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Otra vez el silencio

La eliminación sufrida el lunes no solo ha generado tristezas, también trae consigo preguntas. Nuestro columnista Pedro Ortiz Bisso compara la derrota frente a Australia con otros episodios del deporte nacional en los que estuvimos cerca de alcanzar la gloria. Dichos resultados tienen en común el habernos llevado a largos períodos de sequía.

Pocas veces el silencio ha sido tan ruidoso y asfixiante. Más que dolor era una expresión de desconcierto, de un gigantesco signo de interrogación, de una pregunta que aguijonea el cerebro y aún hoy, varios días después, no sabemos cómo responder: ¿Por qué?

Fue el mismo silencio que nos ahogó la madrugada del 29 de setiembre de 1988, cuando las chicas de Mambo se dejaron arranchar el oro en Seúl por un sexteto de soviéticas gritoneadas por su entrenador. O el 12 de octubre de 1997, la noche en que el chileno Salas y nuestros miedos nos robaron el billete para Francia 98.

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Las respuestas a lo ocurrido el pasado lunes en Doha son múltiples. Cada quien puede ensayar la que quiera. Lo inquietante de la pregunta es el profundo temor que encierra.

EL MIEDO AL RETORNO

Es un temor real. ¿A qué? A revivir días que parecían enterrados. Tiempos cuando la selección perdía —muchas veces goleada— y estallaban los escándalos, las riñas, los ampays y las vergüenzas. Miedo a volver a perderse en tormentas como El Golf o Miramar, cuando Oblitas era ‘la tía’, el himno se cantaba bajito, la bicolor era un atuendo ajeno y el Contigo Perú sonaba a música de viejos.

Es miedo a perder todo lo avanzado. A no volver a tener algo que nos una, que permita abrazarnos —fujimoristas y castillistas, caviares y conservadores— por noventa minutos siquiera. Es perder la ilusión que nos permitió sobrevivir estos siete años de conflictos, inquinas y traiciones. Es sentir por un momento que somos un país y es posible mirar hacia adelante.

Gareca no es único ni insustituible. Se equivoca —y muy feo— como lo sufrimos el lunes. Pero nos conoce. Su vocación de recursero le hizo encontrar oro en una tierra donde abunda el cobre, la precariedad es norma y la federación se asemeja a una monarquía. Como en el guion de Aaron Sorkin, armó un equipo ‘Moneyball’ con jugadores de segundo orden, voluntariosos, pero de escasos brillos. Con ellos enfrentó a selecciones poderosas mirándolas a los ojos. Con él empatamos y perdimos. Y, no lo olvidemos, nos acordamos de ganar.

Por eso asusta tanto que quiera irse. Si el fútbol peruano tuviera una organización fiable, con clubes robustos y dirigentes probos, no habría tantas dudas. El shock sería menor. Pero fuera de la burbuja que construyó el Ciego y defendió García Pye, solo abunda la precariedad sobrealimentada por el inmediatismo, la impaciencia y la pillería.

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Quien lo reemplace tendrá que enfrentar esa realidad sin sustos. Y refrescar un equipo donde los treintones son mayoría (Gallese, 32 años; Advíncula, 32 años, Zambrano, 32 años; Callens, 30 años; Corzo, 33 años; Carrillo, 31 años; Yotún, 32 años; Cueva, 30 años; Lapadula 32 años). ¿De dónde sacaremos la lozanía para enfrentar las eliminatorias siguientes? ¿Quién le plantará cara a Lozano, exigirá cambios, pensará en el futuro? El futuro da mucho miedo. ~

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