Los triunfos gracias a una pelota pueden dejar en offside, para algunos, los juicios morales. Tener memoria selectiva con los ampays para poder gritar los goles, olvidar los errores porque finalmente en la cancha solo importa el talento. María José Castro Bernardini explora el porqué le pedimos a un profesor que sea un ejemplo de vida, pero no se le puede exigir lo mismo a un futbolista.
¿Qué pasa cuando observamos que alguien admirado comete un acto no aceptado por la comunidad?, ¿qué ocurre si este hecho daña a otro?, ¿seguimos creyendo en esa persona?, ¿podemos seguir admirándola?, ¿podemos diferenciar su obra, como profesional, de lo ocurrido?
Pedro Gallese, Christian Cueva y Jefferson Farfán, por ejemplo, han sido señalados por sus aciertos deportivos y también por sus contradicciones personales en forma de ampay. Los hemos visto en situaciones que no hubiéramos querido. Tramposos, machistas, juergueros, frívolos del lujo en un país desigual y al mismo tiempo responsables de la clasificación peruana a un Mundial de fútbol después de 36 años.
Gallese tuvo una excelente actuación ante Venezuela y volvió a ser venerado en los altares peruanos como si fuera un santo. Una vez más la memoria selectiva se activó e hizo olvidar el ampay del hotel Wimbledon y el escándalo generado sobre la supuesta paternidad de una niña que se volvió el manjar de las páginas de espectáculo. Las dos pruebas de ADN salieron negativas, pero la reputación del arquero quedó en entredicho. Por otro lado, Cueva volvió a ser el Cueva querido en el mismo partido. Sus resultados dejaron de lado el vergonzoso recuerdo de verlo en completo estado de ebriedad orinando en el estacionamiento del aeropuerto Jorge Chávez o el ser parte de una ‘fiesta Covid’ antes de la Copa América de este año. ¿Un acto borra al otro?
La respuesta no es sencilla. La intención no es señalar verdugos o cerrar debates sino hacernos preguntas: ¿podemos cuestionar a los ídolos? o quizás, enfocándonos un poco más, ¿en qué casos podemos dudar de nuestros héroes? Es complejo enfrentar esta interrogante, sobre todo si vivimos en la magalyzación del espectáculo; si ejercemos el juicio desde una mirada moralina de lo que puede o no hacerse; si el ojo acusador está siempre en la infidelidad de la pareja; cuando se entiende la defensa de una mujer, esposa, madre y pura desde la acusación al jugador, pero sobre todo desde el señalamiento a esa otra mujer impura, joven, soltera, tramposa y encontrada infraganti, esa otra que rompe una familia. Encontramos el argumento perfecto de una telenovela clásica. ¿Es este un cuestionamiento a la forma en que se ejerce la masculinidad?, ¿es una perspectiva que busca interpelarnos sobre la forma en que vivimos o mantener el sistema patriarcal?, ¿es la infidelidad el acto de debe ser señalado para anular a un futbolista?
Vayamos más allá de este clásico enfoque. En nuestro país el fútbol mueve pasiones, lo sabemos, lo sentimos y, como en el resto del mundo, algunos futbolistas son personas admiradas que tienen vidas llevadas al cine y son la imagen de diversos productos. Ellos han conseguido lo que todos sueñan: triunfar en lo suyo. No hay duda. Pero, ¿cómo se ha llegado a esa conquista?, ¿a punta de trabajo constante en el proceso o prestando más atención a los resultados?, ¿un deportista debe llevar una vida disciplinada o puede darse ciertas “escapaditas” si logra las metas planteadas?, ¿las imágenes de una persona ebria o cargada por sus amigos porque no puede mantenerse en pie corresponden a un deportista?, ¿podemos cuestionar la “criollada” en un país que es víctima de la constante trampa en diversos ámbitos?, ¿cómo advertir la necesidad del trabajo duro que vaya más allá del amiguismo o los privilegios?
