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Una historia redonda

De padre oriental, y tíos ingleses, la pelota rueda desde hace cinco mil años provocando euforias y angustias. Conozca su reinado, su historia rodante y su búsqueda de la perfección esférica en los últimos años.

Sin tener claro para qué serviría, la pelota —¡cuándo no!— la inventó un chino. Se llamaba Fu-hu o Fuxi y además de tener tiempo para inventar cosas, como el Hexagrama del I Ching (libro oracular y embrión de la escritura) o enseñar a pescar con redes, cazar con armas de hierro, disecar pantanos para hacer tierras cultivables, entre otras menudencias, se daba tiempo para ser emperador. Reinó allá por el 2.852 A.C. Era mitad hombre, mitad serpiente y muchos le endilgan a esta segunda característica, la invención del matrimonio como institución. No imaginaba que la conjunción de sus inventos —matrimonio y pelota— sería letal para el amor y terminaría, en muchos casos, en divorcios.

Paradojas de la vida, este oriental fue conocido como el emperador celeste, sin saber que serían otros, también celestes y orientales quienes aprenderían a usar la pelota con maestría. La primera habría sido un montón de raíces que el gobernante fue apelmazando con paciencia china durante un buen rato hasta formar una esfera que recubrió con trozos de cuero crudo. Sin mayores detalles de cómo se utilizaba, se la pasaban de mano en mano, como bobeando. La pelota no llegaba aún a los pies.

En el nuevo mundo —que no era tanto solo que no había sido descubierto—, sobre todo en Mesoamérica, donde no tenían idea del cuento chino —o sí—, existieron diversos juegos con pelota que servían para resolver conflictos —no como ahora, que muchas veces los generan— aunque tampoco eran muy “civilizados” ya que como ritual podían incluir algún sacrificio humano que no se sabe si incluía algún árbitro de dudosa actuación. En realidad las reglas eran tan claras que no los necesitaban, y de la violencia nadie se quejaba. Para los primeros españoles que vieron el juego, la pelota tenía vida propia, como un hechizo, solo así se explicaban que rebotara tanto. Claro, no conocían el caucho. El balón era de hule macizo, tenía diferentes diámetros según el juego y se usaban caderas, codos, rodillas y hasta bates o una especie de paleta de piedra para golpearla. Algunas eran de tal peso, cuenta el cronista español Diego Durán, que algunos jugadores podían morir cuando la pelota «los golpeaba en la boca, el estómago o los intestinos».

Los guaraníes sí practicaban con pelota un juego en el que usaban los pies, y eso lo menciona el jesuita español José Manuel Peramás al describir en su interesante y poco difundido libro De vita et moribus tredecim virorum paraguaycorum, un extraño juego del que fue testigo en el siglo XVII, en territorios que hoy son paraguayos. «Solían también jugar con un balón que, aún siendo de goma llena, era tan ligero y rápido que, cada vez que lo golpeaban, seguía rebotando algún tiempo, sin pararse, impulsado por su propio peso. No lanzaban la pelota con la mano, como nosotros, sino con la parte superior del pie desnudo, pasándola y recibiéndola con gran agilidad y precisión». El religioso no hace mención a arcos por lo que se deduce que no había goles, y tal vez eso explique la poca difusión de este juego. De haberlos tenido quizás la evolución futbolística de Paraguay hubiera sido otra.

En ambos casos de esa riquísima herencia, poco asimilaron los mexicanos que, sin embargo, nos dejaron las chilenas —o chalacas— de Hugo Sánchez, la ‘cuauhteminha’ de Cuauhtémoc Blanco y el estadio Azteca.

De Paraguay, el enorme arquero José Luis Chilavert, quien usaba con la misma habilidad, manos y pies sin contar la boca con la que era capaz de hacer calentar a un pueblo, el letal goleador Arsenio Erico y, para los recuerdos carboneros, Juan Vicente Lezcano, recio lateral de Peñarol, a quien le gustaba sentarse sobre el balón en pleno partido, tal vez lo más elegante que se le recuerde.

A grosso modo como se ve o se lee, y los anteriores solo son algunos ejemplos, la pelota estaba escrita en el destino de la humanidad como esférico objeto del deseo lúdico, y para todos los gustos, así alrededor de su redondez, excepto por la aristocrática ovalada del rugby, fueron naciendo varios deportes. Pero la pelota, cuando se dice “pelota” a secas, es la de fútbol, las otras siempre necesitan un complemento: de tenis, de ping pong, de golf, de vóley, etc.

