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La masa de Melbourne Park

A horas de que arranque en Australia el primer Grand Slam del año, el escritor Fabrizio Tealdo Zazzali nos presenta un cuento ambientado en el abierto de Melbourne. A través de los ojos de un reportero gráfico, seremos testigos de la interna de un torneo en el que los y las tenistas buscan marcar el destino de su temporada.

Todo tenista, tarde o temprano, se compara con un boxeador, porque el tenis es pugilismo sin contacto.

Andre Agassi

When the competition is tough, there is never a loser. No fighter should be a winner. Both should be applauded.

George Foreman

En los grandes eventos deportivos la civilización se celebra a sí misma. Y pensar que ahí me mandan. Soporto pelotazos por consigna, hasta insultos porque me pusieron muy cerca y el maletín estorbaba, la cámara estorbaba/yo/por supuesto, también estorbaba, metido en el centro de la esfera para captar una instantánea. Pocos lo notan pero soy necesario. Persigo el instante que habría desaparecido, el perfil de las estrellas también ha sido mío. He rescatado del olvido la contorsión irrepetible de la gimnasta, capturado relámpagos imposibles, el equilibrio/el balance, la tensión del velocista que cruzó las fronteras de la capacidad humana.

¿Pero quién aplaude las estampas de un filtro? La foto deportiva no es vista como creación ajena. El lector, el usuario, ve al astro en la instantánea, encuentra la combustión espontánea de su grandeza, no la técnica del cámara. Los créditos artísticos no existen, son una simple captura de su genio, a lo más, un anexo a su genio.

Si algo preocupa a la organización, al público, en fin, al mundo del tenis en general, es mantener al filtro limpio y en su sitio, como se guardan los embudos. Los diseñadores de la maqueta perfecta —todos los Grand Slams son una maqueta perfecta— alquilan un metro cuadrado para instalarme. No puedo ni moverme para mantener inalterables los campos astrales.

Una vez/sólo una/la afición me aplaudió. Sucedió al amortiguar una caída de Monfils. Hasta rieron cuando acarició mi calva. Gran tipo. Lo hizo antes de alcanzarme la gorra de legionario que me protege de la insolación. Por la colisión mi protección fue lanzada hasta el borde de la grada. Gael caminó hasta mi gorra, la recogió y me la devolvió, pidiéndome perdón. Con un gesto me hizo protagonista. El Negro no parece soberbio, todo un mérito entre tenistas, que siempre tienen algo de divos; algunos creen merecerse el mundo. ¿Han visto cómo se ponen si alguien camina, qué digo camina, si se mueve en las tribunas? En una empiezan con los aspavientos. Y si arranca la lluvia, uff, parecen príncipes ofendidos. Bastan gotas para que suspendan todo. Salen con que si su integridad física, si su egregia fisonomía se ve perjudicada, el espectáculo muere, se acaba. Delirios de la monarquía de la pantalla.

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Y es que la vanidad de los tenistas es purito delirio, de cualquiera en el circuito, no tiene ni que ser top 10. Es más, la mayoría no ha ganado nada y son más insoportables que Djokovic, que ya es mucho decir. Le controlan la emoción a los que pagan, como si asistieran a un teatro y no a una cancha. Y en esto no se salva nadie/ni Federer. El suizo crea arte en movimiento, es cierto, su kinestesia enmarca el cuadro de un prodigio, es armónico, un Apolo posmoderno, aunque también es campeón en caprichos, como el Apolo antiguo. Ni que los abonados se vengan con murmullos, menos con cánticos, que ni aplaudan fuera de los segundos establecidos. Comparado con lo que tienen que pasar los futbolistas, las poses de los tenistas son niñerías. Ya quisiera ver a Nole o Roger pateando un penal de visitantes en tierra vasca/en Marsella/en Turquía. Ahí quisiera verlos invocando la conducta proba, los usos morales, ahí quisiera ver si hacen gala de sus costumbres principescas.

