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La equidad de género comienza en la cancha

A cinco minutos de la zona más rica de Buenos Aires, en medio de casas sin terminar y con techos de calamina, un grupo de mujeres se ha apropiado de una cancha de fútbol, hábitat tradicional de machos fuertes. Han fundado la asociación deportiva “La Nuestra”, que ha conseguido que las mujeres se empoderen y eviten así el riesgo de ser víctimas de violencia. El balón se ha convertido en brújula de la igualdad: ahora algunos hombres se quedan con los niños mientras ellas juegan. El fútbol también puede ser feminista.

Ponerle pocos huevos. Jugar como nenas. Los cogimos, o sea ganamos. Al perdedor: la tenés adentro. El fútbol está lleno de expresiones sexuales, pero de un sexo macho, donde el hombre es el dador y la mujer la receptora, pero también todo aquel que no encaje en el modelo de varón heterosexual hegemónico. El poder reside en someter. Por eso arrebatarle la cancha a los varones era un acto de justicia. Ocurrió en noviembre del 2007 en una de las zonas más pobres de Buenos Aires, la Villa 31: un grupo de mujeres lideradas por la estadounidense Alison Lasser, estudiante de sociología, entraron a la cancha pública de Güemes y se pusieron a pelotear. Hasta el momento sólo habían pisado el césped niños que se deshacían de sus mochilas mientras corrían por el balón y adultos que ejercitaban la aritmética con las apuestas.

“Muchas veces nos corrieron, muchas veces nos quisieron sacar”, cuenta Mónica Santino, jugadora, directora, feminista y referente de “La Nuestra”, como se bautizó este grupo de chicas con pelotas. A fuerza de insistir, de ir siempre a la misma hora, lograron hacerse de un espacio en la cancha. Algunos hombres tuvieron que quedarse en casa cuidando a los hijos.

La Nuestra ganó un espacio para el fútbol femenino en el barrio Padre Carlos Múgica de la Villa 31 en Buenos Aires. CAMILA GÓMEZ

En su blog, “La Nuestra” se define como “una organización que busca recrear un espacio para la práctica de fútbol femenino para adolescentes y jóvenes que trascienda lo deportivo, integrándolo al trabajo con perspectiva de género sobre otras áreas como la educación y la salud”. Su equipo se conoce como “Las Aliadas de la 31” y se nutrirá a largo plazo de niñas del barrio Padre Carlos Múgica que han cambiado las muñecas por el balón.

La Villa 31, un asentamiento no urbanizado, queda a pocos metros de la estación de buses, subterráneos y trenes de Retiro, una de las zonas más turísticas de la ciudad, y a pocas cuadras del sofisticado barrio de Puerto Madero –ejemplo de la “ciudad dual” que caracterizó a los años 90 en la Argentina del tipo de cambio de un peso/un dólar del menemismo. Buenos Aires alberga detrás de su fachada de prosperidad un interior precario. En esta villa, o “villa miseria”, como la llaman algunos, viven más de 40 mil personas en unas 10 mil viviendas, algunas de varios pisos y con materiales sólidos, y otras con techos de calamina. Buena parte de sus habitantes son trabajadoras domésticas, obreros, albañiles, maestras y empleados del sector servicio.

En el barrio la cancha de fútbol ocupa el lugar central, es el epicentro de las reuniones y la diversión. En realidad, para las mujeres de “La Nuestra” el fútbol es una excusa para empoderarse. Ocupando el hábitat de los machos, disputándoles el territorio, se siente con las mismas capacidades y se curan de la sumisión. Muchas de las que llegaron al equipo se habían acostumbrado a quedarse en casa cuidando a los hijos mientras sus parejas disfrutaban en la cancha. “Hay pibas que llegan mirando al piso. El fútbol enseña, sobre todo, a levantar la cabeza y mirar para adelante. Si vos no levantas la cabeza, no le podés hacer un buen pase a tu compañera”, dice Santino, quien también fue miembro de la Comunidad Homosexual Argentina (CHA).

Así, jugar al fútbol se convierte en un hecho político. Las sesiones de entrenamiento y los conversatorios tienen impacto directo en la autoestima de las mujeres. “Una chica empoderada con el fútbol es una chica que difícilmente será víctima de violencia”, agrega la referente.

En la Villa 31 viven más de 40 mil personas en unas 10 mil viviendas, algunas con materiales sólidos y otras con techos de calamina. CAMILA GÓMEZ

En un contexto cada vez más sensible al enfoque de género –con la aprobación de leyes como la del matrimonio igualitario (2010) y la de la identidad de género (2012), además de movilizaciones contra los feminicidios como “Ni una menos”– las acciones de esta asociación no pasan desapercibidas. Distintos medios de comunicación argentinos han destacado la historia de “La Nuestra”, como cuenta la periodista Luciana Peker en su libro La revolución de las mujeres no era solo una píldora (EDUVIM, 2016). El exjugador de la selección nacional Juan Pablo Sorín visitó la cancha de Güemes en marzo de este año y en junio la Legislatura de la Ciudad de Buenos Aires declaró de interés social y deportivo las actividades del colectivo.

