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Cocodrilos y monos: ese racismo que no es racismo en el fútbol

“¡Cocodrilo tenías que ser, negro bestia!”. La frase lanzada en medio de la tribuna principal del estadio Ciudad de Cumaná de Ayacucho no tardó en desatar las carcajadas de los presentes. Hombres, mujeres, niños y vendedores reían sin disimulo. En la cancha, el delantero del Deportivo Municipal de Tambo se lamentaba por el tercer gol perdido en la tarde. Sus propios hinchas no le perdonaban no solo su ineficacia en el área, sino que estaban convencidos de que tenía relación directa con su condición de afrodescendiente y con la hora del partido. “Solo piensas hasta las doce, bestia”.

Aquel domingo había llegado casualmente al estadio junto a mi madre, luego de un viaje a Julcamarca, el pueblo natal de mi abuelo materno en las alturas huancavelicanas. Teníamos la tarde libre antes del regreso a Lima y decidimos ir al partido de la ronda clasificatoria de la Copa Perú 2010, promocionado por los altoparlantes de una camioneta destartalada que daba vueltas por la plaza de la ciudad. Lo que menos recuerdo de aquel día es el resultado. Lo único que comentamos con mi madre, tras el partido, fue la virulencia con la que los hinchas huamanguinos trataban a sus propios jugadores. Y, claro, no a todos, solo a aquellos que tenían la piel oscura.

Antes de aquel día, el término “cocodrilo”, para señalar a los futbolistas o personas afrodescendientes, había sido más o menos común en mi infancia en La Victoria y adolescencia en San Juan de Miraflores. Siempre dicho en un contexto sin afrodescendientes que se quejasen. Y cuando alguno, por casualidad, asomaba no le quedaba más que asumirlo como una broma de fútbol. Claro, porque eso era: una inofensiva e ingeniosa broma celebrada incluso por los mismos “cocodrilos”. Nadie tenía por qué indignarse. Corría el riesgo de ser acusado de sensible o aguafiestas. Porque en el fútbol y en el barrio no hay lugar para los débiles.

Los comentarios racistas de Butters fueron propalados en el canal Willax TV el pasado jueves. Carlos Alberto Navarro y Omar Ruiz de Somocurcio ni se inmutaron. CAPTURA

No recuerdo con exactitud cuándo fue que mi percepción cambió. Creo que como todo cambio profundo debió haber sido paulatino, porque incluso en la época universitaria eran comunes las bromas de connotación sexual respecto a la población afroperuana. Y recuerdo cómo varios de nosotros satirizábamos los esfuerzos que hacía una compañera, practicante en Lundú —una ONG de defensa de los derechos de los afrodescendientes— para lograr que la palabra “negro” dejara de ser un calificativo peyorativo. “¿Cómo te vamos a decir, Leslie: afrodescendientita?”, nos quejábamos.

La palabra “cocodrilo” desapareció de mi entorno, pero otra (“mono”) se mantuvo sobrevolando relativamente cerca. En los dos diarios deportivos por los que transité era habitual que fuera utilizada, siempre como juego semántico celebrado por los redactores, para describir a los equipos ecuatorianos. “¡Qué monito!”, “Monólogo ecuatoriano”, “Endemoniados”, y tantos otros, siempre justificados sobre la base del humor popular y la inocuidad del fútbol.

Cuando me enteré de las frases vertidas por Phillip Butters el último jueves en su programa de Willax TV, todo lo anterior resonó en mi cabeza. “Los ecuatorianos no son negros, son cocodrilos, cocodrilos de altura”, “Tú le haces ADN a Felipe Caicedo y no es humano, es un mono, [un] gorila”, “Son unos negros apretados que te muerden y te da ébola”. Frases tan parecidas a las que oí en mi infancia, a las que hicieron reír a toda una tribuna en aquel estadio de Huamanga.

Quizá lo más revelador no esté en estas palabras —que han generado hasta el pronunciamiento del presidente de Ecuador, Lenín Moreno—, sino en la explicación que ha dado este lunes el propio Phillip Butters, esta vez en su programa de radio Exitosa. Bastan tres frases sacadas de los más de cincuenta minutos que le dedicó al tema para entender que el caso va mucho más allá de un conductor amparado en su tono bravucón y de estilo “políticamente incorrecto”:

1. “Fue una conversación pelotera, futbolera, coloquial, con mi amigo el “Negro” Navarro y con Omar Ruiz de Somocurcio”.

2. “Estábamos conversando como han conversado ustedes en los últimos 50 años cuando hablan de fútbol en términos futboleros”.

3. “Esta vacilada futbolística la tomo de Guillermo La Rosa. ¿Quién le dice gorila a [un jugador de Camerún] en [el Mundial de España] 1982? La Rosa, que hasta donde sé es negro”.

En el primer caso, Phillip Butters apela a la lógica de la conversación cotidiana e intrascendente ligada a un espectáculo supuestamente banal: el fútbol. Desde su punto de vista, las referencias hechas en este contexto de cháchara de bar serían insuficientes para dañar a alguna persona o colectivo.

“Está hablando de fútbol en sentido figurado, no hay duda que los progays se la tienen jurada a Butters. Los ‘monos’ construyen un muro en la frontera con Perú y a nadie le interesa menos al ministro ‘Pantaleón’, pero Butters les dice en el argot futbolero ‘cocodrilos de altura’ a los ‘monos’ y todos pierden la cabeza, empezando por el ministro ‘Pantaleón’”, escribió uno de sus defensores en redes sociales. Muchos otros comentarios a favor de Butters esgrimen los mismos argumentos usados por el conductor. Incluso señalan que, por medio de una mala metáfora, intentó destacar las cualidades “sobrehumanas” de los futbolistas afroecuatorianos.

