En plena Semana Santa vale la pena mencionar al más importante predicador del país. Nuestro columnista Pedro Ortiz Bisso analiza la figura de Ricardo Gareca, un seleccionador cuya palabra es considerada santa en el Perú, pero cuyo discurso también lo ha hecho ver como el más humano de los mortales.
Años atrás, cuando los cuatro fantásticos gobernaban nuestras angustias futboleras, la revista “Caretas” entregó a sus lectores una estampita con un Sergio Markarián en actitud predicante y mejillas coloradas, enfundado en un hábito marrón, portando un báculo en la mano izquierda. En la parte posterior podía leerse esta oración:
SAN MARKARIÁN, TE PEDIMOS QUE PERÚ JUEGUE EL PRÓXIMO MUNDIAL
Oh San Markarián tú nos devolviste la ilusión
Vimos nuevamente la luz de gol y cantamos victoria…
El tercer puesto en la Copa América nos hace soñar…
Por eso San Markarián a ti venimos nuevamente.
Es necesaria tu intervención divina: llévanos al próximo mundial.
Amén
¡GOOOOOOOOOOOOL!
El aire a cura de parroquia de don Sergio no bastó para evitar que nuestras mejores ovejas se descarriaran y la selección culminara la eliminatoria para el mundial brasileño en un ominoso séptimo puesto, detrás de Venezuela y a lejanísimos diez puntos del repechaje. No obstante, el podio en la Copa América de Argentina fue visto como un milagro que el hincha, generosísimo, agradeció y San Marka no se fue del país lapidado. Aún se lo recuerda con cariño.
LOS SERMONES DE GARECA
A Gareca aún no le han fabricado una estampita, pero ya tiene aura de santo. La última vez que se midió la aprobación de su labor —en enero pasado— un estudio de Ipsos la situó en 90%, porcentaje que debe haberse incrementado con el pase al repechaje. Al ‘Tigre’ no solo se lo admira, también se lo escucha con atención. Sus sermones no los da en una montaña sino en la sala de conferencias de la Videna o, privilegio de amigos, desde el set principal de ESPN, donde Óscar Ruggeri más que un apóstol es un hermano que nunca lo negará tres veces.
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Esta semana, ante un ‘Pollo’ Vignolo de mirada embobada, el flaco se despachó contra el mal trabajo de las divisiones menores en esta parte del mundo. “Copiar a Europa nos hizo perder habilidad”, “el jugador sudamericano ha perdido inventiva y habilidad”, “estamos perdiendo la perspectiva”, dijo, ante un auditorio silencioso solo interrumpido por los chascarrillos de Ruggeri, el gran showman de la televisión deportiva del continente.
Antes de volar para sus pagos, la Videna había sido testigo de otro de sus habituales sermones en los que advirtió que no iba a hablar de política, pero terminó haciéndolo. ¿O acaso no es política señalar que en nuestro país no existe apoyo al deporte? ¿Hay algo menos político que afirmar “el deporte no les interesa, no es importa”, y decirlo horas después de una de las movilizaciones más multitudinarias en contra del actual gobierno? Y en San Luis, los colegas lo escuchaban con ánimo de contrición.
Las redes explotaron repitiendo sus frases: “El jugador peruano es fuertísimo mentalmente, psicológicamente y futbolísticamente, pero no tiene formación alguna”, “por eso es tan importante la política deportiva, tan fundamental para los jóvenes, para alejarlos de las drogas, para que tengan un buen futuro, para que tengan una buena educación, para que tengan una buena formación competitiva”, “Perú necesita que los chicos compitan y la única manera de que lo hagan es con deporte y educación. Así se consigue un ciudadano competitivo y educado. Pero eso flota en el aire”, “ojalá Dios ilumine al Perú, por la gran capacidad peruana y el maravilloso pueblo que tienen que está abandonado lamentablemente”.
RICARDO ES HUMANO
Era el ‘Tigre’ otra vez. Marcando la pauta, diciendo las cosas claras, aunque —seamos claros— repitiendo ideas que manda el sentido común, que hemos escuchado mil veces con otras voces y en otros escenarios, que escuchamos desde que tenemos memoria ¿Por qué conmueven tantos sus palabras, entonces? ¿No es acaso la misma persona que pasó por agua tibia los problemas judiciales de Edwin Oviedo o que un poco más y le da una palmadita en el hombro a Paolo Guerrero luego de su fiestecita pandémica?
Para amargura de sus acólitos, una crítica no es una blasfemia, Gareca es más humano que santo. Sabe lo que es pifiarla o mandar la pelota lejos del arco. Su conservadurismo también le juega en contra, aunque los decibeles de sus dislates suenan menos que sus aciertos. En un país ausente de liderazgos fuertes, su voz se escucha y se respeta. No navega en el ‘ojalá’ como tanto hablantín de pacotilla. Detrás de sus palabras puede mostrar hechos. El reiterado fracaso de nuestros clubes en la Libertadores no hace más que ponerle mayúsculas a su trabajo, agigantar su ejemplo, mostrarnos que con poco es posible alcanzar el éxito.
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Es flaco, usa el pelo largo y últimamente barba. Pero no es un santo. Es solo un ser humano que nos alienta a hacer las cosas. Que nos pide trabajar. Y, por supuesto, mantener la fe. ~