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El nuevo rostro japonés

Además de demostrar, una vez más, la disciplina del pueblo japonés, los Juegos Olímpicos Tokio 2020 terminaron siendo un espacio para que la nación asiática le demostrara al mundo que lentamente va adoptando una identidad más diversa. El periodista Mario Castro Ganoza señala que figuras del deporte como Osaka y Hachimura hicieron evidente la diversidad de Japón y rompieron el mito de que cuenta con una sociedad étnica y culturalmente homogénea.

Los Juegos Olímpicos Tokio 2020 nos dejaron muchos récords, imágenes increíbles e inspiradoras, historias de sacrificio y solidaridad deportiva que  ayudaron a que Japón se distrajera un poco de los problemas y el miedo que por esos días, generaba en todo el país la quinta ola de contagios del nuevo coronavirus. Sin embargo y más allá de lo deportivo y organizativo, Tokio 2020 representó algo mucho más valioso para Japón: fue la vitrina desde la cual le mostró al mundo que ha comenzado a aceptar la diversidad étnica y cultural de su población, algo impensable hasta no hace mucho en un país donde la versión oficial defiende el mito de que los japoneses son étnica y culturalmente homogéneos.

Los encargados de gritarle al mundo que Japón se encuentra en el proceso de adoptar una identidad más heterogénea fueron nada menos que dos hafu (del inglés half, mitad) –como se le llama en este país a los hijos nacidos de matrimonios entre japoneses y extranjeros–: la tenista haitiano-japonesa Naomi Osaka actual número trece en el ranking mundial del tenis femenino, quien se encargó de encender la llama olímpica; y Rui Hachimura, un jugador de baloncesto de padre africano (Benin) y madre japonesa que milita en los Washington Wizards de la NBA, quien fue el abanderado de la delegación nipona.

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Para entender el valor simbólico de lo que sucedió en Tokio 2020, tendríamos que explicar que a pesar de la discriminación que todavía existe en el país a nivel oficial, Japón eligió a dos personas que para el discurso racista no son japoneses al cien por ciento para que representen al país desempeñando puestos claves e históricos en el mayor evento deportivo del planeta. Definitivamente algo está cambiando en Japón.

LA TRAMPA DE LA HOMOGENEIDAD

Oficial e históricamente, Japón siempre ha sostenido que es un país homogéneo a nivel étnico y cultural. Es decir, una nación cuya población pertenece a un mismo grupo racial, que habla la misma lengua, profesa una sola cultura y tiene las mismas costumbres. Según el nacionalismo nipón, este único pueblo estaría conformado por la etnia yamato o wajin.

El mito de que los japoneses son únicos, iguales entre sí y diferentes al resto del mundo no nació de manera espontánea, fue un discurso político impuesto por quienes gobernaban con la finalidad de darle identidad y unificar al país. Sin embargo, con el tiempo la singularidad de lo japonés se fue transformando de “diferente al resto del mundo” en un peligroso  “superior al resto del mundo”, desencadenando el nacionalismo imperialista japonés que solo pudo ser frenado por las bombas atómicas de Hiroshima y Nagasaki.

Pero si bien el país se pacificó completamente luego de perder la Segunda Guerra Mundial y dejó de tener protagonismo militar a nivel internacional, dentro de sus fronteras el nacionalismo nipón se mantuvo intacto gracias a una clase política conservadora que todavía asegura que Japón es un país “con una sola nación, civilización, idioma, cultura y raza”, tal como aseguró el político Taro Aso en el 2005, uno de los peces gordos del gobernante del Partido Liberal Democrático (PLD), que fue primer ministro del 2008 al 2009 y hasta setiembre pasado, Ministro de Finanzas.

La estrella de los Washington Wizards Rui Hachimura deja claro que el pueblo japonés es más diverso de lo que se cree. NBA2K22.

Si bien la homogeneidad es un mito dicho discurso tiene cierta base porque a comparación con otros países la diversidad étnica es menor. Sin embargo, la sociedad japonesa también esta conformada por minorías étnicas como los ainu, los ryukyuense y los coreanos zainichi, así como la minoría cultural de los burakumin.

La minoría más numerosa y la única de orden cultural es la de los burakumin (que significa aldeano en el idioma local),  japoneses de nacimiento que son discriminados porque descienden de las castas eta y hinin, que durante el periodo Edo eran los encargados de realizar los trabajos de la más baja estofa  como verdugo o curtidor de pieles. La segunda minoría son los ainu de Hokkaido, seguidos por los ryukuanos de las islas Ryūkyū (Okinawa) que poseen costumbres, cultura e idioma propios. Por último, tenemos a los zainichi que significa “residentes en Japón”, grupo conformado por los descendientes de coreanos que fueron traídos al archipiélago por el imperialismo japonés entre finales del siglo XIX y principios del siglo XX.

