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44 años de pena

El ingreso a cartelera de la cinta “La pena máxima” ha vuelto a poner en agenda la escandalosa goleada que Argentina le propinó a la Blanquirroja en el Mundial del 78. Nuestro columnista Pedro Ortiz Bisso recoge diferentes testimonios sobre el polémico partido, uno sobre el que probablemente nunca sabremos toda la verdad.

Hace veinticuatro años, el periodista Oscar Zamalloa y quien esto escribe fuimos a San Luis de Cañete, a 152 kilómetros al sur de Lima, con la misión de encontrar a Rodulfo Manzo y preguntarle qué diablos había ocurrido en Rosario, la noche del 21 de junio de 1978, cuando la selección peruana cayó 6-0 con Argentina.

Lejos del ojo público, el fornido defensor mantenía la fibra y la fortaleza de sus mejores tiempos pese a sus 49 años, pero verlo con el rostro empolvado y la ropa descolorida no dejó de llamarnos la atención. El principal sospechoso de haber ido a menos en esa noche de horror, se ganaba la vida apilando ladrillos y encofrando columnas. A diferencia de sus compañeros, unos convertidos en entrenadores, otros en comentaristas de televisión, Rodulfo había vuelto a su pueblo a ganarse el sustento como obrero de construcción civil. Aquella tarde, pidió unos minutos para asearse y vestirse con ropa limpia para dar su versión de la historia. Durante la charla, negó repetidas veces haber sido parte de una maniobra turbia. No obstante, reconoció que, a pesar de todo lo que sostuviera, no había nada que lo librara de esa acusación terrible. Esa sería una cruz que tendría que cargar por el resto de sus días.

Nuestro país tiene el triste privilegio de haber sido protagonista de dos de las peores desgracias de la historia del balompié: la tragedia del Estadio Nacional, cuando más de trescientas personas murieron el 24 de mayo de 1964 en un partido válido por el preolímpico de Tokio, coincidentemente jugado ante Argentina; y la goleada ante el cuadro de Kempes y Pasarella, que necesitaba ganar por cuatro goles para alcanzar la final del torneo que había organizado.

PALABRAS DE RONCAGLIOLO

El reciente estreno de “La pena máxima” —el filme de Michel Gómez basado en el libro del mismo nombre de Santiago Roncagliolo— trae a la memoria lo ocurrido en ese junio repleto de contrastes, que arrancó con un triunfo impensable sobre Escocia y acabó con esa derrota ominosa, la más indigna que haya sufrido un seleccionado blanquirrojo.

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“Argentina tenía un gran equipo y podía ganar ese Mundial. Si algo hizo el gobierno militar no fue arreglarles el Mundial, sino ensuciárselo, plantear un manto de sospecha sobre lo que podía haber sido el desempeño excepcional de un gran equipo de futbol”, dice Roncagliolo a través del whatsapp desde el viejo continente.

El autor de “Abril rojo” menciona el libro de Ricardo Gotta (“Fuimos campeones”) en el que se relatan ciertas triquiñuelas usadas por los organizadores a fin de favorecer al cuadro local. Sin embargo, considera que no existe un hecho contundente que pruebe que el Mundial estuvo arreglado o que el partido ante Perú se resolviera bajó la mesa.

La minuciosidad del libro de Gotta apabulla. A lo largo de 312 páginas, abunda en detalles, declaraciones y otras ocurrencias, algunas poco conocidas. Sobre el 6-0 recoge testimonios de Héctor Chumpitaz, Ramón Quiroga, Juan Carlos Oblitas, Raúl Gorriti, Manzo y otros protagonistas.

Desbarata, por ejemplo, la versión de que un cargamento de granos enviado por el Gobierno Argentino a Perú tuviera que ver en el resultado del partido (el acuerdo se había realizado mucho antes del Mundial). En cambio, recoge una conversación de Chumpi con el periodista Carlos Juvenal —en ese entonces redactor del diario “La Nación”—, en la que el zaguero le dijo “entre dientes, casi sin que se lo preguntara” que hubo peleas entre los jugadores del plantel nacional “y que uno de los motivos había sido la repartija de plata que admitieron irían a recibir por el partido”. El defensor, recalca Gotta, luego negó haber siquiera dejado entrever la existencia de alguna turbiedad.

También da cuenta de las veces que Oblitas mencionó que en ese encuentro “hubo cosas raras” y que ponía las “manos en el fuego” por Ramón Quiroga.

Del arquero, señalado como uno de los mayores sospechosos por haber nacido en Rosario, indica que nunca admitió su participación en alguna trama oscura. No obstante, rememora una explosiva entrevista que diera a “La Nación” en 1998 en la que menciona divisiones en el plantel y que hubo compañeros que pugnaron por dejarlo fuera del partido. Además, ventila sus sospechas en las que incluye al técnico Marcos Calderón.

En dicha conversación, negada por Quiroga tras su publicación, se consigna esta declaración: “Ah, no, pero Manzo fue a… si Manzo el año siguiente fue a jugar a Vélez. Eso fue escandaloso. Yo pienso que Manzo…, o sea, yo pienso que hay un Dios, y Dios castiga. Creo que todos los que agarraron guita … estoy seguro que alguno ha agarrado, aunque no te puedo asegurar nada… de los que habrán agarrado guita , varios murieron, y otros murieron para el fútbol, ¿te das cuenta?”.

