Una posible clasificación a Qatar estaría una vez más maquillando las grandes carencias del fútbol peruano. Nuestro columnista Pedro Ortiz Bisso nos recuerda que estas dos grandes campañas no se condicen con la falta de institucionalidad de nuestro balompié y señala que se ha abierto otra oportunidad para dar los pasos para construir proyectos a largo plazo.
El Barranquillazo será recordado no solo por el agónico gol de Edison Flores, ese puntazo sesgado que hizo trizas las gargantas de todo el país, sino también por la invisibilidad adquirida por Luis Fernando Díaz, la joya colombiana que fue borrada de la cancha por obra de la marca implacable, e impecable, de Aldito Corzo, un jugador a quien el Perú futbolero tiene mucho por agradecer.
Pero lo vamos a extrañar. Los amantes del fútbol siempre queremos ver a los mejores en la Copa del Mundo. Y el Guajiro es uno de ellos. Además, no estará en Qatar en un momento clave de su carrera, en plena ruta hacia la consagración con la camiseta del Liverpool.
La vida ha sido muy generosa con el fútbol peruano. Aunque tenemos una de las peores ligas del continente, producto de una institucionalidad hecha de papel mojado, estamos a un paso de volver a la élite por segunda vez consecutiva. Colombia perdió el tren a pesar de contar con uno de los planteles más ricos de su historia; Chile exprimió en demasía a su generación dorada y fracasó con estrépito. Son dos ejemplos que deberíamos mirar no desde la arrogancia, sino con cuidado y preocupación.
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Hace cinco años, cuando Perú alcanzó la clasificación a Rusia 2018, los astros parecieron alinearse en nuestro favor. La blanquirroja se convirtió en símbolo de unión y trabajo de equipo. La atención que atrajo su desempeño generó una catarata de auspicios y con ello una cantidad de dinero pocas veces vista. La federación, que en ese entonces presidía Edwin Oviedo, se hallaba en un proceso de institucionalización que despertaba esperanzas. Parecía que al fin se tenía claro que la base del cambio no dependía de los éxitos pasajeros o de la inspiración de un grupo de jugadores, sino de una organización sólida, confiable, que exudara transparencia. Era momento de desterrar la mal llamada gitanería y entender que los resultados debían ser consecuencia natural del trabajo largo y planificado.
Pero perdimos el tren. Oviedo se creyó más importante que Guerrero, las promesas de institucionalidad quedaron encerradas en algún PPT y los cambios estructurales que se atisbaban nunca se concretaron. El momento bisagra lo dejamos pasar.
¿Cómo es que, a pesar de todo eso, estamos tan cerca de un nuevo Mundial? ¿Cómo conseguimos dejar atrás a la poderosa selección colombiana y sumir en la vergüenza a los bicampeones de América? No ha sido porque nuestro campeonato se haya fortalecido, los clubes tengan la solidez de una roca y la formación de los jóvenes sea su prioridad. Tampoco porque abunden peruanos en las mejores ligas del mundo, las bases del campeonato de Primera se respeten, tengamos un ascenso competitivo y un sistema de justicia confiable y predecible.
UN EQUIPO ‘MONEYBALL’
Ha sido una proeza. Con mayúsculas. Como en la película de Brad Pitt, Gareca armó un equipo ‘Moneyball’ con jugadores que suplen sus falencias con pundonor y un alto sentido de la solidaridad. Para ello ha sido fundamental la burbuja armada a su alrededor por Juan Carlos Oblitas, impermeable a los sacudones que suele soportar la federación, provocados en más de un caso por los desatinos de quien la preside.
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Pero Gareca no es eterno ni infalible. Y esta generación de jugadores maravillosa ya empieza a llenarse de treintones (Gallese, Zambrano, Ramos, Corzo, Advíncula, Yotún, Carrillo, Cueva, Lapadula, sin olvidar a Guerrero y Farfán) y sus reemplazos escasean.
Al margen de lo que ocurra en el repechaje, la vida nos ha regalado una nueva oportunidad para dar una vuelta de tuerca. Necesitamos aprovechar este momento de euforia, pero también de credibilidad, avalado por el trabajo de los jugadores y el cuerpo técnico, para que nuestros futuros triunfos sobre Colombia o Chile no sean fruto de un regate inspirado de Christian Cueva, sino de la superioridad en el juego, hechura de futbolistas forjados en clubes donde los estándares de exigencia sean innegociables. Seguramente habrá quienes se opongan. Bramarán quienes fabrican dobles contratos para evadir al fisco o aseguran que pensar en el futuro es un gasto y no una inversión. Pues que griten y, si quieren, se jalen los cabellos. Es momento de quebrar el statu quo. La mediocridad no puede seguir siendo la norma de nuestra organización futbolística.
Es hasta una oportunidad única para que el inefable señor Lozano, tan amante de fotografiarse al lado de Infantino, construya un legado que vaya más allá de los mimos a su ego. El cielo no regala tantas oportunidades como las ha tenido el fútbol peruano. Hay que saberlas valorar y entender. ~
Siempre Pedro poniendo el dedo sobre la pus porque, muy aparte de que hoy estemos en la ruta de un segundo repechaje consecutivo -que ojalá no vuelva a haber un tercero y sí una clasificación directa- mirando hacia atrás el fútbol peruano no puede seguir sumido en una pobreza franciscana en su torneo de Primera División que tiene presente alrededor de ¡84 jugadores extranjeros! y que, en los dos primeros meses de cada año se quede sin representantes en dos copas internacionales: la Libertadores y la Sudamericana porque sus equipos se van pronto eliminados. Sin ser pesimista y sí realistas bajo este panorama nuestro fútbol de élite está en camino -porque no veo rostros que asomen como sucesores de los treinteros seleccionados actuales- de seguir lo que ocurrió con el vóley donde creímos que las Luchas Fuentes, Cecilias Taits, Gabys Pérez del Solar, Natalias Málagas o Rosas Garcías iban a jugar toda la vida. Hoy hasta Colombia y República Dominicana vienen a Lima y nos ganan. Tanta falta hace fijarnos en las bases y no sólo que nuestros “dirigentes de clubes” vean su provecho personal buscando de recuperar rápido lo invertido sin importar el resto y la FPF no se muestre implacable en hacer que todo esto cambie. Ricardo Gareca no será eterno ni mucho menos Christian Cueva que ya tiene 30 años y los calendarios en una profesión tan exigente pesan.