El gobierno ecuatoriano se pronunció sobre el caso de Felipe Caicedo a través de su cancillería. CAPTURA DE IMAGEN

Según el comunicador Juan José Beteta Herrera, el problema de Butters radica en equivocar la “situación comunicacional”. “Si estás en un grupo de amigos y hay la confianza suficiente, las bromas y el vacilón racista, xenófobo y hasta homofóbico, podrían ser tolerables. Ello porque por encima de las diferencias (exorcizadas por el humor) hay vínculos de confianza y cooperación mutua en ese grupo específico que están por encima de las diferencias. En cambio, en un medio masivo, no hay esa situación comunicacional, sino otra en la que el emisor envía un mensaje y no hay interacción, ni posibilidad de aclare ni de disculpa. Si lanzaste un mensaje denigrante y de odio, ya la cagaste, porque evidencias lo que eres; y así se lo han respondido el propio (Felipe) Caicedo, las Federaciones y muchos que estamos hartos de esas actitudes racistas y discriminatorias por los medios, en los estadios y en la sociedad. Esto debe sancionarse legalmente y socialmente”, escribió días atrás en una de las discusiones en redes sociales.

La cuestión es si realmente Phillip Butters equivocó la situación comunicacional o si estaba convencido de que la conversación “pelotera, futbolera, coloquial” con sus amigos es parte de lo que un porcentaje del público televisivo espera de un programa deportivo. A juzgar por los comentarios que lo respaldan existiría el acuerdo tácito de un segmento de televidentes por el que se acepta que el fútbol (y su discusión) otorga licencias para calificar a un colectivo social, bajo la premisa de que es una forma de destacar sus cualidades físicas. Por supuesto, los sensibles que se vayan a su casa.

Phillip Butters cree entender que lo que “su público” espera es un comentarista que empatice con los hinchas, o, en el mejor de los casos, que sea uno más de ellos, que hable como ellos, que se indigne como ellos, y por eso el set de televisión cobra apariencia de bar.

El segundo argumento alude al status quo de una rivalidad incentivada por años. Así como los ecuatorianos llaman “gallinas” a los peruanos, los peruanos llaman “monos” a los ecuatorianos. No hay nada que discutir. Simple. Es casi la ley de la vida. Un mandato inalterable e incuestionable. La lógica de un alumno de kindergarden en medio del recreo. “Cuando usted, señor, señora, conversa de los ecuatorianos días previos a un partido, se refiere a ellos como los ‘monos’”, dice Butters, una vez más tratando de justificar su comportamiento a partir de la “tradición popular”. Así como en el fútbol el código pelotero legitima cualquier burla racial, los insultos a otro pueblo también son válidos como parte de la dinámica chauvinista. ¿Un comunicador tiene el deber de darle la contra a su público? ¿Pero por qué? Los “monos” son “monos”. El “soberano” lo dice y punto.

Desde la lógica de Phillip Butters, un conductor tiene que expresarse en los términos del pueblo. Decirles “gallinazos de playa” a los seleccionados jamaiquinos es una normalidad. Es la forma espontánea del hombre común. Lo otro, engreimientos de señoritos escaldados, como Salvador del Solar, que en el colegio “no ha jugado ni bolitas. Solo ha jugado yaxes”. A esos remilgados toca feminizarlos para desacreditarlos aún más. Así, Salvador es “La Salvador”.

Por último, ¿cómo se puede hablar de discriminación si son los propios futbolistas afroperuanos los que bromean sobre el color de la piel de otros afrodescendientes? Un negro no debería ser acusado de racista por burlarse de otro negro, es la inferencia de Phillip Butters. “Esta vacilada futbolística la tomo de Guillermo La Rosa”, se justifica al recordar al delantero de la Selección Nacional, en España 1982, que protagonizó una anécdota junto a dos futbolistas peruanos en el partido ante Camerún. “Germán Leguía, que es un pendejo y muy gracioso, le dice: ‘Esos no son negros, son azules’. Guillermo, cuando se acerca a los de Camerún, evidentemente Ramón Mifflin le dice: ‘Unga unga’. Esa es la algarada. Se mataban de risa”, cuenta Butters, remarcando, cuantas veces puede, que reírse del color de la piel de los jugadores africanos es apenas una travesura.

El delantero de Espanyol respondió a Butters a través del Twitter. “Tengo claro que este señor no representa al Perú”. CAPTURA DE REDES SOCIALES

“José Velásquez también le dijo ‘mono’ a los ‘monos’ hace unos días”, dice el conductor y entonces apela a sus raíces africanas (se autodefine como “zambo”) para sentirse con el mismo derecho a no ser juzgado por expresiones similares. “Lo ha dicho antes Elejalder Godos”, dice en referencia al relator deportivo afrodescendiente. En resumidas cuentas: si se es parte del colectivo afroperuano, no hay margen de ser acusado de racista por expresiones discriminatorias.

No es casual que los tres argumentos estén cruzados por dos características comunes: supuesta legitimidad por el uso extendido a nivel popular y deseo de permanencia en el tiempo. El pueblo lo dice; el pueblo siempre lo ha dicho. El populismo y el conservadurismo afloran de manera natural.

Y no se trata solo de Phillip Butters. Es el otro periodista deportivo, Carlos Alberto Navarro, siendo capaz de decir que vio “a unas cuantas morcillas con mostaza en la cancha”, refiriéndose a la piel negra de los jamaiquinos y a sus camisetas amarillas. Es Omar Ruiz de Somocurcio guardando un silencio cómplice. Son las risas detrás de cámara de los otros comunicadores en el estudio. Son los miles que acusan de “sensibles” y “delicados” a los que advierten un compartimiento racista. Son los millones que aún creen que, con la excusa del fútbol, otros seres humanos son “cocodrilos” o “monos”. *

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