Siempre me he preguntado si esta imposición de la organización sobre el público, de las asociaciones de tenistas sobre el público, de la etiqueta sobre el público, en fin, de la tradición y el conservadurismo sobre el público responde a que el tenis no forma masa. El espectador de los deportes de raqueta —de los individuales en general— no deja de ser un individuo, a diferencia de la dinámica entre público y competencia en los deportes colectivos, donde equipo y tribuna parecen anotar juntos. En la Fórmula 1 los pilotos ni escuchan los gritos/el motor los aísla. La excepción en los deportes individuales son los de aniquilamiento, el box, el vale todo, esos. La única explicación que encuentro es que en el ring, paralelo al resultado deportivo, esta en juego no solo la integridad, como en cualquier deporte, sino hasta la vida, y no por torpeza propia, por el contrario, deriva de la calidad del rival, de la pericia ajena. El aficionado al tenis deja ver algo parecido —sólo algo parecido, cercano a su naturaleza humana— en la Copa Davis, tanto porque se juega entre países, con localía incluida, pero eso es secundario, colateral: lo que cambia todo es que en la Davis los tenistas forman equipos, y la metamorfosis que genera el cuerpo colectivo en el individuo se deja ver hasta en torneos amistosos. La Laver Cup es un buen ejemplo. Los ves alentándose, riendo, cosa que nunca los he visto hacer cuando entran solos a la cancha. Esa dinámica gregaria salta del equipo a la grada y en algunos de esos partidos la atmósfera cambia. Sometidos a la soledad, se liberan cuando pueden ir en busca de un conocido, tener a alguien a su lado, un amigo, no tiene que ser un compatriota, alguien, quien sea, que al fin, por fin, lo apoye con un golpe salvador, le diga unas palabras de aprendizaje, de ánimo/de consuelo, que esté ahí para darle una mano, festejarlo, abrazarlo en un estadio convertido en masa viva. El grupo lo cambia todo. Pero cuando el tenista entra solo a una cancha, cuando el espectador tiene la emoción calculada, el tenis es el deporte más parecido al museo. La obra maestra del genio se venera con respetuoso silencio.

Ya quisiera verlos metidos donde yo estoy, reducidos a dimensiones donde cabe un bulto. Hasta al inagotable Nadal lo quisiera ver acuclillado cinco horas como una estatua. Qué tipo para prolongar las cosas. Sé, lo veo, lo siento, que Rafa disfruta al ver a sus rivales desesperarse… desesperarse por lo que tarda en sacar, desesperarse por sus manías inalterables; padecer por lo que devuelve, por esos contragolpes que lanza. Aunque el Chaval es incomparable, vamos. Las portadas que me ha dado.

El protocolo de los tenis Majors estipula que solo mujeres atiendan a las tenistas. Hoy me toca la dupla que abre el torneo: Johnson y Meleva. A Diana Meleva (vieja conocida de la WTA, varias veces campeona, espigada, autosuficiente) la recibe su equipo con licuados energizantes, decenas de raquetas (nunca se sabe cuándo puede ponerse a romperlas, como si la herramienta, que no es más que la extensión tecnologizada de su cuerpo, fuera la culpable de sus yerros) y todos los demás accesorios que a ella se le hacen indispensables para hacer su entrada a una cancha. Enfrenta a una criatura inglesa: Dorothy Johnson. Marco su nombre en el schedule para no olvidarla; es a ella a quien me han delegado. A Diana la acompaño por diplomacia; le basta su séquito para atenderla.

Las tribunas del Melbourne Park siguen medio vacías/Y con razón/Los expertos lo consideran uno de los partidos de trámite del primer día de competencia. Igual, con su experiencia, se protegerán. Dirán que es preferible no confiarse en el tour femenino, caracterizado por la irregularidad, menos en el Australian Open, mucho menos en el Grand Slam que abre el año, el torneo de las sorpresas, repetirán. Las tenistas que pretenden despegar se ilusionan, mientras las consolidadas suelen llegar sin ritmo, ilustrarán. Melbourne es el sueño del nuevo comienzo, recordarán, y no es inusual que las sembradas caigan en las primeras rondas. Así lo asumen quienes saben de esto. Eso dirán. También lo sé yo, pero no es mi voz la que narra las penas y hazañas de nuestros nuevos monarcas. Eso son. Los deportistas de élite, junto a las estrellas hollywoodenses, se han convertido en la corte de nuestro tiempo. Yo soy el retratista agazapado, el tapado, el artesano de los ricos y famosos, de los nobles nuevos.