El fútbol, con sus reglas y su pelota, se inventó en Inglaterra, en 1863. Comenzaría entonces a la par de las estrategias, las propias reglas, las tácticas, la evolución de la pelota, la de cuero, con el único fin de facilitarle al jugador que la pelota llegue a donde la quiso mandar, aunque en el caso del fútbol uruguayo y la cantidad de pases errados, no haya conseguido su propósito.

Pero no necesariamente siempre fue de cuero, también fue una vejiga de cerdo rellena de heno, o de tela o madera en juegos nada pacíficos y que, en algunos casos, tenían como única regla no matar al adversario. Así fue en el football, prohibido en 1349 por Eduardo II de Inglaterra, que felizmente se siguió practicando ilegalmente, o con La soule en Francia, también prohibido por violento por Carlos V sin éxito en 1365, tanto que fue necesario que el Obispo de Tréguier en 1440 amenazara a los jugadores con la excomunión —algo similar le aplicaría la FIFA a Luis Suárez  574 años después— y 100 sueldos de multa. La pelota de cuero más antigua (unos 450 años) se encontró en 1999 entre las vigas del Castillo de María Estuardo, en Stirling, Escocia. Es una vejiga de cerdo cosida, con recubrimiento de cuero y nadie sabe cómo llegó allí, lo más probable es que haya entrado por la ventana después de un violento despeje y nadie la haya encontrado. Ese tipo de disparo sigue siendo una característica del fútbol escocés.

Inestables y deformes, todo comenzaría a cambiar en 1839, cuando Charles Goodyear descubriera accidentalmente la vulcanización al volcársele un recipiente con azufre y caucho sobre una estufa. La mezcla se endureció y se hizo impermeable. Agradecido a la providencia homenajeó al dios Vulcano, deidad del fuego, con el nombre. Un proceso similar practicaron los Olmecas 3500 años antes, en la América precolombina, pero sus inventores o descubridores no llegaron a patentarlo. Eran otros tiempos y otras sus preocupaciones.

El mismo Goodyear diseñó una pelota que se usó por primera vez en 1855 en Boston, Estados Unidos, que —por el nivel de su soccer, le sirvió más para el básquet. Las primeras, fabricadas por la Familia Lindon en la ciudad de Rugby, Inglaterra, al contar con válvula inflable, permitieron mantener la forma por más tiempo.

Sería en 1872, a nueve años de creado el primer reglamento por la Football Association inglesa, que la pelota como la conocemos empezaría a tomar forma definitiva: esférica, con una circunferencia de entre 68,58 y 7,12 centímetros, y un peso que oscilara entre 368,5 y 425,2 gramos. Esto, básicamente, no ha cambiado. Así, con cierta personalidad definida, llega la pelota al mundo en manos de los ingleses que bajaban de barcos y ferrocarriles, finalmente para algo que serviría al colonialismo. De ahí en adelante los cambios han sido de materiales, fabricación o la forma de los gajos. Los primeros eran gajos parecidos a los de la pelota de basketball, después en pares o tríos en seis paneles que se cosían por el interior y el exterior dejando una abertura que se cerraba con un tiento. Pero rumbo a la esfera perfecta —esa es la cuestión—, la pelota aún está en deuda, aunque en los años 50 se acercara gracias a la estructura del  buckminsterfullereno, nada menos que una molécula de fullereno —los fulerenos son la tercera forma más estable del carbono, tras el diamante y el grafito—: 20 hexágonos y 12 pentágonos con caras levemente curvas, hecho no menor pues hace de la pelota no una esfera sino un icosaedro, dato ignorado por la plebe futbolera, sobre todo por los comunicadores de este noble deporte, ávidos de palabras nuevas. Esperamos no adopten este término, sería francamente insoportable escuchar un comentario de este calibre: “Notableeee el jugador  Pérez: recepciona el balón, abre para la derecha, lo recibe el carrilero García quien se salvó de ser infraccionado con hábil movimiento abdominal y con gran calidad direcciona el esférico o, mejor dicho el icosaedro, hacia el arco para incrustarlo en ángulo recto. Golaaaazo”. No, mejor que no se enteren, quedémonos con aquello de “la pelota entró donde las arañas tejen su nido”.

Es en los mundiales, donde debe jugarse mejor, que la pelota alcanza su evolución máxima.

Con una dura y dolorosa forma de patear, ni hablar de recibir pelotazos, se hizo el primer campeonato del mundo. Curiosamente en la final se utilizaron dos, en realidad parecía responder a alguna cábala, ya que poco se diferenciaban. Razón tendrían ambos, el primer tiempo con la pelota argentina, lo ganaron los vecinos; el segundo, los uruguayos con la propia. Y así siguió rodando el balón durante mucho tiempo, maltratado, bien tratado, pero casi el mismo.

