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Dos arqueros conversan

Uno aprendió a volar en los potreros de Rosario; el otro, en el ‘Paraíso de los suicidas’, fatídica pendiente de antaño en Magdalena. A uno lo retiró un dirigente, al otro la miopía. Mientras Ramón Quiroga alargó su pasión futbolera sentándose en el banquillo y luego dando chillidos por televisión, Jorge Eslava publicó dos libros [‘El volador invencible’ (Alfaguara, 2000) y ‘Bien jugado’ (Aguilar, 2013)] y se graduó de ‘pichanguero’ profesional. ¿De qué pueden conversar un arquero mundialista y un educador con guantes?

Aún ahora lo conocen como el ‘Loco’ Quiroga. No es tan descabellado pensar que los locos también tienen razones para vivir y una de esas razones son los recuerdos. Memorioso, vivaz, vestido con jeans rasgados y un bléiser elegante, Ramón bebe un jugo frente a mí. Parece relajado durante la conversación, a pesar de que algunas preguntas se las lanzo como un disparo penal. “Es cuestión de divertirse”, me responde cuando le pregunto cómo enfrentó siempre el fútbol. Y ese fue el tono que impuso esa mañana.

LA PREVIA

—Tu padre se llamó Ramón Quiroga y era arquero. ¿Fue quien te inspiró para el puesto?
—La primera fractura de mano que sufrí fue por ponerme detrás de su arco. Mi papá fue siempre arquero del club del barrio donde vivíamos. Fue el primer arquero que me llevó a tapar.
—¿Le ilusionaba que también te interesaras por el arco? ¿Te entrenaba, te daba consejos?
—Me hablaba, pero no tanto como entrenarme. Yo vivía en una zona en Rosario, donde antiguamente el cemento se comió las canchas. Muy cerca de mi casa quedaba el Atlético Rosario Central de menores, así que terminaba el colegio, comía algo y me iba a jugar al club.
—¿Siempre como arquero?
—Siempre.
—¿Cuál es el primer arquero que te resulta motivador y quieres copiar?
—Me gustaba mucho Néstor Errea, que tapaba en Atlanta. Después el ‘Loco’ Gatti y ‘Pepé’ Santoro, cómo no, que atajaba en Independiente.

Inspirado por su padre y por Néstor Errea, Quiroga dio sus primeros pasos como arquero en Rosario. ALBERTO NICHO

—A Santoro lo vi pocas veces. Lo recuerdo como un arquero elegante, de un estilo más bien clásico. El revolucionario era Gatti.
—Antes fue Errea, un arquerazo. Gatti era su suplente en Atlanta. Después jugaría en River y Boca.
—Más allá de los equipos que integró, Gatti representa una subversión futbolística por su presencia y modo de juego. ¿La facha y jugar varios metros delante de la línea te interesó de chico?
—La facha no tanto. Eso de jugar adelantado lo hacía porque en el barrio a veces alineaba como delantero. Tenía juventud, era rápido, le pegaba bien a la pelota. Pero en campeonatos me paraba en el arco.
—Imagino que jugar adelantado lo hacías también por tu estatura…
—Respecto al resto de arqueros, yo era pequeño: uno setenta y nueve. Pero era rápido para decidir. Tenía una intuición más aguda que los delanteros.
—¿Esa rapidez mental te nace del barrio?
—Claro. Yo venía de entrenar en el club y veía a los vagos jugando en la placita, entonces no lo pensaba dos veces: me sacaba las zapatillas y jugaba descalzo.
—Con el arquero pasa algo curioso. Se le exige una dosis de locura, pero también se espera que sea el más razonable del equipo. ¿Cómo ves esa contradicción? ¿Es el más chiflado o el más cuerdo?
—Depende. El arquero loco es como Higuita, el que hace lo ‘indebido’: sale del área, cabecea, patea los tiros libres. Y el arquero serio es el que se queda en el área, el que tiene dificultades para salir hasta el punto penal o cortar sobre los costados. Yo era un arquero que a veces avanzaba hasta la mitad de la cancha, sobre todo cuando estábamos perdiendo.
—¿No crees que parte de esa la locura se deba a que es un puesto solitario, incomprendido y desgraciado? Puedes tener un rendimiento magnífico, friegas una y te sepultan.
—Eso nos pasa siempre. El arquero nunca debe cometer el error en la parte final. Del final se acuerda todo el mundo, del inicio no.

