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El íntimo de los Potrillos

Antes de convertirse en el villano futbolístico de Alianza Lima en la década de los noventa, Roberto Martínez fue un miembro más de la cofradía de los Potrillos blanquiazules que desaparecerían en el Mar de Ventanilla el 8 diciembre de 1987. A través de su propio testimonio, desempolvamos cinco historias sobre una brillante generación de futbolistas que acabó truncada por la fatalidad.

1. Un canario aguafiestas. Desde el ascenso del Deportivo San Agustín a la Primera División para la temporada de 1985, los duelos ante Alianza Lima tuvieron un tinte especial. Sobre todo a partir del torneo de 1986. En el año de la marca de Reina a Maradona y la eliminación a México 1986 por culpa de un melenudo apellidado Gareca, el equipo canario —apodado así por los colores amarillo y rojo de su camiseta— pasó a ser la piedra en el zapato de los íntimos.

La nueva camada aliancista conformada por jugadores como Carlos ‘Pacho’ Bustamante, Milton Cavero, Daniel Reyes, y encabezada por Luis ‘El Potrillo’ Escobar, acarició el título de 1986, pero San Agustín se encargó de estropearle la fiesta más de una vez. Con Roberto Martínez en sus filas (incluidos los también juveniles Chemo del Solar y Martín Yupanqui), el equipo colegial le arrebató por penales la definición del título regional disputado en noviembre de aquel año y, meses después, la corona de campeón nacional tras imponerse por 1-0 en la final del campeonato de 1986 jugada en febrero de 1987. 

“El 95% del favoritismo lo tenían ellos. Recuerdo haber llegado al estadio y ver el estadio lleno de hinchas de Alianza. Como San Agustín era un equipo relativamente nuevo, era muy raro ver hinchas en la tribuna”, recuerda Roberto Martínez. Si apenas llegaba a los 19 años, el Potrillo no pasaba de los 17. “En San Agustín estaba Jaime Duarte, que acababa de salir de Alianza, y Raúl Mejía. El resto éramos nueve desconocidos. Alianza, por aquellos años, siempre ganaba los clásicos, pero contra nosotros nunca le fue bien”, dice.

Antes de la tragedia del Fokker, los duelos por la temporada de 1987 también le fueron adversos a los Potrillos blanquiazules. Un 1-1 y un 2-1 a favor de los canarios en el Torneo Metropolitano. En la primera ronda del Descentralizado, Alianza se desquitaría con un 2-0, pero en la rueda de revanchas un empate 0-0 en el Estadio Nacional tendría nuevamente un sabor amargo. Aquel partido, jugado el 6 de septiembre de 1987, sería el último jugado por el plantel victoriano antes de la tragedia de Ventanilla.

Al margen de la rivalidad en el campo, Martínez había forjado una amistad con Reyes, Cavero, Bustamante y Escobar. “Se hacían llamar Los Cotizados”, recuerda. Incluso, aquella temporada la pudo haber jugado al lado de aquella camada. “Me insistieron para que firmara por Alianza. Hasta me sacaron una cita para reunirme con Agustín Merino, por entonces presidente del club. Aquel día llegué hasta la puerta de la funeraria de Merino en Lince, pero no pude entrar. Llamé para disculparme, seguí en San Agustín ese año y al siguiente volví a la U, club en el que me había formado”, cuenta Martínez.

El plantel de 1986 de Deportivo San Agustín. Destacan Martín Yupanqui, Jaime Duarte, Roberto Martínez y Raúl Mejía. ARCHIVO

2. El más panudo de los Potrillos

La amistad con Milton Cavero fue la primera de las que forjaría mucho antes de que aparecieran los Potrillos. Empezó en las divisiones inferiores de Universitario. Cavero continuó su carrera en Alianza, pero no tardaron en reencontrarse en los duelos entre blanquiazules y canarios. En paralelo, el vínculo con ‘Pacho’ Bustamente y Daniel Reyes germinaría durante la participación de la selección peruana en la Copa Nehru jugada en la India. En aquel plantel también estaban Juan Reynoso y Chemo del Solar.

