El dar la vuelta olímpica en territorio enemigo se considera una de las mayores proezas de los equipos. De eso trata Matute 99 de Juan Carlos Chávez, libro que profundiza en historias no contadas sobre ese hecho histórico. El periodista Andrés Burgo nos da un pase en profundidad con el prólogo. El texto lo puedes adquirir en la Tienda Sudor.
Hay partidos que no duran 90 minutos sino una vida. Incluso más de una generación. Ocurrió, ocurre y ocurrirá, por ejemplo, entre selecciones nacionales: el Maracanazo de 1950 para los uruguayos, el 7-1 a Brasil en 2014 para los alemanes, el 2-1 contra Inglaterra en 1986 para los argentinos, el 5-0 a Argentina en 1993 para los colombianos e incluso —yéndonos más lejos en el mundo — el 1-0 a Italia en 1966 para los coreanos del norte.
Me pregunto qué partido celebrarán más los fanáticos de la selección peruana e imagino que la respuesta dependerá de cada generación: muchos se habrán quedado con la Copa América ganada en 1939 y otros elegirán al 3-1 a Brasil en las semifinales del mismo torneo en 1975, pero al mismo tiempo habrá quienes hablen del 3-1 contra Escocia en el Mundial 78 y lógicamente los más jóvenes se quedarán con el 2-0 a Nueva Zelanda en 2017 que valió el regreso a las Copas del Mundo, la de Rusia. Pero me da la impresión —y espero no estar tocando la pelota con la mano dentro de mi propia área—, tal vez a Perú todavía le falte un partido que, además de ser el más feliz, también sea el más catártico, el más completo, el que de paso le implique un dolor insoportable al rival.
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Los triunfos valen por lo que significan para los nuestros, pero también por lo que duelen para los de enfrente. Algunos pocos equipos, nuestra patria chica del fútbol, tienen la inmensa dicha de contar con una de esas victorias que valen por mil, por un millón. Por ejemplo, estaba claro que el ganador de la final argentina de la Copa Libertadores 2018 se ganaría la eternidad, y ése no fue Boca sino River. Algunos de estos partidos que cité se convirtieron, acaso tardía pero inevitablemente, en libros de fútbol. El Maracanazo y el 5-0 tuvieron quiénes les escribieran en Uruguay y en Colombia. También en Chile se ha publicado un libro sobre el “no partido” más famoso de todos, el cruce entre la Roja y la Unión Soviética en las Eliminatorias para el Mundial 1974, con la sangre del golpe de Estado pinochetista salpicando de fondo.
Las obras narrativas de lo que pasó en 90 minutos (pero siguen repercutiendo en los hinchas) son un fenómeno cada vez más habitual en mi país: celebro que en los últimos años se hayan publicado en Argentina títulos sobre el Boca 1-River 0 que definió el torneo Nacional 1976, la hazaña de Independiente ante Talleres en la final de 1978, otra hazaña, pero inconclusa, la de Estudiantes contra el Barcelona en el Mundial de Clubes 2009, y el Vélez-Huracán que decidió el Clausura de ese mismo año. Calculo que, por haber contribuido a ese género, el de la escritura de libros sobre un partido (abordé el 2-1 de Argentina a Inglaterra y los River-Boca de la Libertadores 2018), el querido y talentoso Juan Carlos Chávez me invitó a sumarme a las páginas de su nuevo título periodístico, que estoy seguro que no será el último de su exitosa saga. Lógicamente, otra vez, sobre su amado Universitario.
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De inmediato, apenas empecé a leer MATUTE 99 entendí por qué JuanCa había sentido la necesidad de abordar aquellas míticas finales de 1999 contra Alianza Lima. Para los hinchas de la “U”, haber sido campeón en Matute fue haber izado la bandera en territorio comanche. Es una historia que lo tiene todo, sobre todo las proporciones de un resultado de un arma de doble filo: la mayor alegría de la “U” fue la mayor tristeza para Alianza. En “Ida y vuelta”, un pequeño pero hermoso libro de fútbol escrito entre Juan Villoro y Martín Caparrós, el escritor argentino le dice al mexicano: “El fútbol se constituye por binomios, mellizos enemigos, rómulos y remos. Ser de uno es ser contra algún otro”. Villoro recoge el guante y deja evidencia que a nuestra lengua le falta una palabra: “El gozo de segundo grado que significa ver perder al enemigo. Los alemanes acuñaron la palabra schadenfreude para el deleite surgido de la desgracia ajena”. Y entonces Caparrós retoma: “El gol no está completo si no lo ven los enemigos, el esclavo o el amo de la dialéctica gastada. El binomio se ha establecido en todos los lugares futboleros”.
La grandeza de aquella vuelta olímpica del equipo crema está basada, por supuesto, en la importancia del rival. No es lo mismo salir campeón en Arequipa, Cusco o Tacna que en Matute. El mejor equipo es del que uno sea hincha, ya lo sabemos, pero a la vez no todos los equipos pueden españolizar esa palabra que nos falta en nuestro idioma. Así como los lectores encontrarán un personaje japonés en este hermoso relato de Chávez, no está mal cerrar el prólogo con una palabra en alemán para un festejo bien peruano, bien de la “U”, sobre un triunfo eterno, el de 1999: Schadenfreude. ~