LA TRAYECTORIA

—Debutas pronto en la profesional, creo que a los diecinueve años. ¿Recuerdas tus inicios?
—Cuando firmé el primer contrato con Rosario Central, salí corriendo cinco cuadras, me tomé un colectivo y llegué a casa agitado para contarle a mi viejo, a mi mamá…
—¿No hubo oposición en tu familia?
—Nunca. Mi papá me llevó a trabajar con él desde muy chico, pero nunca se opuso a que jugara.
—¿Cómo recuerdas ese primer año como profesional?
—Buenos recuerdos. Me veo con algunos cuando voy a Rosario, otros han fallecido. El primer dinero que recibí se lo di a mi viejo para renovar la casa. No faltaba el plato de comida, pero la casa había que arreglarla.

A los 27 años se nacionalizó debido al ofrecimiento de jugar por la Selección peruana. ALBERTO NICHO

—Vienes a Perú muy joven. Llegas al Cristal en calidad de préstamo por seis meses. ¿Es así?
—A los veintiún años para reemplazar a Rubiños que estaba de gira. Antes de viajar dejé dinero a mi hermana para comprar un nicho, porque sabía que cuando muriera papá o mamá yo no iba a estar. Dicho y hecho, mi papá murió cuando yo jugaba en el extranjero.
—¿Cuál es la reacción de tus compañeros al ver un arquero argentino con un estilo distinto?
—Me recibieron bien, pero tapaba Rubiños. Él viaja a jugar el Mundialito ‘72 y me tocó debutar un Cristal-Boys. Creo que ganamos, tuve una buena actuación y mis compañeros le dijeron a Rubiños: “Parece que no vas a volver a tapar con este”. Me quedé de titular.
—¿Qué características de tu juego te hubiera gustado fortalecer o corregir?
—La salida. Las falencias de la estatura tenía que suplirlas con velocidad y potencia de piernas.
—Después de tres años en Cristal regresas a Argentina y firmas por Independiente, que era y es, me parece, el equipo más copero. ¿Cómo se produce esa transacción?
—Yo no tenía representante. Recuerda que era la época del gobierno de Velasco, cuando se produce la posesión de las empresas grandes por las comunidades industriales. Entonces mi pase fue una operación comercial a ese nivel. El presidente del directorio de Cristal me dijo que me buscaría equipo por un año y que luego regresaría. Y así fue.
—¿Es Independiente el mejor equipo en el que has jugado?
—Un equipazo. Jugaban adelante Bertoni y Percy Rojas, en el mediocampo Galván y Semenewicz, atrás Pavoni y Asteggiano. Lo malo es que siempre recuerdo una jugada fatal: me comí el gol con el que River nos eliminó de la Copa Libertadores.
—¿Qué le recomendarías a un arquero para atajar un penal?
—Esperar el disparo hasta el último instante.
—Algún penal que no hayas olvidado, porque se te pasó o te haya llenado de orgullo…
—Me gustó mucho el primer penal que tapé para Perú. Fue a Ángel Liciardi (argentino nacionalizado ecuatoriano) en las Eliminatorias para Argentina ’78, en el estadio Atahualpa de Quito. El tipo me rompió el dedo y terminé jugando con el dedo roto.