Desde mediados del 2016, a este grupo de interesados en el proyecto se sumaron las estudiantes estadounidenses del programa CIEE (Council on International Educational Exchange) que llegaron a la Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales (FLACSO) en Argentina. Hasta hoy ocho mujeres y un varón han llegado para compartir experiencia con las jugadoras de la Villa 31. La mayoría de las chicas eran jugadoras de fútbol en sus universidades o habían sido entrenadoras de niñas en campamentos de verano en su país.

“Creo que es muy importante apoyar a las mujeres y especialmente a las nenas para que tengan confianza en sí mismas y sepan que ellas tienen el mismo valor y el mismo poder que los chicos. Cuando vi a las nenas en la cancha pude sentir emoción y orgullo”, dice Rosa, una de las alumnas norteamericanas.

Desde 2007, La Nuestra tiene una labor activa en el barrio. A finales de julio realizó la tercera jornada junto a Equal Playing Field. CAMILA GÓMEZ

La participación semanal en los entrenamientos fue una oportunidad para reflexionar sobre la desigualdad social y económica, el papel que desempeña el fútbol en la historia argentina y el lugar que se les ha asignado a las mujeres en este deporte, que recién ahora pueden ser jugadoras, árbitros, entrenadoras, comentaristas y juezas de línea.

Juntas, las argentinas y las norteamericanas pudieron reflexionar sobre el machismo latinoamericano. Y si en un comienzo parecía que las mujeres en los Estados Unidos no sufrían ningún tipo de discriminación en el fútbol, una búsqueda rápida en la prensa permitió chequear las diferencias en los salarios y los premios entre la liga femenina y la masculina. Esta situación se repite en España y otros países. Por ejemplo, la brasileña Marta Vieira, ganadora de cinco balones de oro, a quien algunos llaman “Pelé en faldas”, ha ganado en un club máximo 300 mil dólares, una cifra insignificante frente a lo que percibe un jugador de su categoría.

Durante la convivencia pudieron analizar las formas en que eran representadas las jugadoras en las revistas, casi siempre con poca ropa y en poses sensuales, a diferencia de los jugadores, que protagonizan campañas publicitarias con una creatividad menos encasillada. Vieron ejemplos de las dificultades que han tenido las mujeres para jugar al béisbol en los Estados Unidos, participación que se apoyó durante la Segunda Guerra Mundial para que no desapareciera el deporte, pues muchos varones luchaban en el frente. Esta historia se cuenta en la película A League of Their Own (1992), que protagonizan Geena Davis y Tom Hanks (también aparece Madonna) y que se centra en el caso de la jugadora de béisbol Dorothy Kamenshek.

La cancha de Güemes en la Villa 31 tuvo que ser ganada a pulso por las pioneras. Hoy tienen el reconocimiento de la comunidad. CAMILA GÓMEZ

“Cuando era chica jugaba al fútbol en mi escuela durante el recreo con los chicos, y varias veces me sentí discriminada por mi género. Pero también tenía la oportunidad de jugar fútbol con un equipo femenino fuera de la escuela. En este espacio, me sentí fuerte, poderosa y soportada”, recuerda Tal, un estudiante trans, que llegó a la Villa 31 con la intención de comprender los obstáculos que deben enfrentar a diario las mujeres del barrio por jugar al fútbol.

Aún recuerda la timidez y el escepticismo con los que la recibieron al principio. Su origen norteamericano y su aspecto masculino dio lugar a varias preguntas. La curiosidad se saldó en su primera visita. “Cuando vine por segunda vez, muchas chicas vinieron a saludarme. Al fin del semestre, tenía un vínculo muy divertido con las chicas más joven, y un amistad con unas de las jugadores de mi edad, especialmente con las chicas de pelo corto y estilo más masculino, porque tal vez teníamos más solidaridad con respecto a nuestra presentación de género”, dice.

Pero en el grupo también había un estudiante. Uno solo. Él, en medio de las chicas, un día dijo: “No es mi lugar tener un rol muy dominante porque los hombres ocupan ya mucho espacio en el mundo de los deportes. Por eso intento ser un amigo que apoya a las chicas y a las futbolistas. No es mi lucha, pero tampoco es que no tiene nada que ver conmigo. La igualdad es algo por lo que todos deberíamos luchar”.

