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El adiós del primer héroe del fútbol posmoderno

Desde la teoría del héroe, Ronaldinho, el brasileño de pies mágicos, sonrisa exagerada y sobredosis de alegría, puede ser considerado como el primer héroe de la épica futbolística del nuevo siglo. Pasó de protagonista de cuento de hadas a ídolo sustituible en Barcelona al atravesar la tragedia de toda víctima sacrificial latinoamericana: no fue capaz de controlar ni dominar sus monstruos internos ligados a la noche. Ahora, con los botines colgados para siempre, la transformación final en maestro es su deuda pendiente.

Las primeras palabras que expresó Ronaldinho [1], durante su presentación como la nueva y más importante contratación del Barcelona Futbol Club en 2003, fueron las siguientes: “Bueno. Estoy muy feliz de estar aquí. Eh… espero dar una bonita alegría a todos los fans del Barza […] y me voy esforzar al máximo para dar alegría a todos.” A estas expresiones vertidas en el momento de su presentación ante la prensa especializada española sumemos sus palabras de saludo y compromiso ante treinta mil hinchas del equipo catalán en el Camp Nou: “Voy hacer todo para poder dar una bonita alegría a todo el mundo” .

Al releerlas, uno puede apreciar la reiteración e insistencia en dos aspectos puntuales: “máximo esfuerzo” y “bonita alegría a todos”. Palabras que se transformaron en dos tareas complementarias entre ambas que Ronaldinho procuró cumplir durante el periodo considerado como el mejor de su carrera futbolística profesional, y que le valieran los máximos reconocimientos en el ámbito de esta disciplina épico-deportiva. En este ensayo pretendo acercarme a la vertiginosa y apasionante trayectoria del más destacado futbolista de la primera década del nuevo milenio, del primer héroe de nuestra épica postmoderna. En este acercamiento me valdré del modelo sobre Teoría del héroe formulado por el escritor Ignacio Padilla [2] que es recogido en el siguiente mapa o esquema:

Padilla elabora su esquema a partir de las formulaciones teóricas del psicoanálisis –en especial la noción de arquetipo jungniano–, la narratología, mitografía, antropología y teología. Discursos con los cuales iremos dialogando tácita o expresamente a lo largo de este ensayo, pero siempre siguiendo, aunque no ortodoxa ni linealmente, la ruta trazada por el esquema de Padilla. Modelo que, en palabras de su cartógrafo, tiene una raíz y un desarrollo físico (biológico) y explica lo que ha sido la constante redefinición de la aventura narrativa del ser humano. Propuesta también sostenida por el teólogo Walter Burket; quien, a partir de los hallazgos antropológicos que reconocen ciertos universales ubicuos o transculturales como la religión, sucede porque “en todas partes la gente come, bebe y defeca, trabaja y duerme, disfruta del sexo y procrea, enferma y muere. Es imposible negar el carácter biológico de esos procesos”. Argumento que sirve a Padilla para identificar y subrayar el carácter biológico del sentido y significado de héroe. Por lo que todos podemos afirmar nuestra naturaleza heroica. Somos héroes porque tenemos cuerpos. Una lectura cuidadosa del esquema de Padilla nos llevará a comprobar su semejanza que tiene con el desarrollo biológico de toda criatura humana; entendiendo literariamente el término desarrollo como aventura.

Aventura que se inicia y proyecta a partir de la fórmula narrativa sugerida por el crítico de la cultura de masas –conocedor, en especial, de la industria cinematográfica– Roman Gubern: “Alguien desea conseguir algo y tropieza con dificultades para conseguirlo” (Gubern, 2002: 8). Fórmula que de acuerdo a Gubern y Padilla resume los aportes teóricos de Vladimir Propp, Roland Barthes y Algirdas Julius Greimas.

Ese “alguien”, en nuestro ensayo, es Ronaldinho, y los obstáculos que fue superando o lo fueron superando los iremos mencionando en el trayecto. Trayecto que, desde nuestra perspectiva, llega a trascender, globalmente hablando, cuando Ronaldinho llega a una Cataluña urgida de un héroe.

Siendo los principales beneficiados con la llegada de este héroe ultramarino los niños catalanes, pues volvieron a identificarse con su equipo local, volvieron a renovar su voto de identidad. Así lo explica el principal responsable de la contratación de Ronaldinho para el Barcelona, el entonces vicepresidente del Club, Sandro Rosell:

Hasta entonces existían los galácticos de Real Madrid, y había catalanes de toda la vida, del Barza de toda la vida, familias de tres generaciones del Barza que sus hijos con seis, siete años, querían estar con el Madrid. Qué consiguió Ronaldinho. Que los niños vuelvan a ser del Barza. (Informe Robinson)

Y se vieron beneficiados porque su héroe proveniente del continente de donde, antaño también les llegó la esperanza y prosperidad, reunía sobre sí los rasgos e historia de los héroes que pueblan los cuentos de hadas: Tercer hijo de una familia pobre. Hijo de un padre – y de una nación – que perseguía el sueño de ver triunfar a su vástago, pero que murió cuando éste tenía ocho años. Feo de rostro (huesudos pómulos y sobrecarne en los labios), pero dotado de unas habilidades históricamente sobrenaturales para el dominio del balón en un deporte que sirve de puerta de escape para muchos brasileños y latinoamericanos ante su marginal y situación constitucional de pobreza, que, al igual que el fútbol, y aún más, tiene una larga tradición e historia en este país americano de habla portuguesa.

