Esta semana, los clubes peruanos —como es costumbre— volvieron a cosechar resultados negativos en la Copa Libertadores. Solo Alianza sumó 24 partidos sin ganar en el certamen continental. Nuestro columnista Pedro Ortiz Bisso reflexiona sobre una tendencia vinculada a la falta de planificación de los que dirigen el fútbol peruano. Algo que provoca que no haya material humano para poder competir a nivel internacional.
El último miércoles, apenas terminó el partido que Alianza Lima perdiera con River Plate 0-1, un número se multiplicó por las redes sociales: 24. Su viralización no fue un homenaje tardío a esa serie fabricante de infinidad de dilemas morales, enmascarada en las peripecias del agente especial Jack Bauer, eterno salvador del mundo libre mientras refunfuñaba su inolvidable “Damn it, Chloe!”.
La referencia era al número de encuentros sin conocer la victoria que acababa de completar Alianza Lima en la Copa Libertadores. Desde que José Carlos Fernández metiera un frentazo en la valla de Leonardo Burián, el golero de Nacional de Montevideo, la noche del 27 de marzo del 2012, los íntimos no han vuelto a ganar un partido. No existe otro club en esta parte del mundo que sume una racha tan deprimente en el torneo interclubes.
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El numerito le dio músculo a las bromas de los hinchas de Universitario que se cebaron con la desgracia del compadre. Las imágenes, frases y demás referencias numerológicas navegaron entre lo burdo y lo ingenioso, algunas con la fina mordacidad de un experto capocómico. No obstante, si bien suele decirse que una sonrisa es el mejor bálsamo para sobrellevar ciertas desgracias, esta en particular deberíamos mirarla con seriedad.
VERGÜENZA COMPARTIDA
La vergüenza de Alianza es la de los clubes peruanos. De todos. Cada vez que les toca competir con un rival del exterior, nuestros equipos confirman la enorme distancia que los separa con lo que ofrece la selección desde que llegó Ricardo Gareca, y hacen aún más inexplicable que un fútbol tan pobre como el nuestro esté a solo un pasito de volver una Copa del Mundo por segunda vez consecutiva.
Los íntimos, por si alguien lo ha olvidado, son los campeones vigentes de la Liga 1 y, desde el punto de vista económico, no hay otro equipo que les haga sombra. Manejan tanto dinero que hace unas semanas estuvieron a punto de hacer realidad el sueño de sus hinchas de ver a Paolo Guerrero con la camiseta blanquiazul, y cada fin de mes depositan una tonelada de dólares en la cuenta bancaria de Jefferson Farfán, pese a que desde el 28 de noviembre del año pasado no pisa un campo de juego oficialmente.
Al subcampeón, Sporting Cristal, tampoco le fue bien en su debut copero. Frente a un Flamengo que jugó sin meter la tercera velocidad, cayó 2-0 sin mayor atenuante en el mismo césped del Nacional que vio perder a los aliancistas. A los otros dos representantes nacionales les había ido pésimo en la fase previa: Universitario no pudo anotarle un gol a Barcelona ni en Guayaquil ni en Lima, en tanto que César Vallejo fue derrotado por Olimpia de Paraguay en casa y en Asunción.
No hay, pues, razón para alegrarse por la desgracia ajena cuando el ridículo es de todos. En unas semanas se cumplirán cincuenta años de la noche en que la ‘U’ cayó en Avellaneda ante el Independiente de Pavoni, Pastoriza y el polaco Semenewicz. Y en agosto serán 25 años de la final que perdiera Cristal ante Cruzeiro en Belo Horizonte. Luego, salvo algunos chispazos, no ha habido más que celebrar. El esplendor de la maravillosa generación del sesenta —que vio surgir a Chale, Cruzado, Cubillas, Cachito y Percy Rojas— se extinguió en 1978 cuando los íntimos fueron eliminados en semifinales por el Cali del doctor Carlos Salvador Bilardo. Y el revival noventero —obra del empuje de un grupo de hinchas cerveceros y la billetera gruesa de la Backus— alcanzó su cúspide con Sergio Markarián, quien comandó un equipo —no lo olvidemos— repleto de extranjeros como Julio César Balerio, Marcelo Asteggiano, Pedro Garay, Prince Amoako, Luis Bonnet y Julinho.
Cada año es más difícil para los clubes peruanos competir internacionalmente. La dinámica de juego marcha a velocidades distintas. Parecen duelos entre un coche de Fórmula 1 y un Fiat 600. Las diferencias presupuestales también son kilométricas (solo Gabigol, la estrella del Flamengo, gana alrededor de 4,5 millones de dólares). Sin embargo, no creo que la clave esté en el dinero, sino en lo que se hace con él. Y eso tiene que ver con los objetivos que manejan los dirigentes.
AUSENCIA DE PLANIFICACIÓN
En el fútbol de hoy, el talento —que el peruano tiene— no es suficiente. Sin formación, las distancias se agrandan. Los procesos se ralentizan porque los jóvenes juegan muy poco y tardan en explotar. Ya en una columna anterior recordaba el caso de Piero Hincapié, defensor de la selección ecuatoriana, fruto de las canteras del Independiente del Valle, una de las más importantes fábricas de jugadores del continente. Hincapié tiene 20 años, es menor que Piero Quispe, pero ya ha jugado en Talleres de Córdoba y es titular del Leverkusen alemán. El volante crema apenas suma una veintena de partidos en Primera.
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La planificación a largo plazo no existe. Para nuestros directivos, la palabra inversión es sinónimo de gasto y apuestan por lo seguro. ¿Qué es lo seguro? Gastados treintañeros que vienen a tirar sus últimas gambetas a cambio de unos miles de dólares. En esas condiciones pensar en competir es absurdo.
No es imposible que tanto Alianza como Cristal sumen algún triunfo en lo que queda del torneo. Aunque soy un convencido que, en estos tiempos hiperprofesionalizados en el que la lógica gobierna el mundo del futbol, siempre hay espacio para las excepciones. Pero seguir apostando a un destello, a un arranque de lo que antes llamábamos gitanería, es mantenernos en las aguas de la mediocridad. Para que los triunfos no sean excepciones, sino la consecuencia natural de un proceso, la respuesta es conocida: es necesario trabajar. De lo contrario, mañana no serán 24, sino 25 y muchos más. Y la vergüenza seguirá siendo de todos. ~
Pedro, mientras existan los mal llamados “mecenas” como “dirigentes” de nuestros “clubes” de Prinera División aconchabados sabe Dios con “entrenadores” de sus “divisiones de menores” -¿te has dado cuenta que las menciones que escribo están entrecomilladas como signo de su doble intencionalidad?- que les cobran a los padres de familia para que sus hijos que reúnen grandes condiciones puedan entrenar y jugar algún día como figuras ya cuajadas, seguiremos viviendo este desolador cuadro de derrotas y derrotas a nivel internacional. Y tengo versiones al respecto. Las mafias no solo se dan en otros círculos políticos, judiciales, construcción, licitación y más etcéteras… También en el fútbol existen. Padres que no tienen dinero para satisfacer esos “caprichos” pues esa figura en ciernes termina jugando no en las canchas de fútbol sino en sus casas el famoso “play”. Eso.