Las reformas anunciadas la semana pasada por la Federación Peruana de Fútbol para modernizar la Liga 1 aparecen como una propuesta de remedio para nuestro alicaído torneo local. Nuestro columnista Pedro Ortiz Bisso analiza las medidas y plantea que aunque algunas son necesarias se sienten insuficientes. ¿El número de equipos no sigue siendo demasiado grande? ¿Se podrá implementar el VAR en todos los estadios?
El año en que Mario Vargas Llosa perdió la presidencia ante un ignoto candidato que se proclamaba honesto y se movilizaba en un tractor, los periodistas deportivos pasaban apuros para conocer los resultados de los partidos que se jugaban por el campeonato de Primera División. En más de un caso debían llamar por teléfono a comisarías o pequeñas radios locales a fin de que pudieran brindarles información sobre lo acontecido en los estadios donde se desarrollaba el torneo.
El caos que se vivía en el país en 1990, azotado por el terrorismo y la hiperinflación, se había trasladado al futbol y bajo un falso —y demagógico —concepto de descentralización, el torneo se jugaba con 44 clubes, varios de ellos con sedes en lugares recónditos donde el policía era su único vínculo con el exterior.
Esa temporada, tres clubes —Deportivo Junín de Huancayo, Anda de Aucayacu y Alipio Ponce de Mazamari— falsearon actas para simular partidos. El escándalo generó una rebelión entre los clubes limeños y los pedidos de reforma se materializaron dos años después, cuando la Federación Peruana de Fútbol (FPF) encabezada por Nicolás Delfino y Manuel Burga determinó que el certamen se jugara con dieciséis equipos y al resto se los envió a una categoría inferior denominada Zonal, que al siguiente año formaría parte de la Copa Perú.
TAMBIÉN LEE: Más fusibles que entrenadores, una columna sobre la fragilidad de los técnicos
Treinta años después, luego de que una reforma trunca emprendida durante la gestión de Edwin Oviedo, el fútbol peruano es protagonista de otro intento, esta vez con Agustín Lozano a la cabeza y Juan Carlos Oblitas a cargo de la flamante Dirección General de Fútbol.
LA NUEVA REFORMA
Los cambios más importantes anunciados hace pocos días establecen el fin de la bolsa de minutos, la incorporación del VAR, la eliminación del acceso directo desde la Copa Perú y otras modificaciones menores como la creación de categorías en las reservas y límites en el número de jugadores de los planteles de Primera División.
A ello se suma la decisión de la FPF de licitar los derechos de televisión de los clubes participantes de la Liga 1 y establecer un nuevo sistema de reparto de ingresos, cuyos detalles aún se desconocen.
Como suele ocurrir, la controversia ha venido acompañada con distintas señales de alarma. El fin de la bolsa de minutos era, como la novela de García Márquez, la crónica de una decisión anunciada. Oblitas nunca ocultó su oposición a la medida, surgida en el 2009 con el fin de darle rodaje a los ‘jotitas’, ese grupo de empeñosos chiquillos dirigidos por Juan José Oré que obtuvo una sorpresiva clasificación al Mundial Sub 17 de Corea del Sur.
La bolsa obligaba a usar jugadores jóvenes en el torneo de Primera, más allá de sus cualidades o la necesidad de los cuerpos técnicos. Pará el ‘Ciego’ esa obligación influía negativamente en el desempeño de los clubes y el proceso natural de crecimiento del jugador; sus defensores, en tanto, la consideraban necesaria ante el desinterés evidente de los equipos en invertir en divisiones menores.
La eliminación de la bolsa y la creación de dos categorías de reserva (Sub 18 y Sub 21) no apuntan al fondo del problema: estimular la inversión en la formación de juveniles. Como señala Roberto Castro, director de dechalaca.com en El Comercio, los clubes no invierten en los más chicos porque no les representa un negocio. Crear dos categorías en reservas tampoco es suficiente estímulo para ello. ¿Cómo convencer a los directivos que los juveniles son activos que pueden potenciar su valor y generar enormes ingresos económicos? El tema es complejo. Para muchas de esas instituciones, los derechos de televisión constituyen el 80% o más de su presupuesto. Si anualmente saben que van a recibir una cantidad fija de dinero, no se genera mayor interés en buscar recursos de otras vías. Basta con completar el faltante con taquillas y algunos sponsors menores para tratar de llegar tas con tas a fin de año. Invertir en jóvenes implica contar con una estructura organizativa más o menos afiatada, infraestructura y una serie de protocolos internos cuyos costos no están dispuestos a asumir.
Por esa razón, incluso licitar los derechos de televisión colectivamente puede romper ese circuito perverso si es que en el monto de los ingresos se establece una inversión fija en menores e infraestructura con cargo a ser auditados de manera transparente.
TAMBIÉN LEE: Un plato a medias, una columna sobre el trofeo de la Liga 1
Pero este deseo choca con los contratos vigentes de varios clubes con el actual propietario de la pantalla, y la expectativa lógica de no perder recursos, sino más bien potenciarlos. ¿Una liga de tan pobre nivel como la nuestra puede aspirar a obtener más dinero del que recibe? ¿Bajo qué criterios se realizaría la repartición de dinero? ¿Alianza, Universitario y Cristal deberían recibir cantidades mayores o el reparto sería igual para todos?
EL ASCENSO Y EL VAR
Reducir los equipos de la Liga 1 a 18 en el torneo del 2024 suena lógico, aunque cabe preguntarse si el número no debería ser menor (los graves problemas que atraviesa Sport Boys dan cuenta de una precariedad insostenible). Del mismo modo, acabar con el ascenso directo desde la Copa Perú es un signo de racionalidad después de décadas de informalidad disfrazada de romanticismo. La institucionalización del fútbol pasa por desterrar clubes que son solo una mezcla de entusiasmo y once camisetas si es que queremos acercarnos a la modernidad. Ello, sin embargo, implica establecer una serie de exigencias que vayan más allá de lo estrictamente deportivo (infraestructura, divisiones menores, un número determinado de socios) que sean supervisados con rigurosidad y sin clientelismo político de por medio. Y no olvidar el desastre organizativo e institucional que es la Liga 2, el torneo a donde ascendería el campeón de la Copa Perú, y que desde hace años es uno de los mayores fabricantes de penurias y escándalos de nuestro balompié.
Finalmente, el VAR es un signo de desarrollo necesario que no podemos eludir. La gran pregunta es cómo implementarlo en estadios donde ni siquiera existe agua corriente o la energía eléctrica depende de grupos electrógenos. Y en un contexto en que las apuestas están hasta en la sopa, sin que exista menor intención de control de parte del Gobierno o las instancias deportivas, la transparencia es clave. De lo contrario podríamos estar añadiendo ingredientes explosivos hasta desarrollar una mezcla de devastadoras consecuencias. ~