El debut de la Unión Soviética ante Yugoslavia en el Mundial de Chile 62 guarda un episodio poco recordado en nuestros días. El escritor y exministro de Cultura Alejandro Neyra se vale de elementos de la literatura para reconstruir la trágica historia del defensa de origen ucraniano Eduard Dubinski.
Eduard Dubinski despierta recordando el partido de la noche. Mejor dicho, recuerda el sueño de aquella noche, el mismo que ha venido soñando día tras día desde aquella tarde en aquel lejano país sudamericano, cuyo nombre ya ni siquiera recuerda bien.
Esta vez jugaban contra Alemania en semifinales y ganaban 2-1 con un gol agónico marcado por él, de un zurdazo imparable. Una vez despierto quiso ver si el milagro había ocurrido, si el sueño de la realidad, cruel y doloroso, había terminado.
Fue en Arica, una pequeña ciudad del norte de Chile, tan lejos de su hogar, tan extraña, tan exótica, donde le tocó jugar a la Unión Soviética. Fue apenas en el primer partido. Todos estaban completamente emocionados, jugar en un sitio tan lejano contra Yugoslavia, los mismos rivales de la Eurocopa de dos años atrás. Eduard había sido confirmado en el titularato y soñaba con marcar un gol, ser un poquito héroe de la revolución en un lugar tan lejano.
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Cuando levanta la sábana ve nuevamente su pierna derecha, delgadísima, tan distinta a aquella del jugador que era hace menos de un año. Pero por lo menos está ahí. ¿Dónde está aquella izquierda mortal? ¿Quién pudo ser tan cruel de quitarle aquella arma letal con la que marcó varios goles en el CSKA y con la camiseta roja de la CCCP?
Muhamad Mujic se llama el hombre que se ha lanzado con un tacle mortal, directamente hacia la pierna de Dubinski, en venganza por la patada artera que le había propinado antes un soviético. Para casi toda la gente que ve el encuentro en el estadio de Arica, ellos no son más que dos desconocidos, dos hombres blancos uno vestido de azul y otro de rojo. Entre ellos se saben adversarios, enemigos. Hace dos años también se vieron las caras en la final de París. Ahora es en un pequeño estadio provinciano de un país andino. Pero la rivalidad se mantiene, el odio es el mismo.
Lo último que recuerda Dubinski de aquella pierna izquierda que busca – y por la que ahora llora – es haberla visto romperse como una caña y luego sentir un dolor extremo en toda su extremidad. Apenas recuerda los rostros desencajados de Netto, de Yashin, Katchalin y de todos aquellos que se acercaban para verlo tendido en el césped con la pierna destrozada. Recuerda un poco al árbitro, un tal Albert Dutsch y a mucha gente gritando en un idioma que no entendía (fractura, tibia, peroné, son algunas de esas palabras mágicas desconocidas), a los médicos que se acercaban, un poco del larguísimo viaje de regreso, poco más.
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Dubinski deambuló algunos años tratando de jugar de nuevo, tratando de volver a tener una vida normal. Nunca pudo recuperarse de verdad.
En una miserable sala de un hospital moscovita, entre muchos camaradas gravemente enfermos, un día cualquiera de 1968, un paciente que no tiene pierna izquierda, de nombre Eduard Dubinski, exjugador del CSKA de Moscú y de la selección de la Unión Soviética, muere. Tenía apenas 34 años, solo han pasado poco más de cinco desde aquella batalla de Arica.
En su último sueño ha logrado anotar el gol agónico del triunfo contra Brasil, en aquella final inédita de Chile 62, en un pequeño estadio de la provincia de Arica en el que empezó a morir. ~