Conozco a los periodistas de escritorio, los conozco bien. Sé que en este match los escépticos son los menos. La rusa Meleva, a pesar de sus consabidos problemas con el servicio, va de megafavorita. Dicen/eso sí/que la gordita que se le va a parar al frente tiene una potencia de temer, una derecha ranqueada. Los iluminados en cabina siempre se cuidan. A mí me tocará gozarlas, verlas de cerca/a su nivel en la tierra, no desde las oficinas en los altos del estadio central del complejo/esos penthouse laborales en el cielo.

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Vi a Johnson por primera vez hace unos días, al recogerla en el Aeropuerto Tullamarine. Aterrizó en las qualies; pasó sin mucho sufrimiento. Me da gusto. Hoy no tiene nada que perder. Ya cumplió con su primera meta como profesional: llegar a un Grand Slam fuera de su país con edad de junior. Al menos eso me dice. He aprendido a desconfiar de las declaraciones de los tenistas, hasta de sus confesiones cara a cara, aunque esta niña parece transparente. Pudo decirlo para quitarse presión, que no sé si soporte. Entonces no sabía que debutaría contra una top 10, former champion, indeed, y todavía en el partido inaugural de la Rod Laver Arena. Tamaña cosa.

Diana debe estar furiosa, indignada por jugar de día, con el sol que hace, y todo por esa mocosa a quien no conoce nadie. Lo único que me preguntó es si había, al menos, algún indicio de lluvia, a ver si por ahí cerraban el techo. Le dije que las probabilidades eran mínimas; respondió que esperaba me equivocara; no me dio las gracias.

Noto nerviosa a Dorothy pero se le ve convencida; buen indicio; ojalá no la pasen por encima. El miedo transforma al deportista en un remedo de sí mismo. Quienes entran a la cancha derrotadas deberían dedicarse a otra cosa. Rara vez perdí por miedo; si no pasé del circuito junior fue por ese tema de las condiciones innatas: el talento, la dedicación, la perseverancia. Tal vez también por eso mi problema no pasaba por los nervios.

Mientras la espero para que cumpla sus cábalas, la chiquilla mira el sol con esperanza. Me parece oírla susurrar los titulares con los que sueña: Johnson sorprende a Meleva; Debutante elimina a campeona defensora; La reina Diana resigna su corona. Imagina que la BBC, la única cadena que habla de ella, redacta una nota en su Web con esta entrada:

Fue una mañana radiante. Dorothy Johnson, juvenil británica (547º WTA), detuvo las rotativas cuando se paró en la cancha frente a Diana Meleva y dejó sin campeona defensora al Australian Open. ¿Presenciamos el nacimiento de una estrella?

Me dio la mano cuando la despedí deseándole suerteantes de dejar el túnel; ojalá favorezca su confianza. Me causa ternura que sea regordeta, que tenga tan poco tiempo en la alta competencia.

Todo indica que hoy será una jornada celebratoria. Igual nunca es tranquilo para el cámara si toca grama. Cuando arranqué en el oficio me mandaban a tribuna/Qué tiempos/Podía moverme, hasta hablar con los colegas. Así valía la pena. Pero la paga, ¿cómo le hacía con hijos encima, con la mayor que es la que más me cuesta, con María? Una ventaja de no tener hijos es no angustiarte por lo que te falta. Mejor pensar en todo lo que ahora puedo darle a María/Reconfortarme con el aumento de sueldo/Pensar que al menos la familia y los amigos me ven en los márgenes de la pantalla, diminuto pero presente, una figura decorativa en el rectángulo que domina la nueva monarquía.

Desde que la veo salir del túnel quiero que gane. Me lleva pocos años. Sé que como yo sufre con las grasas. Hoy me toca alcanzarle toallas y pelotas, pero pronto seré una promesa como ella. Pronto, quizá, debute en esta cancha.