En Francia 1938, una válvula inflable a través de un pico reemplazó a la vejiga y ya no fue necesario descoser la pelota para inflarla. En 1950, el lavado del cuero introdujo la pelota blanca aumentando la visibilidad de la pelota. Aquel glorioso 16 de junio, en el Maracaná, Barbosa no se dio por enterado y para suerte de Uruguay, entró de rastrón por el primer palo.

Vendría después y por la misma razón de visibilidad, la pelota naranja. No sería suficiente para el juez de línea Tofik Bakhramov de la final Inglaterra versus Alemania en 1966, que dio por gol el disparo de Hurst. El conocido como “gol fantasma” le dio el título a los inventores del fútbol. «El balón nunca cruzó la línea», declararía el autor del gol que no existió, muchos años después.

Para entonces ya había aparecido el cuero sintético (1960), muy importante para solucionar la absorción del agua, que hacía la pelota más pesada; se dice que en muchos casos la boina que usaban antiguamente muchos futbolistas servía para aprisionar el papel de diario que se ponían en la cabeza con el fin de hacer menos doloroso el golpe.

En 1970 irrumpe la marca Adidas —siempre hay un chino, un inglés o un alemán en la historia de algo— con un contrato de exclusividad para los mundiales hasta el 2030, diseñando una pelota, la Telstar, con 20 hexágonos blancos y 12 pentágonos negros. Ni esférico ni icosaedro a secas, ¡la pelota se transformó en un icosaedro truncado! También se utilizó en 1974.

Sin mayores cambios en su estructura pero sí en su diseño, que creaba la ilusión de estar formada por círculos y no hexágonos y pentágonos, la pelota Tango, creada para Argentina 1978, bailó hasta Francia 1998 con diferentes nombres: fue Tango España, Azteca, Etrusco, Questra, Tricolore, pero siempre la misma, introduciendo nuevos materiales para la ropa; así fue totalmente sintética en México 1986, más veloz en 1990 por su capa interna de espuma negra de poliuretano, con más recuperación energética, gracias a una espuma blanca de polietileno compacto por fuera en 1994, y con micro-burbujas de gas, cerradas y tremendamente resistentes en Francia 1998, dándole más rebote y velocidad.

Pero no hay tango con final feliz y en el 2002, La Fevernova terminó con su reinado al contar con tres capas que le dan un vuelo más preciso.

Recién en el 2006 con la aparición del Teamgeist alemán, la búsqueda de la esfera total se acercó al ideal con la pelota de 14 caras curvas. Pero le falta aún un 5%, pues este icosaedro truncado llena el 86.74% de una esfera con diámetro equivalente, y al inflarlo la superficie se curva y llena hasta el 95% de la esfera. Suficiente por ahora, pero revelador tomando en cuenta el tamaño del arco de esa pelota que parece entrar, pero no entra por centímetros, y que, sin embargo, injustamente, por no saber el hincha de ese 5%, hace del ejecutor del disparo objeto de alusiones a su madre, comparaciones con acémilas o víctima del azar en el mejor de los casos.

Siempre con la búsqueda de que el gol sea el rey de la fiesta, Adidas introdujo una letal para los arqueros en Sudáfrica 2010: la Jabulani, formada por ocho paneles en forma 3-D pre moldeados y unidos térmicamente, haciéndola –¡ahora sí!– perfectamente esférica, aunque esto se venga discutiendo en las altas esferas de la ciencia. Un estudio de la NASA concluyó que, a una velocidad de 72 kilómetros por hora, el movimiento de este balón es impredecible, y esto lo sabe bien ‘Cachavacha’ Forlán, para desgracia de los arqueros que lo padecieron.

Finalmente, llegó la Brazuca de menor rugosidad que la Jabulani, menos impredecible que aquella. Los fabricantes aseguraron “mayor estabilidad en el terreno de juego”, hecho no transferible ni a Luis Suárez ni a la selección brasileña.

Y así va esta historia de casi 5000 años. No imaginaba entonces aquel divino chino Fu-Hu, hijo del Trueno según la mitología, que, con el tiempo y gracias a su invento, fuera el hombre, sin poderes sobrenaturales, el que creara —para desagrado de Jorge Luis Borges y otros que nunca patearon una guinda ni leerán esta revista— semidioses de pantalón corto.

Seguirá siendo la pelota, su invento en horas de ocio, por más tecnología que exista, esférica o icosaedra, el mejor regalo que pueda recibir un niño.

 

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  1. Artículo verdaderamente salpicado de sudor, o tal vez serán gotas de un sudado de pescado, nunca lo sabremos. El autor, un querido sabandija –gracias a Don Fuxi.

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