Si fue capaz de demostrarnos que no hacía falta Pizarro y otras estrellas para llegar a un Mundial, Ricardo Gareca ha decidido avisar antes de que se desate la histeria colectiva: ni siquiera Guerrero y Farfán son indispensables. “Cuando empiezan a estar ausentes esos grandes ídolos, siempre aparece otra generación”, ha dicho, en una conferencia inolvidable, en la que nos ha recordado nuestras miserias nacionales con la voz de un padre cariñoso pero firme.
Siete años después de pronunciar la que quizá sea su mejor frase desde que asumió la selección peruana, Ricardo Gareca hizo lo que solo él puede hacer en estos tiempos convulsos y confusos: mejorar su propia creación. “Nosotros creemos en el jugador peruano. Lo dijimos la primera vez que nos presentaron como director técnico. Y cuando hablo de creer en el jugador peruano no es que crea en determinado jugador, en determinada figura. Creemos 100 por 100 en todos los futbolistas peruanos”, dijo ante un auditorio atónito, repleto de periodistas deportivos, que solo atinaba a volcar en tuits las frases del Tigre como versículos de un evangelio que aún no acaba de escribirse.
Un Gareca sensibilizado por las protestas sociales de los últimos días y consternado por la indefinición del actual gobierno de Pedro Castillo durante el martes negro del 5 de abril se sentó una vez más en la silla de conferencias de la Videna decidido a hablar de política sin necesidad de explicitarlo. El fin de la participación de Perú en la segunda eliminatoria consecutiva bajo su mando ameritaba un balance. Una reflexión en voz alta. Y entre los varios puntos que trató quizá el más importante y poco advertido en los resúmenes deportivos sea el de su visión sobre una adecuada gestión de los recursos. El verdadero secreto detrás del éxito de la selección peruana. Algo tan elemental como poco aplicado en tiempos pasados: nunca nadie debería ser más importante que el colectivo.
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Los casos de Paolo Guerrero y Jefferson Farfán, dudas razonables para el repechaje mundialista por estar inactivos desde hace meses, sirvió para graficar el pensamiento Gareca. Ambos —dejó claro— podrán ser llamados siempre que empiecen a jugar antes de la convocatoria. Y si no cumplen esa exigencia, el mundo y la pelota seguirán rodando. “Ellos son ídolos, pero los ídolos pasan y en algún momento se termina la carrera (…) Pasa a ser un drama si un jugador no está, pero los comandos técnicos tenemos otra visión. No desconocemos la importancia del ídolo, (pero) sabemos que cuando empiezan a estar ausentes esos grandes ídolos, siempre aparece otra generación”. Esa otra generación revirtió la eliminatoria a Rusia 2018 desde marzo del 2016 y esa otra generación asistió al Mundial mientras Claudio Pizarro, desesperado por no verse en la nómina de mundialistas, prefería acusar de “milonguero” a Gareca. Por lo tanto, no debería extrañar a nadie si, cumplido el objetivo de asegurar el boleto a Qatar 2022, esta otra generación no tenga entre sus filas a Guerrero y Farfán para afrontar un segundo mundial consecutivo.
A Gareca —es más una hipótesis personal— no se le olvidan las palabras de Pizarro. Por aquellos días de mediados del 2018 un batallón de pizarristas en redes y medios dejaba claro que un torneo de alta competencia requería de figuras de su fuste. Muchos creían que incluso a sus 38 años podía aportar más que un Ruidíaz desconocido en Europa. El Tigre decidió tomarse su tiempo. Y recién cuatro años después, con el peso de la evidencia, optó por responder a Pizarro y sus seguidores. “Es mentira lo que se dice. Uno puede competir y uno puede hacer una buena campaña aún faltando las grandes figuras que se mencionan”. Y el Tigre hasta se dio el tiempo de dejar en evidencia lo que hay detrás de ese discurso: “Hay determinada crueldad que tiene que ver con el juego periodístico, con la polémica”.