Tuve que aguantarme el festejo en varios puntos soberbios. En el último creo que la vieja Meleva se dio cuenta. Es que no pude contenerme cuando Johnson la mandó a descansar con ese 6 a 2 merecidísimo, ¡¡tan lindo!!

ASÍ COMENZAMOS SEÑORES, EL AUSTRALIAN OPEN. PRIMER PARTIDO Y QUÉ AMBIENTE. EL ANUNCIO DE UN GRAND SLAM MEMORABLE.

Qué partidito, eh. Uff, Lo que estoy gozando/pensar en eso, en los beneficios de la grama/Pensar qué placer ver desde tan cerca a Johnson quebrándole servicio tras servicio a Meleva. Qué manera de correr la cancha con ese peso, y lo que devolvió, caramba, cruzadas, rectas, voleadas, ya los passing shots de derecha no había cómo callar a la tribuna, parecían los de esa francesa cargada de esteroides. La jueza se pasó el primer set pidiendo silencio, que se contengan hasta que el punto termine, a pedido de Diana, por cierto, que si sacó dos games fue por los nervios de la gordita al servir. Se llenó de doble faltas, temblaba la gorda. El miedo a ganar del que tanto se habla.

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Todos suponían que la vieja le daría vuelta. En el descanso, Meleva se amarró el pelo en una cola de caballo que la conservó como una estatua egipcia el resto del segundo set, como esas que he visto en las asignaciones del College. Me sorprende que mantenga la elegancia bajo este sol. ¡Casi ni sudó para devolverle el resultado!

—There’s your 6-2 comming back. Learn, disrespectful punk! —le escupe con soberbia al cruzarse en la net, ¡frente a mí! Johnson no le responde, quizá no la oyó. ¡Qué se cree esa vieja!

Lo que veo no es un tercer set cualquiera/he aprendido a reconocerlos. No es un set definitivo de esta civilizada competencia. Persigo la expresión de furia. Me sobran los primeros planos. Me cuentan por interno que mis fotos ya están colgadas. Si esto sigue así hasta pueden llegar a portada de la Web. Es lo que merezco.

Los espectadores no son tontos, saben lo que está pasando, lo que están viendo. Quién no va a querer sumarse. Casi no quedan vacíos en la tribuna. No deja de llegar la gente, algunos de pasada seguro por el bronceado impecable/el cabello dorado/las tremendas piernas de Meleva.

Hasta la BBC transmite el partido. Ahí esta Tim Henman, hoy de comentarista, olvidando las formalidades que caracterizaron su carrera. Suele salir con las anécdotas y los recuerdos/Ha aprendido el oficio/Aprovecha la pausa por el ingreso de los equipos médicos para rememorar la máxima rivalidad femenina de todos los tiempos.

Chris Evert y Martina Navratilova tienen un historial insuperable. Se enfrentaron ochenta veces en dieciséis años, sesenta veces en finales. Es el mayor duelo del tenis. Aunque los números son favorables a la checa, ambas prefieren considerar el saldo como tablas, porque tres victorias más o tres derrotas menos en una rivalidad de ese calibre son una insignificancia. En títulos están parejas: ambas levantaron dieciocho Grand Slams.

Me corrijo. La he llamado rivalidad y denominar así a los duelos Navratilova-Evert delata incomprensión del deporte, peor, visión estrecha de la vida. Es cierto que en la cancha querían asesinarse, pero se hicieron amigas en la cancha. En sus primeros años en el circuito jugaron dobles juntas, levantaron trofeos compartidos.

La enemistad de la que tanto se habló fue una creación de la prensa estadounidense en un tenso periodo de la Guerra Fría. Sus estilos opuestos favorecieron la creación de una historia falsa, el humo de la ficción: Evert era defensiva, aguerrida, especialista en arcilla; Navratilova, más potente, técnica, agresiva, dominaba las superficies rápidas, sobre todo el césped. El Nadal-Federer de la época. Fueron opuestas en el juego, sí, pero el amarillismo logró distanciarlas como personas: en una se veía a la típica joven americana, amable, divertida, que combatía al producto de laboratorio tras la «cortina de hierro». El mundo dividido de la Guerra Fría vio en ellas un símbolo, el titular de los tabloides, el bien contra el mal llegó a escribir un fanático que no comprende que las ideas conforman la realidad sólo para aquéllos que viven detrás de un escritorio.