SCOTT MCROY www.scottmcroy.com/ronaldinho/

Héroe de cuento de hadas

En Psicoanálisis de los cuentos de hadas, el psiquiatra Bruno Bettelheim (2010) nos describe, a partir de su experiencia clínica y educativa, las bondades pedagógicas de los cuentos de hadas en la formación de la personalidad de los niños. De acuerdo con Bettelheim, la principal contribución de los fairy tale o cuentos populares es la de permitirle articular al niño un significado y un sentido a su vida en la edad en la que se encuentran. Si bien en esta tarea el aporte de los padres resulta primordial, la herencia cultural no deja de ser igualmente importante, siendo la literatura una de las mejores herramientas para hacerlo. De todos los géneros literarios, entre los que se cuentan las fábulas, los mitos y las “historias seguras”, los cuentos de hadas, en el caso específico de los niños, cumplen con mayor eficacia, por no decir determinante, la tarea formativa, crucial para el desarrollo del niño.

Ante la complejidad de la existencia el hombre sólo tiene dos opciones: luchar y vencer o ceder a la evasión. En este terreno, los cuentos de hadas crean un mundo simbólico, en el que no se ocultan las dificultades que el héroe del relato tiene que sortear. La heroicidad no se mide por los resultados (victorias y derrotas) sino por la osadía de enfrentarse a ellas. Claro que aquí reside el punto débil de la propiedad formativa de la mayor parte de cuentos de hadas pues todas, o al menos las más populares, siempre concluyen con la arquetípica frase: “Y vivieron felices para siempre”, colocando, mediante esta fórmula, el final victorioso por encima del esfuerzo puesto en ello. Y es que cuando se llega al dichoso final, el niño, que probablemente ya dejó de serlo, requiere leerse más allá del cuento de hadas, pudiendo hacerlo en la tragedia o en la novela.

Sé que Bettelheim objetaría mi afirmación anterior, pues para él, este tipo de desenlaces del cuento de hadas, “está orientado de cara al futuro y ayuda al niño – de un modo que esté pueda comprender, tanto consciente como inconscientemente – a renunciar a sus deseos infantiles de dependencia y a alcanzar una existencia independiente más satisfactoria”. No niego la solidez del argumento de Bettelheim, pero considero que el psiquiatra vienés olvidó que el niño no se eterniza en esta edad, salvo aquellos con síndrome de Peter Pan; y, que no siempre requiere de finales felices e irreales; sino que su capacidad de fantasía se dirige hacia la abstracción requiriendo por ello de nuevos relatos en los cuales seguir leyéndose como héroe, como héroe más acorde con su edad, como un héroe más abstractamente “real”. En esa perspectiva creo que el teatro (en especial la tragedia) y la novela contemporánea constituyen, justamente, la nueva narrativa demandada.

Antes de dirigirme y ahondar respecto del valor y naturaleza de la tragedia y sobretodo del héroe trágico, quisiera destacar una necesidad que tenemos en nuestra sociedad de hoy, fragmentada, y, en términos lacanianos, en evidente y azuzado declive del Nombre del padre. Declive que tiene entre sus consecuencias la falta de identidad con el grupo social o cultural que nos acoge.

Desidentificación que se hace aún más sangrante en un mundo globalizado y mediático como el nuestro. La necesidad de construir héroes que consoliden, o al menos, sienten las bases de una identidad medianamente duradera, héroes que nos den sentido de pertenencia territorial, social o deportiva. El que esa identidad sea alentada y aprovechada por quienes tienen en sus manos la hegemonía económica, política y cultural en la actual sociedad de consumo rendida a los juegos del mercado no es nuestro tema de interés, pero no dejamos de tenerlo presente como una especie de telón de fondo. Y como se infiere de lo dicho por Sandro Rossell, principal responsable del traspaso de Ronaldinho del París Saint German francés al Barcelona, la gran contribución del futbolista brasileño fue afianzar la identidad de la hinchada catalana. Multitud que junto a su héroe de cuento de hadas también estuvo en el campo de batalla.

