Hoy la Selección Peruana juega el partido más importante de la Clasificatoria Sudamericana. Nuestro columnista Jaime Cordero Cabrera nos recuerda que el encuentro con Paraguay es el último paso de una eliminatoria que nos ha mantenido en vilo al estilo de los concursos de ficción en el que la vida está en juego. Y como en ellos, esta noche es todo o nada.
Cuando se trata de selecciones, el mundo del fútbol se divide en dos grandes clases: aquellos para quienes clasificar a la fase final del Mundial es un trámite más o menos engorroso, pero trámite al fin; y el resto de los mortales, para quienes la fase clasificatoria es un trance durísimo, de alto riesgo, con grandes posibilidades de fracaso y, por lo mismo, plagado de sufrimiento.
Es fácil identificar a los miembros del selecto primer grupo: Alemania, España, Francia, Brasil, Argentina… esos no suelen faltar en la fase final. En sus respectivas confederaciones, países como Corea del Sur, Japón y México también son casi fijos. No hay muchos más en la lista; en África ni uno solo. Italia solía estar, pero al parecer ha perdido esa membresía. Nosotros, los peruanos, somos desde luego parte del segundo grupo.
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Para nosotros el Mundial empieza a jugarse mucho antes. Y los partidos tienen una connotación distinta: no se juega para avanzar, sino básicamente para no caer. Por eso el término ‘eliminatorias’ nos resulta tan preciso: como en la ficción del juego del calamar, jugamos para evitar quedar eliminados, es decir, para seguir vivos. Para tener la oportunidad de jugar otro partido decisivo, vale decir, para seguir sufriendo un día más.
Todo esto solo se puede entender desde la pasión, nunca desde la lógica: sufrimos a lo largo de dieciocho fechas que se extienden durante tres años… para ganarnos el derecho a sufrir durante tres partidos más, quizás cuatro, ojalá cinco, improbable que sean siete, a lo largo de dos o tres semanas.
El fútbol entendido no como fiesta o diversión, sino como una forma muy particular de martirologio: en eso consiste el rito eliminatorio. Un rito que repetimos constantemente pero que este martes tendrá un momento climático. Tengámoslo claro: esta es la final de nuestro Mundial. La viviremos (la sufriremos) de ese modo, aunque sabemos que en este caso el premio es, sencillamente, tener la posibilidad, dentro de unos tres meses, de jugarnos otra vez el todo por el todo en otro partido. ~