Al simplificar la historia, se distorsionó la realidad. Navratilova era emotiva: lloró en más de una derrota frente a miles de personas y las cámaras de TV. Cuando Martina fallaba, se recriminaba. No era el témpano que la prensa creó, lejos de eso. Evert, la apasionada que se enfrentaba al comunismo según los medios extremistas, se interesaba más porque las cuerdas de sus raquetas estuviesen bien templadas que por las tensiones políticas. En la cancha jamás demostró frustración, sólo suficiencia. Si gritaba o lloraba lo hacía entre cuatro paredes, con nadie al lado para no sentirse humillada, pero a pesar de eso seguía siendo la pinky girl para los medios estadounidenses de derecha extrema.

La verdad es más compleja que esta farsa. La verdad es que al comienzo de su carrera, al enfrentarse en singles, Evert dominó a Martina, hasta que la entrenadora de Navratilova, quien se terminaría convirtiendo en su pareja, le dijo que el problema era que ella quería a Chris Evert, y no se puede aplastar a alguien que se quiere. Para ganarle tenía que odiarla, y para eso, lo primero que tenía que hacer era no volver a hablarle, nunca más. Mentalmente, volverla su enemiga. Y eso hizo, al menos por unos años no le respondió el teléfono y en la cancha, intentaba ni cruzar miradas. Los resultados dieron un vuelco.

Navratilova asegura que el momento más emotivo que le dio el tenis fue cuando derrotó a Evert en la final de Wimbledon. Yo era un niño. Estaba en la catedral aquella tarde, de ball boy. Fue un momento especial. Como Evert sabía lo que representaba Wimbledon para la checa, cruzó la cancha, se acercó a Navratilova y la abrazó. ¡Qué muestra de cariño y admiración! No lo hizo cuando eran jóvenes, sino cuando su rivalidad ya era famosa.

La primera vez que Evert se acostó con John Lloyd, quien luego sería su esposo, fue en la cama de Navratilova. Sucedió por casualidad: Martina invitó a su amiga a pasar el fin de semana en su departamento. Lloyd llegó de improviso y la conversación llevó a la cena, la cena al vino, el vino a las sábanas. Algunos aún la recuerdan como Chris Evert Lloyd, pues en sus últimos años como tenista usó su apellido de casada. Se divorció en 1988 y Evert se retiró del tenis al año siguiente.

Cuando la checa regresó a Praga tras varios años aprovechando la disolución de la «cortina de hierro», invitó a Evert a una cena familiar y a pasear por la ciudad. Muy joven, optó por desertar de su nacionalidad, porque las políticas de su país limitaban su competencia, naturalizándose estadounidense como para callar a la burocracia panfletaria. Martina recuerda ese día en Praga como uno de los más importantes de su vida.

Evert ha dicho que Navratilova en su mejor tarde superaría a la mejor versión de ella misma —lo dijo con pesar, pero lo dijo— y Martina considera que sin la competitividad que tuvo con Chris nunca se hubiese convertido en la leyenda del tenis que hoy es. También confesó que entrenó su mentalidad para sentir que odiaba a esa chica a la que quería. Consiguió afinar su instinto asesino hacia Evert, canalizarlo hacia la amiga. Sólo así pudo dominarla.

Lo suyo no fue rivalidad sino un estímulo. No lucharon entre ellas: enfrentarse fue la única manera de superarse a sí mismas.

Qué sentida rememoración. Henman debe haber conmovido a la audiencia/Estarán felices en la BBC con la transmisión.

Deslumbra lo que devuelve esta gordita. Qué actitud agresiva, qué bolas precisas, cómo la tienen a Meleva. La rusa no sabe qué hacer con el sol que parece devorarla. Ya le di asistencia dos veces. Agarró lo que le puse al frente, hielos, agua, pastillas y cremas. ¿Querrá abandonar? ¿Dejará ir, guardará el esfuerzo para otro torneo? Lo dudo; no voy a rendirme, debe decirse. Pero así le dé vuelta, Diana ya perdió el Slam. Mucho desgaste para el primer partido, que además se inclina para Johnson, que gana con autoridad 4 a 3 y todavía saca para confirmar la ventaja.

