La parataekwondista peruana, ganadora de la medalla oro en los Juegos Paralímpicos de Tokio 2020, tiene un talento especial para captar rápido las enseñanzas de sus entrenadores. El periodista Mario Blanco cuenta la historia de una paratleta que pese a pelear siempre en desventaja, se ha convertido en la número uno de su categoría.
La parataekwondista número uno del mundo no tuvo formación en taekwondo. Tampoco es cinturón negro, el máximo rango de este deporte. La parataekwondista número uno del mundo empezó a practicar el arte marcial recién hace cinco años, mientras que sus principales rivales en torneos internacionales lo han hecho desde la infancia o mucho antes que ella.
Para ser la uno del mundo en parataekwondo de la categoría K44, Angélica Espinoza ha tenido que adaptarse con frecuencia y acelerar su aprendizaje . La campeona —que nació sin una parte del brazo izquierdo, producto de una enfermedad congénita llamada dismelia— a sus 23 años se ha vuelto una experta en dar patadas. Siempre contra el tiempo como una constante.
EN BUSCA DEL DESTINO
La misión era encontrar deportistas para formar un seleccionado que compita en los Juegos Parapanamericanos Lima 2019. O, siquiera, uno solo para empezar. Uno solo para formarlo y llevarlo a exhibiciones, y atraer más paradeportistas. Yvonne de la Cruz y Delicia Paredes, integrantes del recién formado Comité de Parataekwondo en 2017, sabían que sería difícil. Ambas tenían una idea fuerza: en el deporte convencional los atletas llegan solos, mientras que en el adaptado hay que ir por ellos. Los centros de rehabilitación, gimnasios y en otros deportes serían los espacios iniciales de la búsqueda.
En una piscina del Campo de Marte, Angélica Espinoza, una muchacha tan delgada que parecía a punto de quebrarse, tenía 6 meses practicando paranatación. Cuando llegó al deporte acuático, apenas sabía flotar y habilidades básicas. Aprendió algunas técnicas muy rápido y, ya en ese momento, podía nadar con facilidad. Renzo Parejas, quien fue su entrenador durante ese tiempo, explica que, pese a que Angélica era bastante competitiva, la categoría de ella era muy exigente: habían muchos inscritos en competencias internacionales y los tiempos que pedían eran muy altos. Lo mejor para ella era buscar otro deporte. “Estaba seguro que podría hacer mucho más en otras disciplinas”, apunta.
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Angélica probó —alrededor de dos meses— el vóley sentado, esa disciplina adaptada donde los jugadores no deben despegarse del piso, pero no la convenció. En medio de la incertidumbre de tener que encontrar un deporte ideal, Yvonne de la Cruz, quien terminaría siendo su entrenadora de parataekwondo, tiene una conversación con Parejas en la que le informa lo que buscaba: una deportista con una discapacidad no muy severa, de contextura delgada, ágil y disciplinada. Parejas supo que Angélica era la candidata ideal y la recomendó.
Desde el primer entrenamiento, de la Cruz quedó sorprendida. Espinoza aprendía todo muy rápido. La primera patada o técnica le hacían creer que Angélica había entrenado días atrás. “Pese a su discapacidad, ante cualquier ejercicio que le mandaba, ella lo hacía como si no le faltara nada. Pensé que sería más complicada, pero ella lo hizo ver muy fácil”, dice la entrenadora orgullosa, como quien habla de los logros de un hijo.
Yvonne y Angélica empatizaron tanto desde entonces y a lo largo de los años que, cualquiera que conozca su relación, diría que son como el señor Miyagi y Daniel Sam en Karate Kid: una cercanía y amistad que va más allá del tatami. En los entrenamientos, dice Yvonne, ella ve a Angélica como una compañera y no como su discípula.
Angélica Espinoza pertenece a la clase K44, división hasta los 49 kilos, en la cual, según el Comité Paralímpico Internacional, están incluidos los paradeportistas con amputación unilateral del brazo (o pérdida equivalente de la función), o pérdida de los dedos del pie que impacta en la capacidad de levantar adecuadamente el talón. Además, compite en Kyorugi, la modalidad de combate del deporte.
Las primeras patadas de Angélica a otras rivales fueron en peleas de exhibición en torneos nacionales de taekwondo. Ella peleaba con deportistas convencionales, a las cuales había que sujetarles un brazo para que estén en su misma condición. Tras el fin del combate, Yvonne tomaba el micrófono y trataba de sensibilizar a los entrenadores de academias para que acojan a los paradeportistas. La idea era también atraer más atletas al parataekwondo.
