agosto de 1948 110 migrantes europeos arribaron a Lima huyendo del terror. Entre ellos estaban cuatro futbolistas yugoslavos que luego fueron contratados por Sport Boys. El periodista e historiador Jaime Pulgar Vidal cuenta detalles desconocidos de la travesía de Dragoilovich, Dusac, Lucik y Deucin.

En una revista sobre deportes se puede escribir de muchas cosas porque, al fin y al cabo, los deportistas son seres humanos tan complejos como cualesquier otro. Hace unas semanas el telescopio James Webb llegó a su órbita preestablecida desde donde enviará imágenes de lugares que nunca han sido vistos por el ser humano. Ahora, imaginen que, en unas décadas, el ser humano pueda tener un telescopio que permita observar la superficie de planetas extrasolares o exoplanetas. Es decir, planetas que orbitan una estrella distinta del Sol.

Ahora imaginen que lo primero que observen sea a unos individuos, parecidos a nosotros, practicando algo similar a nuestro fútbol. ¿A qué tipo de especialista buscarán los periodistas para hablar de semejante descubrimiento? ¿A astrónomos? ¿A biólogos? Imagino a algunos periodistas deportivos lanzando ajos y cebollas mientras, jocosamente, hablan de lo que parece un partido de fútbol; mientras otros plantean que el equipo que está a la izquierda ganará la disputa porque parece tener un mejor ‘número telefónico’ que el rival.

¿Y qué si aquellos seres de este exoplaneta están en medio de una práctica ritual parecida a la que hacían los Mayas con el juego de la pelota? El sentido común, aquel que utilizan algunos periodistas deportivos, no es un buen compañero para hablar de algo tan serio como un juego de pelota.

En el deporte en general y en el fútbol, en particular, participan seres humanos tan complejos como todos. Con aspiraciones y frustraciones; con deseos y resignaciones; con alegrías y tristezas; con creencias y escepticismos; y tantos otros asuntos que van más allá de los pases buenos que hicieron en un partido; de los quites; de los remates al arco; y tantos otros etcéteras que algunos —el número va pavorosamente en aumento— estiman que definen al homo sapiens que patea un balón. Vaya reduccionismo.

Esta historia es de futbolistas, pero también de migrantes y de guerras. En la vida de un futbolista nada es tan simple.

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Recuerdo que en la universidad San Marcos aprendí que la migración se debe a factores de expulsión y de atracción. Tal vez hoy, en pleno 2022, haya alguna autoridad intelectual que redefinió el asunto; no soy especialista en el tema. Para otros intelectuales, la guerra moderna tiene que ver con la consolidación de la nación, aquello que nos hace sentir parte de una comunidad imaginada, por la que somos capaces de gastar miles de dólares para cantar, desde una tribuna, Contigo Perú, la canción mandada a componer por el dictador Francisco Morales Bermúdez.

Oficialmente la Segunda Guerra Mundial finalizó en Europa el 9 de mayo de 1945, cuando las tropas alemanas se rinden ante los aliados. Desde ese momento, millones de desplazados buscan familiares, hogar, comida, amor. Muchos de ellos habían sido futbolistas antes de la guerra.

La llegada de Lucik y Dragoilovich a Sport Boys despertó el interés de la prensa local.

El 15 de diciembre de 1946, en Nueva York, se estableció la Organización Internacional de Refugiados. Lo primero que hizo fue establecer qué se debería hacer con ellos: “Que los verdaderos refugiados y personas desalojadas deberían recibir ayuda internacional, sea para su regreso a sus países de origen o a sus anteriores lugares de residencia habitual, o bien para encontrar nuevos hogares en otras partes, de acuerdo con las condiciones estipuladas en esta Constitución…”.

Hasta 1941, Yugoslavia mantuvo su neutralidad en la guerra, pero, en aquel año, el ejército alemán invadió el país. Una lucha entre alemanes y yugoslavos diría el sentido común. Sin embargo, en estos asuntos de consolidaciones nacionales pesan tanto o más que las comunidades imaginadas, la religión, el idioma y la ideología política. Nada es tan simple entre los seres humanos.

