No lo vieron jugar, ni siquiera lo conocieron; sin embargo, Lolo Fernández continúa siendo motivo de devoción entre los hinchas de Universitario. El recuerdo del gran ídolo crema no sólo ha trascendido a través de sus goles, sino también por los valores que inculcó dentro y fuera de los campos de juego. Nuestro columnista Pedro Ortiz Bisso ensaya un acercamiento a la figura del ‘Cañonero’ a través de dos personajes que lo conocieron y de aquellos que lo adoptaron como ídolo a partir de las historias que lo hicieron trascender a 109 años de su nacimiento.
En uno de los pocos videos en que se lo puede ver en acción, Lolo Fernández ingresa al campo del Nacional trotando con sus compañeros. Es el día que jugó su último clásico, un 30 de agosto de 1953. Posa con sus compañeros, en cuclillas, al lado de Alberto Terry, y luego observa cómo Zenón Noriega —uno de los generalotes que manejaba el país en ese entonces— da el play de honor. Luego se lo ve jugando, diminuto, moviéndose a la velocidad de las viejas películas mudas. De pronto, caza una bola en la media luna y larga un balazo esquinado, potente, imposible para Paredes. Hay abrazos y repetidos aplausos.
Ahora aparece sobre la pista de ceniza, mirando a las tribunas, mientras da la vuelta olímpica perseguido por un pequeño grupo de hinchas. Las imágenes finales lo muestran en hombros, con la cabeza gacha, la sonrisa agradecida y la mirada más achinada que nunca. Estaba llorando.
UN ÍDOLO INCUESTIONABLE
Los cientos de personas que el último viernes colgaron fotos del ‘Cañonero’ en sus redes sociales, al cumplirse 109 años de su nacimiento, nunca lo vieron jugar. Muchos ni siquiera habían nacido cuando murió el 17 de setiembre de 1996. Sin embargo, el paso del tiempo solo ha hecho más fuerte el cariño y el respeto que le profesan. Su rostro está en camisetas, banderas y tatuajes. Cantan su nombre durante los partidos, lo vitorean en conciertos, lo recuerdan en cada fecha importante del calendario crema. Es sinónimo de unión cuando afloran las discusiones o las peleas. Mientras los barristas discuten quién se bajó del póster, si fue Roberto, Leguía o Chemo del Solar, Lolo permanece incólume en los más alto del santoral merengue. Al viejo 9 de redecilla negra nadie lo toca. Es objeto de veneración.
Antes de estrecharle la mano por primera vez, Jorge Alva Flores —médico de la selección y Universitario por casi cuatro décadas— conoció a Lolo de oídas. Las hazañas del goleador lo mantenían pegado a la radio todos los fines de semana en su Pisco natal. Su idolatría llegó a tal extremo que cuando supo que Lolo volvería a las canchas para jugar el último clásico de su vida, se escapó de su casa y viajó a Lima para confirmar con sus ojos esas historias con las que tantas veces había soñado.
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“Estuve en Oriente”, recuerda aún con emoción. Cuando tocó la hora de regresar a casa, sabía que la reprimenda iba a ser feroz, pero había olvidado un detalle: su papá también era hincha de Universitario. “El chicote que tenía listo para mí lo tuvo que guardar”, dice entre risas. Ya convertido en médico del club, cuenta que Lolo llegaba a los entrenamientos todos los sábados, acompañado por su hermano Lolín. “Era un tipo muy divertido, locuaz… uno se quedaba pegado escuchando sus anécdotas”. Cuando el deterioro físico del delantero lo obligó a buscar ayuda médica especializada, la directiva que presidía Rafael Quirós le encargó visitarlo cuando fuera necesario. “Soñé con él en mi niñez, pude verlo jugar en su último partido ante el clásico rival y luego gozarlo en vivo y en directo cuando entré a trabajar en el club”. A sus 84 años, el doctor Alva mantiene el lolismo vivo en su corazón.
“EL QUE SE EQUIVOCÓ FUI YO”
En “Padre Nuestro”, su emotivo libro de crónicas sobre la pasión que despierta Lolo Fernández, el periodista Miguel Villegas le preguntó a Marina, una de las hijas del ‘Cañonero’, por qué creía que la gente quería tanto a su padre. “Es un orgullo para mi familia (…). Me sorprende que se conozca tanto de mi papá. Que le tengan tanto respeto. ¿Ustedes saben la historia del debut de Toto Terry? Bueno, ese día en el estadio, el primer pase de Toto fue malo. A mí me lo contó Totito Terry: ‘Tranquilo muchacho, me dijo tu papá. El que se equivocó fui yo, te di mal la pelota’. Así era mi papá”.
“Hermanito, esto es para ti”. En 1983, miles de personas habían hecho crujir las tribunas de madera del estadio Lolo Fernández para celebrar a su ídolo, treinta años después de su retiro. El evento había sido organizado por Jorge Arriola Müller, generoso promotor del deporte en el país e hincha acérrimo de Universitario. La recaudación —más de 10 millones de soles de la época— sirvió para que Lolo pudiera viajar a Estados Unidos y someterse a una operación que aliviara los dolores que le ocasionaba su maltrecha cadera.
No había sido fácil para ‘Chupo’ —como llaman sus amigos a Arriola— ganarse la confianza del viejo goleador. Pero el éxito del evento diluyó cualquier recelo. Como muestra de agradecimiento, el delantero extrajo del interior de una bolsita del antiguo seguro social un regalo para su nuevo hermanito: la redecilla negra que usó el 30 de agosto de 1953, cuando le marcó tres goles a Alianza la tarde de su retiro. La que le tejió su madre para protegerlo del pesado cuero de las pelotas de su época. El objeto más deseado por un hincha de Universitario que hoy, Arriola, guarda como oro.
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“Lolo entonces era muy desconfiado. Tuve que hacer un trabajo de filigrana para ganármelo. Luego ya llegaba a su casa y solo golpeaba la ventana con el sonido característico de la ‘U’ -tata tatá-, bajaba la persiana y me decía: ‘pasa hermanito’”.
Hace 23 años, cuando trabajaba en la sección deportes de El Comercio, con el periodista Rubén Marruffo se nos ocurrió hacerle un homenaje a Lolo. Juntaríamos a cuatro de las principales figuras de la ‘U’ de todas las épocas —Alberto Terry, Roberto Chale, Germán Leguía y José Carranza— y los llevaríamos al cementerio Parque del Recuerdo, en Lurín, a dejar flores en su tumba.
Repartidos en dos carros pasamos algunos contratiempos. De ida, a la altura del peaje de Villa, un policía detuvo uno de los vehículos por una aparente infracción. Cuando el chofer del Diario buscaba sus documentos, ‘el Puma’ nos dijo: “déjenme a mí”. Esperó que se acerque el guardia, lo saludó amablemente y este, en cuanto lo reconoció, nos dejó seguir. Ya en el camposanto encontramos las puertas cerradas. Eran un poco más de las cinco de la tarde y el público había desalojado el lugar. La producción que tanto había costado armar a Rubén y a mí se iba al garete. Bajamos a hablar con los vigilantes, les dijimos quiénes éramos, quiénes nos acompañaban y el motivo de nuestra visita: dejarle unas flores a Lolo. Inmediatamente nos dejaron pasar. ¿Cómo lo conseguimos? Solo Lolo lo sabe. ~
Lolo fue eterno. De Chile me contaron le llegó una oferta para fuera a jugar en un club dexese país. Lolo dijo no. Sa negativa con todo el dinero que le iban a pagar lo dice todo. Pedro, como siempre, preciso y justo en su crónica.
Excelente artículo.