LA PRESENCIA LATINOAMERICANA

Existe otra minoría en la que confluyen lo étnico y lo cultural: los nikkei latinoamericanos, descendientes de japoneses que arribaron al archipiélago a fines de la década del ochenta del siglo pasado, para trabajar como mano de obra barata en las fábricas de todo el país. Dentro de este colectivo se cuentan más de 57.000 peruanos, el grupo de habla hispana más numeroso del archipiélago.

En total, se calcula que la población de todas las minorías suma unos ocho millones de personas, las cuales han sido discriminadas a lo largo de generaciones. Una discriminación que no se percibe a simple vista pero que aflora al momento de postular a un puesto de trabajo, alquilar o comprar una vivienda, acceder a un crédito bancario o casarse con alguien que no sea parte de su minoría.

Esta discriminación ha llevado a que los miembros de las minorías adopten diversas estrategias para camuflarse y pasar desapercibidos, estrategias de supervivencia como por ejemplo cambiarse de apellido para borrar el rastro de su origen, o mudarse a una gran ciudad donde es más sencillo mantener el anonimato.

Estas estrategias también las vemos en el seno de la colectividad latinoamericana cuando, por ejemplo, los hijos de un hombre peruano y una madre japonesa utilizan el apellido materno y no el paterno en la escuela, para entre otras cosas, evitar problemas como el acoso escolar.

NAOMI Y RUI

Por lo general, los cambios que se producen en cualquier país, sean estos a nivel social o legal, se producen primero en la realidad cotidiana de las calles y solo después, esos cambios son incorporados en las leyes y regulaciones del país y asumidos por su sociedad.

Sin embargo, estos cambios que en las calles se producen en cuestión de  semanas, meses o unos pocos años, tardan décadas o incluso generaciones enteras en ser asumidos por una sociedad e incorporados a las leyes de un país.

Eso es lo que justamente esta pasando en Japón, un proceso de cambio que ha sido evidenciado con lo sucedido en Tokio 2020 con Naomi Osaka y Rui Hachimura: ambos son la punta del iceberg de un fenómeno que se inició hace muchos años, cuando sus padres extranjeros aterrizaron en estas islas como inmigrantes y luego contrajeron matrimonio con sus madres japonesas, engendrando niños que ahora son deportistas con carreras tan brillantes y notorias, que ha sido imposible que el racismo y la discriminación imperante los ignore.

En el caso de Japón, el fenómeno migratorio se hizo mucho más visible a fines de la década del ochenta del siglo pasado con la llegada masiva de los nikkeis latinoamericanos al archipiélago, un primer grupo de inmigrantes al que luego le siguieron oleadas de trabajadores filipinos, vietnamitas e indonesios principalmente.

Con la llegada de más inmigrantes a Japón, en su mayoría hombres jóvenes, el aumento de los matrimonios internacionales fue una consecuencia natural que se ha cuadriplicado desde finales del siglo pasado.

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Según cifras oficiales, en el 2013 el número de niños que nacían en el país producto de un matrimonio internacional representaba el 1,9%, actualmente esa cifra es del 3%. Uno de cada cincuenta niños que nace en Japón tiene un padre extranjero, lo cual representa más de 25 mil niños por año.

Muchos de esos niños mestizos acompañaron a Osaka y Hachimura en Tokio 2020, ya que actualmente son destacados deportistas que gozan de gran popularidad y entre los que se cuentan el surfista Kanoa Igarashi que nació y creció en Estados Unidos; los hermanos Sergio y Ricardo Suzuki,  luchadores de taekwondo cuya madre es boliviana; o Remi Anri Doi, un jugador de balonmano de padre francés que tiene 2,4 millones de seguidores en su cuenta de TikTok, entre muchos otros tanto en deportes individuales como colectivos.

De hecho, y si bien a nivel general los japoneses aceptan el discurso oficial de la homogeneidad étnica del país, es en el campo de los deportes donde desde hace más de una década, se han acostumbrado a ver y aceptar que también existen japoneses diferentes al “modelo” oficial, ya sea porque son hijos de matrimonios internacionales, porque son descendientes nikkei o incluso, ciudadanos de otras nacionalidades que se han naturalizado nipones.

Como ya ha sucedido y sigue sucediendo en otros países con marcados problemas de racismo y discriminación, en Japón también han sido los  deportistas los que han comenzado a mostrar y normalizar la diversidad étnica, una diversidad que se acepta de muy buena gana porque, ¿a quién no le gusta estar en el grupo de los ganadores, identificarse con sus victorias, colgarse al cuello sus preseas? Sin embargo, la tarea sigue siendo extrapolar esa aceptación que logran los deportistas mestizos, a las personas mixtas comunes y corrientes, un trabajo arduo que afortunadamente, ya se inició.

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