Por alguna razón, Gareca se levantó el miércoles con ganas de decir lo que habitualmente calla por diplomacia. “La verdad es que no quiero opinar ni me interesa hablar de la política”, adelantó, como buen ‘milonguero’. Pero, por supuesto, en este caso, había que no creerle, sobre todo cuando soltó la lengua sin necesidad de preguntas. Después de siete años conviviendo con el Perú, Gareca entiende cada vez mejor a este país que muchas veces es indescifrable para los propios peruanos. Y por eso, desde su posición de observador con derecho a voz (ganado, a pulso, por los logros simbólicos alcanzados), es capaz de aplicar la misma claridad de pensamiento que aplica en la selección a la realidad nacional. Sabiduría popular. “No existe otra manera: deporte y educación, y usted consigue un ciudadano competitivo, educado. Pero eso es algo que flota en el aire (…) El deporte no les interesa”, se quejó. Sin pausas evocó también al pueblo “abandonado” y que “lo único que quiere es trabajar, que le den la posibilidad de crecer”. “Lo único que uno desea es precisamente que el pueblo, la gente, tenga acceso a todas las posibilidades. Es una tarea de todos. De ustedes también, que están comprometidos con lo que se informa”, apuntó a los periodistas presentes, que no dejaban de tuitear sus mejores frases.
Gareca, un orador que conectó con el pueblo peruano y domó a una de las prensas deportivas más rabiosas y traicioneras de Latinoamérica puede ser también, como los políticos, un personaje lleno de contradicciones. No hace mucho prefirió ser laxo con Paolo Guerrero y su fiesta de cumpleaños. Tiempo atrás apoyó una marcha contra el aborto. Y no ha tenido ningún empacho en respaldar a los dos últimos presidentes de la FPF, cuestionados por corrupción. El perfil político del Tigre, escrito por Majo Castro Bernandini, deja claro que un técnico exitoso también puede ser políticamente incorrecto. Pero más allá de esas sombras sobre una trayectoria profesionalmente luminosa, Gareca es de los pocos personajes de la escena nacional que genera respaldo unánime. Uno capaz de jalarle las orejas a la prensa sin desatar editoriales en su contra. “Hay tantos programas deportivos que de algo se tiene que hablar, pero no se hace investigación sobre desarrollo deportivo que ayude o presione a las autoridades a gestionar mejor el deporte peruano”, dijo mientras un buen número de los presentes en el auditorio de la Videna asentían con la cabeza.
Y es que resulta difícil no darle la razón. Desde el lugar que se ha ganado, Gareca tiene la facilidad para mostrarnos nuestras miserias con la voz de un padre cariñoso pero firme. “No hay una política deportiva. Es algo inédito porque hay una canción que ustedes cantan permanentemente, Contigo Perú. Dentro de la canción hay un párrafo que dice: el trabajo y el deporte”, recordó. Una blasfemia en boca de otro extranjero. Un motivo suficiente para expulsarlo del país y considerarlo persona non grata. En su caso, el mensaje a la nación más corto y potente que hayamos escuchado en nuestra convulsa historia republicana. “Hay tan poco incentivo del deporte”, remató, sin olvidar decirnos que, si queremos que la selección peruana deje de ser una isla caribeña en medio de un páramo deportivo, hace falta infraestructura, verdadera formación de menores, planificación. En realidad, nada que no sepamos, pero que, por alguna extraña fascinación con la mediocridad, no aplicamos. “Se necesita más. Se necesita mucho más”, repitió Gareca, como para que no se nos olvide.
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El 13 de junio, en Doha, el Tigre dirigirá su partido número 95 con la selección, y quién sabe en Qatar 2022 logre el récord centenario. ¿Un delirio? Ya hace mucho nos demostró que los imposibles en el fútbol no existen. Sin embargo, pase lo que pase en el repechaje, su nombre quedará grabado en bronce. No solo por todas las marcas alcanzadas como seleccionador en Quito, Asunción o Barranquilla; por habernos quitado un Mundial en 1985 y regalado otro en 2018 (y quizá otro más en 2022); sino, sobre todo, por haber conseguido unirnos detrás de una camiseta cuando más desunidos estábamos. Evidentemente, Gareca no llegó para salvar al Perú. Y jamás tuvo esa pretensión. Incluso esté destinado a tener que irse con algunos sueños incumplidos (“Me gustaría ganar un título con Perú”, se atrevió a revelar en la última conferencia). Pero el mayor de sus legados ya tiene un lugar en el libro gordo de la historia: nadie es imprescindible. Ni siquiera él. ~
Bien Kike en tu nota que acabo de terminar de leer de nuestro ‘fulbo’ y todo lo que comienza a rodar cuando de él se habla. Porque si la fuerza del fútbol está en el misterio de un resultado, la realidad y la ficción de lo que hoy vivimos con esta Seleccion de Gareca, está en que ambas son almas gemelas y una acaba alimentando a la otra ¿Hasta dónde? No lo sé. No estamos en Polonia donde se dice que dos cosas se pueden hacer con el pene: acariciarlo y golpearlo. Saludos!!!