Hoy Roger Federer pone punto final a su legendaria carrera y los amantes del tenis nos empezamos a sentir huérfanos. La filósofa Brenda Galagarza Alfaro —fan acérrima de ‘Su Majestad’— explica por qué su juego y personalidad encandiló a tantos durante más de dos décadas. A pesar de lo que digan los títulos, el mundo del tenis sabe que se nos va el mejor de la historia.
En la vida cotidiana, como en el tenis, los sentimientos surgen sin que uno se percate. Cuando lo prodigioso nos ha maravillado, ya estamos plenamente afectados por su naturaleza y entregados a su grandeza. Así me ocurrió aquel lunes 2 de julio de 2001 mientras observaba el partido de octavos de final de Wimbledon, de donde emergió el hombre que se hizo leyenda. Tenía apenas 19 años y había eliminado al campeón vigente y mejor jugador del mundo, Pete Sampras. Ese adolescente de colita graciosa y afeitado descuidado era Roger Federer, el hombre definitivo.
Cuatro lustros más tarde, el 15 de setiembre de 2022, Roger volvió a transportarme a ese mismo asombro con su carta de despedida del tenis, una carta que, como su vida, transmitía calma y satisfacción aún en el dolor. Esa carta también terminó por ahogar la esperanza de los desesperados por verlo volver. Sin escalas, nos arrojó a la era ‘después de Federer’. Y cómo se vive ahora, Roger, tras ese “Te amo y nunca te dejaré” que le dedicaste al Tenis. Qué nos toca sino vivir del dulce recuerdo. Así que, déjenme que les cuente lo que Roger ha representado para los que, como yo, nunca lo dejaremos de extrañar y admirar.
UN LEGADO INCONMENSURABLE
La carrera profesional de Federer inició en el 22 de setiembre 1997 cuando apareció por primera vez en la competición de la ATP en el puesto 803. Es decir que por 25 años Roger ha sido parte de la vida del tenis profesional y de las nuestras. Pensémoslo bien: es una locura de tiempo, casi una eternidad en la vida de un deportista. Suelo bromear diciendo que Roger como no puede ser ingénito ni imperecedero, es sempiterno. Francamente, no creo que sea una broma en absoluto. Desde ese partido determinante contra Sampras, del que han transcurrido veinte años, pasando por los récords y logros que ha ido acumulando, y su paso por diversas generaciones en el tenis (la de Sampras y Agassi, Hewitt y Roddick, la del Big Three o Big Four y la Next Gen), aparece ya sin dudas la consideración de su duración infinita.
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Porque los humanos vivimos de la discusión y la gloria, hace un buen rato ya, se viene hablando del legado de Roger. Es innegable su papel definitivo en la historia del tenis y del deporte mundial, por lo que, anunciado su retiro, no han faltado voces autorizadas que han resaltado la trascendencia de su juego, sus logros y su personalidad para el tenis. Rafa, hace pocos días, declaraba que Roger “es uno de los deportistas más icónicos de la historia. Si se habla de la perfección en una cancha de tenis, hablamos de él”. Toni Nadal, tío y ex entrenador del mallorquí, ha dicho que se trata del ícono más grande de la historia del tenis, destacando su calidad tenística y humana. Deportistas de todos los rubros han enviado mensajes de despedida, tenistas y extenistas, fans, sponsors, cadenas de televisión, periodistas. Un sinfín de despedidas que no pararán hoy.
El ser bisagra del cambio de siglo y haber compartido experiencias y vigencia con tantas generaciones también permite observar mejor el tamaño de su legado: si Boris Becker, Stefan Edberg o Pete Sampras eran especialmente ofensivos, o Ivan Lendl, Andre Agassi o Thomas Muster hicieron de la defensa un arte, Federer hacía ambas cosas y se daba el tiempo de ir a la red como lo hacía Rafter. Los inicios de Federer tuvieron mucho de estos jugadores y de la presencia transversal de Rod Laver, en el toque etéreo de la raqueta. Su técnica fue perfeccionándose, haciendo lo que Roger mejor sabe hacer: mirar y replicar. Uno de los poderes del suizo es justamente tomar de los jugadores aquello que su juego requiere y usarlo contra ellos.