Ronaldinho (2006) – Football Icon. DAVID DIEHL

Nuestro héroe con determinación y autonomía –lo cual no es común en el futbol europeo, pues su juego se caracteriza más por el desempeño en equipo– luchó contra dos monstruos, uno más infernal que el otro: su fealdad y los colosales estadios españoles. En su lucha contra el estereotipo demandado por el mercado espectacular futbolístico, que exige de un rostro masculino fortaleza, armonía y un poco de blancura si la naturaleza lo ha querido así (David Beckham, Cristiano Ronaldo, Javier “Chicharito” Hernandez, Claudio Pizarro, y de alguna manera Ricardo Izecson dos Santos, Kaká, son claros ejemplos) la fealdad de Dinho era más que opuesta a esta demanda. Pero, como héroe, estuvo dotado de dos armas que le permitieron revertir la demanda del mercado: sonrisa y carisma. En los videos que uno puede apreciar de Ronaldinho, nuestro héroe siempre contagia su sonrisa. Aquella protuberante sonrisa que afea mucho más su rostro pero que no es disimulada ni procazmente fingida. Una sonrisa que raya con nuestras carcajadas infantiles en las que no temíamos mostrar los conejos, las malformaciones dentarias, los torturantes frenos o la boca desdentada. En fin, una sonrisa de honesta alegría. Así lo resalta el periodista Ramón Besa del diario El País: “Es un jugador que se ríe. En el Barza no se reía ni Dios. Ronaldinho se ríe siendo feo. Es otra cosa porque se gana a la gente.” (Informe Robinson)

Otra arma que Ronaldinho empleó contra su fealdad, fue el don familiar –y por qué no decirlo, el de la festiva nación brasileña– del carisma, aparejada con su honesta y humilde actitud de servicio. Actitud que destacan todos sus compañeros del barza e incluso los jugadores de los equipos rivales; y que Dinho lo hacía evidente en el intercambio de polos, los apretones de manos sin discriminación alguna, efusivos abrazos de aliento, o la iniciativa para alzar en hombros a quien fuera el hacedor del gol del partido jugado o al mismo entrenador. En esta actitud destacan quienes cumplen roles secundarios en el club: el chofer, el entrenador físico, la prensa; o protagónicos: los dirigentes del Club (véase en Robinson y Volpe). Por esta actitud e integridad demostrada le fue otorgado el calificativo de líder. Atributo que el presidente del Club Barcelona, Loan Laporta destaca (Informe Robinson). “Líder”, quizá sea el postmoderno término para designar al héroe.

Sonrisa y carisma fueron las armas con las que supo vencer su propia monstruosidad física. Armas que también le sirvieron, de algún modo, a la hora de enfrentarse al monstruo mayor. Armas que, sin embargo, resultaron ser insuficientes; pues el monstruo es el moderno Tifón griego, padre de la policéfala Hidra: despiadado con sus víctimas a las que despedaza con sus millares de bocas y dientes que gritan, pifian, insultan, escupen.

El estadio es un monstruo y al mismo tiempo un laberinto diseñado por modernos dédalos. Monstruo que hunde y confina en sus entrañas laberínticas (camerinos subterráneos y banca de suplentes) a quienes no tienen las habilidades para hacerle frente, a quienes no son capaces de complacerlo en su goce eterno, a quienes desconocen la respuesta a su quimérico enigma: ¿Qué misterio esencial se encierra en la relación proteica entre el balón y el arco para que el futbol nos provoque un frenético gozo? Monstruo que visto aéreamente y de noche es una boca infernal, el último círculo dantesco donde habita el que nunca se sacia. La insaciabilidad del monstruo se debe a que está habitado por lascivos, pérfidos y toda especie legada por los placeres del plebeyo circo romano, habitado por parásitos que viven del placer que produce habitar en el interior de la bestia, de nutrirse de las hecatombes que religiosamente consagran los dirigentes deportivos, quienes recorren el mundo entero buscando víctimas sacrificiales, nobles o humildes gladiadores, que aplaquen temporalmente a la insatisfecha y voraz bestia. ¿Y no somos, acaso, nosotros, alguno de esos parásitos que aunque no hayamos sentado nuestras posaderas en sus cientos de butacas avivamos el fuego infernal desde nuestra mirada mediática? El monstruo nos habita y nosotros le habitamos. Monstruo que si no es alimentado continuamente –aunque se destruya así mismo– arruina despiadadamente a quienes viven de administrar sus entrañas laberínticas. Que engaña, con la gloria efímera, a sus vencedores haciéndoles creerse reyes o héroes. Infiel, procaz, demencial y sádico que al menor descuido de su eventual vencedor lo transforma en hecho episódico. Monstruo que hace del héroe un “rey temporero” (James Frazer, 2011). Porque una batalla ganada al monstruo no es más que eso, una batalla. Si en la victoria contra el monstruo no se logra su aniquilamiento, o al menos su transformación en vehículo, no es una victoria.