Ahora sí pocos apuestan por la rusa/excepto los que aman a Meleva locamente. Pero sucede lo del primer set: a Johnson la traicionan los nervios, deja pasar dos oportunidades para ponerse en ventaja, y todo cambia. Cerrar el partido, la maldición del tenista sin cabeza. En lugar de 5-3 arriba ahora están 4 iguales. A diferencia de otros deportes, en el tenis tú y sólo tú acabas el match; no hay pitazo final que te salve. En el fútbol puedes dormir el partido respaldado por los goles del primer tiempo. Sólo hay que dejar pasar los minutos para mantener la diferencia. En el tenis no, eres tú quien cierra, tú y nadie más, porque estás solo, absolutamente solo. No puedes ni tocar a tu rival, que al verse perdido, además, suele sacar lo mejor de sí mismo. Ya lo dijo Agassi/la red es una muralla. No puedes ni abrazar a quien te enfrentas como hacen los boxeadores, descansar en su hombro, sentir su respiración como los maratonistas. El tenis, cuando el partido se prolonga, más que un deporte que se gana por puntos es un reto para el cuerpo y la cabeza, una faena de resistencia.

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La vieja acentúa sus manías para desesperarla. ¡Se demora más entre saque y saque para llenarla de nervios! Los cuatro botes cortos y los dos altos que acostumbra repetir se convierten en ocho cortos y cuatro altos. Noto que Dorothy quiere reclamarle a la juez de silla, pero se calma, respira hondo y le devuelve un fierro caliente que la pone 30-15, a un punto de igualar el game. Sentí tal placer por ese golpe, ¡como si de mí hubiese salido! Se lo diré cuando me acerque, cuando le deje tres pelotas en su raqueta, cuando le entregue la toalla.

Más que ganar, Johnson parece decidida en inyectar en Meleva una maldición; que salga de este partido no con una derrota sino con una derrota que la carcoma, que se asiente como una idea maliciosa que la convenza de una cosa, ya no eres superior ni a las juveniles; eso siento ahora, cuando en el cuarto punto Johnson lanza un revés de aquellos a la audiencia, que a estas alturas afirma que todo está decidido a favor de la rusa, que la inglesita pierde concentración, enfoque, justo en los momentos donde el temple más juega. Ya se puso 30-30 y sigue con esos sables que parecen de despedida.

Meleva está en uno de esos días intermitentes con su servicio. Culpa al sol, aunque mantiene los ocho botes cortos, los cuatro altos y el saque que la regordeta amable se almuerza. Cuando no le ganan los nervios, lo que Johnson juega es para aplaudirla de pie. Llegan al 6-6, y a buscar el desempate/ganar dos games seguidos. De nuevo Johnson la trapea y Meleva no sabe cómo secarse el sudor para sentir que sigue siendo la impecable jugadora de siempre, que mira a todas desde arriba.

A mi lado comentan que si Diana pasa esta primera ronda está jugando gratis el resto del torneo. Y es que Johnson le da vida. Vuelve a perder dos match points, y desde acá, en la segunda bandeja, escucho a los locutores diciendo que esto ya dejó de ser una experiencia grata para la chiquilla, que estos momentos no se olvidan, y no se olvidan para mal. Pero a pesar de los errores y del miedo a ganar que ronda las canchas, de la oportunidad que tiene Meleva para llevarse el partido con su saque, la joven se recupera, se vuelve a mostrar firme, y le rompe el servicio a la rusa. Del trauma salta a la euforia. Hasta acá arriba noté su mirada decidida, como diciéndole: de ésta no te salvas, top 10.