En ese entonces, ya se había integrado Shiroy Rentería, el primer parataekwondista en participar en una competencia internacional representado a Perú en 2016. Tras las exhibiciones, poco a poco, llegaron otros paradeportistas: Manuel Navarro, un muchacho que cantaba en las calles, y Kennedy Fernández, quien perdió un brazo por explosivos.
Como en todo deporte en el Perú, menos el fútbol, el tema económico era una tarea pendiente y un obstáculo. Delicia Paredes cuenta que empezaron a vender almuerzos, sánguches o cafés en las exhibiciones a fin de que los seleccionados del parataekwondo tengan dinero para sus pasajes o almuerzos. Angélica era la cajera del negocio. En algunos momentos de esos eventos, ella dejaba de cobrar y contar monedas para propinar patadas a sus rivales de turno.
TAEKWONDO EN LA SANGRE
Faltaban tres meses para el Parapanamericano de Taekwondo de Costa Rica en 2017 y Angélica Espinoza participaría en esa competición, pese a que recién estaba conociendo el deporte. Yvonne de la Cruz le aclaró a Angélica que no podía enseñarle la parte formativa, refiriéndose a las posiciones básicas del arte marcial, con el que empiezan todos en taekwondo. Las lecciones de Angélica se enfocarían en lo competitivo; es decir, cómo se pelea. Había poco tiempo para convertirla en una máquina.
Angélica le ganó la final de esa competencia a la mexicana Claudia Romero, quien practicaba taekwondo desde los tres años, motivada por su padre, un maestro de esta disciplina. Toda una vida dedicada al deporte contra una aprendiz de tres meses. Podría decirse que la desventaja para Angélica la acompañaría como un manto desde ese primer torneo.
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Tres meses fueron suficientes para que Angélica aprenda lo necesario y obtenga su primera medalla de oro. Nunca fue un problema para ella aprender rápido, contra el tiempo. Como si tuviese un chip incorporado que capta todo inmediatamente y lo reproduce. Así, por ejemplo, comprendió cómo patear, movimientos para esquivar a sus rivales o las mejores formas de protegerse.
Esa capacidad para aprender rápido no lo tienen todos los deportistas. Es más no se trata solo de memorizar una lección, sino de la capacidad que tiene una persona para utilizar los recursos disponibles. Es decir, explica el psicólogo deportivo Jorge Moreno, quien trabajó con los seleccionados de parataekwondo, si sabes que eres veloz, también debes encontrar la manera de aplicar esa velocidad en el momento adecuado. Eso es aprender. En el caso de Angélica, como sabía que tenía una patada fuerte, debió aprender a aplicarla en las mejores situaciones para obtener puntos y debilitar a sus rivales. Y así lo hizo.
Eso no es todo lo que ha distinguido a Angélica de sus rivales. En el deporte, existe un concepto llamado aprehensión motriz, que consiste en captar un gesto técnico de forma rápida. Renzo Parejas dice que está determinado por varios factores, no solo por el entrenamiento y la atención, sino la percepción del movimiento; es decir, cómo observas el ejemplo y lo realizas. “Puedes enseñar el movimiento de una patada de taekwondo a diez niños y solo dos lo interpretan rápido, mientras que a los otros ocho les costará diez clases más. Angélica tiene desarrollada esa habilidad de captar los gestos deportivos técnicos bastante alta”.
La facilidad con la que Angélica puede aprender una técnica o ejercicio siempre ha impresionado a todos los involucrados en su crecimiento como deportista. Iván Basurto, preparador físico que se integró en la etapa de preparación para los Juegos Paralímpicos Tokio 2020, dice que, después de ver cómo se hacían los arranques de levantamientos de pesa, Angélica pudo hacerlo. Con su brazo derecho cogía del medio una barra de veinte kilos y la alzaba. “Imagínate la fuerza que tiene con solo 47 kilos”, menciona entre risas Basurto, quien agrega que esta habilidad de aprender rápido puede permitirle practicar cualquier deporte.
Dos años después, en la final de los Parapanamericanos de Lima 2019, Angélica se enfrentaría nuevamente a la mexicana Claudia Romero. Con más experiencia adquirida en otros torneos internacionales, la peruana ganó por 20 puntos de diferencia. Ni la presión de un coliseo que la apoyaba y gritaba su nombre la desconcentraron. Delicia Paredes comenta que “ser fría” y tener la capacidad para concentrarse muy rápido la ayudan en ese tipo de situaciones.
MEDALLISTA DE ORO
La aprendiz Angélica se convirtió en maestra durante la pandemia del COVID-19. Había que adaptarse en casa para seguir entrenando y estar lista para Tokio 2020. Ante la falta de sparrings, le pidió a su hermana menor que se convierta en su contendora. Tuvo que enseñarle algunas poses, patadas y formas de defensa. Yvonne de la Cruz sostiene que la hermana de Angélica también aprendió rápido, como si en la familia Espinoza fuera una constante: interiorizar y aplicar las enseñanzas con facilidad.