Pero, si dejamos de lado el estilo y vamos a la cifras, Djokovic y Nadal han sumado ya uno y dos Grand Slam más que Roger, respectivamente. Pese a ello, para muchos aficionados y comentaristas deportivos, así como extenistas o tenistas en ejercicio o entrenadores, Federer es el tenista más grande de todos los tiempos. ¿Por qué? Descartemos el fundamentalismo. Hay algo que hace a Roger así de admirable incluso contra ciertos números. Siempre podemos recurrir al estilo de juego, a la empatía o el carisma para explicar esto. O a todo lo que logró siendo, en muchos casos, el primero en haberlo logrado: el primero en sumar más Grand Slam (20 en total); el jugador que nunca se retiró de un partido en los 1.526 partidos que jugó; el que ganó tres Grand Slam en un año calendario no una sino tres veces durante su carrera, quien estuvo 310 semanas, es decir, seis años completos como número 1 del mundo, cinco de ellos consecutivos; el que logró la mayor cantidad de victorias en partidos en torneos en la historia del tenis con 369, seguido por Serena con 367; el que ha ganado más de 100 títulos, solo superado por Connors; el hombre que no habiendo nacido en América logró más veces ganar el US Open (cinco); el número uno del ranking con mayor edad de la historia, con 36 años. Y un largo etcétera.
Para explicar lo inexplicable, no quiero centrarme el legado numérico de Roger. Eso los van a encontrar navegando en Twitter o en muchos de los artículos que se han escrito en estos días. Quisiera más bien invitarlos a compartir conmigo este intento por comprender lo incomprensible. Porque uno quiere y admira porque es algo que nos sucede. Sin embargo, hay algo en la vida y milagros de la épica de Roger que hoy, como un homenaje a quien nos ha acompañado por tantos años y nos ha dado tantas alegrías, me gustaría mostrar. Advierto, si acaso es necesario, el sesgo de mi interpretación. Roger ha sido para mí el ídolo que necesité, aunque nunca busqué.
UN CHICO CAÓTICO
Federer nació en 1981 en Basilea, Suiza. Eso ya lo tenemos bien sabido. Pero, de lo que somos poco conscientes es de que Roger fue un adolescente noventero, dato no menor si nos remontamos a su biografía. El Federer que habita el mundo entre 1988 y 2001 es un párvulo furibundo, irritable y endemoniado. No es casualidad que en Old Boys Tennis Club de Basilea, donde practicaba tenis, lo apodaran el ‘pequeño Satán’.
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Los noventa son una década especialmente caótica. Para los que fuimos adolescentes en ese tiempo, los radicales cambios que se sucedieron en el mundo abrieron una hondonada de sinsentido, depresión y adrenalina. En ese nihilismo generacional, la sensación que nada tiene sentido ni valor no es extraña para el pequeño Roger, un chico perdido, enredado en un pleito contra sí mismo. ¿Su dolor recurrente? No ser perfecto. Porque sí, Roger parecía librar una batalla contra sí mismo por ser un simple humano.
Junto a Marco Chiudinelli, su mejor amigo, eran dos adolescentes que jugaban el tenis y al fútbol despreocupados y desatentos de lo que ya se comentaba en la federación suiza, que el talento de Roger era de otro mundo. Se pasaban los fines de semana en la ciudad jugando Play Station y escuchando música electrónica y más tarde thrash metal. Solían perder intencionalmente el último tren al pueblo desinteresados por los horarios o el entrenamiento. Roger, además, era un estudiante apenas pasable y chico extremadamente desordenado. Era un humano plenamente humano. Sus padres, Lynette y Robert, le hablaron muchas veces de su comportamiento irascible y sus hábitos tan descuidados de los que se avergonzaban continuamente. El estilo de crianza de los Federer fue de libertad y responsabilidad, por lo que las rabietas del hijo-demonio eran responsabilidad exclusiva de Roger. Hay muchas entrevistas en donde, sobre todo Lynette, menciona lo monumental de los arranques de su hijo. Y aunque ella le repetía que el mundo no se acaba por perder un partido, Roger lidiaba con sus propias voces internas. Vivía en el caos.
