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Una dictadura de goles y likes

Ante la actual ‘futbolización’ de las páginas deportivas de los medios de comunicación, nuestro columnista Pedro Ortíz Bisso recuerda a legendarios periodistas como El Veco –que eran capaces de dominar varias disciplinas– y también cuestiona el interés por publicar lo superfluo de las redes sociales o por centrarse en lo extradeportivo.

El 30 de agosto de 1991, el estadio Nacional de Tokio fue testigo de una de las más grandes hazañas en la historia del deporte. El estadounidense Mike Powell salió de las sombras para acabar con el mítico récord de Bob Beamon, quien en los Juegos Olímpicos de México había conseguido una marca que parecía obra de un extraterrestre: 8.90 metros, una monstruosidad que se mantuvo indemne durante 23 años. Y lo consiguió tras batallar durante una hora con otra leyenda, el ultrafavorito y hasta ese momento imbatible Carl Lewis.

Los 8.95 metros de Powell y la encarnizada contienda que sostuvo con el cuatro veces medallista de Los Ángeles 84 están registrados en una pieza periodística a la altura de dicha gesta. Santiago Segurola, uno de los mejores periodistas deportivos de habla hispana, forjó una crónica que 30 años después aún brilla por su apabullante minuciosidad y extraordinario manejo de la tensión.

Segurola respira y transpira fútbol, como el grueso de periodistas deportivos que habita nuestro planeta, pero el español no solo es capaz de relatar con sabiduría una competencia de salto largo, sino también calibrar el valor de las brazadas de Michael Phelps o el verdadero grado de influencia de Pau Gasol en los Lakers de Kobe Bryant.

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¿Cuántos periodistas deportivos peruanos son capaces de hacer lo mismo?

“Vivimos en un país donde la comunicación se rige por dos pelotas, el que habla de fútbol y el que habla de vóley. Y de ellos, el 98.5% habla de fútbol”. Las palabras son del periodista Patrick Espejo, uno de los pocos capaces de hablar con soltura, y sin naufragar en el rigor, de cualquiera de los deportes que se practican. Las dijo semanas atrás, durante un foro organizado por la facultad de Comunicación de la Universidad de Lima organizado en función de una pregunta nacida de la más pura ingenuidad: ¿Es posible ‘desfutbolizar’ el periodismo deportivo?

“Antes había periodistas que sabían de fútbol, pero también de otro deporte”, recordaba en ese mismo encuentro Juan Carlos Ortecho, editor de deportes de RPP y quizás el hombre que conoce más de boxeo en el país.

El asunto es complejo. Desconocer la popularidad del balompié es absurdo. No obstante, hubo una época en que las noticias sobre básquetbol, boxeo, atletismo, tenis y automovilismo repletaban las páginas deportivas. Se podía leer, escuchar y opinar con propiedad sobre los Duarte, los Arraya, Edith Noeding, Henry Bradley, Carmela Bolívar, Jaime Yzaga y Lucho Horna. En tiempos más cercanos, el fenómeno Sofía Mulánovich abrió espacio a la tabla y Kina Malpartida permitió que los guantes recuperaran su lugar.

Fuera de estos hipos recientes, teñidos de patriotismo efímero, hoy nuestros periodistas deportivos andan más preocupados en las andanzas de Christian Cueva, los likes que da Luis Advíncula en instagram y en cuánto durará Carlos Zambrano en Boca Juniors.

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Detrás de la trampa de mercado que esgrimen los editores de las páginas deportivas (“la gente solo ve fútbol”, “los otros deportes no interesan”, “eso no vende”), se esconde también una profunda ignorancia y desinterés por lo que ocurre más allá del mundo de la pelotita. La urgente necesidad de acumular clics es un acicate para que los medios apuesten sobre lo seguro. A ello se suman las infinitas posibilidades que brinda la tecnología para que literalmente cualquier persona pueda abrir un espacio de expresión en la red. Alexandra Grande, Jean Paul de Trazegnies o los chicos que sumaron 35 medallas en los recientes Panamericanos Junior tienen espacio en los medios, aunque atrapados en notitas escuetas, rebosantes de lugares comunes. El rigor, parafraseando a un economista de moda, se ha convertido en una ‘barrera burocrática’, los chistes gruesos se han fagocitado el análisis y el buen uso del idioma es una rareza destinada a los archivos.

El pasado 30 de noviembre, don Emilio Lafferranderie, El Veco, habría cumplido 90 años. Pese a que no está con nosotros desde el 2010, sigue siendo un faro para quienes mantienen el respeto por la profesión. Su herencia se resume en dos aspectos: voracidad intelectual y respeto innegociable por la palabra.

Ese es el camino.

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