Angélica se exigía mucho y lo mismo hacía con su sparring improvisada. La veía como si fuese una rival de competencia y le daba terribles patadas que incluso la hicieron llorar. Así, y con la supervisión de su entrenadora Yvonne, Angélica empezaba la preparación para obtener una medalla paralímpica.
Adaptarse al escenario de la virtualidad fue algo que generó molestias en Angélica, indica su entrenadora. Poco a poco y, además, con los implementos que le enviaron a su casa pudo sentirse más cómoda. Según comenta el psicólogo Jorge Moreno, las personas con discapacidad fueron menos afectadas por la pandemia, pues ellos tienen mucha capacidad de adaptabilidad y adaptación.
Una de las principales tareas de Moreno durante esta coyuntura en el trabajo con Angélica y con los otros parataekwondistas fue hacerles notar que ellos ya se habían adaptado durante su vida a diversas situaciones. Sobre todo, dejarles en claro que tenían esa ventaja. Un aspecto distintivo que debían aprovecharlo.
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En el lado físico, el preparador Iván Basurto trabajó con ella la pliometría (ejercicios con saltos); resistencia aeróbica y anaeróbica; fuerza explosiva, y velocidad gestual. Ese tiempo de preparación le permitió convertirse en una máquina de dar patadas. La parataekwondista llegó a pesar, previo a Tokio 2020, 48 kilos, tres más que siete meses antes, con un porcentaje de grasa de 9,5%, el mismo que el de un fondista. Además, realizaba dos patadas por segundo y sus saltos alcanzaban los 42 centímetros. Números que podrían hacer temer a cualquiera dentro de un tatami.
A Tokio 2020, Angélica llegó con cinturón verde punta azul, le faltaban cinco para llegar al negro, el distintivo máximo de este arte marcial. En los juegos paralímpicos era obligatorio que los deportistas compitan con el negro, así no lo hayan alcanzado. Delicia Paredes señala que el equipo ya no se enfocaba en los grados, sino en la técnica de pelea de Angélica.
Sus rivales en Tokio sufrieron la fortaleza que Angélica había adquirido. La india Aruna Tanwar, la uzbeka Ziyodakhon Isakova y la turca Meryem Cavdar cayeron ante la peruana, que finalmente obtuvo la medalla de oro para Perú en el debut olímpico de este deporte. El triunfo resonó más en Perú, pues el último paradeportista nacional en conseguir alguna presea había sido el paranadador Jimmy Eulert, dos de bronce, en Atenas 2004, hace 17 años. El mismo Eulert registraba la última medalla de oro en Sidney 2000, cuando Angélica tenía solo dos años.
Ni la televisión nacional ni Marca Claro, el canal de YouTube encargado de difundir la competencia, transmitieron en vivo las peleas de Angélica. Aun así, Espinoza, quien ya era reconocida por algunos peruanos tras el oro obtenido en los Parapanamericanos 2019, adquirió mayor reconocimiento a nivel nacional tras ganar los Juegos Paralímpicos Tokio 2020. Incluso, Twitter, esa red social que suele ser como un cuarto especial para discusiones, amaneció el 2 de setiembre de 2021 con una sola premisa en común: tenemos una campeona y es peruana.
Si antes la karateca Alexandra Grande era la cara de las artes marciales en Perú, ahora la parataekwondista Angélica Espinoza ha tomado esa posta. Incluso, como presagiando este cambio de mando, ambas tuvieron un encuentro hace dos años para promover los Juegos Parapanamericanos Lima 2019. “Es mejor que yo creo, ah. Ya está con la pierna, mírenla, mírenla, ya está preparada para levantarla”, decía Grande entre risas a los periodistas.
La karateca se mostraba más suelta, como si fuese la animadora de un programa de televisión, mientras Angélica, más cohibida, lucía una sonrisa de dientes apretados. Las entrevistas no le gustan; las esquiva como las patadas de sus rivales. Prefiere reservar su intimidad y evadir las preguntas de los periodistas. Ha dado pocas —muy pocas para una deportista de su trascendencia— después del oro olímpico. “No voy a decir nada. Gracias”, le dijo a un reportero al arribar a Lima de Tokio.
Ser la abanderada de un deporte en el país, como lo fue Sofía Mulanovich para el surf o Kina Malpartida para el box, implica nuevas presiones y requerimientos a los que, quizá, no está acostumbrada. Es parte de su nueva lista de aprendizaje. ~