Lo compararon con un dibujo animado por una atajada de fantasía. Tapó en Segunda. Fue suplente de Gallese, Cáceda y Butrón. Esperó. Hoy, que acaba de salir campeón y es el arquero más imbatible del torneo peruano, dice que es la gracia de Dios en él. Conoce a Ángelo Campos a través de este perfil escrito por Renzo Gómez Vega.
Antes de hablarle a Dios, de agradecerle con los ojos cerrados y los guantes arriba, Ángelo Campos se daba ánimos a sí mismo. “Paciencia, ‘Mono’, ya te tocará”. “Vamos, ‘Mono’, tranquilo que el día de tu suerte llegará”. Durante casi toda su carrera, Campos ha sido un arquero postergado en busca de respuestas. Alguien que solía habitar la banca sin saber por qué, y que cada final de temporada sufría para conseguir equipo. Uno más.
Pero Campos había sido el arquero indiscutible de la última selección Sub-20 que nos entusiasmó, allá por el 2013. Además, había sido el capitán del capitán del futuro Renato Tapia. Lo guapeaba, como guapeaba a Miguel Araujo o al ‘Oreja’ Flores. Tenía carácter para el puesto, y una voz de mando que a Gallese le tardó años en afinar. Y, por si fuera poco, era recordado con espectacularidad: una atajada a dos tiempos, impulsándose con las mallas del arco, dejando a la pelota viboreando a centímetros de la línea de gol antes de despejar el peligro, tal y como lo hizo Richard Tex Tex, un arquero de dibujo animado de los años ochenta.
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Los Súper Campeones no es un anime cualquiera. Para varias generaciones —pero sobre todo para varios negados del fútbol— este dibujo japonés, donde la consumación de un gol duraba más que nuestros últimos presidentes, ha representado la posibilidad de soñar. Soñar con jugadas, donde los atacantes se trepan a los arcos como los hermanos Korioto o disparos con parábolas dignas del mago Merlín como los de Oliver Atom. Ángelo Campos cometió la hazaña de ser Tex Tex por un instante. Pero ese milagro, lejos de encumbrarlo, lo opacó. La hinchada elevó sus expectativas sobre él. Y, desde luego, no se puede ser un superhéroe todos los domingos.
Campos, ‘Mono’ para su círculo más íntimo, debutó en Primera División en marzo de 2016, con la casaquilla de Juan Aurich tras la ida de Gallese al Veracruz de México. Le costó una vida lo que a otros un verano. Para ese entonces ya tenía cuatro temporadas fuera de Alianza Lima, y había tapado durante tres años seguidos en Segunda División. Para cierta prensa carecía de muchos centímetros para el puesto. Capaz para los entrenadores algo más. Pero lo cierto es que Ángelo Campos comprendió que, así como su profesión le obliga a poner las manos para defender un arco, nadie más que él pondría las manos al fuego por su carrera.
A partir de allí trabajó en silencio y esperó. Ya tenía un hijo, una esposa y un camino, el de su fe. En el 2017 volvió a Alianza, su casa, pero fue más un amuleto: campeonó, tapando un partido. Leao Butrón no le dio un ‘cachito’. En el 2019, recién a los 26 años, alcanzó regularidad por las lesiones de Carlos Cáceda. Se había convertido en un arquero más serio: volaba cuando era necesario, y compensó su estatura con el don de la ubicuidad.
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En este 2021, Ángelo Campos ha entregado su arco en cero en quince partidos, incluida las dos finales ante Sporting Cristal. Ha recibido tan solo diez goles, y ha perdido apenas una vez. Y lo hizo sin empezar el año como titular. Otra vez. El arquero que cuando junta las dos manos forma la palabra fe (se tatuó la “f” en la mano derecha y la “e” en la izquierda”) lo dejó a voluntad de su Padre.
Ayer, en el estadio Nacional, Ángelo Campos no regaló ninguna fantasía, sino más bien serenidad. Conjuró el cabezazo de Irven Ávila con una mano. Y ante el palo de Hohberg, la única vez que pudo ser vencido, lanzó una arenga. Luego, tras el pitazo final, besó el piso, lloró, y rezó. Se puso el mismo polo con el que festejó el título de la fase 2, ese que lleva el mensaje de “No soy yo, es la gracia de Dios en mí” y “Cuando un sueño es acompañado por la fe la distancia es solo parte del camino” para quien le sirva. Cuando tuvo un micro por delante le dedicó unas palabras a su hijo de siete años: “Papito no se rindió. Papito está aquí”.
Veintiocho años y un gran futuro por delante. Dicen que así son los tiempos de Dios.