Y cada nación tiene su monstruo colosal (¿o son las múltiples cabezas del mismo y único monstruo que geopolíticamente se ha desmembrado y remembrado en todos los rincones del globo?). España cobija en su interior a dos monstruos –¿o dos de las cabezas bocas del único monstruo? En lo que va del milenio estos son los más célebres por su importancia futbolística en Europa y el mundo. Pues aunque cada país se puede vanagloriar de tener monstruos de igual o mayor dimensión, no son más que eso: vana gloria, salvo el monstruo brasileiro, claro está (nos referimos al Maracaná). Estos dos gigantescos son: El Camp Nou catalán y el Santiago Bernabéu madrileño. Y para derrotarlos Ronaldihno no tenía arma más eficaz que el futbol hecho espectáculo. El futbol latinoamericano –“el jogo bonito” brasileño– que a diferencia del europeo es creatividad pura y no fría estrategia.

Arma forjada a partir de dos necesarios accesorios. Las aladas piernas del héroe y la pelota totalmente dominada por el jugador. Piernas duramente entrenadas desde temprana edad, hacedoras de los más inusuales prodigios con el balón.

De la épica deportiva

Ronaldinho empleó armas y accesorios en su lucha contra los celosos protectores de la princesa, contra los celosos custodios del tesoro (la gloria efímera), contra los expectantes monstruos. Claro que nuestro héroe no es el único que se dirige hacia la rama dorada (Frazer) o la copa futbolística; pues con él van los otros miembros de la oncena, ya sea en condición de compañeros del héroe –en este papel, el aporte del camerunés Samuel Eto’o fue notable–, o en abierta competición contra el mismo héroe; además de los otros convocados que aunque no salen a bogar en el gramado están en los mástiles de la nave esperando que uno de los héroes ceda a la fatiga, o las cicatrices de las tantas batallas libradas les pida la factura (esos “golpes que no se ven en una resonancia” en palabras de Eto’o al referirse a las lesiones de Ronaldinho y por las que el desempeño de nuestro héroe fue duramente criticado cuando ya se vislumbraba su salida del club catalán), o dejados llevar por la hybris lesionen a alguno de los jugadores del equipo contrario y sean sancionados con la tarjeta preventiva.

Los otros tripulantes de la nave de Jasón están allí para reemplazarlos. No todos pueden determinar el rumbo por donde conducir la nave que tiene un mapa previamente diseñado por el entrenador que nos es más que el cartografista (el holandés Frank Rijkaard en el equipo catalán) y que, junto a los otros argonautas, también acompaña al Jasón moderno. Solo uno viste la indumentaria de Jasón. En el Barcelona del 2003 al 2007, le cupo a Ronaldinho encarnar dicha figura heroica.

Pero, al igual que el héroe del cuento de hadas, Ronaldinho tenía una historia previa a su consagración como tal. Y una constante en los cuentos populares tiene que ver con la muerte del progenitor (Bettelheim). Dinho lo perdió cuando su hermano, y no él, era la esperanza de la familia Assis Moreira. Lo perdió cuando entre él y su padre se afirmaban los más duraderos lazos familiares, quedando, de algún modo, en el desamparo u orfandad física y emotiva. Lo perdió cuando su padre descubría que el heredero de su sueño no era su hijo mayor, que lo había llevado de vivir de una favela a un moderno departamento; sino el último de sus tres hijos. Pero antes de perder a su padre, nuestro héroe pudo oír la consigna que marcó el derrotero de su existencia: “Tú serás el mejor” (Thyhorn y Volpe).

ARCHIVO PERSONAL/EMERT/CAMERA PRESS/REDUX

En el esquema del héroe propuesto por Padilla, la presencia del “No ser” o la “Nada”, es necesario para generar la aventura. Sin ella no se activa el relato y por ende no se provoca el movimiento y viaje mítico y ritual del héreo. Evitando ser macabros –o quizá intencionalmente siéndolo– diremos que la muerte del padre de Ronaldinho era absolutamente necesaria. Sin ella, nuestro héroe no hubiese asumido el llamado a la aventura, no hubiese encarnado el mensaje paterno de ser el mejor, de hacer el máximo esfuerzo posible para “dar alegría a todos”. Esos “todos” a los que Dinho dirigía sus primeras palabras durante la presentación ante los periodistas y fanaticada del Barcelona en realidad era uno: era el rey sentado en la levedad del esquema que estamos siguiendo, era su padre; al que en muchas ocasiones dirigía sus oraciones, ya sea para iniciar el partido, ya sea al final del mismo o cuando anotaba uno de sus memorables goles. Era al rey olímpico al que alababa con sus brazos alzados y su típica “señal de shaka” con la que lo invitaba a la fiesta y al relajo para festejar el gol anotado.