Match point y viene una de esas pelotas cruzadas, limpias, que sellan los partidos inolvidables, claro que a favor de la inglesa, que es lo que a estas alturas tantos en la tribuna queremos. La niña ya tiene a toda Australia de su lado, pero Meleva pide el ojo de halcón. Qué bella e injusta es la tecnología, porque la marca, que parecía haber mordido la línea, sale por un marco insignificante en el que cabría un insecto. El partido continúa con chiflas para Meleva, que no mira a nadie: fija la tensión de sus cuerdas para terminar de una vez con este partido de locos. Diana hace lo posible porque no se pronuncie ese gesto de dolor por su pantorrilla. De nuevo Johnson pone a correr de un lado a otro a la rusa, esos rallys largos y emocionantes, y Meleva cae rendida. Larga como es sobre el piso ardiente, ruega clemencia al sol. Me cuesta creerlo, pero a los minutos una nube le da respiro. La rusa agradece la sombra y sale decidida a terminar con ese deuce y romperle el servicio y todo el orgullo a la gordita. Lo consigue. Estamos sorprendidos y agradecidos. Desde la tribuna aclamamos game a game aplausos más fuertes y prolongados. Extrañamente, hoy las chicas no se quejan de nuestros gritos. Hasta parecen disfrutarlos. La jueza no nos calla, como si entendiera que vivimos un partido distinto.

Meleva pide asistencia médica porque el muslo le revienta y ella no se ha formado para rendirse; me lo dice; no sé por qué me lo dice. Nunca una tenista me habló así, como confesándose. Desde que me la asignaron en un US Open hace unos años supe que Diana tenía alma de campeona. Tanto la he visto, tantos perfiles psicológicos suyos me han pasado que siento conocerla. Sé que regresará a sacar y terminar de una vez con este partido; estoy segura que no piensa en cuánto la afecta el desgaste para revalidar el título. Las campeonas piensan en eso luego, cuando repasan sus errores, el costo del esfuerzo. Ahora sólo quiere liquidar a la inglesita.

Contemplo a Johnson mientras descansa. Una ball girl acomoda hielos en su cuello y le da agua; le dice que gane, y que lo haga por ella. Dorothy mira el cielo azul, logra fijar la vista en el sol enceguecedor; la misma mirada tierna de la mañana, cuando me hizo esperarla soñando con los titulares de su nueva estrella. Algún ángel debió acostarse en su raqueta, porque esas rectasparecen de un partido recién iniciado, no de uno que lleva cuatro horas, y de nuevo la rusa como una liebre, rabia contra sí misma y contra el público y la red caprichosa, contra el mundo que debe estar a favor de Johnson en ese momento.

Sucede lo inevitable, el equilibrio que a veces nos recuerda que existe la justicia: Meleva pide el ojo de halcón en otro punto determinante, pero esta vez la línea parece doblarse a favor de Johnson. Las tribunas rugen, saltan, y siento que desde este túnel veo a los televidentes del mundo cerrando su puño poderoso.

Lo que sigue ya no es un partido de tenis sino una lección de supervivencia: Meleva deja la piel en el suelo azul/la capturo como un cazador diestro. Johnson apunta con toda su dicha a las esquinas/esa sería mi portada. Aunque cae la tarde, el sol no calma. Cuando Meleva asegura que nadie alguna vez puede haber estado más agotada que ella, se extiende sobre la cancha la sombra que antecede a la noche/Recibe ese respiro agradecida, pues aún faltan dos horas para que acabe el día. Quizá fue por lo indefensa que se ve Meleva al agradecer esa sombra clemente, pero parte del público deja de animar a la gordita para animarla a ella, a la campeona defensora. Se levanta, soporta los cuarenta y tres games del tercer set con el corazón en la boca pero se levanta. Volteo. No hay espectador que no deposite toda su ilusión en esas dos amazonas elásticas. Una instantánea para el recuerdo. ¿Será este uno de esos partidos que ayuda a encontrarle sentido a la vida?

Difícil saberlo. Lo que tengo ahora es una sensación extraña de desprendimiento/Pienso en mi hija. María merece vivir un día como éste, protagonizar un duelo así en el campo de los elegidos. Cuando vuelva, lo primero que haré será llevarla a una cancha de tenis. La animaré a formarse, impondré la disciplina necesaria, retrataré su carrera, seré el autor de su biografía ilustrada. Alguna vez cerrará su álbum una portada con mi firma.