El 21 de octubre de 1941 se produjo la masacre de Kragujevac. Milos Dragoilovich relata: “Jamás lo olvidaré porque es algo que lo tengo presente a cada instante, por lo salvaje, por lo inhumano. Es la masacre que cometieron los nazis contra los quince mil jóvenes de Yugoeslavia. Yo estaba en el lugar del hecho. Prisionero como los otros. Pero tuve suerte. Junto con dos mil muchachos más pude fugar. La barraca en que estábamos prisioneros era de madera. La desesperación, las ansias de salir de las garras del enemigo, nos impulsaron a romper la barraca. Entre los escombros perecieron algunos muchachos. Luego los centinelas nos persiguieron, haciendo fuego sobre todo el pelotón que huía. Murieron muchos, pero los quince mil que quedaron en poder [de] los nazis fueron masacrados. Ahí perecieron muchachos de 15 años, jóvenes estudiosos, idealistas, científicos, letrados. El enemigo no contempló nada de eso, mató sin distinción. Muchos amigos míos fueron masacrados”.

Nadie se pone de acuerdo, pero las cifras de muertos parece que alcanzaron los tres mil. Uno de los sobrevivientes fue Milos Dragoilovich, futbolista que llegó al Perú en 1948, aunque no nos adelantemos.

Luego, empezó un enfrentamiento entre comunistas partisanos, opuestos a los alemanes y monárquicos. Todo esto en medio de nazis que ocupaban el país, dándole aparente libertad a Croacia y a Montenegro. Simple, ¿no?, tanto como recordar un número telefónico. De esos combates, Dragoilovich recuerda: “Estaba en plena batalla. Yo pertenecía a un escuadrón de morteros. Era sargento. En esos momentos culminantes, en que las balas silban a diestra y siniestra y la sangre corre como río, el miedo, el apego a la vida desaparece. Uno se torna salvaje y lucha como fiera. De pronto estalló una granada de mano cerca de mi. Perdí el conocimiento. Me llevaron a un hospital militar y el resultado fue [una cicatriz en la frente y otra en la mano derecha]. Cuando recién se cicatrizaron las heridas, yo me miraba a un espejo y no me reconocía, ahora apenas se nota y ya estoy muy acostumbrado a ellas”.

Recuerden que en la guerra no hay transiciones, palabreja que se ha puesto de moda en el ámbito del periodismo deportivo. Hay que convertirse en un experto de la noche a la mañana o, sino, uno se muere.

Expulsados los alemanes del país, el control de Yugoslavia quedó en manos de los comunistas. Más de un millón y medio de ciudadanos de ese país perecieron en la terrible confrontación.

El suplemento “Equipo” destacó en su edición del 19 de enero de 1950 la entrega de Dragoilovich.

Entre tanto, el gobierno del Perú había firmado un convenio con la Organización Internacional de Refugiados y el 10 de agosto de 1948 arribaron a nuestro país 110 migrantes, en su mayoría yugoslavos y rumanos. Era el tercer grupo de migrantes que llegaban a nuestro país. El 4 de enero de 1949 llegó el cuarto grupo, conformado por 400, que fueron instalados en el colegio Leoncio Prado.

En el grupo de agosto de 1948 arribaron cuatro futbolistas yugoslavos que fueron contratados por Sport Boys. Uno de ellos era Dragoilovich; otro, Dusac. Para la revista Equipo, Duksa (sic) “lo único que demostró, es que necesita aumentar unos cuantos kilos y que sabe mascar muy bien el chicle. En cuanto al fútbol ¿De qué fútbol me están hablando?”

En noviembre de 1948 el diario La Prensa publica una nota que titula “Los cracks europeos del Sport Boys competirán con el combinado de la ciudad de Huaral, en Huacho, hoy”. Dusac o Duksa se convierte en Jausa; también está Deucin; Jutusick, Dragolovik y Nicola. La grafía de los apellidos de los yugoslavos difiere, dependiendo del medio de comunicación y del periodista que lo escribía.