Eslava es docente en la Universidad de Lima y Quiroga se dedica a comentar partidos de fútbol en CMD. ALBERTO NICHO

—En el partido ante Escocia, hay una jugada que, probablemente, sea tu mejor atajada del Mundial. La del delantero Joe Jordan que te hace un disparo a boca de jarro.
—A dos metros del arco. Por entonces Jordan jugaba en el Manchester United. Lo único que sabíamos de él era que le faltaban los dientes delanteros y se sacaba la dentadura postiza para jugar.
—¿Ese dato quién te lo dio?
—Un periodista. El día que entrenó el equipo escocés lo fui a observar con el asistente. Vi cómo metía temor con sus entradas y la forma cómo definía. Era grande, le tiraban centros y él entraba al cabezazo. Le dije al asistente: “Tenés que comprar una escalera para agarrar a este número nueve, porque es más grandote que mis centrales”. Sin embargo, Manzo y Chumpi lo controlaron.
—Hay una pelota que le sacas a Jordan de la cabeza con una maroma como si fuera una pichanga. Eso demostraba la gran confianza que te tenías.
—Es un pelotazo en profundidad, se me escapa la pelota en primera instancia y luego tengo que sacársela de la cabeza.
—Fue un atrevimiento, casi una falta de respeto.
—No tanto. Siempre hacía esa jugada: pelota larga, el delantero me encaraba, entonces en lugar de recogerla le pegaba una cachetada como de vóley y luego la atrapaba.
—Hace un tiempo leí un artículo de un psicólogo argentino especialista en deportistas. Mostraba una estadística terrible: suicidios de arqueros. Llegó a la conclusión de que siempre el arquero es una persona que está al borde de la depresión. ¿Tú tenías temperamento para soportar eso? Por ejemplo, ahora me acuerdo una entrevista a Buffon en la que dice: “la mejor atajada la hice contra la depresión”.
—Es que en el juego colectivo, la única parte individual es el arquero. Es quien tiene que decidir todo. Sabe que su error puede ser festejado por el otro equipo, por eso tiene que tener una mente mucho más fuerte que la de sus compañeros.
—Poco se habla de eso. El arquero requiere tal vez de una preparación psicológica especial. Es posible que tu actitud de entrar al campo para divertirte te descargaba un poco de la tensión…
—En ese tiempo había pocos psicólogos. Más era el grupo que ayudaba. Felizmente yo trabajaba mucho, sabía que si no estaba bien físicamente era difícil que pudiera tapar bien.

Ambos están de acuerdo en que el italiano Buffon es uno de los mejores guardametas de la historia. ALBERTO NICHO