El Roger imberbe no comprendía bien lo que le pasaba por dentro: “sé que no debería refunfuñar o gritar, porque solo me perjudico a mí mismo, pero no excuso ningún error, aunque sé que en el tenis se producen. Debería ser capaz de jugar perfectamente”. Ese caos mental se traducía no solo en llantos dolorosos y coléricos, sino en raquetas rotas e insultos hacia él mismo, por no ser perfecto. Como si no bastara, Roger era incapaz de entrenar con quienes no fuesen sus amigos. Sentirse protegido y en familia, era algo esencial para él pero que no concordaba con el destino que estaba eligiendo en ese momento. Crecer profesionalmente requería abrirse al mundo. Así las cosas, cuando Roger le decía a Marco que ganaría Wimbledon y sería número uno del mundo, quién podía creerle.
Tengo la impresión, como la tenía Peter Carter, quizá la persona más decisiva en la vida de Federer, que a un talento indiscutible como el de Roger le hacía falta una batalla interna contra sí mismo, algo que Robert y Lynette tenían claro también. Ganar ese primer partido antes de ganarlo todo era lo que se requería para curtir el temple. Y es que no todo caos es malo: de las entrañas del caos, proviene también el orden. Estaríamos fallando en entender a Federer sino comprendemos que su grandeza es un acto de voluntad sobre su propia naturaleza, un llamado al orden dentro de su caos, un conflicto y sacrificio constante entre su finitud humana y sus ansias de perfección divina. No por nada consideraba que debería jugar perfectamente.
Pero no lo lograba. Aunque Roger pasó años tratando de orientar las voces de su mente para que entren en armonía con su cuerpo, seguía siendo un chico rabioso. Tenía buenos entrenadores, el apoyo de su federación, la paciencia y amor de sus padres, buenos amigos y condiciones económicas favorables, pero seguía oyendo esas voces perturbadoras. Sus padres le conminaron a tomar en serio su futuro, así que con catorce años Roger empieza a pasarla peor aún. Abandona el fútbol y opta por internarse en el Centro Nacional Suizo de Tenis de Ecublens, en donde, además de entrenarse para el sueño de ser profesional, se vería obligado a aprender francés y vivir lejos de sus padres. Sobra decir que la pasó pésimo: levantarse temprano, hacer la escuela en otros horarios, aprender otro idioma, entrenar con desconocidos. El pesimismo era grande estando frente a todo lo que odiaba de la vida y de sí mismo. Pero tenía que enfrentarse a ello. Sus padres, para arrancar a su hijo del Play Station y el desorden, cuidaron de que tuviese un compañero de cuarto ideal, que más tarde se convertiría en su amigo y compañero de dobles, Yves Allegro. “Para algunos tenistas es más fácil tener estas cosas como la determinación o la resiliencia, están en su ADN. Yo las tuve que encontrar y me costó mucho al inicio” ha dicho Federer. Cuando cae en mis manos alguna biografía más sobre Roger puedo ver presentir algo que estoy segura él también ha notado: que su historia personal tiene varios hitos que lo han hecho ser quien es. ‘Casualidades’ que han girado la tuerca. Escojan la fantasía que prefieran, porque la historia del pequeño Satán siendo Roger Federer es la profecía del elegido.
Peter Carter, el exjugador australiano quien lo entrenó en varios momentos de su vida entre 1989 y el 2001, decía que lo extraordinario de Roger era su excelente coordinación ojo-mano, esa capacidad para imitar sin mayores problemas técnicas complejas como las de Sampras, Edberg o Becker. Pero esa también era su maldición: ser tan divino, pero tan humano. Con la suerte del elegido, hay un evento que lo benefició de forma extraordinaria. Cuando Roger regresa de Ecublens, ya al borde de los dieciseis años, se esperaba que la inversión hecha por la federación suiza empezara a rendir sus frutos (incluso le asignan a una psicóloga), sin embargo, en este momento expectante y de tránsito al tenis profesional, entre el 1997 y 1999, Martina Hingis acaparaba toda la atención de la prensa suiza con su extraordinaria carrera. Era la suerte que se necesitaba y lo que le dio el aire necesario para buscar esa maduración lejos de la atención y expectativa de la prensa y la federación suiza de tenis. Para el año 2000, cuando conoce a Mirka, su esposa y artífice de la estabilidad emocional y profesional de Roger, otro hito ‘casual’ (consideremos que Mirka es eslovaca, nacionalizada suiza, y así es que juega en los Juego Olímpicos de Sidney 2000 en donde conoce a Roger; en 2002, tras una corta carrera, se lesiona y se dedica a manejar de manera brillante la carrera de Roger), el suizo seguía siendo lo que él temía: un talento desaprovechado. Es Mirka, sin lugar a duda, quien lo ayuda a exorcizar sus demonios.
