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El primer hito de Gregorio

Tendido en una cama de una clínica local, Gregorio Pérez recibió sus 74 años con una lluvia de buenos deseos, oraciones y homenajes. La reputación de entrenador principista y hombre sabio se la fue ganando desde hace más de cuatro décadas. En este texto, el periodista argentino Ezequiel Fernández Moores reconstruye un momento fundacional del pensamiento del técnico de la U: el titulo de 1976 como futbolista del Club Atlético Defensor en medio de la dictadura militar uruguaya.

“Acá –me dice Mario Romano, director del Museo del Fútbol, en el Estadio Centenario– no tenemos tecnología, tenemos historia”. Aparecen las cuatro grandes conquistas: Juegos Olímpicos de 1924 y 28, el Mundial de 1930 y el Maracanazo del 50 (con camiseta de Obdulio Varela incluida). La carta está en un pasillo lateral de la planta baja. “Hoy a las 16 horas –escribe su autor, “el Profe” Ricardo de León– comienzo de nuevo en mi lucha por un ideal… Debo luchar con inteligencia y serenidad… Yo soy dueño de mi futuro. De mí depende y de nadie más…”. Fecha: 21 de enero de 1976. Seis meses después, su equipo, Defensor, gana el título.

El Museo homenajea al primer campeón en la era profesional del fútbol uruguayo que rompe el monopolio de 44 años Nacional-Peñarol. Al día siguiente, Romano me invita al triunfo 3-0 ante Venezuela que deja a Uruguay líder al término de la primera rueda de la eliminatoria sudamericana. En la conferencia de prensa, un periodista que se deshace en elogios al rendimiento de la Celeste le pregunta al DT Oscar Tabárez qué diferencia ve entre la eliminatoria anterior, en la que Uruguay, como siempre, se clasificó sufriendo, y la actual. “En que esta –le responde el Maestro- todavía no terminó”.

La sencillez, y la rebeldía, son motores que distinguen al fútbol uruguayo. El Defensor que celebró este año el cuadragésimo aniversario de su hazaña tenía como musicalizador en sus concentraciones –habitaciones sin tele, baño comunitario– a Pedro Graffigna, el volante del Partido Comunista que celebraba sus goles con puño cerrado y en alto. “Qué culpa tiene el tomate”, cantaba Quilapayún. Los jugadores remataban con un leve cambio de letra final: “que se vayan estos milicos de mierda”. Dos militares entraron un día furiosos preguntando qué estaba pasando. Beethoven Javier, hijo de un subcomisario policial y músico destacado, escuchó un día, con el título ya cerca, al “profe” De León. “El pueblo –le dijo el DT- está muerto, la gente ya ni protesta, hay que hacer algo”. Javier, exestudiante de Derecho, no lo programó. Pero el 25 de junio de 1976, apenas consumado el triunfo 2-1 ante Rentistas, comenzó a dar la vuelta olímpica al revés. Lo siguieron todos. Buscada o no, la primera celebración de un “chico” en el fútbol profesional de Uruguay, la vuelta olímpica al revés, pasó a la historia como un símbolo de protesta. “La historia se derrumba y se conmueve. Esto –dice el relato de Víctor Hugo Morales por Radio Oriental– es inovidable”.

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Víctor Hugo dejó a Peñarol y Nacional, que reunían el 90 por ciento de los hinchas, y comenzó a seguir a Defensor. El juvenil Julio Filippini, emocionado por su gol debutante en el valioso empate 2-2 de la cuarta fecha ante Nacional, regala dedicatoria. “A mi hermano Eduardo y a todos los compañeros del penal de Libertad”. En Libertad, curioso nombre para una cárcel, Eduardo, miembro del Movimiento de Liberación Nacional (MLN) Tupamaros, era uno de los tantos presos políticos de la dictadura cívico-militar iniciada en 1973. Víctor Hugo –cuenta el periodista Santiago Díaz en su emotivo libro “Defensor del 76: memorias de una hazaña en dictadura”– fue llamado a declarar al día siguiente. Filippini padre, militar rebelde en Paraguay, escondió a su hijo en una casa amiga. Julio Filippini, que tenía 19 años, declaró unos días después. No jugó nunca más. Su debut y despedida fue el domingo 28 de marzo de 1976.

Dos meses después, es asesinado en Buenos Aires el senador uruguayo Zelmar Michelini (junto con otros tres compatriotas). Golpe durísimo para Eduardo Arsuaga, vicepresidente de Defensor. Eran viejos amigos, miembros del Frente Amplio, que se había fundado en 1971. El PC sufre una carnicería. Todos saben que el propio “profe” De León es comunista. Almorzaba de traje y corbata, amaba la literatura, el teatro, la filosofía y a Chaplin y estudió inglés, francés y ruso. De León retorna en 1976 a Defensor. Quiere culminar una obra que había iniciado en 1971 e interrumpido en 1974 para coronarse campeón mexicano con Toluca y pasar también por Rosario Central. Al volver, avisa de entrada que odia la Copa Montevideana, trofeo creado para premiar al equipo de turno que finaliza detrás de Nacional y Peñarol, tal la desigualdad naturalizada que había entre los dos grandes y el resto. “No me importa la edad, me importan los hombres”, dice De León al arquero suplente Jacinto Callero, que tiene 31 años y ataja en la Liga Departamental de Canelones a cambio de trabajo en la cantina del club Sporting. Exjugador (era un 10 elegante) y sindicalista, De León, recibido de Preparador Físico, convence también a Luis Cubilla, campeón de todo con Nacional y con Peñarol, pero gordo y con 36 años. “Tranquilos, lo mío –le respondía a sus compañeros que corrían el doble que él en las prácticas- es el fútbol científico”. En la última fecha, corrió a un rival hasta la raya de fondo, se cayó y defendió trabando con la cabeza.