Era todo complicado. Es más, aparecen prejuiciosos comentarios como los siguientes:
“ —Te enteraste de los inmigrantes?
—Si y parece que hubo una carrera entre varios clubs por asegurar los contratos
—¿Y cuáles fueron los interesados?
—Dicen que Alianza Lima, Sucre y el Sport Boys.
—¿Y por qué no firmaron por los “íntimos”?
—Parece que no estaban de acuerdo con una de las condiciones que decía más o menos lo siguiente: “una vez firmado el contrato y antes de cada partido, los jugadores europeos contratados se harán ondular el pelo, estilo zambito, y tomarán baños de sol hasta ponerse la epidermis de un tono moreno”.

Salieron de un país dividido ideológicamente y por cuestiones religiosas e idiomáticas, y llegaron a uno dividido por cuestiones raciales.

Dragoilovich acabó su carrera como futbolista en Colombia.

Afortunadamente, Dragoilovich hablaba castellano. Se le facilitó el aprendizaje de este idioma debido a que vivió en Italia después de la guerra, y, además de italiano, aprendió latín. Trabajó en Lima en la Fábrica Nacional de Madera y vivió en una casa junto a otros compatriotas yugoslavos.

Con respecto a su fútbol y al nuestro dejó un comentario muy interesante: “Sinceramente debo decir que aquí se juega muy buen fútbol, pero mejor sería hacerlo más práctico. Al menos en Europa preferimos hacer más goles, aunque no nos salgan jugadas muy bonitas o perfectas”. Y es que, claro, a nosotros nos gusta el chiche, la gambeta, la huachita, llevarnos a todos los rivales y, antes que anotar, regresar para volverlos a llevar. El “fulbo” peruano.

Cuando Sport Boys jugó ante Universitario de Deportes, un periodista agregó que Lucik y Dragojlovic “practican un fútbol positivo sin pretensiones estéticas, recibiendo la bola para servirla inmediatamente al compañero mejor ubicado. Pases largos y ligeramente adelantados…”.

Tal vez nunca sepamos bien el apellido de los cuatro yugoslavos que jugaron para Sport Boys. La revista Equipo se preguntaba si serían parientes Manuel Drago y Dragojlovic. “¿No será yugoeslavo el wing derecho de Boys? ¿No será loco el yugoeslavo? ¿No llegará algún nuevo inmigrante apellidado Valerianojlovic?”. Lo llamativo es que esta nota la firma un tal Guatacho ¿Guatachojlovic? Ni idea. Lo que no sabía Guatacho es que Drago es también un apellido yugoslavo.

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De Lucik, Dusac y de Deucin, si es que ese era su apellido, no sabemos más nada. De Dragoilovich, sabemos que continuó su carrera futbolística en Colombia. Firmó por Cúcuta Deportivo y, como agrega la página Web Dechalaca.com, después de ello “defendió a conjuntos de menor renombre como el Universidad de Bogotá y el Deportivo Samarios de Santa Marta, hasta que en 1955 recaló en el Santa Fe, club al que defendió por el gusto de hacerlo, ya que no cobró sueldo alguno en un momento en que ‘El Dorado’ se había vuelto opaco luego que los colombianos se reinsertaron en el ámbito mundial del fútbol”.

En 1985, Zivana Meseldzic de Pereyra publicó un libro titulado “Yugoslavos en el Perú”. De los yugoslavos de Sport Boys no se dice absolutamente nada. Tal vez, porque Dragoilovich falleció en Bogotá el 14 de setiembre de 2011.

No sabemos si en su vivienda, Dragoilovich y los otros yugoslavos tenían algún número telefónico. No sabemos si aprendieron el lenguaje coloquial y aderezado peruano que incluye ajos y cebollas. Lo que sí nos queda claro es que fueron víctimas de una guerra terrible, migrantes forzados que debieron escapar de intolerancias ideológicas para refugiarse en un país lleno de prejuicios raciales.

¿Qué tanto de la vida que llevaron influenció en su fútbol? Imaginamos que mucho. Tanto, que ello no se lee en estadísticas de pases buenos o errados, remates al arco o desviados. Probablemente la única estadística de la que Dragoilovich pueda sentirse satisfecho es que esquivó una granada y pudo sobrevivir para contarlo, para jugar al fútbol, con una cicatriz, apenas visible en la frente, pero profunda en el espíritu de un ser humano que solo quería jugar en paz. ~

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