La convivencia en los Juegos Odesur de 1986, disputados a finales de noviembre de aquel año, estrecharía aún más los lazos con Bustamante y Reyes, y permitiría que Martínez hiciera amistad también con el Potrillo Escobar. En aquel viaje conocería el verdadero espíritu de la estrella blanquiazul y revelación del fútbol peruano, que había marcado tres goles en dos de las mayores goleadas sobre Universitario (5-1 y 4-0) en la temporada 1986.

“Lucho tenía algo especial. No solo porque era un crack en el campo, sino porque siempre era el más gracioso y ocurrente. Recuerdo que un día peleaba Tommy Hearns (probablemente el rival haya sido Doug DeWitt). Estábamos en la concentración, a punto de ver la pelea. En la transmisión decían que había más de cinco mil personas en el coliseo. Por supuesto, cada boleto costaba miles de dólares. Pero entonces Lucho se paró frente al televisor y dijo: “A ellos dos los van a ver cinco mil personas. A la Figura (así se refería sobre sí mismo) lo van a ver 45 mil personas en un clásico”, y se fue. Así era él”, dice Martínez.

En los Juegos Odesur las derrotas ante Uruguay (0-1) y Colombia (2-4) provocarían las eliminación de la selección peruana Sub-19. Al margen de aquel fracaso, el triunfo ante Argentina (2-1), con un gol de Martínez y otro de ‘Pacho’ Bustamante, ambos de penal, quedaría en la retina de los hinchas. Al Potrillo Escobar le anularon un gol por una discutible posición adelantada, pero los jugadores argentinos tuvieron que sufrirlo de otra forma.

“En esa selección argentina estaba Goycochea en el arco y Caniggia en el ataque. Recuerdo que los argentinos se la pasaban insultándonos todo el partido. Nos decían muertos de hambre y otras cosas más. ‘Yo me tengo que embarrar por 80 mil dólares. En cambio, ustedes no ganan nada’, dijo algo así Walter Perazzo, delantero de San Lorenzo, pero Escobar no se quedó callado. En lugar de enojarse se le acercó y le dijo muy suelto de huesos: “Oe, oe, yo en el Perú jugó al fútbol al hobby por si acaso”, cuenta Martínez.

TAMBIÉN LEE: Tragedia íntima, el cuento de Alejandro Neyra sobre el accidente de 1987

3. Una tarjeta roja salvadora

El 0-0 entre Alianza y San Agustín, el domingo 6 de diciembre de 1987, tendría además la marca del destino. A falta de tres minutos para final del partido, César ‘El Gato’ Espino se deja llevar por la calentura del partido y empieza una discusión sin sentido con Carlos Castro y Roberto Martínez. Según los reportes de la época, el árbitro Carlos Montalván expulsa a Espino y Castro, aunque Martínez tiene otra versión de los hechos.

“Era una discusión general. El partido se acababa. Yo estaba en la barrera y el Gato seguía discutiendo por la falta previa. Nos empezamos a insultar, algo típico en un partido, y Montalván nos saca la tarjeta roja a los dos. Recuerdo que antes de salir de la cancha, César discute verbalmente con Daniel Reyes, porque Daniel creía que se había hecho expulsar para no viajar al día siguiente a Pucallpa”, cuenta Martínez

La delegación aliancista tenía previsto volar muy temprano el martes 8 de diciembre para enfrentar a Deportivo Pucallpa y volver lo más pronto posible a Lima. Un avión Fokker 27 de la Marina de Guerra había sido contratado para cumplir esa misión. Nadie se esperaba la tragedia que vendría luego. La expulsión, sin proponérselo, le estaba salvando la vida a César Espino. “Son cosas de la vida, cosas que pasan”, dice Martínez.