La muerte del padre de un lado fue el segundo nacimiento del héroe. Y en este sentido se entiende la asunción eterna de su infantil nombre que quedo fijado en el “Ronaldinho” (nótese el diminutivo en lengua portuguesa) que modificó su seco nombre de pila: Ronaldo. Toda la trayectoria futbolística de nuestro héroe no fue otra cosa que el acudir al llamado (Campbell). Fue darle sentido y cauce a sus habilidades alabadas, en su infancia, por sus familiares, profesores, compañeros de escuela y amigos de favela en Porto Alegre. Fue ese “hacer todo” lo que impulsó su preparación técnica y futbolística, la búsqueda de su perfección técnica que ya se evidenciaba en su primer gran equipo, el Gremio brasileño, al cual el Barza le dio espectacularidad y difusión mediática para alimentar la necesidad de goce de sus miles de hinchas catalanes y a nivel mundial.

Pero su padre no lo dejó desamparado. Física, mental y deportivamente lo dejó a cargo de su hermano mayor, Roberto, quien –reconociendo sus propios límites– muy pronto entendió su rol como mentor y manager del héroe. No nos cabe la menor duda que toda la maquinaría mediática alrededor de Ronaldinho, traducido en vídeos, propagandas televisivas, juguetes, polos, inclusión de timbales brasileños, ejecución de simulaciones del carnaval brasileño en tierra catalana, no hicieron otra cosa que construir al héroe que los niños catalanes necesitaban para volver su confianza en el equipo de toda su vida. Más, si tenemos presente una de las definiciones de héroe: “El héroe es el hombre o la mujer que ha sido capaz de combatir y triunfar sobre sus limitaciones históricas personales y locales” (Joseph Campbell, 2011: 26).

Además, recuérdese que los cuentos de hadas le permiten al niño asimilar “que incluso el más humilde puede triunfar en la vida” (Bettelhein)  El “héroe mimético menor” a quien Northrop Frye (1991) hace referencia al elaborar su tipología de héroes en su Anatomía de la crítica, o el “héroe común” de Bruce Meyer, en Héroes.

Esa fue la condición existencial de origen de Ronaldinho: nació y pasó sus primeros años en una de las favelas de Porto Alegre; llegó y se profesionalizó en las categorías inferiores del Gremio brasileño; para luego vertiginosamente iniciar una carrera ascendente que en un poco más de una década le permitió participar en la Selección de fútbol de Brasil que obtuvo el pentacampeonato mundial (2002) teniendo a Ronaldinho entre los gestores de esta conquista deportiva, ser fichado por el equipo francés del Paris Saint-Germain, ser comprado por el Barcelona Futbol Club, y con éste ganar la Liga Española, la Liga de Campeones, la Super Copa de España, para finalmente ser premiado en el 2007 con el Balón de Oro. Además del premio geopolítico más importante para todo sudaca que supo encandilar a la afición ibérica: la obtención de la nacionalidad española y con ella la europea, y con ella su estatus de ciudadano del sistema-mundo (Wallerstein, 2007).

Luego que nuestro héroe obtuvo los mayores galardones que todo futbolista profesional ansía y que simbólicamente se resume en el llamado “Balón de oro”, hubo una transformación mayúscula en el “rey”. Era el momento de salir del ínfero o quedarse para siempre en él. ¿Cómo hacer para salir indemne y con pocas magulladuras y encima llevando la rama dorada en brazos? ¿Con qué armas hacerlo, si las que se tenía se han desgastado –indiferenciado, diríamos en los términos de Rener Girard (1986)– en cada batalla? Fue el momento de dejar de narrar a los niños catalanes el cuento de hadas alrededor de la figura de Ronaldinho como héroe, reemplazarlo por otro; también llegado desde el más allá del Atlántico, con la pequeñez como rasgo monstruoso, pero igualmente espectacular que el brasileño: el argentino Leonel Messi.

Héroe como “rey temporero”

Bettelheim aboga por presentar caracteres totalmente opuestos (buenos y malos) al niño, y esto es lo que hace el cuento de hadas: le ayuda a comprender las diferencias entre ambos, lo que no le sería posible si se le mostrase seres reales con todas sus complejidades. Además –añade Bettelheim– “las ambigüedades no deben plantearse hasta que no se haya establecido una personalidad relativamente firme sobre la base de identificaciones positivas”. Estas “ambigüedades” son recogidas por la tragedia o la novela moderna. Además, la radical transformación del final feliz del cuento de hadas es transformado, por estos géneros narrativos, en finales más reales, sacrificiales y trágicos. De acuerdo a Joseph Campbell en la novela moderna y en la tragedia “El final feliz es satirizado justamente como una falsedad; porque el mundo tal como lo conocemos, tal como lo hemos visto, no lleva más que a un final: la muerte”.

