¿Por qué la imagen del D10S no pierde vigencia a pesar del paso del tiempo? La escritora y guionista argentina Javiera Pérez Salerno explora desde todos los ángulos por qué Diego Armando Maradona es tan global como un meme. Un extracto del ensayo “Máquina textual”, del libro Todo Diego es político que ya está a la venta a través de la Tienda Sudor.
Si la cultura norteamericana está atravesada por la idea del american dream, quizá Maradona sea la expresión más acabada del argentinian dream, que por supuesto no es organizado ni tiene una sola forma: involucra algo de ascenso social, sí, pero no (o no solo) a través del esfuerzo, sino también a través de la magia, la mística y la picardía. Porque el verdadero argentinan dream es ganar con trampa. Así se juega al truco y al fútbol. Probablemente sea lo mejor y lo peor que tiene nuestra idiosincrasia.
Maradona es expansión, es texto, es contradicción, es trampa. Maradona es toda la Argentina habitando un mismo cuerpo, con todas sus expresiones, en todos sus cruces. Una cara aindiada estrenando una Ferrari. Es la Pachamama dándole la mano a un jeque árabe o a un niño de la villa. El capitalismo y la revolución. De ahí su irreverente, hermosa y magnética complejidad. De ahí que todas sus expresiones o gestos disparen todo el tiempo opiniones encontradas. De ahí que todos los discursos que buscan encasillarlo o definirlo, fallen en el intento.
MEMEDONA
Nuestro presente tiene una banda sonora, el trap, una plataforma social preponderante, TikTok, y una forma económica propia, encarnada por los influencers. Se trata de manifestaciones genuinas de una época que podríamos llamar post-neoliberal: con toda la desilusión de la revolución perdida, a nivel masivo, nada que no sea fugaz, efectivo e intercambiable por likes o canjes parece tener sentido. Sin nada por qué luchar, puesto que está a la vista que el capitalismo no va a romperse, el camino es aceptar el orden de las cosas desde una única vía, la profundización de las ideas del consumo rápido y furioso. Vive en las letras del trap mainstream y sus rimas fáciles sobre armas, sexo y dinero. Vive en cada influencer que posa con billetes, en cada tíktoker que pone un plato de Cheetos con brillantina al microondas para mostrar el resultado. Es rápido, es ahora, y pasa, en un scroll infinito que mientras sucede, se disuelve en segundos. La lógica de la red social arma una idea de pasado que, después de consumido, no deja registro.
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Pero en este contexto a la vez fugaz y opresivo, también aparece el meme, una manifestación artística popular y libre, quizá lo más parecido que tengamos hoy a la idea adorniana de autonomía del arte. Una imagen fija que es retomada por múltiples usuarios anónimos, obras sin autor, que se universalizan, que significan cosas diferentes para quien lo mira y para quien lo produce. Mirar un meme es, de alguna manera, mirarse a uno mismo. La interpretación que tengamos de esa imagen que vemos nos ubica en tiempo, espacio, género y clase, nos reviste de un lugar de enunciación. De ahí el impulso que nos lleva a replicarlo o a compartirlo con nuestro grupo de amigos. Y en este sentido, representa también un lugar de deliberación: una imagen fija que muta constantemente, que lejos de clausurar el sentido, lo abre. El meme, además, es una de las pocas expresiones de esta época que no está revestida por un intercambio comercial. El meme no se mancha.
En el meme conviven a la vez la universalización y la particularización de las experiencias. Y en este sentido, podemos decir que la figura de Maradona, su imagen, sus gestos tienen una raíz memética. Por un lado, es una figura universal, por el otro, cada mirada sobre Maradona es particular. Como el meme, Maradona está ahí, disponible para ser interpretado. Su imagen es fija, pero es resignificada de acuerdo a quién lo ve, desde dónde, con qué ojos. La idea del ascenso social vs. la gambeta certera al destino. La gloria vs. el ocaso privado. La droga vs. el deporte. Maradona es el perro chiquito y el perro grande al mismo tiempo. Como el meme, es un espacio ambiguo, a disposición de las miradas para ser llenado de sentido. Como el meme, es multiforme, mutante, universal y particular a la vez, expuesto a la reinterpretación permanente.
En el contexto actual, el carácter no clausurado del meme, su posibilidad de discurso infinito y nuevas facetas y, sobre todo, su carácter no mercantil, es un lugar casi de resistencia política. Una resistencia al discurso cerrado de este post-neoliberalismo que busca y logra emparejar nuestros consumos a través de algoritmos, cuyas estrategias tecnológicas día a día se perfeccionan para indicarnos qué vamos a ver en nuestros inicios, pero también qué vamos a pensar y qué vamos a sentir sobre eso que vemos.
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Si Maradona encarna como nadie este argentinian dream del que hablábamos, quizá su figura y las controversias que encierra sean también un último reducto de libertad para pensar y sentir. Para interpretar la propia cultura ante la mirada de otras, que no pueden entenderlo, y ante la mirada interna, que no logra digerir muchas de sus acciones. Una contradicción que nos ayuda a gambetear los pensamientos preseteados, políticamente correctos, que marcan el pulso de la época.
El fin de este texto no es decidir si el sueño argentino que encarna Diego fracasa o es exitoso. Como la figura de Maradona, no tiene una única conclusión. Como el meme, este texto es un espacio abierto, una invitación en blanco para retomarlo y volver. Es probable que Maradona siga disparando miles de imágenes y sensaciones, que siga habiendo nuevo archivo y siga generando más imágenes hasta el final. Como máquina textual, es más probable que siga disparando miles de frases que intervienen directamente en nuestra realidad, y, en consecuencia, miles de interpretaciones.
Entonces, este artículo no se cierra, se abre en esta galería donde todos pueden alimentar su propia mirada sincopaeditora.com/memedona.