LA TRANSFORMACIÓN DEL DEMONIO
Los demonios de Federer fueron tomando otras formas, la de sus rivales. Valgan verdades, resuelto el caos juvenil, no le fue tan complejo exorcizar lo que viniese. Eso, hasta que un día, hubo un demonio que lo devolvió a sus inicios adolescentes. En el año 2009, cuando Roger Federer ya era ‘Su Majestad’, perdió la final del Australian Open contra su mayor rival y futuro amigo, Rafael Nadal. En el Perú, la ceremonia de premiación sucedió pasada las siete de la mañana. Recuerdo haber apagado la televisión porque no soportaba ver sus lágrimas de impotencia. Pasaron varios años para comprenderlas mejor. Me remonto a esa adolescencia rabiosa, a esa mente tan hambrienta, entregada tan fácilmente a la desmesura, a los años que le tomó calmar su bestia interna y aceptar su dolor: que era solo un chico, un humano. “Esta rivalidad me está matando”, dijo Roger en aquella ceremonia, lleno de lágrimas. Ese Roger de 28 años como el párvulo de los noventa en busca de la perfección, buscaba cumplir su destino de héroe. Ya ese Roger se sabía inmortal y virtuoso; su proceder debía estar a la altura de ese honor. Rafa le susurraba al oído como sus demonios del pasado y lo regresaba a la finitud de su humanidad.
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¿Cuándo Roger se volvió la perfección suiza? Desde que ganó su primer Grand Slam en Wimbledon 2003, cediendo solo un set, hasta el 2012 en que gana su Grand Slam número 17 también en Wimbledon, Roger va transformándose en esa divinidad tenística que es. Esta primera tanda de premios y récords incluyen haber derrotado a diversas generaciones con estilos de juego muy variados. En estos tiempos mejoró su saque, convirtiéndolo, hasta la fecha, en uno de los mejores del circuito elevando no solo la cantidad de aces, sino logrando que su segundo saque fuese más afectivo, con casi 60% de efectividad en cualquier superficie. A lo largo de estos años, mejora su revés con top spin que logra ser de los mejores del circuito habiendo sido un revés bastante flojo en sus inicios (recomiendo buscar la anécdota de Gaudio, una delicia), sobre todo si se trata de su revés paralelo. La derecha, para muchos su mejor golpe, genera cada vez más ritmo y altura, con gran dominio de efectos y ángulos precisos. Todos estos triunfos y mejoras suceden pese a que toda la temporada del 2008 Roger la juega con mononucleosis, enfermedad que a otros tenistas los ha obligado a una baja de seis meses del circuito. De hecho, ese año gano su décimo tercer trofeo, en el US Open.
En 2013, la llegada de Edberg al box de Federer junto con el cambio de raqueta, su juego se agilizó haciéndolo más ofensivo. Mejoraron el saque y la red, aprovechando los dolores en la espalda que por aquel entonces Roger ya tenía. No en vano muchos jugadores dicen que hay una cosa que sucede cuando juegan contra Federer que no sucede con ningún otro jugador: Roger encontraba la imperfección del rival y jugaba para que esa imperfección resalte. Acomodaba el ritmo de la pelota de modo tal que terminaba por anular a su contrincante. De ahí que siempre se dice que Roger hacía fácil lo difícil, que no sudaba para ganar. Que era una máquina. La perfección suiza. A Roger no le hace mucha gracia cuando dicen eso. Hace poco ha mencionado lo poco que se resalta de su carrera lo muy resiliente que ha sido frente a las generaciones que le ha tocado enfrentar y el modo cómo ha acomodado su juego a lo largo de los últimos 20 años. Sin embargo, creo que el tránsito por la generación de Sampras, Agassi, Hewitt, Roddick, Nadal y Djokovic, no nos dio al mejor Federer. Ese vino después de su caída en Wimbledon el viernes 8 de julio de 2016 y se lo debemos solo a Nadal.