KIERAN CARROLL

Ronaldinho logró transformar a los dos monstruos españoles, el Camp Nou y el Santiago Bernabéu en sus vehículos que lo condujeron a hacer realidad el sueño paterno: “ser el mejor”. Pero, como dijimos, el Tifón es insaciable y traicionero. Y cuando ya no se le sacia se rebela encabritadamente contra su eventual domador y transforma al héroe en el “rey temporero” –también conocido como el “rey del bosque” (aunque en parte diferente al “rey temporero”) –de quienes nos habla James Frazer. El etnólogo escocés en su monumental trabajo antropológico (La rama dorada) habla sobre la relación sucesiva entre magia, religión y ciencia; recoge, describe, analiza y asocia, mediante una metodología transcultural, muchísimos relatos, procedentes de diversas culturas y épocas, que hablan de un mito común colectivo (un arquetipo diría Carl Jung): la víctima expiatoria. Víctima, que en muchos de los relatos explorados por Frazer no es otro que el mismo rey.

La monumental obra de Frazer inicia haciendo la referencia al santuario en el que se rendía culto a la diosa romana, Diana, en los bosques de Nemi (Aricia, la actual Crimea) donde:

Arraigaba cierto árbol del que no se podía romper ninguna rama; tan sólo le era permitido hacerlo, si podía, a un esclavo fugitivo. El éxito de su intento le daba derecho a luchar en singular combate con el sacerdote, y, si le mataba, reinaba en su lugar con el título de Rey del Bosque (Frazer, 2011: 12)

Reconocemos en la narración de Frazer el pasado marginal del “Rey del bosque” que de alguna manera le da peso histórico a la heroicidad de nuestro héroe brasileño. En este punto no debe atenuarse en ningún modo el pasado de esclavitud de la población afroamericana. Pero el relato también nos habla del gobierno temporal del “rey” o “sacerdote”, recayendo en su fortaleza y en sus destrezas en la lucha contra el oponente, el límite de la duración de su “éxito”. En este sentido, a partir de la idea del “Rey del bosque”, diríamos que la perdurabilidad del éxito de los reyes del futbol radica en ellos mismos, y en este aspecto, la edad y el desgaste físico serían los límites naturales del jugador. Empero, el fin del reinado de Ronaldinho en la comarca catalana, no fue solo a causa de la edad, las lesiones y la disipada vida nocturna (su hybris brasileira, estereotipadamente hablando); sino también, porque como héroe tiene que ser sacrificio expiatoriamente por la misma sociedad a la que favoreció.

Para explicarnos mejor, volvamos a Frazer, y en esta ocasión, a su mención acerca del “rey temporero”, o al “rey de febrero”, o al “rey de los tres días”, que es así como se le designa en múltiples culturas a quien suple al verdadero rey durante un periodo muy corto. Siendo ilustrativa la historia del rey persa, el Sha Abbas, quien:

Habiendo sido advertido por sus astrólogos que sobre él pendía un grave presagio, intentó desviar el presagio abdicando el trono y nombrando para reinar en su lugar a un descreído llamado Yusuf, probablemente cristiano. En consecuencia, fue coronado el sustituto y por tres días gozó no solamente del nombre y la pompa real sino del poder del rey. El final de su breve reinado fue condenarlo a muerte. El decreto de las estrellas se había cumplido con este sacrificio y Abbas volvió a sentarse en su trono. (Frazer, 2011: 200)

Nos hemos extendido en la cita. Pues grafica de manera notable la despiadada actitud de quien detenta el poder en la elección de su víctima sacrificial y a quien se le adjudica el cetro temporalmente. Siendo la posesión del mismo nada más que una monstruosa ilusión a la que, como mortales comunes y corrientes, aspiramos aunque nos cueste ser el sacrificio consagrado a los dioses. En Ronaldinho confluyeron tanto el “rey del bosque” como el “rey temporero”.

De un lado el monstruo contagia su hybris lasciva al héroe y si uno no cumple el monomito o recorrido del héroe (Campbell) es degradado a guiñapo humano (que, felizmente, no fue el caso de nuestro héroe). En este transitar por el esquema del héroe una gran victoria contra el monstruo y la posesión del cetro aún no es la apoteosis, aunque se parezca. Es tan solo el inicio del viaje de retorno con el don obtenido. El retorno a la transformación final.

Aquí es necesario también que tengamos presente la insaciabilidad del monstruo que, al igual que el Minotauro, demanda el sacrificio de un nuevo héroe, sacrificando para ello al “rey temporero”. Otro temporero rey fue su amigo y entrenador en el Barza, el neerlandés Frank Rijkaard; quien fue reemplazado por el español Pep Guardiola el 2008.

