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El estadio que alumbró las sombras de la muerte

Si bien el primer destello ocurrió el 12 de octubre pasado, el viernes 27 se jugará de noche la primera final de un torneo de fútbol, en Afganistán, después de cuarenta años. El campo de batalla, deportivamente hablando, por fortuna, es el nuevo estadio de Kabul con una capacidad máxima de media tribuna (cinco mil espectadores), ubicado a solo unas cuadras del Ghazi, estadio donde en los noventa dejaron de rodar balones para rodar cabezas. En medio de la guerra, al país se le prendió una bombilla.

Aunque la expectativa solo reservó asientos para cinco mil personas, el partido de ida entre Shaheen Asmayee y Simorgh Alborz, por las semifinales de la Premier League de Afganistán, la histórica noche del jueves 12 de octubre, tuvo como protagonistas a cuatro debutantes. Cuatro torreones de luz apostados en las esquinas que marcaron una equis refulgente en el campo sintético. Un aspa luminosa que cortó el paso de la oscura guerra civil en la que los arcos no recibían goles, sino balas que fusilaban a mujeres. Un halo de energía que fue destruido por las armas y cuya ausencia desterró el fútbol nocturno en Afganistán desde 1977.

Veintidós jugadores. Amarillos contra anaranjados. Los de Kabul contra los del norte. En la tribuna, cerca de cinco mil curiosos y también Abdullah Abdullah, alto funcionario del gobierno afgano. Un gol de Shaheen Asmayee, el equipo más laureado. Un gol de su delantero Mustafa Afsharde, el ‘9’, que llegó antes que el ‘11’, Reza Allahyari, tras el cobro de un tiro de esquina. El ‘9’ y el ’11’. 9/11. Once de septiembre. Coincidencia dolorosa.

Esa fecha arraigada a la muerte también supone un punto de quiebre en el mundo afgano. La contraofensiva de Estados Unidos por encontrar a Osama Bin Laden, fallecido líder de Al Qaeda y autor del atentado de las Torres Gemelas, logró derrocar al régimen talibán erigido en el poder de Afganistán hasta 2001. Un régimen islamista radical que, entre tantas restricciones, prohibió los deportes, entre ellos el fútbol, por ser “una manifestación de occidentalismo”.

En los años ‘70, las calurosas noches afganas solían desahogarse con los partidos de fútbol de la incipiente Liga de Kabul, un torneo amateur conformado por algunos cuantos equipos que se disputaba en el Estadio Ghazi, también conocido como el Estadio Nacional de Afganistán. Apenas estalló la guerra civil, en 1978, el fútbol desapareció por seguridad. Luego, desde 1996, por restricción talibán. Es una guerra —que aún continúa, pues el gobierno democrático solo tiene autoridad sobre el 53% del territorio— con distintas etapas, entre ellas una que deshumanizó al Ghazi. Dejaron de rodar balones para rodar cabezas. Los talibanes hicieron de la muerte un show nacional que sedujo a miles en las gradas.

No hay un registro exacto de cuántas personas fueron ejecutadas en el Ghazi, pero se sabe que la primera fue una mujer. Los diarios españoles El País y El Mundo recogen detalles de aquel martes de noviembre de 1999. Cuatro mil curiosos aguardaron que un soldado cumpliera la sentencia en contra de Zarmeena, madre de siete hijos, inculpada de la muerte de su esposo. Cubierta con un burka y arrastrada por los soldados, Zarmeena esperó la muerte de rodillas, apoyando la cabeza contra uno de los postes del arco. Solo alcanzó a ver la sombra del rifle Kalashnikov que le apuntaba a la cabeza. Era responsable de la muerte de su esposo Khwazak, un hombre que la golpeaba, y abusaba de ella y de sus hijas mayores. El Mundo reveló que finalmente Zarmeena desistió de asesinarlo y fue Najeba, la hija mayor, quien le abrió la cabeza a su padre de un martillazo. Sin embargo, Zarmeena se autoinculpó ante la esquizofrénica justicia talibán y recibió pena de muerte. Nadie sabe qué pasó por la cabeza de aquella mujer arrodillada en un campo de fútbol. Solo cuentan que se levantó a correr despavoridamente y que un soldado la ejecutó de tres tiros en la nuca.

Dieciocho años después de la muerte de Zarmeena y a un par de cuadras de ese reducto fúnebre, el nuevo Estadio de Kabul, cinco veces más pequeño que el Ghazi, ubicado en la sede de la Federación de Fútbol de Afganistán, fue escenario de un memorable episodio para el país. Cuatro torreones de luz que tardaron dos años en ser importados desde Japón fueron instalados en el miniestadio que acoge los partidos de la Premier League afgana.

“Este partido supone una bofetada a los terroristas. Es un gran progreso que después de cuatro décadas podamos ser testigos de fútbol nocturno. Ahora nuestras fuerzas de seguridad pueden garantizar estos eventos incluso de noche”, dijo a Efe Sayed Ali Kazemi, portavoz de la Federación.

Cuando el fútbol volvió a Afganistán en el 2012, todo fue raro. Transmisiones por televisión sin comentaristas, partidos que empezaban con estadio lleno y que quedaban vacíos en el entretiempo. Situaciones entendibles para un país que no vivió detrás de un balón por casi cuatro décadas.

Las cuatro torres fueron instaladas un día antes del partido por la semifinal de la liga afgana. AFGHAN PREMIER LEAGUE

La Premier League de Afganistán posee ocho equipos de 18 jugadores cada uno. Todos, los 148, fueron elegidos, en el 2011, mediante un reality show llamado ‘Maidan e Sabz’ o ‘Campo Verde’. Desde entonces, el fútbol fomenta la unión nacional a través de los equipos que representan a las diferentes regiones del país. Sin embargo, aún no hay condiciones para descentralizar el torneo. Por el momento, todos los partidos se juegan en ese pequeño estadio de Kabul durante setiembre y octubre.

Desde aquel 2012 en el que inició la liga, el fútbol afgano sigue creciendo entre menos balas y atentados. Ahora abundan los parlanchines comentaristas a ras de campo y el público vibra con cada gol, como ocurrió la noche del 12 de octubre con los hinchas del Shaheen Asmayee.

Este viernes 27, a las 5:30 p.m. (oscurece desde las cinco), se jugará la primera final de fútbol de noche, en Afganistán, en cuarenta años. Los equipos privilegiados: los impronunciables De Maiwand Atalan y, cómo no, el Shaheen Asmayee. En el nuevo estadio de Kabul, con sus cinco mil espectadores,  los gritos nocturnos dejaron de ser sinónimo de muerte.

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