Mientras el fútbol peruano ya depende de sí mismo, el voleibol acaso el más ganador de nuestros deportes colectivos, ha empezado a repetir esa frase amable para los desahuciados: “tenemos posibilidades matemáticas”. La reciente eliminación a Japón 2018, en un cuadrangular en Arequipa, evidencia un bloqueo: 17 años sin clasificar a unos Juegos Olímpicos y ocho años sin asistir a un Mundial. Urgen cambios.
Aunque hayan pasado muchos días ya, asimilar el actual momento del voleibol peruano cuesta. El Premundial en Arequipa, donde quedamos eliminados de Japón 2018 en octubre pasado, confirmó que la net a nivel sudamericano nos resulta cada vez más alta. Si antes mirábamos por encima del hombro a Colombia, Argentina y Uruguay, eso se acabó.
Hasta el Sudamericano 2017, organizado en Cali, Perú acumulaba 31 medallas (12 de oro, 11 de plata y 8 de bronce) contra tres de Colombia (una de plata y dos de bronce). Hace dos años, nada más, se les había ganado en su propia casa por 3-1, y relegado al tercer lugar del torneo. Dejémonos de hipocresías: Colombia no existía para nosotros.
El presente, en cambio, nos golpea como un mate en la cara: 3-0 arrollador, tanto en el Sudamericano como en el Premundial. Con la dificultad del cupo único, y a pesar de derrotar por 3-0 a Uruguay, la selección femenina de voleibol llegó a la última fecha, en Arequipa, pronunciando esa horrorosa frase que hasta hace algún tiempo fue potestad exclusiva del fútbol: “Aún podemos matemáticamente”.
Atrás quedaba la gloria. Como aquella madrugada del 29 de setiembre de 1988 en la que bajé corriendo del altillo —donde estaba mi dormitorio— hacia el cuarto de mi abuela, el único con televisor —a color, por cierto—, para ver la final de los Juegos Olímpicos de Seúl. Días lejanos en que los peruanos nos desvelábamos frente a una pantalla por un partido de voleibol.
La final ante la Unión Soviética selló una época de dominio de una generación que lo había ganado casi todo: Sudamericano de menores 1980, subtítulo del Mundial juvenil 1981, subcampeonato mundial mayores 1982, y seis veces el oro sudamericano en mayores. Codiciar el oro olímpico no era descabellado, sobre todo tras ganar los dos primeros sets. Grité y salté tanto sobre la cama de mi abuela que me caí, y me arrastré envuelta en las sábanas. Un año después ingresaría a la universidad para estudiar, con la misma pasión, comunicación social y fijar mi mirada en el periodismo deportivo.
“¿Por qué perdimos?”, le pregunté hace unos días a Cecilia Tait, mientras observaba las semifinales ante Japón, en el Museo Olímpico del Deporte Peruano. “No lo sé. Y si me preguntas si nos ganaron los nervios o algo más solo podré decirte que no lo sé. Lo que ocurrió en Seúl allí se quedó”. Treinta años después, la máxima figura del equipo, prefiere no saber.
Las palabras de Cecilia me movieron, y me devolvieron al momento actual. ¿Por qué no pudimos mantener el nivel y hoy lo perdemos casi todo?
Después de Seúl 88 se creyó que el grupo sería eterno. Los dirigentes de entonces se olvidaron de las divisiones menores. Man Bok Park, artífice del elenco, se retiró del equipo y no se volvió a armar un proceso a largo plazo. Las ‘matadoras’, en su mayoría, emigraron hacia Europa; algunas a Brasil que a partir del 1991 nos sacó del primer puesto del podio sudamericano. Se iniciaron, además, las pugnas dirigenciales que tuvieron su punto más álgido entre 1999 y 2003, etapa en la que el voleibol peruano fue inhabilitado por la Federación Internacional.
Mientras tanto, Brasil armó un Centro de Alto Rendimiento donde no solo se trabajó la técnica y la táctica sino también la nutrición, el biotipo y somatotipo, así como la psicología y el físico de sus jugadoras. En nuestro país aparecieron chicas talentosas como Sonia Ayaucán, Milagros Cámere, Margarita Delgado, más adelante Verónica Contreras, Leyla Chihuán, Patricia Soto, pero sin un trabajo sostenido. Varias, como es entendible, abandonaron los mates para realizar otras labores.
Así crecieron Argentina, Venezuela y Colombia. Fue doloroso ver a las ‘llaneras’ superar a las peruanas (3-2) en el Preolímpico de 2008, en el coliseo Dibós, que dejó a las blanquirrojas fuera de los Juegos de Beijing. Si bien las ‘venecas’ no reeditaron aquella actuación, impulsaron a sus pares.