Hacia el héroe trágico

En la tipología del héroe, de acuerdo con Meyer (2008) se tienen los siguientes tipos: común, trágico, infausto, santo, épico y sobrenatural. Los dos primeros son clasificados a partir de la jerarquización de los individuos según su carácter, de los cuales nos habla Aristóteles en su Ética Nicomáquea. Para el filósofo griego existen individuos “sinceros y enérgicos, conocidos como spoudaios, ‘serios’, mostrando en todo momento unos estándares morales muy altos”, a los que se oponen los phaulos, individuos que como “no viven excesivamente bien, tampoco sufren demasiado [por lo que] la dolorosa dignidad de la tragedia siempre pareció estar fuera del alcance del hombre común”. Y aunque en la vida real sea difícil distinguir un spoudaios de un phaulos, Aristoteles nos da la clave para hacerlo: la bondad.

Y es este rasgo distintivo el que encontramos en nuestro héroe futbolístico que tuvo la bondad de asumir un sueño que quizá no fue el suyo, sino del padre, pero que al heredarlo lo hizo suyo. Además, hallamos bondad en su pretensión de hacer felices, al menos momentáneamente, a los hinchas de Barza y a muchos de los cuales les dio más que eso. Sobre todo, la bondad de jugar al futbol de manera extraordinaria.

LLUIS GENE/AFP/GETTY IMAGES

Aunque sus orígenes hayan sido propios de un phaulos del cuento de hadas; la modestia que viene mostrando ante su abdicación, ante su caída; o, para decirlo de otro modo, ante su viaje de retorno, lo hace un spoudaios. Un héroe trágico, sobre quien cargamos nuestros males para exorcizarnos. El héroe trágico es aquel que enfrenta a su destino con una gran dignidad, incluso cuando él mismo no entienda su propio sufrimiento –que a nuestro héroe le viene de su humilde origen– o qué es lo que otras personas habrían de ganar contemplándolo y seguir siendo felices viendo jugar a individuos con habilidades logradas con esfuerzo indesmayable. Pero, pese los beneficios de la bondad del héroe éste tiene que padecer y luego perecer. Tiene que sufrir para nuestra expiación pues tiene que llevar sobre sí nuestra monstruosidad.

Este mecanismo de expiación es posterior a la indiferenciación de la cual nos habla el teólogo y crítico literario Rene Girard. Él, en El chivo expiatorio, habla de un esquema transcultural de la violencia, caracterizada por la relación entre cuatro estereotipos:

a) la descripción de una crisis social y cultural [deportivo institucional en nuestro estudio], b) crímenes “indiferenciadores”, c) la designación de los autores de esos crímenes como poseedores de signos de selección victimaria y d) la propia violencia (Girard, 1986: 35).

Una atingencia necesaria es leer la figura del chivo expiatorio, al menos en el ámbito deportivo, justamente como figura. Pues no se trata de una muerte real, sino simbólica, figurativa, ritual, que nos permite comprender uno de los rasgos propios de nuestra naturaleza humana: nuestra temida pulsión de muerte. De ahí, la urgencia que tenemos por ritualizarla para aplacar la angustia que nos provoca esta pulsión, sabiendo de antemano que tarde o temprano nos tomará en su seno a todos.

Hecha la atingencia, nos queda comprender que: a) Las violencias son reales, b) la crisis es real, c) no se elige a las víctimas en virtud de los crímenes que se atribuyen sino de sus rasgos victimarios, de todo lo que sugiere su afinidad culpable con la crisis, d) el sentido de la operación consiste en achacar a las víctimas la responsabilidad de esta crisis y actuar sobre ellas destruyéndolas o, por lo menos, expulsándolas de la comunidad que “contaminan”. (Girard, 1986: 35)

La fórmula de Girard nos permite leer algunos signos en la trayectoria vital de nuestro héroe. Por ejemplo, qué viene a significar la jura de Ronaldinho ante la Constitución política española sino el borrar la diferencia geopolítica de sus orígenes; es decir, en términos de Girard (1987), reunir atributos indiferenciadores: ya no es el humilde migrante sudamericano que llega a Europa a cumplir la misión paterna y busca congraciarse con sus compradores; ahora es el exitoso español tan igual como sus compañeros catalanes. El equipo del Barza empieza a tener una pequeña crisis; una crisis que en verdad no fue de la misma dimensión en la que llegó Ronaldinho para erigirse como héroe. Crisis, cuyo signo evidente fue el reemplazo del entrenador, Rijkaard, por Josep Guardiola. Sabiendo que Rijkaard era uno de los aliados de Ronaldinho en el grupo, como compañero del héroe tuvo que llevar parte de las consecuencias de la crisis, pues sus consejos ya no tenían el mismo efecto en el héroe ni en los demás argonautas.