4. Caíco llama a la puerta

A la madre de Roberto Martínez le tocó luchar contra un cáncer durante muchos años. Los amigos más cercanos, entre ellos los Potrillos blanquiazules, lo sabían. Y aunque José ‘Caíco’ Gonzales Ganoza (hermano de Doña Peta y tío de Paolo Guerrero) no tenía el estatus de entrañable, lo conocía lo suficiente para saber que al margen de la rivalidad en el campo, ese jovencito de San Agustín se había ganado el respeto de muchos.

Para Martínez, Caíco no era un desconocido. Además de haberlo enfrentado en los duelos ante Alianza Lima, había podido compartir con él algunas convocatorias a la selección peruana. Durante los preparativos al Campeonato Preolímpico a Seúl 1988, disputado en abril de 1987, el arquero blanquiazul era de los que jamás se quedaban callados. “Recuerdo que nos llevaron a un psicólogo y nos tomaron un examen que incluía hasta problemas matemáticos. Caíco, que no entraba en la carpeta colocada para la prueba, se paró en pleno examen y dijo: “A mí no me van a tirar un examen con diez por diez, a mí me van a tirar una pelotita, doctor. ¿Qué tiene que ver esto con el fútbol?”. No quiso resolver ninguna pregunta más. Al psicólogo, al que llamaban SEFUGA (por su lema seguridad, fuerza y garra), no le quedó más remedio que dejarlo ir”, cuenta Martínez.

Pero así como Caíco tenía un carácter explosivo, podía ser también el más noble de los compañeros. Martínez no olvida aquella tarde en la que le avisaron que el señor Gonzales Ganosa lo esperaba fuera de su casa en Pueblo Libre. “¿Caíco?”, preguntó. Al salir, encontró al larguirucho arquero encogido dentro de su auto con una imagen gigante del Señor de los Milagros. “Es para tu mamá. Está bendecida”, le dijo. Antes de marcharse, se abrazaron sin saber que esa sería una de las últimas veces que se verían.

Roberto Martínez llora desconsolado bajo la tribuna norte del estadio de Alianza Lima. JORGE COCO VÉLEZ.

5. El último almuerzo

Unos días antes del partido entre San Agustín y Alianza Lima en el Estadio Nacional, Roberto Martínez había estado sentado en una misma mesa con cuatro de sus rivales. Daniel Reyes, Milton Cavero, ‘Pacho’ Bustamante y Luis Escobar llegaron hasta su casa en Pueblo Libre por invitación de su madre. Y es que María Esther Vera-Tudela sabía bien del aprecio que le tenía a las jóvenes figuras del club blanquiazul.

“Justo mi mamá había llegado de viaje de Argentina. Había traído unas prendas de la marca Le Coq Sportif. Eran unos bividis y unos polos. Trajo uno para cada uno. Almorzamos en mi casa y luego les entregué el regalo a cada uno. Fue un almuerzo más, sin imaginar que después de enfrentarnos ellos viajarían a Pucallpa y jamás regresarían”, dice Martinez, quien aún tiene el recuerdo imborrable de aquel amanecer del 9 de diciembre con la angustiante noticia de la desaparición del Fokker en labios de su propia madre.

A San Agustín le había tocado enfrentar a Unión Minas en Cerro de Pasco el mismo martes 8 de diciembre que Alianza jugaba en Pucallpa. Luego de ganar 4-2 y tras catorce horas de viaje en bus, Martínez abrió la puerta de su casa rendido. “Llegué apenas para dormir. En el viaje nos habíamos estado quejando de que solo equipos como Alianza, Cristal y la U tenían el dinero suficiente para viajar en vuelos chárter. Como a las seis de la mañana, mi mamá me despierta y me dice que ha habido un accidente del avión de Alianza”.