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La cultura de la cancelación es la acción de dejar de seguir, bloquear o anular a una persona por sus actos, opiniones o posturas ideológicas. En varios procesos esta actitud ha estado ligada al feminismo y por ello se le critica duramente. Algunos plantean que esta mirada es una forma de nublar el pensamiento crítico buscando un pensamiento único en el que impere lo políticamente correcto. El planteamiento basado en “no podemos ser jueces de todo” parece ser bastante extendido; pero, ¿no es justamente cuestionando la forma en que vivimos como hemos dejado de tolerar ciertas vulneraciones?, ¿no es el deporte un ámbito en el que podemos vernos y cuestionarnos?
Quizás aterrizar en casos concretos que más allá del ampay farandulero puedan darnos algunas luces. El año pasado el caso del futbolista Leo Valencia fue noticia en Chile. Fue condenado en 2014 por violencia familiar y denunciado nuevamente en 2020. El club Colo Colo lo presentó como parte de su plantel. El argumento para ello fue que se debe respetar la presunción de inocencia y que la sentencia era cosa del pasado. Las voces de organizaciones de mujeres no se hicieron esperar e incluso se planteó una propuesta legal para impedir que condenados por violencia sean contratados en clubes deportivos. ¿Toleraríamos que el profesor de nuestro hijo haya sido denunciado y sentenciado por golpear a su pareja?, ¿por qué no cuestionar este hecho también cuando se trata de un futbolista?
¿Qué decimos frente al caso Christian Pavón, futbolista del Boca Juniors, acusado por violación en 2019 o el colombiano Sebastián Villa próximo a afrontar un juicio por violencia a su expareja?, ¿que se espere el juicio porque cualquiera puede denunciar? ¿Por qué muchas veces es más fácil creer en la inocencia que en el testimonio?, ¿debemos esperar a que se retiren del fútbol como el caso de Jean Deza recordado por sus conquistas, pero no por el juicio de alimentos para hacerse cargo de su hija?, ¿son víctimas del sistema o hijos sanos del patriarcado?
Aunque la crítica hacia el movimiento feminista haya caricaturizado esta resistencia, entendemos al feminismo como una lucha que busca igualdad, acceso a derechos, respeto a la diversidad y una tarea tan necesaria como compleja es la denuncia de diversos tipos de violencia en espacios que la normalizan, en un contexto en que la justicia formal se pone de lado. ¿Cómo generar formas y espacios de justicia? Para muchas, la cultura de la cancelación es una estrategia para establecer una sanción moral ante la ausencia de sentencias judiciales, pero es cierto que en este camino podríamos traspasar límites porque es imposible ser jueces cuando nuestra entraña indignada nos llama a actuar.
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La discusión es extensa y se podría plantear que algunos temas deberían quedar en el plano privado porque no se vinculan con lo profesional y público. En este punto podemos preguntarnos ¿qué pasa en nuestros espacios privados? Según ONU Mujeres en el 2020, “243 millones de mujeres y niñas del mundo sufrieron violencia física o sexual por parte de la pareja o de miembros de su familia” y en nuestro país, la Encuesta Demográfica y de Salud Familiar (ENDES, 2020), plantea que “el 54,8% de mujeres fueron víctimas de violencia ejercida alguna vez por el esposo o compañero”, entendiendo violencia en sus manifestaciones física, psicológica y sexual. Entre enero y octubre se cometieron más de 100 feminicidios en el Perú, además se reportaron como desaparecidas más de mil mujeres adultas y casi dos mil niñas y adolescentes mujeres.
Lamentablemente, la violencia de género es tan extendida que puede ser cometida en todos los espacios y por diversas personas, ¿será necesario señalar o cuestionar a los agresores más allá de quiénes sean o quizás preferimos evadir la realidad planteando que hay espacios sagrados en donde la pelota y quienes la mueven no se manchan? Quizás, no lo sabemos, se trata de una protección sobrenatural que no tenemos las mujeres. ~
Gran reflexión. Pareciera que el mundo del deporte está abierto siempre al perdón de sus excesos, por un lado cuidado por la industria del entretenimiento que supone y por el otro por el dogma con el que se suele abrazar la camiseta, el uniforme o el escudo.
Qué refrescante leer sobre estos temas desde esta óptica.
Gran artículo. Excelente periodista, docente y mujer!