El trabajo a nivel deportivo se articula con el empoderamiento de derechos y la lucha contra la discriminación y el sexismo. CAMILA GÓMEZ

La presencia de este estudiante llevó a reflexionar sobre el lugar de los varones en las luchas del movimiento feminista, un debate que estuvo muy presente en 2016 en la segunda convocatoria de “Ni una menos” y de forma especial en 2017 con el 8M y el Paro Nacional de Mujeres. ¿Qué hace un varón en un proyecto de fútbol femenino que pretende el empoderamiento? ¿Puede uno renunciar a ser parte de un grupo dominante?

En octubre de 2016, “La Nuestra” viajó al 31 Encuentro Nacional de Mujeres realizado en la ciudad de Rosario, en la provincia de Santa Fe. El colectivo dictó allí el taller “Mujeres, deportes y actividad física” que hizo pensar sobre el sexismo y la discriminación en el ámbito deportivo. Para cubrir los gastos del traslado y la estadía, “La Nuestra” organizó un torneo de fútbol y vendió remeras con diferentes motivos y frases como “Mi juego, mi revolución”. Dos estudiantes de intercambio habían hecho el estampado.

Al mes siguiente, en un predio de Caseros, provincia de Buenos Aires, el colectivo organizó, junto a la asociación Discover Football de Alemania, el Primer Festival Latinoamericano de Fútbol Femenino y Derechos de las Mujeres “Mi Juego, Mi Revolución”. El certamen incluyó, además del torneo, una clínica de fútbol para niñas, un recital, la participación en la Marcha del Orgullo LGBTI en el centro de Buenos Aires, la proyección del corto “Ley de ventaja” y de la película “Football Undercover”, y dos talleres: “Autodefensa y empoderamiento” y otro de “Guerreiras Project”.

El avance del fútbol femenino en los últimos años ha sido notable, pero aún subsisten diferencias como el monto de salarios a nivel profesional. CAMILA GÓMEZ

Durante cuatro días, más de un centenar de jugadoras ─niñas, adolescentes y mujeres adultas─ de diferentes países de la región y de otras provincias argentinas intercambiaron ideas, comidas y juegos. El taller de autodefensa sorprendió a algunas, pues no se trataba de aprender a dar golpes sino de desarrollar técnicas para adquirir seguridad: reconocer el espacio vital y defenderlo, saber poner límites al otro, identificar a una persona que está siguiéndonos, agudizar la percepción, sostener la mirada, responder con gestos y palabras a una agresión, buscar apoyo, armar una red de ayuda. Una de las participantes del taller de defensa personal dijo que “no hay defensa aislada, sola, sino en conjunto: la potencia del equipo, ya sea en la cancha o en la vida”. Una de las organizadoras invitó a que cada una gritara una frase y que el resto la repitiera. Se oyeron consignas como “¡Vivas nos queremos!” y “¡Ni una menos!”. Otras gritaban “¡Gol!” o “¡Quiero una cerveza bien fría!”.

Otras participantes estaban imbuidas en un curioso ejercicio. Una mujer miraba fijamente a los ojos a otra, que le pasaba luego esa mirada a otra, y así sucesivamente. La idea era aprender a focalizar la atención y generar confianza. Para todas las chicas esta consigna implicaba un desafío, pero más para las estudiantes estadounidenses. De acuerdo a sus pautas de socialización, mirar a una persona fijamente es de “mala educación”. Eso solo puede hacerse con la familia o con amigos como prueba de que existe intimidad, la mirada de una persona desconocida puede considerarse una amenaza.

Las integrantes de La Nuestra han tenido participación en las últimas ediciones del Encuentro Nacional de Mujeres en Argentina. CAMILA GÓMEZ

La idea que planteaban las organizadoras era inversa: hay que mantener la mirada ante el peligro y pedir ayuda desviándola hacia una persona en quien se pudiera confiar.La experiencia del intercambio estudiantil en La Nuestra ha permitido confirmar que la mayoría de estudiantes estadounidenses saben del interés de la sociedad argentina en el fútbol y conocen algunas de sus estrellas, pero no están al tanto de las conexiones que tiene el fútbol en este país con algunos procesos sociales y políticos concretos, por ejemplo, el Mundial de 1978 y el terrorismo de Estado. Por eso se discutió el fútbol como una institución social relacionada con la política, la economía y la cultura, y se incorporó el enfoque de género.

Con el fútbol, las mujeres se apropian de su cuerpo y logran diversión a partir del juego, razones más que suficientes para incluir el tema en la agenda feminista. La diversidad de mujeres que practican o quieren practicar deportes complica la cuestión con los factores de raza, etnicidad, género, clase, edad y religión. Los casos de las jugadoras musulmanas que visten su hijab en los partidos (algo permitido por la FIFA en 2014) es un ejemplo de estos cruces.

“La Nuestra” enseña que el diálogo puede ser mediado por una pelota y que la equidad de género puede comenzar en la cancha. Además, que tanto varones como mujeres pobres se permitan hacer deporte y jugar es ya revolucionario, pues el sistema capitalista que los gobierna ataca sin piedad el tiempo libre.

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