Dos años antes que ‘Su Majestad’ empezara a brillar, un lunes de mediados de mayo en el torneo de Hamburgo de 2001, y con diecinueve años aún y antes de ganarle a Sampras, Roger pierde un partido intrascendente contra Franco Squillari. Pudo haber engrosado la abultada lista de rabietas del joven suizo, pero esta fue diferente. Este fue uno de eventos ‘casuales’ que le tenían que pasar para que las voces de su mente le hablaran más bajo. Tras ese partido, Roger diría lo siguiente: “no se puede actuar así, si juego así durante los próximos diez años no podré soportarlo”. La idea de colapsar, de ser un talento desperdiciado como temía Peter Carter, era algo con lo que no podía vivir. “Fue entonces cuando decidí permanecer tranquilo, calmado y concentrado, pasara lo que pasara” cuenta Federer más tarde. Pero, contrario a lo que uno esperaría, los resultados, más allá del batacanazo a Sampras, no lo acompañaron. “Notaba que estaba muy calmado. Demasiado tranquilo y me odiaba por eso. Era capaz de conseguir un golpe ganador pegando entre las piernas y actuaba como si fuese normal”. Creo que nadie se odió tanto como Roger a sí mismo.
Es interesante lo que el Federer antes de Federer acaba por descubrir: que no se trataba de acallar a la bestia rabiosa, sino de aprender a convivir con ella. Si la profecía de Peter Carter no debía cumplirse, debía ser más que hielo puro; había que ponerle un poco de fuego a la vida. Disfrutar del juego y que los demás disfrutaran de verlo jugar fue clave para Federer y lo ha sido hasta el día de hoy viernes 23 de setiembre de 2022, cuando se ha despedido de nosotros y del tenis profesional en olor a multitud, con mucha prensa, muchas fotos, redes sociales, alegría, satisfacción y lágrimas. Porque la virtud del héroe, su temple, también debe ser reconocida por los demás. Necesita de gloria y no hay gloria sino hay historia.
La historia de Federer es la historia del hombre que se forjó desde sus demonios internos: “cuando Lundgren (su primer entrenador como profesional) me decía que me calmara, me era imposible hacerlo porque antes tenía que deshacerme de los demonios de mi cabeza. Nadie podía ayudarme, tenía que hacerlo yo mismo”. Como todo héroe, ese aire de superioridad que brinda una vida reconocida y honrada por lo demás como una vida virtuosa, es el ingrediente necesario para que ordenara su mente y cuerpo, y que lo hiciera por veinte años consecutivos. Quién pudiera.
El último remesón de su existencia arrebatada, aquello que el propio Federer señala como el acontecimiento parteaguas de su vida deportiva, es la muerte prematura de Peter Carter el viernes 1 de agosto de 2002. Roger tenía veinte años y faltaban siete días para su cumpleaños número 21. En el funeral de Peter, una semana después de su cumpleaños, Roger no paraba de llorar. Darren Cahill menciona que no había visto a alguien tan triste en su vida como aquel Roger. En 2017, en una entrevista, Federer dijo con lágrimas en los ojos que esperaba que Peter estuviera orgulloso de lo que él había logrado: “él no quería que fuese un talento desperdiciado. Supongo que fue una especie de llamada de atención para mi cuando falleció y realmente empecé a entrenar duro. Mi técnica se la debo a Peter y además me enseñó a respetar a cada persona con la que jugaba. Nunca podré agradecérselo lo suficiente”. El amor y respeto por Peter le enseñaron a Federer algo que muchos no consiguen nunca: a quererse y aceptarse humano como es.
SU MAJESTAD
La historia de Roger versión Su Majestad, aunque más conocida, toma un valor diferente cuando se comprende mejor desde dónde se forjó el héroe. De cómo este hombre se fue volviendo una divinidad del tenis de juego hermoso, de movimientos etéreos, precisos y gentiles. Como ha dicho Foster Wallace, “la belleza no es la meta en deportes competitivos, pero las disciplinas de alto nivel son escenario propicio para que se exprese”. Que Federer haya sido la expresión más perfecta de esa belleza (lo que los griegos llamaron kalos) no es algo que le vino fácil: su transformación al juego bello que habita en una persona bella también, la experiencia religiosa extática de verlo jugar, tienen mucho que ver con la superación de ese nihilismo pesimista que lo acompañó por años. Creo yo, que lo acompaña aún. Que, como una vacuna, es el veneno que lo hace estar sano. Y Mirka, claro que Mirka y su familia son la dosis de fuego en el hielo.
