Fracturada por seis años de guerra civil, sin jugar de local desde el 2010, con un entrenador que cobra 300 euros, Siria le lanza un guiño a Rusia 2018. La selección del Medio Oriente se clasificó para el playoff asiático ante Australia después de un agónico empate ante Irán en el último minuto. Esta es la historia de cuando un grito de gol es capaz de acallar bombas.
Un pueblo que no ve jugar a su equipo hace siete años –y 56 partidos. Una selección que no puede defender a su país, en su país. Dictadores que encarcelan. Jugadores que huyen. Quienes logran escapar de los barrotes y el uniforme militar del régimen sirio acaban como meseros (Nosheen Hanaan) o arrancan de cero, en quinta división, cual amateurs (Mohammed Jaddou).
Quienes no lo logran o caen muertos –no necesariamente en combate– o reciben una tortura mayor (para sus familias): ser consignados como desaparecidos.En seis años de guerra civil en Siria se calculan –de acuerdo con la escritora Anas Ammo– 13 futbolistas desaparecidos, 38 asesinados y 200 exiliados.
En un contexto así, lo vivido el martes 5 (empate a dos frente a Irán, en Teherán, con un agónico gol en el minuto 93, y el derecho por primera vez en su historia a disputar un play off mundialista), conmueve: durante noventa minutos una nación partida y atemorizada, con más de 450 mil muertos a cuestas según las Naciones Unidas, salió a las calles a contemplar, vibrar, y festejar.
Las postales y videos en la nube: plazas repletas; un narrador deportivo en llanto que sin necesidad de traducir lo que dice, sabemos lo que siente; el remate por la ‘huacha’ de Omar Al Somah para el 2-2; los compañeros arrodillados, besando el césped; y un capitán que se colocó la ’10’ y la cinta tras cinco años de exilio.
Firas al-Katib, 34 años, compañero del ‘Pep’ Guardiola en el Al-Ahli de Qatar en sus inicios, hoy estrella del Al Kuwait, prometió en julio de 2012 no volver a la selección de Siria hasta que cesara la guerra, en un gesto de apoyo a las fuerzas rebeldes.
Se mantuvo inflexible hasta marzo de este año. Considerado como el mejor jugador sirio de la historia, al-Katib volvió para derrotar a Uzbekistán, y aportar con sus galones en el tramo final. Su alegato: primero está mi país. Fundamento poderoso pero dudoso para un gran sector de la prensa que desliza favores políticos.
El entrenador Ayman Hakeem, quien gana 300 euros mensuales, se hizo cargo de la doble tarea: despolitizar al seleccionado, y preparar a un equipo, donde solo tres jugadores alternan en la liga local, en un campo de Seremban, un pueblito en Malasia que todavía no ha alcanzado la categoría de ciudad.
Impedidos por la FIFA para ejercer su localía en Damasco o Alepo, Siria ha deambulado entre Omán, Qatar, Líbano, Macao, y recientemente Malasia, siendo alentado tan solo por un puñado de seguidores. Y a veces ni eso.
La gesta de estos sirios corajudos beneficia, sin embargo, a los intereses del oscuro Bashar al Assad, dictador sirio desde hace 17 años, y heredero de un trono al que su padre se aferró durante 29 años.
Hace año y medio, el técnico anterior, Fajr Ibrahim, apareció en conferencia de prensa, junto a uno de sus jugadores, vistiendo una camiseta con el rostro del Presidente.
Las pantallas gigantes, instaladas en plazas y estadios de Damasco y otras ciudades controladas por el gobierno, repitieron la imagen de al Assad en los cortes comerciales. Los logros deportivos maquillan las derrotas políticas. Distraen y, de alguna manera, legitiman.
Las sospechas crecen con el anfitrión del próximo Mundial: Rusia, brazo financiero y económico de los sirios. De ahí las habladurías en la previa del decisivo partido ante Irán, otro país que respalda a Bashar al Assad. Habladurías que con el infartante 2-2 en los descuentos se derrumban.
Tras ubicarse tercero en el Grupo A, Siria, 80 del mundo según el ranking FIFA, chocará con Australia en un mes (5 y 10 de octubre). De vencer le quedará un escollo final: el cuarto de la CONCACAF. Casilla que en estos instantes, curiosamente, ocupa Estados Unidos, su adversario político. La especulación vuela: jugarían en una cancha neutral.
Zona de paz u otro campo de batalla política, Siria, la fracturada, acalló las bombas, y se entregó al estallido más sonoro y pacífico: el gol.
*Este artículo se publicó originalmente en el suplemento Domingo de La República el 10 de septiembre del 2017.