Carlos Solé, que era número uno en los relatos, lo tildaba de “antifútbol”. “El mayor de los proxenetas”, como llamaba a los técnicos, sin rectificarse ni siquiera ante un juez, que lo procesó sin prisión. “No puede ser –se indignó Solé una tarde que los jugadores de Defensor salían al campo con cualquier número en sus camisetas- esto es antirreglamentario, es otro invento de este director técnico payaso”. “¿Acaso (Johan) Cruyff no jugaba con el 14?. Las leyes del juego –decía De León- obligan a numerar a los jugadores, pero no a que los números indiquen posiciones”. Para De León, el periodismo vivía “del cuento”. El Profe dividía la cancha por sectores. Calles y trasversales. Se sentaba detrás de un arco sin arquero, porque al rival había que presionarlo de modo coordinado en su propio campo y no dejarlo siquiera disparar a la meta. Siempre en bloque, achicando o agrandando la cancha y sin marcas individuales. “El reglamento –afirmaba- dice que se juega con una sola pelota, por lo tanto, no tenemos que marcar a (Luis) Artime, tenemos que marcar la pelota para que no le llegue a Artime”. Sostenía que la marca era una técnica igual que la creación. Sacó mucho del basquetbol, que había jugado de niño. Favorecido porque el fútbol, decía, tiene “la ley de la inteligencia (el offside), que hace jugar al contrario donde uno quiere”. Antifútbol, llamaba De León, era el de los que jugaban lindo y no ganaban nunca. “Mi Revolución. ¿Antifútbol o fútbol completo?”, se llamó un libro que escribió en los últimos años de su vida. Era número puesto para dirigir a la selección después de coronarse con Defensor. Pero era comunista.

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“Defensor –cuenta en el libro de Díaz Gerardo Caetano, miembro del plantel, hoy uno de los historiadores más importantes de Uruguay– no tenía hinchada”, pero “en aquel momento lo iban a ver todos. Había algo de izquierda, de confrontación con la dictadura, de oposición”. De León, “una persona carismática y absolutamente brillante”, jamás bajaba línea política al plantel. Convivían un comunista como Graffigna, que iba a practicar con un pantalón-buzo al que llamaba overol. Un Gregorio Pérez que vendía libros y se iba caminando a las prácticas porque no tenía un mango. Y Cubilla, que admiraba al expresidente Jorge Pacheco Areco, un colorado conservador. “Fundamentalmente –afirma Caetano- había solidaridad y una idea muy fuerte del trabajo”.

Si Defensor celebra 40 años de la hazaña, se cumplen 25 del llamado quinquenio de los chicos, cuando Defensor fue campeón en 1987, Danubio en el ’88, Progreso en el ’89, Bella Vista en el ’90 y Defensor (fusionado con Sporting) en el ’91. ¿Y cómo no citar la hazaña más reciente e increíble de Plaza Colonia? El domingo pasado, Peñarol, el que compró goleadores y más gastó en fichajes, despidió al Polilla Da Silva (décimocuarto DT en ocho años) después de ser derrotado 3-2 por el modesto Danubio, que tiene un tercio de su presupuesto. El gol decisivo lo anotó un pibe de 17 años.

El comienzo fue el 25 de julio de 1976. 2-1 a Rentistas ante 13.000 personas en el Estadio Luis Franzini. Hubo presos políticos que burlaron prohibiciones pidiéndole a su familia que enviaran los huevos envueltos con el diario de Defensor campeón. Otros, como el hermano militante político del Profe De León, celebraron en el exilio mexicano. Otros, como el senador Michelini, no pudieron festejar. El Profe se levantó del banco y hacia el túnel tras el descuento de Rentistas, buscando distraer la atropellada rival, como queriendo decir que nada podía alterar la coronación. Minutos después, comenzó la fiesta. La vuelta olímpica al revés. ~


(*) Este artículo se publicó originalmente en el diario La Nación de Argentina el 12 de octubre del 2016 por los cuarenta años del primer título del ahora denominado Defensor Sporting (debido a la fusión del Club Atlético Defensor con el Sporting Club Uruguay en 1989). El artículo se tituló La vuelta olímpica, pero para esta ocasión lo rebautizamos como El primer hito de Gregorio, con la autorización del autor, en reconocimiento al técnico de Universitario de Deportes.

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