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Es hombre en lucha constante. Sonríe de felicidad por la satisfacción de una larga y exitosísima carrera, pero, ya lo ha dicho, cuando piensa qué será de su vida mañana cuando no haya más tenis profesional siente un vacío enorme. Luego piensa en sus cuatro hijos, en Mirka, y siente que más bien es mucho lo que viene por delante. No me parece casual que la película favorita de Roger sea “Good Will Hunting”. Me imagino a Roger recordándose junto a Marco Chiudinelli, como Matt Damon resolviendo cosas imposibles y Ben Affleck buscándolo para solo divertirse pero diciéndole tú te mereces más. Casi los puedo ver.
Les decía que las voces caóticas que resonaban en la mente del joven Roger se habían convertido en susurros mallorquíes en los oídos de un Federer a punto de casarse con Mirka, y ser padre de las mellizas Charlene y Myla. Retumbarían hasta ensordecerlo. Rafa se convirtió en su némesis, en lo que no le permitía seguir jugando un tenis perfecto. Aunque la memoria me falla, recuerdo a Javier Frana en la cadena ESPN, contrario a su estilo, refunfuñar porque Roger, en los puntos decisivos, no lograba voltearle el partido a Rafa. Ese ritmo se mantuvo unos cuantos años.
En las semifinales de Wimbledon, el viernes 8 de julio de 2016 para ser exactos, Roger perdió contra Milos Raonic. Pero más que perder, cayó estrepitosamente al césped de la Centre Court. En conferencia dijo que esperaba no haberse lesionado, sin embargo, semanas después pasó por una cirugía artroscópica para reparar un desgarro del menisco en su rodilla izquierda. Se respiraba tensión porque, finalmente, pese a los dolores de espalda, Roger había tenido una carrera libre de lesiones y un cuerpo particularmente dispuesto a la belleza de su tenis. Con casi 36 años, los pronósticos no eran los mejores. Pese a tener todo en contra, yo creo que las voces que le resonaban diciéndole te falta un demonio más batir, pesaron más. El fármaco para vencer al último demonio interno pasó por esa operación, esa rodilla izquierda.
Para 2017 Federer y Rafa llevaban varios años siendo rivales amistosos. La amistad propiamente dicha ha venido tras ese retorno, el único finalmente que pudo tener Roger, luego de componerse la rodilla izquierda. También en Australia, porque el deporte siempre da revanchas, en la final de 2017, Rafa y Roger se midieron en la final. Aquí en Perú, de madrugada, se sufría en silencio y al borde del síncope. Desde hacía dos años lo entrenaba Ivan Ljubicic, responsable de un juego más ofensivo de parte de Roger, quien lo hiciera coger la pelota cuando está subiendo y cortar en la red. Cortar el revés del rival. Ljubicic llegó para terminar el trabajo de Edberg. Es Ljubicic quien lo convence de jugar adelantando su posición un par de metros.
Es el croata, en mi opinión, quien lo ayuda a enmudecer las últimas voces que lo agobiaban: hacía muchos años que Federer arrancaba mal los partidos, extremadamente tenso. Muchas veces eso no era problema para acabar ganando el partido, pero no le funcionaba contra todos los rivales. Pues ahí también estuvo Ljubicic, logrando que Federer llegue al 70% de puntos de break salvados y superando el 40% de quiebres logrados de su parte. En la etapa 2017-2020 podemos ver a un Roger más agresivo y vivo. Con más fuego. En la final del Australian Open 2017 inició ese camino: ya no era funcional para Rafa jugarle al revés de Roger. La agilidad del suizo junto a la táctica ofensiva lo llevó a ejecutar con orden y elegancia lo acordado con Ivan. Coger la bola en plena subida le daba la ventaja a Roger de poder pegarle utilizando la velocidad de Rafa. Si lo hacía rápido, sus puntos podían ser cortos y Rafa tendría que correr más para responderle.