Gotta señala también que Manzo, la víspera del partido, recibió la visita del empresario Bashir Ode, quien le preguntó —palabras más, palabras menos— qué estaría dispuesto a hacer para ponerse la camiseta de Vélez Sarsfield.

La sospecha sobre entonces zaguero de Municipal recae no solo por su mala actuación en el encuentro, sino porque meses después se puso la camiseta del equipo de Liniers. Allí tuvo un incidente con el técnico Antonio D’Accorso y su preparador físico Jorge Fernández, quienes sostuvieron que confesó haberse vendido esa noche rosarina.

El escándalo fue mayúsculo. El 25 de setiembre de 1979, Manzo tuvo que presentarse en el local de la AFA para desmentir la acusación y firmar una carta en la que insistía en su inocencia.

Gotta señala también que en la desaparecida revista “Mística” del diario “Olé”, Manzo dijo que el día del partido recibió varias llamadas telefónicas. En una de ellas, una persona de muy mala manera —con acento argentino— le exigió que le comunicara a sus compañeros que cada uno recibiría 50 mil dólares si Argentina clasificaba a la final. “Me dio mucho miedo porque yo en ese momento era un muchachito y me sentí muy mal”, afirmó.

Refiere que José Velásquez, quien años atrás acusó a algunos de sus compañeros de haber jugado sucio esa noche, salió de la cancha ardiendo en rabia cuando Calderón ordenó su cambio. Argentina había anotado el 4-0 y el ‘Patrón’, indica Gotta, dijo “Oso hijo de puta” y cuando se encontraron en el banco le espetó: “Me has echado el fuego encima”. Según el autor, Velásquez sintió que había sido expuesto en medio del descalabro y la vergüenza.

UN MILLÓN DE SOLES

En su monumental “78 historia oral del Mundial”, el periodista Matías Bauso reseña que antes del encuentro los medios argentinos ya informaban sobre los presuntos intentos de presión sobre los jugadores peruanos (“Terrenos y valijas en dólares de la confederación carioca de deportes”, decía Crónica; “Un estimulante de un millón de soles —6.666 dólares— tendrá cada jugador peruano si vence mañana a Argentina”, decía la agencia EFE con información de los diarios “Ojo” y “Correo”). Añade que tanto Chumpitaz como Manzo “reconocieron que recibieron una oferta por parte de Brasil de pagar 5.000 dólares por jugador si obtenían un resultado que propiciara la clasificación brasileña a la final”.

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Hay una historia poco conocida revelada por Bauso: los argentinos intentaron incentivar a los polacos. Por extraños caprichos del fixture, el cuadro de Lato y Szarmach debía jugar con Brasil horas antes que albicelestes y peruanos, lo que le proporcionaba una ventaja insuperable al cuadro de Menotti. Cuatro años antes, en la Copa del Mundo de Alemania 1974, los albicelestes habían reunido una bolsa para que los polacos vencieran a Italia y propiciaran su clasificación a la segunda ronda, lo que finalmente ocurrió.

En “Cómo nos robaron la Copa”, el periodista inglés David Yallop se refiere al 6-0 con una ligereza francamente vergonzosa. Sostiene que “la orden de arreglar el resultado vino directamente del hombre que dirigía la Junta Militar, el general Jorge Videla” e insiste en la versión de las 35 mil toneladas de granos como parte de una operación que incluyó “sustanciales sobornos a funcionarios de Perú de cuentas manejadas por la Armada Argentina”. Afirma también que habló “largamente” con tres integrantes del plantel peruano que “independientemente confirmaron que les habían ofrecido dinero para asegurar el resultado correcto”. Cada uno, según su versión, habría recibido US$20 mil.

Sin embargo, el autor de “En nombre de Dios” —una investigación sobre el supuesto asesinato de Juan Pablo I— no da más pruebas que su propia palabra. Además, señala erróneamente que la selección usó en el partido “cuatro sustitutos sin experiencia” (los cambios fueron Roberto Rojas por José Navarro y Alfredo Quesada por Guillermo La Rosa) y lanza dos falsedades monumentales: que un defensor jugó como delantero (¿?) y Marcos Calderón pidió no jugar con la camiseta blanquirroja tradicional, sino con una de color blanco (el color usado fue el rojo).

Su compatriota Jonathan Wilson, autor de “La pirámide invertida” y “Ángeles con caras sucias, la historia definitiva del fútbol argentino”, es más cauto: “La prueba de alguna irregularidad, sin embargo, es difícil de hallar y es dudoso que cualquiera que mire el video sin conocimiento previo de las sospechas vea algo inusual”.

Cuarenta y cuatro años después nada ha cambiado. Las sospechas persisten tanto como la ausencia de pruebas contundentes. Salvo algunas voces aisladas, como José Velásquez años atrás, nadie ha sostenido su versión con pruebas que no resistan dudas.

La pena máxima, acaso, será que nos iremos a la tumba sin conocer qué fue lo que realmente ocurrió esa maldita noche rosarina. ~

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