—¿Cómo te cuidabas?
—Trataba de entrenar a doble turno. Cuando estuve en Cristal, pasaba todo el día en el club. Almorzaba ahí, dormía siesta y me ponía a entrenar con los juveniles.
—¿Dónde nace esa conciencia altamente profesional? ¿Aspirabas a ser un arquero recordado, admirado?
—El profesionalismo en Argentina es gracias los técnicos de menores. Ellos te enseñaban a comportarte bien. Cuando entrenaba en Rosario Central, el mismo Omar Sívori nos enseñaba a hacer el nudo de la corbata. Él venía de jugar en el Nápoles de Italia y decía que el jugador de fútbol debía saber combinar los colores y vestirse bien. Nos enseñaba incluso a jugar ajedrez.
—En una entrevista, Buffon declaró que convenía practicar un deporte complementario al fútbol y que a él el tenis lo ayudó para mejorar sus reflejos. ¿Tú piensas lo mismo?
—Yo jugaba muy bien frontón. Cuando vine lo aprendí a jugar en el club Terrazas. Otro deporte que me gustaba era el box.
—¿Lo has practicado?
—Bastante. Y todavía veo mucho box, incluso películas antiguas como la de El Mono Gatica. Me ha servido en las canchas y en las calles.
—Te quedas en Cristal hasta el 82. Después de tantas buenas actuaciones, ¿por qué razón te vas al Barcelona de Guayaquil?
—Porque no ganaba mucho. Máximo ganábamos al año entre treinta y cuarenta mil dólares al año. Esta gente del Barcelona me ofrecía cincuenta mil y un poco más: un departamento en Guayaquil y un sueldo de tres mil dólares.
—¿Tuviste una buena campaña?
—Buena a nivel nacional, pero mala en Copa Libertadores. Además sufrimos mucho con la Corriente del Niño que hubo en el 83. Ni mi familia ni mis perritos se acostumbraron al calor.
—¿Regresas al Perú sin tener equipo?
—Sí, regreso a jugar frontón. Entrenaba fuerte en el gimnasio del Terrazas y jugaba frontón, hasta que me rompí los ligamentos de la rodilla. Me fui a operar a Estados Unidos y regreso al CNI.
—En el Colegio Nacional de Iquitos juegas todo el año 84 y luego recalas en Universitario. Ya tenías treinta y cinco años…
—Un poco menos. Sí, llego a la U y salimos campeones.
—¿En qué circunstancias decides tu retiro?
—Me retiró el presidente Jorge Nicolini. De repente yo estaba para jugar un par de años más, pero había llegado un técnico brasileño y no tuvimos éxito. Dijo que como Oblitas y yo éramos los mayores que agarremos el equipo. Entonces con Juan Carlos empezamos a trabajar juntos.
—¿Entonces esa circunstancia precipita tu retiro? Pero, ¿no estabas un poco harto de las exigencias?
—No. Todavía tenía ganas de levantarme temprano y entrenar. Me ayudó mucho trabajar con los chicos. Hacía lo mismo, pero con otra obligación.
— Respecto a la edad de los arqueros, se dice que es como el vino: añejado, mejor. ¿Dirías que a partir de los treinta es el mejor momento del arquero?
—Se ha ganado experiencia, se conoce mucho más el juego, te tratan mejor los dirigentes, los partidos internacionales te dan otro roce, la selección te forma una personalidad diferente. Y con esfuerzo, si no tienes lesiones graves, puede jugar hasta los cuarenta.
—A propósito, son cuarenta ocasiones que defiendes la selección peruana. ¿Cuáles son los mejores momentos y los más desgraciados?
—Los mejores momentos creo que fueron las dos Eliminatorias. También fui al repechaje para el Mundial de México ‘86. Hubo mucha gente que no confió en el grupo.
—¿Te refieres a los compañeros o a la dirigencia?
—La dirigencia no tuvo un manejo conveniente.
—¿Y los peores momentos?
—En España ‘82: perder contra Polonia fue fatal, porque teníamos un equipazo para subir mucho más.
—¿Fue más amargo que el 6-0 contra Argentina?
—Sí, porque teníamos más experiencia y un grupo bárbaro.
—En España 82 habían hecho un buen partido contra Italia. ¿Qué pasó aquella tarde contra Polonia?
—El viejo ‘Tim’ se equivocó en los cambios.
—Se comentó una disputa entre el ‘Nene’ Cubillas y Uribe.
—También eso. Creo que en la gira jugamos con Guillermo de punta, pero en el Mundial fuimos a jugar sin él. Uribe ocupó ese puesto y nunca lo había hecho; él era volante detrás del punta.
—En ese año hubo tres arqueros convocados para la selección: Gonzáles Ganosa, Ballesteros y tú. ¿Fue muy peliagudo competir con ellos?
—Con Humberto (Ballesteros), sí. Me gustaba mirar la pegada de Humberto, porque iba justo al pecho del jugador que quería. De repente yo era un poco más afanoso. Él debió haber formado arqueros en tantas Videnas que tiene la Federación…

LAS CONDICIONES

—¿Cuánto te duraba el malestar después de haberte comido un gol?
—Poco, no recuerdo haberme deprimido nunca.
—¿Qué sientes cuando estás sacando la pelota de las redes?
Dependía del gol. Si era un gol bueno me daba vuelta, la recogía y la tiraba al centro.
—¿Te atrevías a felicitar por un buen gol que te hicieran?
—Claro. Una vez el ‘Loco’ Doval, que jugaba en el Flamengo, me amagó, fui a achicarla, me la cuchareó y me hizo un sombrerazo que fue gol. Lo aplaudí y lo abracé.