El primer set lo ganó Roger y luego se fueron turnando los siguientes. Amanecía ya en Perú y, para el 2017, por lo menos se venía hablando del retiro de Federer en los últimos siete años. Temí que, de perder, llegara el final. Pero Roger nos calló la boca a todos. Al inicio del quinto y definitivo set, Rafa está 3-1 en el marcador. Veinticinco minutos después, Roger se llevaba el partido tras una llamada al ojo del halcón. Los segundos más tensos de mi vida. “En la final del Abierto de Australia 2017 ante Nadal jugué los 25 minutos más perfectos de mi vida, en el quinto set”. Un maduro Roger había logrado lo que su joven versión había soñado siempre: ser perfecto. Allí logró su 18° Grand Slam, el primero desde Wimbledon 2012. Tras ello vendrían dos Grand Slam más. Wimbledon volvió a verlo en el 2021, cuando en cuartos de final Roger perdió en set corridos contra Hurkacz en lo que Federer ha considerado el peor tenis de su vida. En la ceremonia de premiación, de vuelta al 2017, Rafa decía que Roger se merecía el título un poco más que él, y Roger replicaba afirmando que Rafa también merecía ser campeón. Lo cierto es que para ese entonces ya eran más que rivales. Sus vidas se habían definido y delineado una en función de la otra. Tanto así que ambos estuvieron lesionados durante la segunda mitad de año de aquel 2016. Nadie pensó que llegarían a la final, pero ahí estaban. “He trabajado muy duro, para ganar a gente como Rafa debes trabajar duro”.
FEDERER ETERNO
Hay muchos tipos de deportistas. De los geniales, pero especialmente odiosos, como Jordan; de los geniales y soberbios, como Ali; de los guerreros, como Nadal; de los pasionales, como Serena. Se puede hablar de gustos y afectos. Para mí Roger es el hombre definitivo del deporte porque no hay batalla más horrenda que la que una libra contra sí mismo. Y él la ganó, la ganó por él y nombre de nosotros, de la gloria. Hemos visto a la llamada Next Gen prácticamente fracasar a razón de lo mismo: personalidades no resueltas en contextos hipermediatizados. Talentos desaprovechados, familias que toman ventaja sobre sus hijos estrellas, cuerpos fallidos, seres desmesurados.
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La historia de Roger suma una serie de causalidades que lo forjan incluso contra su propio carácter. Es la gesta del héroe. La esperanza de los desesperados, de aquellos que ven a un chico de diecinueve ganarle a Sampras en la tele de su casa y se les desarma el mundo. Cómo este chico se atreve a tanto. Cómo ha ganado ese partido, cómo puede seguir ganando, cómo no pierde la calma. Cómo si yo tenía 20 y hoy 42, él ha seguido jugando y ganando. Cómo con cuatro hijos. Cómo.
Federer ha dicho que, pese a sentir que su tenis se diluyó contra Hurkacz en Wimbledon 2021, decidió someterse a dos operaciones en la rodilla derecha, con la esperanza de darnos a nosotros, sus fans, unos años más de tenis, siempre y cuando fuese competitivo. Luchó contra su cuerpo esta vez. Esta contienda no le tocó ganarla. Aún así, se alista hoy para jugar el último partido de vida profesional: un dobles en pareja con su mejor rival, Rafa. Roger me enseñó hasta querer a los rivales y aprender sino de ellos, de uno mismo cuando se enfrente a lo que teme. Cuántos demonios nos habrás ayudado a acallar mientras silenciabas los tuyos, Roger. No sé ustedes, pero yo sí creo que eso es una experiencia religiosa. “Muchos me dijeron que no tenía que ser tan amable. Lo intenté, pero sentí como si estuviera actuando. Lo haré a mí manera y veré hasta dónde llego”. Llegó a lo más alto, y en sus términos, en un ambiente familiar como lo buscó desde niño. Alcanzó la perfección que soñó y fue mejor aún, porque fue un dios humano. Cada que nos olvidamos de eso, llora de alegría o de tristeza. Llora para mostrarnos que ahí hay fuego. Decía un famoso filósofo griego que “el dios es día y noche, invierno y verano, guerra y paz, hambre y saciedad. Y muda como el fuego”. Ya queremos verte mutar. Estamos listos, Roger. ~