Argentina nos eliminó del Mundial Italia 2014, y Colombia consiguió en este 2017 su primera plata sudamericana. Mientras aquí se buscaban rivales y torneos de poca monta para agradar al público, siempre fiel y constante —Arequipa lo demostró—, los vecinos enviaron a sus mejores valores a foguearse. ¿Dónde? En el Perú. Solo dos ejemplos: la gaucha Florencia Busquets y las ‘cafetaleras’ Yeisi Soto y Daniela Castro.
La primera jugó en Géminis en el 2012, y en Sporting Cristal al año siguiente. Hoy es figura de su selección y del Franches Montagnes suizo. Las segundas hicieron lo propio en Alianza Lima. Entonces, ¿qué nos esperaba?
Mientras nos entusiasmábamos con la disputa del cupo mundialista, dos bajas alertaron a la selección del brasileño Luizomar de Moura: Patricia Soto y Coraima Gómez. Experiencia y juventud. Contratado en enero de este año por la Federación Peruana de Voleibol, De Moura inició su proceso apenas en mayo y, aunque el equipo se ubicó tercero en el Sudamericano, generaba confianza. Una de sus primeras medidas: dividir las categorías, de tal manera que no existan jugadoras que actúen en tres selecciones en un mismo año.
Sucedió con la generación nacida entre 1996 y 1997. Sumaron talla y potencia al seleccionado, pero aparecieron cuando en otros países se había avanzado en tiempo y espacio. A este grupo pertenece Ángela Leyva, Maguilaura Frías y Shiamara Almeida, quienes en su momento defendieron los colores patrios en menores, juveniles y mayores casi a la vez.
El brasileño De Moura afianzó el estado físico, pero aún tiene inconvenientes para afiatar el lado técnico-táctico entre las curtidas (Mirtha Uribe, Jessenia Uceda) y estas jóvenes cuyo principal objetivo es regresar a los Juegos Olímpicos a los que Perú no asiste desde Sídney 2000.
El 14 de octubre de 2017, Colombia hizo tambalear al sexteto nacional al asestarle un categórico 3-0, en el Coliseo Arequipa. Parciales apretados, es verdad, pero un ‘blanqueo’ que nos dejaba pie y cuarto fuera de Japón 2018.
Nos alejábamos de la posibilidad de volver al país asiático que tan bien nos recibió en 2010. Mi primer Mundial de Voleibol, por cierto, y el que me vinculó a los mates de por vida. Allí también se llegó con drama. Inolvidable la ‘patadita’ de Elena Keldivekova, la armadora que salvó un balón argentino con el pie en el Pre-Mundial y que hoy vive curiosamiente en Buenos Aires. Uceda y Uribe eran las únicas sobrevivientes.
Solo nos quedaba vencer por 3-0 a Argentina, y esperar que Colombia no sumara más de quince puntos por set ante Uruguay. Matemáticamente teníamos posibilidades. Matemáticamente, claro. Anuncio amable para desahuciados. Los futboleros lo saben bien.
El sueño acabó con una cachetada temprana: 25-22 en el primer set a favor de Argentina. El 3-1 no solo pulverizó nuestras chances de clasificar al Mundial de Japón 2018. Además punzó la herida. ¿Qué podemos esperar del futuro?
El dolor es similar al de cuatro años atrás, cuando estuvimos a un punto de disputar después de varias décadas una medalla mundialista en menores, en Tailandia 2013, pero los nervios sabotearon cualquier mate firme o armado inteligente.
La derrota ante Argentina me supo a ese Perú-China de Tailandia. Esa vez fui como jefa de prensa de la Federación. Ver al equipo ganando 2-0, luego igualar 2-2, estar arriba 14-10 en el quinto set, a un solo punto de la gloria, para perder 21-23, me arrebató el ánimo y el aliento.
El tiempo ha pasado. El público sigue fiel. ¿Acostumbrado a perder? No, esperanzado en ganar. Gran parte de este grupo fue cuarto puesto del mundo en menores, campeón sudamericano de esa categoría después de 32 años y, si bien no irá al Mundial, la mira son los Juegos Olímpicos de Tokyo. Esta etapa tiene apenas cinco meses de iniciada. Salvo Jessenia Uceda y Mirtha Uribe, el promedio de edad es 23 años. Quizá Japón no nos reciba en el 2018, porque nos tiene una plaza reservada para el 2020. Quizá. ♦