El libro de Amadeo Carrizo, El arte de atajar, es mencionado por Eslava durante la charla. ALBERTO NICHO

—Gatti decía que el arquero es el más bobo del equipo y Fillol decía que el arquero es la columna vertebral. ¿Con cuál opinión te quedas?
—Para mí representa el inicio del juego. En mi época se podía hacer un poco más de tiempo, ahora no. Tienes que ser dinámico.
—De los arqueros argentinos, ¿cuáles pertenecen a tu santoral?
—Carrizo y Cejas, después Santoro.
—Sabes que Carrizo publicó un libro sobre el arquero: El arte de atajar. Lo he buscado mucho y nunca lo conseguí.
—Lo último que leí de Carrizo, cuando estuve en Argentina, fue que se escapa de su casa en moto para ver los entrenamientos de River. ¡Tiene más de ochenta años! ¡La familia le esconde la moto!
—¿Hacia qué lado te tirabas mejor?
—A la derecha. Era mi perfil.
—¿Qué era lo que más temías?
—Nada. Me preocupaba mucho cuando jugaba con (Walter) Daga o (Manuel) ‘Meleque’ Suárez, jugadores que metían unos chanfles que no sabías en qué momento le iban a pegar al arco.
—Te voy a mencionar a los arqueros que considero los mejores de este siglo y finales del siglo pasado. Me gustaría que señales una virtud y un defecto de cada uno de ellos. Van Der Sar y ‘Gigi’ Buffon.
—Van Der Sar tenía algunos problemas para salir a cortar los centros. Buffon no. Me encanta Buffon.
—Es el mejor que he visto en mi vida. ¿Qué defecto le ves?
—Ninguno.
—De los más contemporáneos, ¿Claudio Bravo o Manuel Neuer?
—Chile tiene un buen arquero con Bravo. Juega muy bien con los pies, pero me quedo con el alemán.
—Me parece un bailarín de ballet en el campo. Tiene una elegancia…
—Mirá, nosotros fuimos a hacer el Mundial de Brasil 2014 con el canal y uno de los datos en la transmisión del Alemania–Argentina fue que Neuer dio más pases con los pies que Messi.
—¿Te gustaba Chilavert? Ha sido considerado el mejor arquero del siglo XX.
—Eran un tipo mentalmente muy fuerte. Para salir a patear una pelota hasta casi el área contraria y después regresar ochenta metros hay que tener una personalidad bárbara. Es un trajín bien agitado. Las palpitaciones deben subir a ciento sesenta. Sus compañeros lo respetaban, porque iba con una gran decisión a colocar la pelota… ¡Una pena que le guste tanto el asado!

Casi contemporáneos, Eslava (63) y Quiroga (66) aún se ponen los guantes en sus pichangas. ALBERTO NICHO

—Cuando dices “mentalmente muy fuerte” pienso que el arquero es como la materia gris de un equipo, pues debe tener ascendencia sobre sus compañeros.
—Yo me quedé tanto tiempo en el Cristal porque los jugadores peruanos se dieron cuenta de que yo les podía salvar los frejoles. Me esforzaba al máximo, sino no me aceptaban como extranjero.
—Aunque sabes que la materia gris está más vinculada a la función del razonamiento.
—No lo sabía y tampoco tengo mucho razonamiento.

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  1. Muy sabrosa la entrevista. Me entretuvo desde principio a fin. No me imaginaba todas las bombas que debe desactivar un arquero ni todas las luces que puede ayudar a encender. Yo nunca tenté ese puesto pero si lo hubiese intentado hubiese arañado aunque sea los botines de Juan Carlos Zubzuck (¡¡el mejor de los arqueros!!).

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