Agotadas, las tenistas parecen sentir lástima por esa rival a quien horas antes querían devorar. A veces este oficio trae beneficios. Dorothy/lo noto/admira a Meleva, la ve como una futura y experimentada Johnson en la plenitud de su carrera. Meleva encuentra en la rubia regordeta a ella misma cuando daba sus primeros pasos en la WTA, llena de energía y esperanza. Si antes celebraban los puntos azarosos, por frustración, odio, por frenar la rabia o el llanto rompían raquetas/sobre todo Meleva, esta debe ser de las últimas que le queda/ahora se disculpan cuando la red las favorece, cuando un golpe enganchado besa un ángulo. Meleva ya no reniega, sonríe con cada balazo esquinado al que no llega, como diciendo: sería justo que esta joven me gane. Johnson ya no se lamenta cuando después de tanto correr, Meleva le deja un drop shot imposible, hasta se ríe con sus doble faltas, pensando: bueno, a fin de cuentas es la campeona defensora.

El partido continúa, ya con luz artificial; se ha tenido que reprogramar toda la jornada, pasarla para mañana. ¿Cómo pensar en el mañana con esto que estamos viviendo? Ya veré la información al despertar. Este 30-29 a favor de Meleva, con la rusa al servicio, es incomparable. Meleva ya sabe lo que se viene: de nuevo esos balazos que la liquidan, esos puntos de fondo de cancha que pasan treinta veces la red y la agotan. Después de once horas, Johnson vive un jubiloso padecimiento. Desde la tribuna, una señora la anima con una arenga que parece hacerla olvidar los siete match points desaprovechados. Tras esas once horas, Meleva ha perdido su perfil limpio y jadea con todas sus costillas.

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En el receso del 30-30 del tercer set, los espectadores se levantan y aclaman, con la unanimidad de una masa. El estadio en pleno las admira. Las tenistas se sorprenden, quedan mirando las tribunas que no dejan de aplaudir cuando Johnson está por retomar su servicio/Siguen agradeciéndoles con las palmas, gritando que ninguna de las rivales merece perder el partido, que debe darse, de una vez por todas, una victoria doble/No faltan quienes lloran.

—Ni la victoria ni la derrota puede decidirla un golpe. No en este partido, no hoy.

—Esa niña es pura técnica, no tiene por qué padecer si la traiciona la muñeca.

—Meleva, bella Meleva, descansa en el mar nuestro, duerme tranquila que lo has dado todo. Mañana será un nuevo día.

Y siguen aplaudiendo, gritando, admirados por esa entrega, convencidos de que el partido debe terminar ahí, en ese marcador de lujo, armoniosamente equidistante: 30-30. El público/dividido/se une. Al fin lo presencio. Johnson y Meleva se convierten en el reflejo de los espectadores, en su propia carne. La juez demora en decidir, no sabe qué hacer, hasta que se levanta. Su mirada relampaguea como si escondiera un secreto:

—Se suspende el partido. El boleto a segunda ronda lo comprará la suerte. Las tenistas están de acuerdo.

La juez de silla lanza una moneda. La veo irse con la calma que brinda el deber cumplido. No la obligación del oficio, sino el haber hecho lo que debió haber sido.

Los comentaristas deportivos se quedan sin palabras; algunos se quejan. Las tenistas se felicitan, se dan cinco besos, intercambian raquetas y dejan la cancha conversando, no como si abandonaran un campo de batalla, saliendo juntas de un juego que se han tomado con total seriedad, como si de él dependiera la vida. Los espectadores se abrazan contemplando la cancha vacía.

La joven ball girl llora al verlas desaparecer por el túnel; sigo a las tenistas a prudente distancia. Hasta en este momento me toca mantener la diplomacia. Escucho que Meleva le dice a Johnson que han superado el nivel de competencia del resto de jugadoras, que ese será suficiente premio. Lo que habrá sufrido esa máquina competitiva para dejar de lado su egolatría. Ni se enteran del dictamen, la moneda en el medio de la cancha en la que ni se fijan. Ahí se queda, al pie de la red. Ya les avisaré de qué lado cayó esa moneda al aire. Ellas sabrán la cara que eligieron. ~

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