Habiéndose borrado la diferencia sociopolítica entre el héroe y la sociedad que lo acogió y encumbró, surge una crisis real; haciéndose necesario acabar con ella y contra la que nuestro héroe ya no tiene posibilidades de hacer nada. Por lo tanto, para hacer frente a la crisis se procede a rediferenciar a la víctima, encimándole a Ronaldinho la responsabilidad de la crisis del Barza del 2008. Siendo su principal rasgo victimario el no tener dominio y control de su hybris que lo empuja a bailar samba hasta el paroxismo nocturno. Y antes de que se “contamine” todo el equipo –como sucedió con otros equipos [3]– se opta por cortar por lo sano: suspender al jugador, ponerlo a la venta y sustituirlo por un nuevo héroe. Una de las paradojas de Ronaldinho como “rey temporero” es que aunque haya borrado la diferencia geopolítica a través de su nacionalización como ciudadano español, y difundido y quizá modificado las costumbres catalanas, llevándoles el ritmo de la samba brasileña, sea justamente su radical baile el factor más visible para su abdicación. Y es que nuestros monstruos íntimos nunca nos dejan, se van metamorfoseando y en cualquier momento nos reptan.

Ronaldihno, luego de su reinado en el Barza y su abdicación sacrificial pasó a jugar al AC Milan italiano, pero ya no era el mismo, ni se le podía otorgar la misma categoría divina; por ello se le asigna el número 80 en su camiseta y no el consagracional número 10 que impusiera su coterráneo Pelé para el jugador más representativo de un equipo.

Pero, como dijimos, nuestro héroe sólo está de viaje llevando consigo el don para su pueblo. Recuérdese que, de acuerdo a Campbell, “el héroe regresa de su misteriosa aventura con la fuerza de otorgar dones a sus hermanos” (35). El próximo puerto fue el Flamengo Brasileño y uno de los últimos el Atlético Mineiro de Brasil [4].

Lo vemos ahora en equipos brasileños recobrando la confianza de su hinchada local. Prueba de la confianza redentora hubiese sido que se le convoque nuevamente y vista la camiseta canarinha. Prueba que exigó una transformación final de nuestro héroe, quien ya debería controlar su hybrys y estar allí para enseñar a los nuevos el camino para llegar al tesoro. Para darles el don pedagógico. Nuestro veterano héroe estuvo en camino a transformarse, si es que ya no la hecho, en maestro. Su apoteosis, es decir, su última transformación pudo venir en el mundial 2014. Pero los representantes del mundo futbolístico brasileiro optaron por héroes menores.♦

(*) Artículo dedicado a Nacho Padilla y aparecido originalmente en el volumen 4, número 7, de la revista científica Horizonte de la Ciencia (diciembre 2014), editada por la Unidad de Posgrado de la Facultad de Educación de la Universidad Nacional del Centro del Perú.

(**) Imagen de portada: Scott McRoy http://www.scottmcroy.com/ronaldinho/

Notas:

  1. Nombre futbolístico de Ronaldo de Assis Moreira, nacido en 1980, en Brasil.
  2. Modelo que fue trabajado durante el Seminario que llevó el mismo nombre del modelo (Teoría del héroe) y fue desarrollado durante el otoño mexicano de 2011 en la facultad de Letras de la Universidad Iberoamericana.
  3. Hybrys es Hybrys: Uno de los últimos casos sucedió en la Copa Confederaciones 2013, donde según una información del diario ‘O Globo’, nueve jugadores de la selección mexicana se fueron al club Centauro, un conocido burdel del barrio carioca de Ipanema, tras la derrota por 1-2 contra los italianos.
  4. Tras su paso por Atlético Mineiro, vistió las camisetas de Querétaro de México y Fluminense. Después de dos años inciertos, anunció su retiro definitivo el 16 de enero del 2018 [Actualización del Editor]

Referencia bibliográfica:

Alonso, S. (2010) “El brasileño se llevó el homenaje de la grada dos años después de dejar el club” La voz libre. 26. 08. 2010.
Bettelheim, B. (2010) [1975] Psicoanálisis de los cuentos de hadas. Traducción Silvia Furió. Buenos Aires: Crítica.
Burkert, W. (2009) La creación de lo sagrado. La huella de la biología en las religiones antiguas. Traducción Stella Mastrangelo. Barcelona: Acantilado.
Campbell, Joseph (2011) [1949] El héroe de las mil caras: psicoanálisis del mito. Traducción Luisa Josefina Hernández. México: FCE.
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El País (2008) “El camerunés reprobó las críticas del técnico Luis Fernández. Eto’o defiende a Ronaldinho y pide que se le deje ‘en paz’”. EFE. ELPAIS.com. 02. 04.2008.
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Traducción Eugenia Vásquez Nacarino. Barcelona: Editorial Kairós.

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