Sin bañarse, Martínez agarró las llaves de su automóvil y manejó hasta el estadio de Alianza. En la entrada, el ambiente era desolador. La tragedia se respiraba en el aire. “Entré por la rampa de occidente. Había mucha gente. Era un caos. Nadie sabía qué estaba pasando. No había información exacta. Era todo muy confuso. Pero unos minutos después Óscar Arizaga, primo de Teófilo Cubillas, fue el encargado de dar la noticia: “No hay ningún sobreviviente”, gritó. Yo salí corriendo y me refugié debajo de la tribuna norte, y en uno de los pasillo me senté a llorar. Alguien trató de pararme. Era Rolando ‘El Gato’ Sánchez, un dirigente de Alianza al que apenas conocía, pero que a pesar de eso se acercó a mí para abrazarme. Esa es la imagen que me quedó de ese momento”, dice Martínez, quien este 8 de diciembre recordó a los Potrillos con aquella situación, captada por un fotógrafo de la época.

Martínez está convencido de que la pérdida de aquella generación es uno de los dos factores para entender el declive del fútbol peruano a finales de los ochenta e inicios de los noventa. Al Potrillo Escobar, por ejemplo, con apenas 18 años solo le había alcanzado para mostrarse en la Copa Libertadores de 1987. “Si analizamos el desempeño de ese plantel, es probable que cinco o seis de ellos hubieran podido integrar la selección. Se perdió mucho con su partida, sin duda. Pero creo que tampoco se hizo un recambio adecuado. Veníamos del final de una época dorada y no se pensó más allá de eso”, dice.

TAMBIÉN LEE: La revolución de las íntimas, un reportaje sobre el equipo femenino de Alianza

Bonus track: Las tres vidas de un Gato

César Espino pudo evitar subirse al Fokker por una tarjeta roja, pero el día de la tragedia lo dieron por muerto. La mañana del miércoles 9 de diciembre las principales radios del país  incluían al lateral izquierdo de Alianza entre las víctimas. “Pedro Requena, que vivía cerca de mi casa y que aquel año jugaba por la U, me viene a buscar porque en las noticias decían que yo también había viajado. Nos conocíamos del Boys y era padrino de mi hija. Fue así que yo me enteré de la tragedia en las primeras horas del día”, cuenta.

El error se debía a que Alianza había dado una lista de concentrados para los partidos ante San Agustín y Deportivo Pucallpa. “La lista de 16 jugadores que enfrentó a San Agustín era la misma que viajó a Pucallpa. Entonces relacionaban esa lista con el accidente, pero mi compadre Requena no se percató que yo había sido expulsado. Puede que haya sido el destino. Lo curioso es que Marcos Calderón, el técnico de Alianza, nos había dicho que si alguien en su equipo se dejaba expulsar nunca más iba a jugar. Sabía de su carácter porque lo había tenido de entrenador en Boys. Nos tocó campeonar juntos. Pero al final se cumplió lo que dijo Marcos: nunca más volví a jugar en su equipo”, dice el Gato.

La tarjeta roja del árbitro Carlos Montalván, de algún modo, terminó siendo decisiva. Por eso aún hasta el día de hoy lo recuerda con una extraña sensación de estima y pesar. “Cuando se reinauguró el campeonato después de la tragedia, en enero de 1988, a él le tocó dirigirnos en el partido ante Bolognesi en Matute. El periodismo nos juntó y ahí Montalván aprovechó para decirme que gracias a su tarjeta me había salvado la vida. Se lo agradecí, pero le dije que también le daba las gracias a Dios porque él es el que manda”. 

Han pasado ya 34 años desde el fatídico vuelo del Fokker, pero el Gato Espino no olvida. Y cada vez que evoca aquellos días, en su memoria lo primero que aparece no es la tristeza padecida la mañana del miércoles 9 de diciembre, ni el asombro por aquella expulsión ante San Agustín que terminó salvándole la vida. Lo que aparece, año tras año, es esa conversación aparentemente trivial que tuvo con Alfredo Tomassini bajo el chorro frío de una de las duchas del vestuario de Matute. Los dirigentes acababan de avisarles que viajarían a Pucallpa en un chárter de la Marina. “Gato, estos aviones no son seguros”, le escuchó decir al joven delantero de 23 años. “Yo he viajado con Boys en estos aviones. No hay problema. Vamos y venimos”, trató de aliviarlo sin saber que ese vuelo no estaba reservado para él. ~

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